viernes, 31 de agosto de 2007

damego dixit


Desnudo, como antes de nacer, como antes de abrasar mi mirada en tu piel, inocente aún, antes de la saliva y el vértigo, antes de llegar al fondo de tu ser, antes de ser...

EPITAFIO DE SILENCIOS



EPITAFIO DE SILENCIOS



La miré de soslayo, intentando descifrar sus pensamientos a través de sus gestos, de su mirada errante y de un ligero devaneo de sus manos, sin interferir en ellos, como mero espectador de un paisaje inquietante.


E1 viento mecía sus cabellos dejando al descubierto un cuello justo sobre un cuerpo aún hermoso, moldeado por el acrílico de su escueto bikini. Su piel brillaba tersa, salpicada de gotas y de sal arrastrándose impúdicas, sobrevolando curvas y pliegues definidos sin exceso. Sus pezones erectos señalaban una nube indecisa cruzando un azul limpio, inusitado en esta tierra de lluvias y grises celestiales. No pude resistir por más tiempo el deseo de abordarla.


-Hola; estoy aquí...


-Hola.


-Un euro por tus pensamientos. -Rodeé con el brazo su cintura y la atraje hacia mí. Mi mano resbaló por su cadera.


-No valen nada.


-Eso me gustaría decidirlo yo. -Acaricié su nalga y comencé a jugar con mis dedos bajo el bañador. Ella giró su cabeza para inspeccionar la retaguardia.


-¿Quieres dejar las manos quietas?.


-Si estamos solos. No hay un alma en toda la playa.


-Es igual...puede aparecer alguien en cualquier momento. Además, no tengo ganas de historias. -Apartó mi brazo con brusquedad.


-¡¿Se puede saber qué te pasa?!


-No me pasa nada...¡Y no me grites!


-Si no te ocurre nada, podrías dejar de comportarte como si yo no estuviese aquí.


-Simplemente, tengo un día tranquilo, ¿te parece mal?...


Se paró frente a mí y clavó su mirada en mis ojos, con una sonrisa desafiante en sus pupilas. Traté de descubrir en ellas algún indicio que explicara su actitud; pero era como asomarse a una sima de fondo inescrutable. Me tomó de la mano y me invitó a correr por la orilla. Salpicamos nuestros cuerpos con un agua fresca, confortable, que despertó mis sentidos al ritmo cada vez más rápido de nuestra alocada carrera. Exhaustos, sin respiración casi, nos dejamos caer sobre la arena entrelazados en un fuerte abrazo, tierno y desesperado a la vez, con la pretensión de cerrar una vez más las viejas heridas por donde supura nuestro amor, transformado en odio cuando discutimos. Dimos varias volteretas y finalmente permanecí sobre ella, inmóviles los dos, y acallamos nuestras risas con un beso jugoso, interrumpido tan sólo para permitir que el aire penetrase de nuevo en los pulmones.


Una ola vino a morir bajo nosotros. Desenredé su pelo, dejándolo flotar a ambos lados de su cara. Sus ojos me miraron levemente, para después cerrarse. Su boca se entreabrió y la rosada lengua diluyó la sal de unos labios carnosos, prominentes. Quise seguir a ésta a través de aquella cavidad y llegar a las sagradas profundidades de su ser, donde liberar los resortes que la hicieran volar.


Lamí sus labios, salados todavía, e introduje mi lengua con lentitud, paladeando, disfrutando cada milímetro que avanzaba en su interior. Jugó un poco con ella y la mordió después, con dulzura, pero a la vez animándome a sacarla. Besé sus ojos y deslicé seguidamente mis labios por su cuello, mordisqueándolo hasta alcanzar el lóbulo de su oreja.


-Estás para comerte -le susurré al oído. Mis manos acariciaron su nuca y sus caderas. Noté mi pene erecto, oprimido por el traje de baño. Lo liberé, dejándolo vagar entre sus muslos. Al intentar bajarle el tanga, me sujetó la mano.


-Aquí no, por favor...


-Pero Sonia; si estamos solos.


-Ya sabes que me corta hacerlo así...pueden vernos.


-¿Y qué hago con esto?- le pregunté señalando una verga a punto de estallar.


-Si quieres te hago una paja.


-Para eso no te necesito.


-Está bien, te la chupo; pero busquemos un sitio discreto.


Siempre me ha fastidiado su exagerado sentido del ridículo, sobre todo en ocasiones como ésta, en que la belleza del acto y la espontaneidad del momento deberían superar cualquier barrera, cualquier preocupación por algo ajeno a nuestro propio escenario, a nuestras sensaciones. Hemos discutido mucho por ello, demasiado. Le he recordado a veces que de solteros lo hacíamos en los lugares más inusuales; donde dictara el momento, donde acuciara el deseo. Quizás éste era entonces más poderoso que sus miedos. O tal vez ya no disfrute tanto...qué sé yo. El caso es que en diez años de matrimonio, sólo en una ocasión hemos hecho el amor de esa manera: con peligro de ser sorprendidos. Y fue precisamente en una playa, entre las dunas. A pesar de la emoción, resultó más bien decepcionante, pues ella se mantuvo tensa y distante durante todo el acto. Creo que incluso le hice daño. Con el tiempo me he acostumbrado -qué remedio- a estos reveses. De vez en cuando se compadece y soluciona el "problema" a su manera. Una buena manera, para salir del paso.


Cruzamos la playa en dirección a unas rocas suficientemente altas y estratégicamente ubicadas para que ella se sintiera segura.


Se arrodilló ante mí y me bajó el bañador hasta las rodillas. Mi pene apareció duro y altivo, deseoso de secarse bajo un sol que lo acarició con fuerza todavía, pero más deseoso aún de humedecerse con la tibia saliva de su boca. Lo sujetó con una mano e inició una serie de besos y leves mordisqueos en toda su longitud. Jugó con el glande entre los labios, mientras lo lamía con la punta de su lengua, dejó que penetrase de improviso en su boca y lo aprisionó por la corona succionándolo acompasadamente durante un rato. Lo sacó y lo hizo resbalar sobre su rostro de lado a lado, ensalivándolo a su paso.


Esperé con ansiedad el momento en que lo introdujera de nuevo en el cálido habitáculo, pero aquel no llegaba. Le sujeté la cabeza y la obligué prácticamente a devorarlo. Se lo metí hasta la garganta y comencé un ligero vaivén, cuya velocidad fui incrementando poco a poco. Pellizcó mis nalgas, en un intento de detener mi carrera. Paré de inmediato, mas no pude evitar que mi cintura continuara contorsionándose de placer. Lo mantuvo dentro unos instantes, a la vez que acariciaba mis testículos. Después lo sacó de nuevo y empezó a masturbarme con fuerza, deslizándolo a la vez sobre su cara. Nuestras miradas se cruzaron. Pude leer una expresión de cansancio en sus ojos. Sentí la proximidad del orgasmo. Quería eyacular dentro de su boca; pero ella cerraba el camino, al tiempo que aceleraba el recorrido de su mano y hacia llegar sus dedos hasta la misma base del glande. No pude contenerme más. El semen brotó a borbotones y se adhirió a su rostro y sus cabellos.


Se sentó sobre la arena. Yo apoyé mi espalda en la roca, jadeante, satisfecho y fastidiado a la vez por no haber conseguido mi propósito.


-Me has pringado enterita.


-Si me hubieras dejado terminar dentro, como otras veces...


-Hoy no me apetecía.


-Parece que no es mi día.


-¿De qué te quejas?¿no lo pasaste bien?


-Pudo haber estado mejor.


-¡Vaya por dios!...Además de egoísta, desagradecido.


-Bueno, vamos a dejarlo, ¿vale?...


-Ya. Primero tiras la piedra y luego escondes la mano, como siempre.


Levantó su trasero y se fue, en dirección al agua, dejando detrás una estela de resentimiento. A veces da la impresión de estar amargada. Cualquier tontería le parece suficientemente importante para enfadarse. Si no estuviera tan seguro de su amor...



Si supiera que mientras se la chupaba a él, estaba pensando en otro... Me duele engañarle, pero, ¿cómo decírselo? Cómo decirle que ya no siento nada cuando hacemos el amor; que sólo me unen a él los hijos, el miedo, la seguridad... y quizás una vieja amistad, cada vez más ajada. Cómo decirle que vuelvo a estar enamorada, pero no de él; que llevo meses esquivándolo y fingiendo en cada noche inevitable; que si Javier me lo pidiese, mañana mismo haría las maletas, sin importarme nada, ni mis hijos, ni mis miedos, ni mis cosas...todo para él: el piso, el coche, el vídeo...la tele no, esa nos la regaló mi madre. Además, Javier no la tiene en su piso. Ahora mismo no la necesitamos; pero después, con el tiempo, seguro que la echaríamos en falta... Ilusa, sabes muy bien que jamás te propondrá vivir con él. No se complicará la vida de ese modo. Lleva demasiado tiempo soltero. Valora demasiado su libertad...


Pobre Juan. En el fondo no tengo valor para dejarlo. Quizá sea mejor así, al menos para él. Lo peor es que a veces me siento tan culpable, tan cínica y prostituida...como ahora. Hasta hace poco prefería hacerle un "arreglito" para no tener necesidad de fingir; pero cada vez siento más asco, no sé si de él o de mí misma...


Voy a bañarme, a ver si consigo deshacerme de esta repulsiva sensación. Mierda, me ha pringado todo el pelo.



...Pero algo le pasa. Parece estar a la defensiva, a la ofensiva más bien, esperando el momento oportuno para echárseme encima y asestarme una dentellada. A veces pienso que tal vez sepa algo; aunque es casi imposible. Siempre he tenido cuidado con mis escapadas. No recuerdo haberme tropezado con ningún conocido. Claro que a esas horas, uno ya no ve muy bien. Será mejor que lo deje durante una temporada, por si acaso. A lo peor ha descubierto mi truco. La idea de simular un terrible enfado, es formidable; pero hace tiempo que no me pone traba alguna para impedir mi fuga. Casi me atrevería a decir que lo tiene totalmente asumido, como si conociera mis intenciones y no le importase en absoluto...No, si lo supiera no lo permitiría. A no ser...


Creo que estoy recalentando mi cabeza. Si no estuviese tan seguro de su amor...


Fui en su busca. En ese momento salía del agua, con el pelo chorreando y una mirada fría, sin color, como de sombra. De repente me pareció pequeña, vulnerable, y asaltó mi memoria un recuerdo velado por el tiempo.


La vi recuperar su adolescencia. Era de nuevo aquella niña que aprendió conmigo, parece que haga media vida, a vibrar en otros brazos. Y yo con ella. Despertamos juntos del sueño del deseo y atravesamos temerosos ese pasillo oscuro y sin retorno esculpido en nuestras mentes por los gendarmes del amor. Lo iluminamos juntos y juntos comprobamos que en él no había monstruos, ni fantasmas ni ciénagas viscosas, sino tan sólo claridad, gozo, ternura...


Me sentí culpable. Culpable por no haberla ayudado a conservar su inocencia, su naturaleza soñadora, poética... Culpable de su metamorfosis, de su actual materialismo, de su infelicidad, de sus miserias, fraguadas con las mías en un único yunque, a mi pesar. Y deseé con fuerza la reconciliación, el olvido, el contacto de su piel, el calor de su abrazo, la ternura en su mirada y el perdón. Un perdón extraño, sin demasiada convicción; pero que suponía necesario.


-Perdóname... Y gracias.


-Olvídalo. ¿Vamos a recoger a los niños? Mi madre debe estar hasta el moño de aguantarlos.


-¿No te apetece pasear un poco más? Podríamos charlar un rato. Está tan hermosa la tarde...


-Vaya cara que tienes. ¿No te conformas con salir de noche y dormir la mañana? ¿También le tienes que cargar los mochuelos a tu suegra por la tarde? Además, deberías pensar un poco más en ellos, encerrados en aquel piso.¿No crees que estarían mejor aquí, con nosotros, disfrutando del sol y de la playa?


-Supongo que sí; pero... Está bien, vamos.


De camino al coche conseguí que me diese la mano. Estaba fría. La froté con las mías y se la besé. Me miró de reojo y esbozó una sonrisa. En sus ojos huidizos, la duda y el misterio; en su boca un hálito de vida, una esperanza. Creo que la amo todavía. En cambio, ella...Si no estuviera tan seguro de su amor...


jueves, 30 de agosto de 2007

damego dixit


Húmedas esperanzas en el vagón de cola...

LLUVIA





Su imagen me persigue: ella sola llena toda mi alma. Cuando cierro los párpados, distingo claramente sus ojos negros; si duermo, los veo también: siempre están allí, siempre fascinadores como el abismo.



"Penas del joven Werther"(Goethe)



LLUVIA





A través de una ventana de la vieja estación, observo desconcertado la lluvia, la misma lluvia que tanto he aborrecido siempre y que ahora me produce de improviso una sensación agradable, a pesar de caer con furia sobre el andén.


Al otro lado del cristal, el agua crea caprichosos senderos que confluyen a veces inesperadamente en un único cauce. Quizás como nosotros, pienso. Y asalta mi memoria el recuerdo de otra tarde lluviosa, también de otoñal anochecer, cuando a través de un vidrio mojado la contemplé por vez primera. María. Irradia María una luz propia que rodea su ser de un aura mágico, de inocente candor. Un rostro angelical suaviza el erotismo de sus sinuosas formas...



La veía desnudarse casi todas las noches en la habitación de aquel hostal barato, frente a mi estratégica buhardilla alquilada de estudiante. Comenzó siendo un entretenimiento casual, como había sucedido en otras ocasiones, un nuevo paréntesis a mis observaciones astronómicas, pero pronto se transformó en pura obsesión: permanecía horas enteras al pie del telescopio, de día escondido tras los visillos a la espera de una breve aparición suya en el balcón, de noche amparado por la oscuridad del cuarto custodiando sus sueños durante interminables noches de insomnio...



Tres pitidos prolongados y estridentes anuncian la inminente llegada del ferrocarril. ¿Su llegada?. Un fuerte chaparrón, apenas contenido por mi paraguas, me recibe en el exterior de la vieja estación. Mi corazón late sin control y una oleada de ansiedad inunda mi interior...



Lo mismo que sentí aquella mañana, enmarcada también por una densa lluvia, cuando escuché su voz por primera vez y sus pupilas se grabaron para siempre en las mías.


Derrotada, con los ojos enrojecidos, sus lágrimas prontas a desbordarse y empapada de la cabeza a los pies, me regaló una mirada de gaviota embarrancada desde el lado opuesto de la calle, mientras ambos aguardábamos el verde del semáforo, un verde que se obstinaba en no aparecer. Por fin se detuvieron los coches y nos encontramos en el centro de la calzada.


- ¿Puedo ayudarte en algo?-me ofrecí a la vez que la cubría con mi paraguas. Ella esbozó una sonrisa.


- Gracias. El viento...- me mostró un paraguas destrozado -Además... operan del corazón a mi madre dentro de una hora.


Las lágrimas rodaron al fin por sus mejillas. Le ofrecí mi brazo y la acompañé al hospital. Recorrimos en silencio la considerable distancia que nos separaba del mismo. Mi conciencia me sorprendió agradeciendo, por primera vez que yo recuerde, una desgracia ajena.


Mientras esperábamos el desenlace de la operación, me contó primero entre sollozos todos los detalles de la enfermedad de su madre. Después, bajo un clima paulatinamente serenado, iniciamos las confidencias. Tengo un novio en el pueblo, me dijo, pero ni a ella ni a mí nos importó. Continuamos viéndonos a diario, y a diario continué rogando que su madre no se recuperara del todo en mucho tiempo.




Nuestra amistad fue mudando,


con la lluvia como fondo,


de deshielo sosegado


a torrente impetuoso.



En aquel cuartucho inmundo,


por influjo del amor


en paraíso transformado,


sobre blancura lunar


yacimos apasionados.



Fui remanso, enredadera,


fuelle, pistola, navío,


bebí de todas sus fuentes


y desvelé los secretos


de su ser enardecido.



Alcancé la mar en ella,


y la paz, y mi destino,


y tendí mi alma errabunda


junto al coral cristalino


prisionero de los siglos.



Mas niña de pueblo era,


de horizontes amarillos,


planos y sin arboleda:


hija de la propia tierra.




Después de mucho rogar


temeroso a las estrellas


para que no sucediera,


un día me lo anunció:


su madre estaba repuesta.



En el hospital el alta


le entregarían mañana.


Retornarían al pueblo


con el despunte del alba.



Era nuestra última noche


la noche que se escapaba


desgranada entre mis dedos


como arena calcinada.



Prometí hacer eternos


barrotes de sus brazos;


sus piernas anudarme


con apretados lazos;


comer su carne roja,


beber de su saliva,


pisar sobre sus huellas


si conmigo volvía.




- ¿De qué vives, poeta?-


me preguntó evasiva.


Antes de conocerte


vivía entre tinieblas,


nutrido por las verdes


semillas de la espera.


Un amargor de bilis


con cada nueva cena,


un parto de estupores


y de ánimas en pena


como abortado aliño


de todos mis poemas.



Ahora que han madurado,


que a rojo y sabroso fruto


las semillas han tornado


y a mi corazón de luto


de serpentinas y luces


el amor ha engalanado,


vivo de tu voz, tu aliento,


del sonido de tus pasos,


de tus seductoras formas,


del calor de tu regazo;


vivo de la propia muerte


de mi infortunio pasado.


Mortalmente me herirías


si no vuelves a mi lado.



- Me espera un novio en el pueblo


con férreas manos de arado


para arrancarle a la tierra


sus frutos a manotazos,


para regar los viñedos


y fertilizar el páramo


con el sudor de su frente,


sudores de esclavo y amo.



Surcará sobre mi piel


besos de sudor y orgasmo


que sembrarán en mi vientre


nuevo sudor para el campo.



Pero habrán de ser felices


los hijos que yo he soñado,


junto al fuego en el invierno


con un pan en cada mano.-



Yo, al abrigo de la tierra


no puedo ofrecerte tanto.


Te brindo la mar inmensa


y el arrullo de su canto,


salitre de aguas inquietas,


fosforescentes estelas


que nos están aguardando


para recorrerlas juntos,


sin prisa y sin equipaje,


ligeros como la brisa,


sobre su espuma flotando.



Y si oscurece el paisaje


bajo el clamor de los truenos


y el relámpago acechante,


¿no habremos de hallar un puerto,


ancho, seguro, sereno...


que proteja nuestra nave,


abanderada de amor


atravesando los mares?



-Ámame otra vez, poeta,


disipa con tu bravura


de macho estremecedor


la niebla de mi ignorancia,


las luces de mi razón.-



Una fecha, una estación,


una cita apresurada;


en su boca una esperanza


que su mirada negaba,


en sus manos una flor,


la oscura flor de la nada.



Un paquete de esperanzadoras cartas y una escueta y definitiva nota en la última:


Paco me ha pedido que me case con él. No puedo continuar con este juego. Me estoy volviendo loca. He decidido tomar una decisión y me he impuesto un plazo para ello. Por favor, Rubén, si no bajo el domingo del tren de la tarde, olvídame. Te amo.



Las ruedas rechinan durante unos segundos, hasta que la máquina se para por completo. Los viajeros comienzan a descender. Escruto con avidez sus siluetas, sus cabellos... los rostros se desdibujan velados por la tromba de agua y la escasa iluminación. Una ráfaga de viento moja mi cara y me obliga a cerrar los ojos. Al abrirlos la veo en la escalerilla, resplandeciente, inconfundible. Me acerco a ella. Una nueva racha voltea mi paraguas y destroza las varillas . Lo arrojo al suelo, con un gesto de resignación. Ríe, como ríe el Sol tras un gran chaparrón. La abrazo desesperadamente, temiendo que toda ella sea un sueño, un sueño acuoso a punto de derramarse por el suelo. Un beso tierno, jugoso, irrefrenable...real, presagia un futuro de dicha compartida, de amor, bajo la lluvia...


miércoles, 29 de agosto de 2007

damego dixit


Porque toda experiencia es real, incluso la soñada...

MI AMOR SOÑADO


MI AMOR SOÑADO





La luna llena se desparrama por los renegridos edificios, suavizando la encrucijada de sombras y silencios. Miles de mosquitos pululan al calor mortecino de los escasos faroles, depositando heces y alientos, pisadas y revuelos sobre el cristal. Aquí y allá se asoman al pavimento gris siniestras hendiduras de rectilíneas formas con una separación equidistante. Expelen hediondas bocanadas que invitan a la náusea, en una evocación de catres sudorosos y sartenes de costra centenaria humeando entre paredes sucias, erosionadas por el tiempo y los ladridos de perros hambrientos.


Una mujer recorre nerviosa la acera en un vaivén interminable. Su bolso modula, al girar, un silbido de espera lacerante. Se para bajo uno de los faroles. Sus piernas ascienden, desde los altos tacones hasta la breve falda que apenas oculta sus nalgas, aprisionadas en cárceles de nylon de traslúcido e inquietante carmesí. Su pecho rebosante parece tratar de liberarse reventando botones y corchetes. Pechos y piernas pretenden adornar, como atributos aislados, un cuerpo de medidas uniformes en el que caderas y cintura se adivinan un único sistema de carnes flácidas y achaques celulíticos. Una mugrienta cabellera rubia salpicada de vetas violáceas, cae lacia, sin vida sobre sus hombros.


El ruido de un motor acercándose llama su atención. Sus manos retocan pelo y vestimenta en un gesto mecánicamente repetido. Al llegar a su altura, las luces de freno se encienden, a la vez que un siseo escapa a través de la ventanilla. Ella recorre la pasarela imaginaria de su grotesco desfile cotidiano.


-¡Hola, cariño! ¿damos un paseíto?- propone la ramera.


Se oye un siseo procedente del interior del vehículo.


-¡Por ese dinero ni te lo enseño! ¡Sólo se lo doy gratis a mi chulo! ¡Anda, a ver si te enculan por ahí, mamón!


-¡Y qué quieres con esa pinta, tía guarra, si deberías pagar tú para que te echen un polvo!


-¡Hijoputa, maricón, vete a metérsela a tu madre...! -Los gritos se funden con el rugido del motor al acelerar...


-¿Has visto a ése? ¿ No lo quería gratis el muy...? Oye, no creas que soy así de arisca. En realidad soy muy cariñosa. Pero qué jovencito tan guapo. Mira, voy a hacerte un precio especial, y a gusto del cliente, ¿vale? ¿Qué es lo que más te gusta, mi amor...?


Lo sujeta del brazo con una de sus manos, casi con brutalidad, y comienza a hurgar en su bragueta con la otra. Una lengua violácea asoma entre sus labios, con un gesto tan provocador como grotesco, pretendiendo despertar en él un deseo imposible. Sus largas pestañas postizas aletean torpemente, mientras sus ojos lo miran esperando respuesta. Arrugas y cansancio surcan el empolvado rostro y revelan su trágica existencia.


-Vale tío, tranquilo. Menuda nochecita...


El joven continúa calle arriba, apresurando el paso. Acerca la muñeca y pulsa la luz del digital: las once quince. Temprano aún para la cita . Su corazón se acelera al recordarla...




El canto arrullador de las olas, lamiendo las arenas, pareció cesar cuando su llanto se esparció con la brisa. Me senté a su lado y permanecí en silencio durante largo rato. El tiempo se deslizaba a la par que la arena entre mis dedos. Dejó de llorar y me miró un instante, de reojo.


-¿Por qué llorabas?


-Era una noche tan hermosa...


Al oír su voz sentí un escalofrío. Era como si una melodía tierna y fantasmal a la vez, emergiera de una sima insondable. Sus notas arrastraban tras de sí ecos cavernosos; pero la canción susurraba luz y terciopelo.


-¿Acaso no continúa siéndolo?


-Ya no es la misma. Tú la has roto.


-Lo siento. Será mejor que me vaya...-hice ademán de levantarme.


-Quédate si lo deseas...Ya no importa.


Suspiré aliviado. Hubiera muerto en ese instante si no llega a pedírmelo.


-Es tan bella tu voz...si el Mar sonara igual, me pasaría la vida escuchándole.


-Si supiera hablar no podrías amarlo.


-Si nos contara cuanto sabe...


-¿Qué ha de saber? También él es prisionero de la Tierra. Y aunque supiera, seguramente no lo entenderíamos.


-Puede que sí. Debes tener en cuenta los avances técnicos. La ciencia ha hecho posible la comprensión de otros lenguajes. Hoy en día, mediante ordenadores, se puede descodificar la información y acceder al...


-¡No, por favor! -me interrumpió con brusquedad -Me aburre la Ciencia. Y más aún sus sacerdotes. Son tan sólo una secta de vanidosos pretendiendo explicar lo inexplicable. Te cantaré una canción.


La brisa jugaba con su pelo y acariciaba su piel, recorriendo voluptuosa sus caminos. Se dejó caer sobre la arena. Sus iris se inflamaron de luz al retener la Luna cautiva en su mirada.


-El amor es un leño


Que la mañana apaga,


Al despertar del sueño


Y abandonar la cama.


El amor es un fruto


Que el tiempo hace rodajas,


Al sentir nuestra ruta


Perdida entre mortajas.


El amor es un cuenco


Que termina hecho añicos,


Al llenarse de trampas


Y de Amor ir vacío.


El amor...


No pude resistir por más tiempo la atracción de su voz...de su boca. Posé mis labios en los suyos suavemente y sellé su boca con un beso. Nos abrazamos, con ternura primero; con vehemencia después, cuando nuestros sexos, humedecidos por el goce, se acoplaron entre sí y con las constelaciones, diminutas frente a la inmensidad de nuestra dicha. Hicimos el amor durante toda la noche. Cuando las primeras luces de la aurora turbaron la quietud solemne de las sombras, sumergimos nuestros cuerpos en las frías aguas.


Juntos, de la mano, salimos del Mar como si fuera por primera vez, como si acabáramos de evolucionar de ese medio e intentáramos adaptarnos a una Tierra hostil. Sentí su silencio acariciar el mío, confirmar mi ansiedad ante el espejo. Un beso frío, impersonal; una fecha, una hora...el nombre de una calle, su número, su piso, su letra...su mirada opaca, impenetrable...su esbelta figura alejándose en el alba, su caminar sinuoso, su...


-¡Eh, no me has dicho tu nombre...!


Prosiguió su camino sin mirar atrás...




Un gato salta repentinamente del interior de un cubo de basura. El susto lo deposita otra vez sobre el asfalto.


-¿Será posible que un barrio tan oscuro pueda albergar a un ser tan luminoso? -se pregunta mientras escruta con avidez los números de los portales.


-Trescientos cuarenta y tres, trescientos cuarenta y cuatro...Pronto volveré a estrecharla entre mis brazos.


Trescientos cuarenta y siete. Entra en el portal y busca el pulsador a tientas. Su mano rastrea la pared hasta tropezar con él. La tenue luz le permite observar una cavidad desoladora. Grietas y desconchones adornan las sucias paredes que una vez fueron blancas. El ascensor está averiado. Sube por la escalera, con el temor de que la luz se apague de nuevo.


-Sexto B, sexto B- se repite una y otra vez, tratando de bloquear sus pensamientos, de ahuyentar el miedo , el deseo de huir escaleras abajo y abandonar aquel barrio siniestro.


-Necesito llegar hasta su puerta. Seguro que a su lado cambia el escenario. Cada vez me parece más increíble que ella viva aquí.


Llega al fin, fatigado por la carrera. Pulsa el timbre . La puerta se abre poco después, con un leve chirrido.


-Perdón, me he equivocado.- Un extraño personaje aparece ante él, con su cuerpo embutido en un albornoz y la cabeza en una toalla, irreconocible bajo aquella penumbra propia de un velatorio.


-No, pasa; soy yo. ¿Has venido corriendo? Todavía es temprano. Acabo de salir de la ducha. En seguida termino de arreglarme.


Su voz le suena metálica y lejana, totalmente distinta. Lo introduce en una pequeña sala contigua a la cocina. Un repugnante olor a aceite quemado y tripas de pescado llega hasta allí.


-¿Has cenado ya? Estoy friendo sardinas; si te apetecen...


-No, gracias, ya he cenado -le contesta, hambriento y asqueado a la vez.


-¿Quieres tomar algo?


-Eso sí. ¿Qué tienes?


-No mucho, pero te voy a servir un licor preparado por mí. Espero que te guste; es afrodisiaco.


-Pon otro para ti - le sugiere con picardía.


-A mí no me hace falta. Espera un poco y verás...


Pincha un disco y se va a cenar. Ruidos de platos y cubiertos acompañan la triste melodía a ritmo de blues. De vez en cuando echa un trago de aquel licor azul, dulce y excesivamente espeso. Prende el tercer cigarrillo. El tiempo se le antoja anclado en alguna sima insondable ...Sin embargo, aún sigue llorando la voz de la cantante.


Aparece en el umbral, velada por el humo, con una mano apoyada en el marco y la otra sobre su cintura desnuda. Se aproxima con lentitud. Cuando su cuerpo comienza a dibujarse, se queda perplejo: Todo él es una masa absurda, sin formas ni ataduras. Su rostro, surcado por arrugas centenarias, da la impresión de haber sufrido horribles quemaduras. Lo mira con descaro, deslizando su lengua entre los labios en un gesto de lujuria delirante.


-Es una broma, ¿verdad?...Tú no eres ella.


-Soy la misma que amaste durante toda una noche en la playa desierta.


-¡No puede ser! La otra era hermosa, escultural. Tú, en cambio...¿Quién eres?¿Qué relación tienes con ella?


-Yo soy tu amante. Soy como tú me creas. Tú me das forma y plenitud. Soy tan sólo un espejo que refleja tu imagen, tu mundo y tus deseos.


-Me estás tomando el pelo. Yo sigo siendo el mismo y amando la belleza. Eres tú la deforme, no yo.


-El amor es un leño que la mañana apaga...Ja,ja,ja,ja,ja...


Se levanta, iracundo, y la zarandea como a un muñeco.


-¡¡Dime dónde está!! ¡Te juro que si le has hecho daño...!


Sus fuerzas lo abandonan de repente, invadido por una extraña sensación de ingravidez. Se siente flotar, transportado por la risa de aquella mujer.


-Amor mío, seré tuya de nuevo...- le hunde sus desdentadas y babeantes encías en la boca.


Al vomitar recobra la lucidez. Unas repugnantes flemas azuladas salpican el rostro de ella. Advierte que le ha drogado. Sale tambaleándose del cuarto . La risa brota nuevamente desde algún rincón extraño, lejos de la razón. Recorre un pasillo interminable hasta alcanzar el pequeño hall. Al pasar frente el espejo recuerda sus palabras y no puede dominar la tentación de mirarse. El reflejo lo deja petrificado.


-¡Es su cara, es mi cara...!


Por fortuna, su pánico es superior a su asombro. Con gran esfuerzo, desvía la mirada, abre la puerta y sobrevuela, sin saber cómo, los peldaños que le conducen a la calle.


-¿Cómo he podido transformarme en eso?...- se palpa el rostro con sus manos- ¡Pero qué tontería! Deben ser los efectos de la droga, de aquel licor nauseabundo...


Vuelve a notar una sensación rara. Se siente subir, subir, subir...




Debido a la huelga de azafatas, no se ofrecen bebidas a bordo del avión, a excepción de los whiskys que el propio comandante de la nave sirve a los pasajeros. Como éste es el único miembro de la tripulación, necesita conectar el piloto automático para desarrollar su caro servicio: quinientas el sencillo y novecientas el doble, hielo aparte. En una de sus pasadas le pido uno doble. Reclino el asiento y me dispongo a leer cómodamente un periódico. De improviso una cálida mirada se posa en mi bragueta. Le guiño un ojo. A mi lado hay un asiento vacío. Me hace una seña para comprobar que puede ocuparlo.


-¡Cómo no! Será un placer viajar con usted.


Abandona su asiento y se encamina hacia mí, con sus ciento ochenta centímetros de morenas y arrogantes curvas coronadas por un ensortijado cabello negro.Me gustaría ser tu churro, pienso. Parece un gran tazón de chocolate desbordándose a mi lado.


-¿Speak english?


-Yes -le contesto, mostrándole el "Times" en posición inversa. Sonríe, alardeando de una interminable fila de buen marfil africano. Sus labios permanecen entreabiertos, insinuantes, provocando en mí un deseo incontenible de introducirle "algo" en su interior.


Le meto la lengua hasta la tráquea y sin pensarlo dos veces comienzo a acariciar sus muslos, desnudos bajo la exigua minifalda. Los separo levemente, para permitir que mi mano alcance su entrepierna. Sus bragas están húmedas.


La llegada del comandante con el whisky paraliza la escena. Lo derrama torpemente sobre el pecho de mi acompañante. Se disculpa, nervioso, y se ofrece a secarla con su pañuelo. Se lo prohibo tajantemente, alegando que es mío y que estoy decidido a bebérmelo de todos modos. Le pido otro y me pongo a lamer los firmes senos tras liberarlos de su escotado habitáculo. Succiono con mi boca hasta la última gota, recalando por momentos en sus erectos pezones morenos.


Cuando regresa el piloto con un nuevo doble, me entrega un vaso sucio, pringoso. Por su mano se desliza aún el blanco semen como prueba irrefutable de haberse masturbado en la cabina.


-¡Es usted un cerdo!-le increpo, y estrello el vaso a sus pies.


Ni se inmuta. Contempla a la chica durante unos segundos y se arroja sobre ella. En ese momento el aparato inclina el morro y comienza a descender, mientras el muy cabrón grita enloquecido que ha olvidado ponerlo en automático. Se incorpora para intentar llegar a la cabina; pero la inclinación del avión y su propio impulso le hacen caer de bruces contra el suelo. Al caer se clava en la sien los cristales del vaso que porta aún las huellas de su ya último orgasmo.


Perdemos altura vertiginosamente. Los pasajeros gritan histéricos, insultándose unos a otros. Ella aferra mi mano y me mira con una mueca de desesperación retorciendo su rostro. Clavo mi mirada en sus ojos y, arrebatado por la pasión, le propongo morir follando.


-¡Please!¡Please!


Se coloca de espaldas, con la cara apoyada en el asiento delantero, ofreciéndome la inmensidad de sus nalgas. Deslizo apenas unos centímetros su falda y admiro en toda su plenitud un paraíso azabache, blanqueado levemente por unas trasparentes y diminutas bragas de seda. Se las bajo de un tirón y sin más preámbulos le introduzco mi verga hasta las bolas, ávido de lucha y de placer.


El avión baja y baja mientras yo subo y subo. Nuestros gemidos se pierden entre el griterío común de la desesperanza. Cada vez que arremeto contra su culo, me acerco un poco más a la explosión. Mi boca reseca contrasta con la humedad de su sexo, tentándome a bajar para libar sus jugos; pero el tiempo apremia, de modo que olvido mi sed y acelero el ritmo en la recta final, consciente de que es mi última carrera. Muy cerca del final, cuando ya puedo distinguir los árboles a través de la ventanilla, me disperso en un orgasmo cósmico.




Una sensación de vértigo cruza sus entrañas y lo devuelve a la calle, concretamente al interior de un portal. La misma puta que había repudiado antes, está a punto de terminar el trabajo, con su pene en la boca. Relame el esperma hasta la última gota y le exige que le entregue el dinero. Paga lo requerido y sale del portal, totalmente desconcertado.


-¡Vaya globo que llevas, tío. Mejor te vas a casa...!


Desanda su camino, calle abajo, vacío y desolado, intentando poner en orden sus ideas para encontrar alguna explicación racional a lo que le está sucediendo. Le resulta imposible concentrarse, pensar con claridad. Abandona la lógica y centra toda su atención y su esfuerzo en salir cuanto antes de aquel maldito lugar.


Camina durante mucho tiempo, hasta que al fin el horizonte de hormigón se abre ante él. Comienza a percibir el olor del mar y atisba sus latidos. Mas sólo al contemplarlo desde el muro que rodea la playa, se convence por completo de la realidad de sus vivencias.


Desea hundir sus pies en la arena y dejarse envolver por el arrullo del mar. Pasea por la orilla fundiéndose con él, con su paz. De pronto llega a sus oídos un murmullo conocido, y anhelado también. Se sienta a su lado, en silencio. Pronto cesa su llanto.


-El amor es un leño


Que la mañana apaga.


El amor es un sueño


Que navega tu almohada...


Al despertarse nota una humedad viscosa en la entrepierna, adherida al pijama. Se dice, recordando:


-Mañana recorreré de nuevo aquella playa...