miércoles, 28 de noviembre de 2007

EUTANASIA

EUTANASIA

...

Vivir deprisa.

Y antes que sea tarde,

antes de que la vida

te llene de amargura y desencanto

el corazón,

salir despacio por la puerta trasera,

sin llamar la atención,

y esbozar, eso sí, una última sonrisa

para pedir a gritos la eutanasia,

"¡¡Viva la Eutanasia!!",

ahora que estás a tiempo

de gritarlo con fuerza,

antes que la decrepitud

de tu espíritu

te haga rogar un día más

sin esperanza:

morir con dignidad.

hermann hesse dixit


Sólo se está intranquilo mientras aún se tienen esperanzas.

domingo, 25 de noviembre de 2007

damego dixit


AMORDES

Rumor de fuente que de la tierra brota.



Estrépito sonoro de embravecidas ondas.



Navegación silente en cauce serenísimo.



Pronto umbrío remanso, inquietante mutismo.



hermann hesse dixit


Cuando alguien busca, puede ocurrir fácilmente que su espíritu sólo vea el objeto que busca y no sea capaz de encontrar nada ni de admitir la entrada de ninguna otra cosa en sí mismo, porque sólo piensa en lo buscado, porque tiene un objetivo y está poseído de él.
Buscar es tener un objetivo; pero hallar es ser libre, estar abierto, no tener una meta.

damego dixit


Se adivinaba en ella esa lascivia visceral que estremece la libido para acabar cediéndole al deseo cualquier parcela que antes habitara la razón.

hermann hesse dixit


No tenemos que empezar por atrás, por las formas de gobierno y los métodos políticos, sino por delante, por la construcción de la personalidad, si queremos volver a tener espíritus y personas que nos garanticen un futuro.

sábado, 24 de noviembre de 2007

damego dixit


MANUAL DEL VENDEDOR EN CRISIS


No es el trabajo lo más fastidioso. Si he de serles sincero, les diré que es por la gente: personas extrañas a las que debo estrechar la mano, acompañar, sonreir, resultar agradable, adular su ineptitud o su mal gusto... mentirles, manipularlas, embaucarlas, venderles algo que no desean, robarles a veces...

hermann hesse dixit







Una y otra vez se aferra uno a las cosas a las que ha tomado cariño y piensa que se trata de fidelidad, pero es sólo pereza.

viernes, 23 de noviembre de 2007

ELOGIO DE LA LOCURA


ELOGIO DE LA LOCURA


...




He volado sobre el nido del cuco, aquí, en la puta calle, donde cualquiera puede ser acusado de estar loco. Pobre de ti si no reúnes atributos suficientes de egoísmo, razón y mezquindad. Pueden encerrarte para siempre. En nombre de la verdad absoluta, el orden establecido y las ciencias exactas. Estúpidos gendarmes. Piensan que el caos se puede controlar. ¿Acaso puede alguien impedir la formación de una galaxia, el enfriamiento de una estrella, la erupción de un amor...?


...


He volado sobre el nido del cuco. Aquí, en la puta calle, he visto cuerdos de atar caminar hacia suntuosos despachos urbanícolas donde diseñan planes de exterminio masivo. Guerra limpia. Ya no mueren soldados. Ya no sufre un cobarde oculto en la trinchera, opositor a loco, carne psiquiatrizable. Aviones invisibles pintan de gris el cielo a velocidad sónica desparramando heces letales con espantosa precisión tecnolátrica. Lo pagan los impuestos de aquellos que aborrecen la guerra en casa propia. Estamos tocando techo, en el gran pozo de mierda que sabiamente hemos levantado sobre nuestras cabezas. Damocles era un memo con lo de las espadas. Nosotros sí sabemos hacerlo.


...


He volado sobre el nido del cuco y he visto a la gente corriente huir despavorida de sí misma en busca de alguna cosa que llevarse al altar. Adoratrices de la materia prima, los laberintos de silicio y el desarrollo insostenible del sistema bursátil, los moradores de los barrios altos de la aldea global derraman lágrimas y risas apasionadamente mientras devoran palomitas de maíz en cómodas butacas al ritmo del silbido de las balas en la pantalla grande, protectora, infranqueable, el enemigo no puede detectar nuestra presencia en la confortable sala climatizada, con cinemascope y sonido sensurround, vívela tal como la guerra misma, siente cómo estallan las bombas a tu lado sobre la impecable moqueta del suelo firme, puedes pisar tranquilo, no llega la metralla, eso es en otra guerra de algún arrabal barriobajero, funciona la taquilla y los beneficios de las acciones sirven para pagar las bombas, las de ficción y las otras, las de la cruda realidad que mueren otros detrás de la pantalla.


...


He volado sobre el nido del cuco. Desde la pobreza más absoluta, como dijo Groucho, continuamos ascendiendo hasta las cotas más altas de la miseria, guiados por un racionalismo rapaz que justifica cualquier medio empleado para lograr un único fin al que nombramos progreso, desarrollo, civilización. La paz justifica la guerra es la más absurda paradoja proclamada por el cinismo humano desde que estamos aquí, desde que hollamos esta Tierra herida, saqueada en nombre de ese mismo fin del que la ciencia, la razón pura, es instrumento y oráculo a la vez.


...


No existe escapatoria. Vigilantes tenaces del orden planetario, los gendarmes del mundo patrullan sin descanso las calles de la aldea global hasta sus últimos rincones, apagando el más leve conato de locura. No arde más fuego que el suyo, excepto el propio caos que acabará borrándolos de la faz de la Tierra.




(Este artículo pertenece al libro "Polítika nuclear", el cual podéis leer o descargar a través de la etiqueta de "enlaces" de este blog.)











hermann hesse dixit




Tu vida no se vuelve vana y tonta porque sepas que la lucha va a ser inútil.
Mucho más vana es cuando luchas por algo bueno e ideal y crees que tendrías que conseguirlo.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

EL CUARTO PODER (fundamentalismo sanitario)

EL CUARTO PODER (Un planteamiento del fundamentalismo sanitario)

...

Imaginaos que este cuarto poder, que nada tiene que ver con la prensa, a no ser el cómplice silencio que ésta guarda sobre él, tiene capacidad para neutralizar, incapacitar o "suicidar" a cualquier
ciudadano molesto, a cualquier ovejita negra descarriada del rebaño.
...
Imaginaos que se mueven puramente en la sombra, como una congregación esotérica de esas novelas de misterios judeomasónicos, artúricos, templarios que tan familiares nos son desde hace unas décadas gracias a los best seller norteamericanos y a ciertos “visionarios” europeos.
...
Imaginaos que este cuarto poder tiene los medios precisos para realizar su trabajo con total impunidad, con el apoyo económico y la connivencia ideológica de quienes desde las más altas jerarquías del poder, dirigen los otros tres poderes: ejecutivo, legislativo y judicial

...

Imaginaos que no actúan bajo preceptos legales, aunque sí consensuados entre ellos, a la hora de elegir a sus víctimas.

...

Imaginaos que esos preceptos se rigen por valores fundamentalistas, ya sean sanitarios, religiosos, morales, conservadores y rígidos como los ángulos rectos de una esvástica.
...
Imaginaos unos profesionales tan prestigiosos o bien considerados como siquiatras, sicólogos, terapeutas, asistentes sociales, educadores, oenegeros... todos ellos trabajadores sociales, ciudadanos ejemplares, tan poco sospechosos, como mano de obra del proyecto.
...
Imaginaos que un número importante de estos "filántropos" mercenarios, en busca de una raza mejor, forman parte de una red nacional para dirigir y proteger la salud física y mental, así como las buenas costumbres en un país de botelloneros, fumetas, pastilleros, cocainómanos, ludópatas, folladores compulsivos y folloneros de plaza pública donde no duerme ni dios.
...
Imaginaos que como no pueden demandarlos, ni encerrarlos en su puta casa ni meterlos en el trullo, pues deciden joderles la vida a los más "impresentables", y endilgarles un programilla psiquiátrico de choque, que los deja medio tarados e incapacitados para trabajar y llevar una vida normal, aparte los vicios y las manías.

...
Pues bien, dejar de imaginar, porque eso ya está sucediendo. La injerencia de este cuarto poder, el poder siquiátrico, en la vida pública, donde la legislación vigente no es capaz de llegar porque no existe delito tipificado en el código penal, pero sí existe un elemento que según ellos es potencialmente peligroso para el rebaño, bien por sus convicciones políticas o religiosas, sus borracheras desmesuradas o sus ligues con jovencitas un poco distanciadas de su edad, pero adultas y a veces más putas que las gallinas, por poner algunos ejemplos, ya se está realizando.
...
Existe una red a nivel nacional, la "RED ÚNICA DE ASISTENCIA SOCIAL", que escudándose en el "PLAN NACIONAL CONTRA LAS DROGAS", está derivando cuantiosas cantidades presupuestarias desde "EL MINISTERIO DE TRABAJO Y ASUNTOS SOCIALES" con la finalidad de proveer a esos elementos de los medios necesarios para el acoso y derribo de sus víctimas.
...
Esa red está compuesta por trabajadores sociales titulados, que a su vez coordinan a múltiples agrupaciones privadas, vecinales y oenegeras de cada localidad, con un potencial ingente de recursos humanos, formado por personas que de un modo u otro y por unas u otras razones están en guerra contra todo tipo de drogas, malos hábitos y desviaciones variadas del rebaño, todo ello según su particular visión del mundo y su peligrosa manera de justificar unos medios que en principio no tienen más finalidad que el mantenimiento de sus puestos de trabajo, sus subvenciones o sus megalomanías paranoides.
...
Las armas utilizadas son de origen químico: inhibidores del sueño, depresores del sistema central, simuladores de daños intestinales y genitourinarios e incluso castración química inducida mediante fuertes dolores de cabeza al realizar el acto sexual, por sobrepresión o liberación de alguna sustancia en las meninges al aumentar el flujo sanguíneo.
...
La implantación se realiza mediante dopaje previo durante alguna comida familiar o de hermandad, o en algún bar donde pares con asiduidad y ya te estén esperando. Una vez inconsciente, te inyectan diferentes compuestos en la dermis, a modo de vacunas, de prolongada disolución y con diferentes tiempos de aparición en la superficie de la piel, hasta más de un mes, dependiendo de la zona corporal y la profundidad hipodérmica de inoculación, lo cual te deja poco margen para saber en qué momento y quienes te las han introducido, a no ser que te encierres en casa y dejes de alternar y ver a la gente. Cabeza, nariz, cuello y espalda son los lugares habituales. Huelga decir que si te vas de viaje o emprendes la huida, te llevas la porquería incorporada.
...
Tu abogado te dice que no tiene capacidad para defenderte en un proceso de tal envergadura. Y tú no tienes dinero para financiarte un bufete experto en derecho médico, suponiendo que alguno deseara involucrarse, quizá por motivaciones políticas.

...
Si acudes a un hospital o a un centro clínico oficial para hacerte análisis, como ya estás en el programa, el secreto corporativo los ampara y no sacas nada en claro, si acaso alguna nota en tu expediente médico desacreditando tu cordura.
...
Si vas al juzgado de guardia, como ya están sobre aviso, no te hacen ni puto caso. Si te pones en lo peor y montas el número, puedes terminar directamente en el siquiátrico.
...
Un cuarto poder que habría que empezar a bajarse de alguna manera. Se aceptan sugerencias, comentarios y sobre todo soluciones. Cualquier día van a por ti, no lo olvides.

hermann hesse dixit


El caos tiene que ser reconocido y vivido antes de permitir que lo integren en un nuevo orden.

martes, 20 de noviembre de 2007

damego dixit


Me asomé a su mirada y creí ver en sus ojos la misma luz, el mismo brillo que irradiaban los míos...

Tan sólo era el reflejo de un ser enamorado. Sus ojos, sólo espejos.

hermann hesse dixit


Creo que no soy responsable del sentido o de la falta de sentido de la vida, pero sí soy responsable de lo que haga con mi propia y única vida.

lunes, 19 de noviembre de 2007

damego dixit




Porque al fin y al cabo eso soy yo también, eso somos todos, eslabones de una misma cadena, partícipes de una tarea común. Comprar, vender, crear, destruir... todo forma parte de un mismo fin: el Sistema.

hermann hesse dixit


La dignidad del hombre se mantiene y cae debido a su capacidad de ponerse metas en lo inalcanzable. De igual modo, su tragedia radica en que tiene en contra suya el curso y las prácticas del mundo.

domingo, 18 de noviembre de 2007

damego dixit


Una retirada digna cuando todavía eras capaz de despertar en mí ese viejo fantasma del deseo, cada vez más velado.

Hubiera sido muy triste para ti sentirte rechazada, en desuso, como un mueble viejo trasladado al desván.

Y yo me hubiera sentido culpable, acosado por el recuerdo de tu belleza arrolladora...

hermann hesse dixit


Aquel cuya personalidad no ha logrado desligarse de sus orígenes sino a fuerza de penas y luchas no propende a entregar esa libertad y responsabilidad, conseguidas a tan alto precio, a cualquier esquema, programa, escuela, tendencia o cliché.

sábado, 17 de noviembre de 2007

damego dixit




Primero nos odian a trozos por despojarles de su ególatra universo de ficción.


Después la realidad que han heredado les aplasta y terminan odiándonos del todo.


Los hijos son quienes nos confirman definitivamente que el verbo ser nada tiene que ver con el estar.

hermann hesse dixit



Quien "no encaja en el mundo", está siempre muy cerca de encontrarse a sí mismo.


Quien encaja en él, no se encontrará nunca, pero llegará a consejero nacional.

viernes, 16 de noviembre de 2007

damego dixit


MISERABLES

...

¿De qué soñado luminoso mundo provendrá la facultad innata del poeta para tornar en bella tanta miseria humana y hasta la propia mierda de quienes la propagan?

hermann hesse dixit




Las leyes y las recetas no están ahí para los individuos, sino para las multitudes, para los rebaños, los pueblos y colectividades. Las personalidades verdaderas tienen las cosas más difíciles. No disfrutan de la protección del rebaño, pero sí de las alegrías de la propia fantasía, y cuando superan los años de la juventud tienen que afrontar una gran responsabilidad.

jueves, 15 de noviembre de 2007

damego dixit


Quien se deja cazar, siempre será presa fácil.
Quien persigue, deja la caza una vez alcanzada su presa.

hermann hesse dixit




El sensato aspira al poder, aunque sólo sea para realizar el "bien". El máximo peligro radica ahí, en la aspiración al poder, en su abuso, en la voluntad de mandar, en el terror.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

MANANTIAL

MANANTIAL

...

Amor, a raudales amor,

amor y desamor en tropelía,

aun sin convencimiento,

como única esperanza,

porque el amor nos nace,

porque nos hace humanos

a pesar de derrumbarnos cada día,

a pesar de vaciarse en nuestras manos,

torpes manos que asir jamás podrán

su talle de inmáculas espinas.

...

Amor, a raudales amor,

o desamor al fin,

porque es lo más parecido a la belleza,

al enigmático silencio de las horas muertas,

al seductor abismo de la nada,

a un manantial de luz en tu mirada.

...

Amor, amor,

porque el amor nos salva.

hermann hesse dixit


Sólo en la guerra se permite matar, porque en ella nadie mata por odio o por envidia, en interés propio, sino que todos hacen lo que la comunidad exige.

martes, 13 de noviembre de 2007

damego dixit


Lo malo de cambiar a alguien que quieres es que una vez terminado el trabajo puede que no te guste y dejes de quererle.

EL SEXO CON/BOCADO

EL SEXO CON/BOCADO

Por la geografía de tu cuerpo

me gusta demorarme en tus alturas,

sentir cómo me va ganando el vértigo,

perderme por tus valles y colinas,

tus humedales todos recorrer

como perro sediento de tu sed,

en uno y otro entrar y merodear

a galope tendido, a trote lento

fundirme con tu abrazo muy adentro,

penetrar tus abismos y encontrar

que la vida es tan sólo este momento,

enredado en tus aguas y en tu pelo,

luminaria de amor que se desboca

por el filo profundo de tus labios

que complacientes lamen y devoran

desde el escroto hasta mi verga toda,

así es que me derramo en tu garganta,

inundación de limos y fragancias,

tibia simiente, receptáculo ardiente,

ríe tu piel el sueño que me quiebra

la voz, el ansia de alcanzar la muerte

por la geografía de tu cuerpo

que desvela en cada surco un verso

y una canción que como río mana

desde lo más profundo de tu vientre.

hermann hesse dixit


Para mí ya no hay más "patria" ni ideales, eso es todo decoración para los señores que preparan la siguiente matanza.

lunes, 12 de noviembre de 2007

LA CARICIA MAS ALTA

LA CARICIA MÁS ALTA

A través de los pliegues de tu vulva,

promisora de lúbricos placeres,

he alcanzado las grutas de tu carne

y acariciado sus sedosas paredes.

Anhelantes arenas de tu vientre

que esperan implacables la marea

de altas olas y cálidas corrientes

que te lleven cual nave voladora

hasta las mismas puertas de la muerte.

He visto navegar en tu mirada

la misteriosa barca de Caronte

mientras ávidos dedos te surcaban

y atravesar fugaz el horizonte

en busca de la noche constelada

hasta alcanzar la paz tras el derroche

de incontrolables furias desatadas

por el mágico fluir de los ardores

que el deseo en tu cuerpo derramaban

y abrasaban mis manos como soles.

hermann hesse dixit


No cabe tachar de atávico el patriotismo y al mismo tiempo ser miembro de boleras o peñas de escritores.

sábado, 10 de noviembre de 2007

damego dixit


PERSONES

...

Las hay que luchan un día,

las hay que luchan un año

y las hay que luchan siempre,

hasta que las parte un rayo.

hermann hesse dixit




Entendernos podemos entendernos unos a otros, pero interpretarse sólo puede cada uno a sí mismo.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

COMPAÑERA

COMPAÑERA
...

Entre tus brazos soy quien quiero ser:

tierno presente, eterna primavera,

esencia de tu cuerpo y de tu sed

enredado en tu vida y tus quimeras.

Entre tus brazos soy y soy yo mismo,

me haces sentir que estoy y que estoy vivo,

alejado del borde del abismo

que se abre si tú no estás conmigo.

A tu lado reposa la palabra,

y hasta el viejo reloj también se para

al asomarse dulce en tu mirada

la noche por las llamas abrasada.

Caminemos desnudos por la vida,

construyamos senderos sin final,

si evitamos el miedo y la mentira

será muy fácil juntos caminar.

Caminemos unidos de la mano,

con la mirada limpia y confiada

de quienes adivinan que el destino

se forja en el camino y en la cama.






martes, 6 de noviembre de 2007

damego dixit


Y es tu piel a la tarde

un naufragio de peces,

mujer de tierra y agua,

subterránea corriente.

hermann hesse dixit


Humanitarismo y política se excluyen entre sí. Ambas cosas son necesarias, pero servir a ambas al mismo tiempo es imposible. La política exige el partido, el humanitarismo prohíbe el partido.

lunes, 5 de noviembre de 2007

damego dixit


Pudiera ser de primavera aquella tarde en que me acerqué a ti y te susurré tiernamente al oído: "tú sola puedes llenar mi corazón".

Hoy, otoño ya, tras un verano intenso mi corazón vuelve a llorar de soledad.

hermann hesse dixit


¿Nunca has advertido que yo rechazo los programas y las "orientaciones" preestablecidas, sólo porque empobrecen y embrutecen infinitamente a los hombres?

sábado, 3 de noviembre de 2007

LA CARICIA PERDIDA

LA CARICIA PERDIDA

...

La caricia perdida es un pozo sin luna donde se ahoga la vida.

El día es la distancia entre dos telediarios.

El sol sale a pesar de tanta oscuridad, luces intransitables.

Me sumerjo en la sombra que proyecta tu olvido.

Sobre mi piel reseca el lapidario frío

De esperadas caricias que habitan la memoria de mi soñar contigo:

Las horas anheladas de días compartidos

Donde el tiempo es distancia de abrazos sucesivos,

Caricias cegadoras como soles furtivos

Alumbrando la vida, señalando el camino.

La caricia perdida es un camino errado buscando su destino.

hermann hesse dixit


Esperar pasivamente en medio del fuego es mucho más difícil que atacar.

viernes, 2 de noviembre de 2007

CORTOS DE BARRIO LARGO (Edición final corregida)




... vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi oscura sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra vez el Aleph y en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo.



(El Aleph / Jorge Luis Borges)










...

EL SUEÑO

...


(A Borges)


...



No daba crédito a sus ojos. Pensó en la posibilidad de que se tratara de un sueño, una de esas absurdas pesadillas que te mantienen paralizado a pesar de apetecerte correr presa del pánico o de las simples ganas de abandonar el escenario de un mal sueño.


Palpó sus carnes, se pellizcó la piel, terminó por cruzarse la cara con una bofetada. Se sentía. Sentía el dolor, pero sabía que no era una confirmación definitiva. Recordó cómo en su juventud una espada le había atravesado el pecho en mitad de un duelo y cómo al despertar aún permanecía el dolor, como si en verdad el metal le hubiera desgarrado a su paso el corazón.


Desvió su mirada hacia la puerta. Plomo. Sus piernas parecían bañadas en plomo, incapaces de obedecer sus órdenes. El más leve movimiento suponía un esfuerzo hercúleo. La ventana estaba más cerca. Una luz sucia, gastada, de crepúsculo abortado por oscuros nubarrones invernales se colaba a través de los cristales empañados. Hacía calor. Un calor sofocante, vegetal, se extendía por todo el salón desde la chimenea francesa iluminando la estancia con una luz rojiza que confería a su arrugado rostro un matiz sanguinolento.


No deseaba hacerlo, pero tampoco podía evitarlo. Una fuerza superior a la suya parecía obligarle a mirar hacia él una y otra vez, seducido por la curiosidad y por la perplejidad de su visión. Y de nuevo el horror, de nuevo el vértigo, la velocidad a pesar de sentirse anclado, clavado al piso de la habitación por unas piernas que se negaban a responder a su impulso de huir despavorido, unas piernas que a duras penas le permitían acercarse lentamente, sin fuerza ni control, a la ventana.


Le miró fijamente a los ojos, con todo el odio de que podía ser capaz. No cabía duda. Era él. El mismo brillo de escéptica ironía en la mirada. El mismo gesto autosuficiente y retador que cuarenta años atrás le saludaba cada mañana en el espejo al afeitarse, palpitaba ahora frente a él bajo el resplandor hiriente de las llamas. Se llevó instintivamente las manos a la cara y recorrió los surcos de su decrepitud con las yemas de los dedos. Se sintió viejo. Y cansado. Terriblemente, enfermizamente cansado. Lanzó señales de socorro hasta alcanzar desde su mente las fibras más alejadas y adormecidas de su organismo y en un acopio colosal de voluntad para abandonar el sueño, logró alcanzar la ventana y arrojarse al vacío. En su caída pudo oír las estridentes carcajadas de su joven visitante resonando sin piedad en la sala.


Al amanecer lo encontraron ensartado en la verja de la antigua mansión señorial, con el corazón atravesado por una de las lanzas.


...





MARCHA ATRÁS




Silverio Ronda no se volvió loco aquel lunes, pero su mirada perdida en el vacío presagiaba el inicio de un viaje hacia la irremisible destrucción de su cordura.


De nada le sirvieron las huecas palabras de consuelo: “fue el destino, tú no tienes la culpa”; “qué le vamos a hacer, la vida continúa”; “tienes que reponerte, piensa en tu mujer y en tu hijo”...


Se replegó durante días en un desesperante mutismo y también durante días su único alimento fueron las terribles escenas que poblaban su mente, día y noche, sin permitir siquiera que una hora de sueño aliviara su dolor.


Como en un “videoclip” reproducido fotograma a fotograma circulaba una y otra vez por su cabeza la película sin posibilidad de ser rebobinada. No había marcha atrás. Sin embargo ahí estaba la palanca de cambios en su mano, el inconfundible sonido de la marcha atrás, el autobús escolar que comienza a moverse en el patio del colegio, una cara enganchada por la rueda trasera, ésta que pasa irremisiblemente sobre la cabeza de un niño, los gritos de los compañeros que jugaban con él unos segundos antes, a la salida del colegio, el vuelco al corazón, la apresurada bajada del vehículo, la cabeza aplastada de un niño de cinco años, la misma edad del suyo, el pánico, la desesperación, las lágrimas y finalmente la mirada perdida en el vacío.


A punto estuvo de ser procesado por un delito de homicidio involuntario, pero las peligrosas circunstancias en que la empresa de transportes realizaba la recogida de los escolares, denunciada con anterioridad a la tragedia por la Asociación de Padres del colegio, implicaba responsabilidades tanto de dicha empresa como de la propia Dirección de la escuela. Unas cuantas charlas exculpatorias y el tiempo, que siempre hace el resto, acabaron con la movilización ciudadana. Y una importante indemnización económica a la familia de la víctima zanjó el asunto y lo libró de la cárcel. Lo que no pudo evitar fue la retirada de su permiso de conducir por el periodo de un año.


Al cabo de ese año y gracias a los efectos de los fármacos que consiguieron vencer su insomnio y reducir poco a poco la profunda depresión en que se hallaba, había logrado adquirir una mínima estabilidad emocional, la cual no le libraba de padecer las repetidas pesadillas con que se despertaba algunas noches bañado en un sudor frío, como de muerto. Cabezas aplastadas, deformadas, chorreando sangre bailaban en el aire a su alrededor. Cabezas tristes, cabezas furiosas, cabezas suplicantes, cabezas desternillándose de risa le rodeaban a él y a su familia en un rito macabro que siempre terminaba con la decapitación de su propio hijo a manos de un encapuchado verdugo medieval. En ese momento despertaba.


A pesar de su notable recuperación, se había transformado en un hombre huraño que rehuía a conocidos y familiares y buscaba consuelo entre las cuatro paredes de su piso del barrio, tímidamente asomado tras los visillos de una ventana o mirando más que viendo la televisión sin disfrutar siquiera con los partidos de fútbol, aquellos que poco tiempo atrás le habían hecho vibrar en el sofá y celebrar a voz en grito los goles y triunfos de su equipo favorito.


Únicamente hablaba con su mujer, a la que miraba de forma escurridiza. No habían vuelto a hacer el amor desde entonces. Su rostro tan sólo parecía iluminarse en los raros momentos que dedicaba a jugar con su hijo. Su siquiatra le recomendó que comenzara a trabajar. Necesitaba entretenerse en algo. El tiempo haría el resto.


Silverio Ronda no sabía hacer otra cosa en este mundo más que conducir. Había conducido casi de todo: andadores, triciclos, bicicletas, carritos de helado, motos, automóviles, camiones, autobuses, excavadoras e incluso un tanque de guerra porque había prestado el servicio militar en un destacamento motorizado. Y jamás había sufrido un percance, ni siquiera un rasguño en la pintura de alguno de sus vehículos.


Los motores se habían convertido hacía tiempo en la segunda pasión de su vida. La primera había sido el fútbol. Hasta el momento del fatal accidente siempre había pensado que era un tipo con estrella, que alguien velaba por él en alguna parte, pues resultaba casi milagroso -“según están las carreteras hoy en día”- mantenerse alejado de las compañías de seguros, más aún considerando que había ejercido como profesional del volante durante los últimos quince años.


A sus treinta y cinco, Silverio Ronda estaba en edad de conseguir un nuevo empleo; pero no se sentía con fuerzas para cambiar de profesión, ni tampoco para soportar los abusos de un nuevo empresario, en el supuesto caso de que alguno le ofreciera trabajo en sus actuales circunstancias. Por otro lado, la sola contemplación de un autobús le producía ansiedad y despertaba su remordimiento. Al final decidió hipotecar su piso del barrio y comprarse un flamante camión con apenas dos años de uso. Se dedicaría al transporte de mercancías por cuenta propia.


La recomendación del siquiatra surtió efecto y le permitió, unos meses después de comenzar a trabajar, reducir a mínimos el consumo de fármacos y reconciliarse con el sueño tras una agotadora jornada al volante. El negocio además funcionaba bien, lo cual le animó a renovar su crédito hipotecario para comprarse una casa afincada en las afueras. Al lado hizo construir un cobertizo donde proteger a su flamante camión de la intemperie, fosa incluida para realizar allí pequeños trabajos de mantenimiento mecánico.


Había logrado la suficiente paz consigo mismo como para recuperar la autoestima y mirar a los demás nuevamente a los ojos, incluso había renovado las relaciones sexuales con su esposa; pero no había podido deshacerse de aquella maldita pesadilla que lo despertaba todos los martes de madrugada bañado en un sudor frío, como de muerto. Una y otra vez las cabezas bailando a su alrededor, el encapuchado verdugo medieval y la cabeza de su hijo rodando en el patíbulo tras ser decapitado.


El día que Silverio Ronda se volvió loco, no tenía nada de especial. Ni luna llena ni cometas milenarios surcando su pedazo de cielo ni conjunciones astrales estratégicas, noticias a las que se había aficionado últimamente tras sucesivas visitas a magos y pitonisas de la comarca con la intención de descifrar el significado de aquella maldita pesadilla.


El día que Silverio Ronda se volvió loco era otro lunes de pesadilla nocturna, un día normal y corriente para él. No así para su hijo, pues esa tarde había librado el colegio debido a una ligera afección intestinal.


Serían las tres de la tarde cuando Silverio Ronda llegó a casa en su camión con la intención de comer. Aún le quedaban por realizar un par de portes para un supermercado del centro de la ciudad. Los almacenes estaban situados en las afueras, a tan sólo ocho kilómetros, de modo que posiblemente terminaría la jornada laboral a tiempo de ver comenzar el partido. Jugaba la selección, que decidía en ese encuentro su paso a la semifinal de la Copa de Europa. Pensaba en esto y en la maldita pesadilla que se le avecinaba un día más y en si merecía la pena o no aparcar su camión en el cobertizo, pues aunque llovía copiosamente no iba a tardar en sacarlo de nuevo. Al final decidió que para algo lo había hecho construir y se dispuso a meterlo. Introdujo la marcha atrás y pasó las ruedas a un lado y otro de la fosa, pero antes de terminar la maniobra notó que una de las ruedas traseras había pasado por encima de algo, quizás una herramienta o tal vez el balón con que su hijo acostumbraba jugar en el garaje los días de lluvia que no tenía clase.


Al llegar la esposa de Silverio Ronda al cobertizo con otro paraguas de refuerzo, lo primero que vio fue una mancha fresca y sonrosada orillada a la fosa. Gritó el nombre de su hijo, pero al no obtener respuesta se tiró bajo el vehículo. Allí estaba, en el fondo de la fosa, con la cabeza reventada. Un poco más allá aún se movía el balón que había bajado a recoger.


A su marido lo encontró poco después, sentado en el suelo al otro lado de la cochera, con la espalda apoyada en la pared metálica y su mirada perdida nuevamente en el vacío.


El tiempo hizo el resto. Silverio Ronda no regresó jamás. Se perdió para siempre entre los pliegues de su masa encefálica, en algún laberinto de imposible salida. Tan sólo unas palabras, unas pocas y repetidas palabras lo comunicaban con el mundo. Acercando el oído, se le oía susurrar de vez en cuando: “el verdugo era yo...”


...







NOCHE DE PERROS


...


Ladran los perros y la noche es más cierta.


Por fin tendremos todos


una verdadera noche de perros.


...




- Le aseguro que Dinga pasó toda esa noche conmigo, señor comisario. A Javi le gustaba escribir. El tío tenía imaginación. Eso que dejó escrito no es una carta, sino un montón de tonterías. Estaba emparanoiado con los perros... Pobre Javi. A ver si atrapan ustedes a ese cabrón. En eso sí tenía razón. A este paso nos va a devorar a todos.


- Bien, bien, puede irse; pero no salga de la ciudad. Podemos necesitarle de nuevo.


Pedro salió de la comisaría y se dirigió a casa en compañía de su perra. De camino le susurró a ésta al oído: “Oye, Dinga, ¿se puede saber cómo cojones te las arreglaste para abrir la puerta de la calle la otra noche...? Un día me vas a meter en un mal rollo. ¡¿Es que no se te puede dejar sola?!”


Dinga emitió un lastimoso lamento y Pedro la acarició con ternura para consolarla.


Mientras tanto, el comisario releía la carta o el relato o lo que fuera que Javi había terminado de escribir minutos antes de morir, escrito que posiblemente terminaría arrojando a la papelera, pues le comprometía y fastidiaba doblemente: como policía y como dueño de tres hermosos canes.




“Esta noche no he oído sus ladridos... Por primera vez en mucho tiempo camino sin mirar al suelo, sin calcular paso a paso el lugar donde debo posar mis pies, a pesar de encontrarme en el monte recorriendo un camino irregular iluminado fugazmente por una luna llena brillante como una premonición.


La vida en la ciudad no sólo se ha hecho insoportable sino en exceso peligrosa. Desaparece más gente cada día. Ningún policía se compromete activamente en la investigación, pues uno a uno los implicados en el caso son destrozados de manera salvaje, a mordiscos de alguna especie de depredador feroz. Esto es lo que anuncia la prensa casi a diario desde hace algunos meses, los suficientes para atemorizar al agente más arriesgado. De modo que muy poco se ha avanzado en la identificación del misterioso y sanguinario animal.


Al margen de esta versión oficial, circula otra todavía más alarmante, filtrada desde reservadas estancias hospitalarias, que asegura la existencia no de uno sino de un número indeterminado de carnívoros asesinos, hecho al parecer detectado durante las autopsias realizadas a las víctimas, autopsias sometidas a rigurosos controles policiales y mantenidas luego bajo secreto sumarial, supuestamente para no sembrar el pánico entre los ciudadanos: un único animal siempre parecerá menos peligroso.


La cabaña ya no queda muy lejos, pero un par de horas andando con cerca de veinte quilos a la espalda agotan a cualquiera. En un pequeño claro del bosque me libero de la mochila y me siento a la orilla del sendero.


Por encima de robles y abedules me sorprende una estrellada noche de abril. La luna me observa indiferente mientras le confío mis vivencias más inmediatas, vicisitudes de novela negra, increíbles bajo otras luces, las poderosas luces de neón que esculpen en nuestra mente una realidad tan despiadada como irrenunciable. Pedro no me creyó. No quiso creerme. Cuántas veces le había hablado de ello; la última con el más penoso desenlace. Cuántas veces le había comunicado mis sospechas, al principio casi infundadas, puros presentimientos que comenzaron a adquirir consistencia cuando decidí recopilar diariamente sucesos, comentarios y breves noticias de prensa que suelen pasar desapercibidas a la mayoría de los lectores.




Nuestras recomendaciones sobre natalidad y exterminio han sido desoídas. Las últimas estadísticas arrojan unas cifras tan reveladoras como preocupantes: La población canina se ha multiplicado por diez en los últimos cinco años. Cada hogar posee una media de tres perros, superior en la mayoría de los casos al número de personas que lo habitan. Nuestra ciudad alberga un número superior de perros al de seres humanos. El plan de limpieza para la ciudad ha resultado insuficiente. Las aceras y los parques se han convertido en verdaderos estercoleros donde la mayor parte del día resulta imposible caminar sin pisar excrementos de perro. El olor se hace día a día más nauseabundo. Los animales acompañan a sus dueños a todas partes. Los establecimientos públicos se cubren literalmente de excrementos sin que sus propietarios puedan evitarlo. Quienes se atreven a prohibir la entrada a los canes se ven obligados a claudicar rápidamente para no cerrar su negocio, presionados por el boicoteo de la clientela.


El intento de paliar el problema mediante la creación de urinarios específicos fracasó debido a su incapacidad para controlar los esfínteres. Incapacidad o negativa, nadie lo sabe con certeza a pesar de múltiples estudios realizados por prestigiosos investigadores. No logran explicarse tal degeneración, al menos a nivel biológico. Unos hablan de neurosis urbana, otros de condicionantes educativos y algunos arguyen complejos procesos neuronales, derivados de la contaminación del medio ambiente y la alimentación sintética que se les proporciona.


Lo cierto es que los buenos tiempos en que nuestro fiel amigo esperaba que lo lleváramos al parque para hacer sus necesidades, son hoy por desgracia sólo un bello recuerdo…


-¡A tomar por culo, mamones...! - Pedro apagó el televisor-. Están empeñados en enviaros a todos a la cámara de gas, pero les va a costar un huevo. No te preocupes, Dinga, no se librarán de vosotros tan fácilmente. Que aumenten el presupuesto de limpieza. Con tanto parado y lo único que se les ocurre para solucionar el problema de la mierda es incitar a la gente a exterminar a sus amigos. Que les den trabajo a los parados. Hay trabajo para todos. Gracias a la mierda de perro podrían acabar con el paro. ¡Sería un acontecimiento histórico...! Pero no, es mejor cargarse a los pobres chuchos.


Pedro miró compasivamente a Dinga, que se encontraba echada a su lado en el sofá. Ella respondió con un mimoso lloriqueo, a la vez que ocultaba su cabeza bajo las patas delanteras.


-No se puede encender la tele sin que aparezca algún cabrón sin escrúpulos hiriendo vuestra sensibilidad. ¡Estoy hasta los huevos...! Venga, vamos a dar un paseo, Dinga, necesitas distraerte un poco.


Dinga saltó a la alfombra, meneó su cola con entusiasmo y corrió veloz hacia la puerta. Mientras Pedro se vestía la cazadora, el animal arqueó su lomo y defecó en el recibidor. Su amo agitó una amenazadora mano y después sonrió meneando la cabeza.


-Bueno, lo limpiaremos luego. ¡Vamos, Dinga!


Mediodía de un sábado primaveral. Pedro recorre con Dinga la avenida, sorteando excrementos y orines de perro, camino del Parque Central, amplia zona verde con espacio suficiente para que los animales retocen e incluso puedan refrescarse con un buen chapuzón en el enorme lago artificial que contiene, creado expresamente para ellos en cumplimiento de la promesa electoral de un alcalde ya olvidado tras su osadía de prohibir a cambio, poco después de inaugurar el lago, el baño de los canes en las piscinas públicas.


La compañía de limpieza realiza su trabajo de madrugada. A las doce todavía se puede caminar sin ensuciarse los zapatos si se presta un mínimo de atención a la calzada.


Tiene una cita conmigo, en el lugar de siempre, donde nos reunimos todos los sábados por la mañana para compartir unas horas de charla mientras nuestros respectivos perros, macho y hembra de pastor alemán, corretean libres por la hierba y hacen el amor cuando Dinga está en celo. Somos amigos desde el momento en que nuestros perros se conocieron y empezaron a amarse.




Tras las inevitables paradas para permitir diferentes saludos y husmeos genitales de Dinga con sus congéneres, llegan por fin al Parque.


Arrimados al cierre de alambre de una pequeña charca, una joven pareja muestra los patos a sus perritos, dos pequeños y engalanados caniches que sostienen en sus brazos. Los dos jóvenes, parecen recién casados, se miran con cariño y disfrutan del goce de sus pequeños, que ladran y menean la colita alegremente.


Un anciano jadea al otro lado de la charca, medio arrastrado por un bello ejemplar de alsaciano que ha olfateado una hembra que no es de su agrado. Por fin el hombre suelta la correa y se sienta en el extremo de un banco, casi sin aliento. A su lado una señora de mediana edad termina de dar el biberón a un cachorro de gran danés. El perrito eructa feliz. La señora lo posa en el suelo y extrae de su bolso un bonito hueso de látex de variados colores. El chucho rueda por el campo mientras persigue y mordisquea su juguete ante las enternecidas miradas de su dueña y del viejo, que dividen su atención entre el cachorro y el alsaciano apareado con una perra de dudosa ascendencia. De vez en cuando se miran de reojo y sonríen con cierta complicidad.


Desde otro banco, un poco más próximo al lago, le hago señas a Pedro con la mano.


-¿Qué pasa, colega? -me saluda Pedro lanzando una mirada interrogativa a su alrededor-. ¿Dónde está Silbo?


-Luego te explico... ¿Cómo te va? Oye, ¿sabes a quién encontré la otra noche en el caniclub de Roy?


-¿A quién?... Tío, ¿por qué no has traído a Silbo? -insiste Pedro tras inspeccionar con la mirada las proximidades. Al fin se sienta y suelta a Dinga.


-Luego te explico... A Rosa. Me dijo que habíais terminado. ¿Por qué no me lo contaste?


-De eso hace casi dos meses.


-Pero entonces tampoco me dijiste nada. Siempre nos hemos confiado nuestros problemas...


-Bueno, tío, hay cosas que es mejor no removerlas para que no huelan. Ella me dejó y punto.


-Y no te imaginas por qué, claro.


-¡Y yo qué sé...! Se cansaría de mí; encontraría otro que le gusta más...¡qué huevos sé yo, Javi; a mí no me lo explicó...!


-Pues yo sí lo sé... Rosa te dejó por tu perra.


-¡Ya estás tú con tu jodido apocalipsis perruno!... Ella quería mucho a Dinga, se llevaban muy bien.


-No me has entendido, Pedro. Te dejó porque no le gustaba a Tano, a su mastín. Ni Dinga ni tú le caíais bien. Tú mismo me contaste que se ponía histérico en cuanto os veía aparecer. Que no podías arrimarte a Rosa en su presencia porque se moría de celos. Ella se lo tomaba a broma, pero a ti te preocupaba... ¿es que ya no te acuerdas?


-¡Sí, joder...! Supongo que Rosa no quería follar conmigo y lo usaba de escudo. De ahí a decir que Tano decidió... ¡qué mente más retorcida tienes, colega!


-¡Ya! Y es pura casualidad que ahora haya ligado con el dueño de una imponente mastín que trae de cabeza a Tano. ¿No lo sabías?


-No, no he vuelto a verla desde que rompimos... Joder, tío, no empieces tú como los de la tele... - Pedro me habló del informativo sobre los perros que acababa de ver. Cuando hubo terminado extraje del bolsillo de mi camisa los recortes de periódico que había seleccionado durante esa última semana.


-Toma, lee, es suficiente con los titulares.


“Chigrero muerto a tiros por impedir que el perro de un cliente se subiera a la barra.”


“Doberman amputa de un mordisco tres dedos a su amo.”


“Niño muere desangrado al morderle su perro la yugular.”


“Pánico en el supermercado: dos buldog asaltan la carnicería.”


“Mata a su perro y después se suicida.”


-Toma, tío, ya tengo bastante. ¿Se puede saber para qué haces esto? Tú estás mal, colega.


-Puede ser; pero es rara la semana que no recojo al menos una docena de casos. Y cada vez son más espeluznantes.


-¿Por qué no coleccionas los crímenes cometidos por nuestros vecinos? Seguro que llenarías un buen saco todas las semanas. Es lógico que sucedan este tipo de cosas. Nosotros somos muchos y ellos también. ¡Apenas si cabemos aquí, joder, ¿cómo no va a ocurrir de todo?!


-Piensa lo que quieras. Yo te lo he advertido. La calle se está poniendo fea, además de sucia. Está desapareciendo mucha gente...


Ahí viene Dinga. Verás, basta con mirarles fijamente a los ojos mientras hablas de ellos. Es como si te entendieran, como si comprendieran lo que les dices.


¡Mírame, Dinga!... Sucia perra -Dinga miró a Javi a los ojos y comenzó a gruñir-, ¿verdad que sois todos unos malditos asesinos, unos conspiradores preparando el relevo del poder en esta jungla de asfalto?...


-¡Tranquila, Dinga! -ordenó Pedro ante la evidente y peligrosa excitación de la perra. La esbelta pastor alemán cesó de ladrar, dio media vuelta y se alejó un poco.


-¿La has visto? -le pregunté.


-Todos los perros se mosquean si los miras así.


-¿Incluso el propio?... Envié a Silbo ayer a la cámara de gas porque ni siquiera podíamos mirarnos. Creo que comenzaba a odiarme ferozmente. Sentí miedo y llamé desde el trabajo al servicio de exterminio. Cuando los recibí en casa se puso como loco. Si no le echan el lazo a tiempo, me devora...


-¡¿Cómo pudiste hacer eso...?! Realmente estás loco, tío, estás para encerrar.


-No me resultó fácil; pero si no lo hubiera hecho quizás ahora no estaría aquí. O habría desaparecido un día de estos, como tantas otras personas... ¡No me jodas, Pedro, lees los periódicos, ves la tele, ¿no quieres saber lo que está ocurriendo?!... Hazme caso, deshazte de ese maldito animal...


-¡Los perros son perros, sólo eso; siempre han sido perros y siempre lo serán!... Lo que pretenden es quitarnos al único amigo que nos queda, acabar con nuestra última posibilidad de hallar afecto en este puto mundo... Mira, Javi, ya me estás jodiendo con este rollo... ¡te han lavado el cerebro, tío!


-Olvidas que yo también soy tu amigo, Pedro...


-Un amigo no hace lo que tú has hecho, tío. Dinga y Silbo se conocen desde la adolescencia. Han vivido juntos muchas horas felices. Se esperaban, se deseaban, sentían juntos. Tú has destruido todo eso. Si no querías a Silbo, podías habérmelo pasado. Yo lo hubiera adoptado con gusto. Mi apartamento no es muy grande, pero todavía cabe otro perro. No tenías necesidad de hacer algo así. Desde ahora, para mí no eres más que un loco, un loco asesino de perros. ¡A tomar por culo!... ¡Vamos, Dinga!...


Acababa de perder al único amigo que tenía. Quizá no debí sacrificar a Silbo... O tal vez había llegado el momento de emprender una nueva vida, en soledad, lejos de toda aquella asquerosa mierda de perro. Libre de los ladridos nocturnos que velan nuestro sueño, o que controlan nuestros sueños, ¿quién puede saberlo?


La Naturaleza sería mi compañera. Una compañera limpia y silenciosa. Fue un acierto desarrollar aquel curso de supervivencia. Y también comprar la cabaña. Ahora será mi salvación. He pasado allí muy buenos ratos. Siempre acompañado, es cierto, pero de un tiempo acá sólo por Silbo. Ni siquiera Pedro se anima últimamente a ir. Dinga prefiere la ciudad.


Ya no necesitaba de ningún perro que me lamiera la mano y me proporcionara seguridad. Le daría a Pedro una última oportunidad de venirse conmigo, si era capaz de abandonar a Dinga. Con él sería más sencillo adaptarse al cambio. Procuraría convencerle. Y si no lo conseguía aprendería a estar solo.




Esa misma noche emprendí la marcha, esta marcha. Cargo con la mochila nuevamente y continúo mi camino. Tras haber telefoneado a Pedro varias veces durante la tarde, sin lograr comunicarme con él, decidí buscarle por toda la ciudad antes de iniciar mi viaje. Registré cada rincón habitual y cada uno de los bares que frecuentábamos, locales provistos de reservado para perros y música ultrasónica.


Pregunté a conocidos comunes, pero nadie sabía de él ni de Dinga. Acudí finalmente a su casa. Al acercarme a la puerta percibí un desagradable olor a excrementos. Tras insistir con el timbre durante unos minutos, llegó a mis oídos el inconfundible gruñido de la perra. No escuché nada más. Traté de calmarla, pero sólo conseguí que su furia aumentase. Comenzó a ladrar como una condenada y se abalanzó contra la puerta una y otra vez. Temí que fuera a derribarla en cualquier instante, de modo que abandoné el lugar a toda prisa y no me detuve hasta encerrarme en mi apartamento.


Intenté denunciar la desaparición de Pedro a la policía, pero las líneas estaban saturadas. Cuando al fin pude hacerlo, después de un tiempo que dediqué a preparar mi equipaje y meter en la mochila todos los víveres que encontré, me comunicaron que no podían atender supuestas emergencias, pues sólo disponían de tiempo y personal suficiente para intervenir en casos comprobados.


Pedro ha desaparecido, estoy seguro. Escribo esto en la cabaña, mientras observo la luna llena a través de la ventana, brillante como una premonición... Por primera vez en mucho tiempo, esta noche no he oído sus ladridos.


Las primeras luces del alba compiten en silencio con la penumbra lunar. Oigo un rumor a lo lejos que parece acercarse con rapidez. Intento descifrar el sonido, separarlo del producido por el crepitar de la leña en la chimenea...


¡¡Son ladridos. Están aquí. Puedo distinguirlos a través del cristal. Diez o doce. Dinga viene en cabeza...!! ”


...






SUBURBIAL



Tenía que ser el capullo del Leo, sí, ese charlatán, esta vez la lió bien liada ese listillo, va de filósofo el muy imbécil, siempre dándoselas de genial y misterioso, como no tiene ni media ostia, pues de algo tiene que fardar el mamonazo, sí, fue él quien dijo que no sabemos qué cojones hacemos aquí, que sólo los niños son felices porque no saben que tienen que morir, y que los suicidas son las personas más inteligentes del planeta, los únicos...¿cómo dijo?...ah, sí, los únicos que son coherentes con la puta realidad, porque vamos a ver, dijo el enterao, ¿cómo se entiende que alguien siga soportando esta mierda si no encuentra un motivo, al menos un único motivo cada día para seguir aquí, padeciendo esto que los que viven de puta madre llaman vivir?...no sé cuánto más dijo, a mí no me marea, el muy cabrón, le tengo bien tomada la medida, es de los que te dejan toda su porquería encima del tapete y luego se van a jugar a otra mesa, menudo cuento que se gasta el tío, si midiera metro ochenta y fuera medio guapo no lo paraba ni dios, por Puerto Vanús andaría viviendo de las guiris, y de las del país, que labia no le falta, no, yo lo tengo bien calao, pero tuvo que soltar todo aquel rollo macabro aquella tarde, delante de ella, por supuesto para hacerse el interesante, seguro que si ella no hubiera estado allí no se hubiera metido tan a fondo, pero claro, tenía que echar el resto delante de la Loles, que para eso estaba supercojonuda y sabe que le iban los tíos que no usan el tarro solamente para calarse la gorra, sí, ya sé que él no sabía nada de lo que le había pasao, pero aún así... y es que yo estoy convencido de que estos tíos que van por ahí explicando lo que es el mundo y la vida y todo eso, al final no son más que unos soplapollas reprimidos que la terminan cagando toda y sólo sirven para tocarle los huevos al personal, lo que les pasa en realidad es que no saben vivir ni puta gana de aprender que tienen y se mueren así, dando por culo a todo el mundo mientras intentan explicar a otros lo que ni ellos entienden y además a quién cojones le importa... bueno, pues el caso es que la Loles estaba aquel día superdeprimida porque la habían echado del curro, ese aguarón de la tienda de antigüedades, un mafioso hijodeputa que se ha forrado en cuatro días con el relleno de las figuritas “milenarias” que recibe de importación desde Marruecos y Colombia con su correspondiente sorpresa, y sólo porque la pilló chorizándole una bolita de chocolate, nada, ni quince gramos, el julay quiso arreglarlo a su manera, pero la Loles es muy suya y no se la chupa a cualquiera, el muy puerco, con esa cara de cerdito seboso y ese barrigón que ni siquiera se la ve cuando va a mear, y por si fuera poco llega a casa después de tres días durmiendo fuera, en casa de su hermana porque su padre andaba un poco rebotado esos días, y se encuentra a su madre con la nariz rota, otro regalito de papá, esta vez porque tenía la regla y no quiso follar con él cuando llegó a la chabola borracho esa madrugada, y la vieja que me quiero morir y que pa qué me vas a llevar al hospital, hija mía, que luego tendré que denunciarlo otra vez y la próxima me rompe las piernas, que ya me lo tiene dicho, y la Loles que me pregunta qué coño puedo hacer, Gelo, me siento impotente, me busco la vida fuera de casa, no puedo seguir así, vaya mierda de vida... y me la llevé a dar una vuelta por las afueras, para charlar y distraerla un poco, ella no estaba por la labor, le tuve que meter un par de ostias, pero al final conseguí echarle un polvete rápido contra una tapia, la verdad, no me salió la faena muy bien que digamos, pero ella lloraba y se abrazó a mí y la tía es que estaba tan buena y yo le tenía tantas ganas que no me pude aguantar, joder, se mosqueó bastante, pero al final la convencí y nos fuimos a encontrarnos con los colegas, a fumarnos unos petas y lo que hiciera falta en los barracones, y claro, allí estaba el Leo con ganas de soltarle el rollo, el muy liante, y vaya si la lió, pero ya se sabe, estas cosas no pueden denunciarse, no puede uno irse a la pasma y soltarles que el puto del Leo es un enemigo público porque le come el tarro a la peña y luego resulta que te encuentras a la Loles despachurrada en la vía del tren y alguien dice que si fue un accidente, o que si el mal rollo familiar, o que si el curro es un artículo de lujo, o que si las drogas... pero yo sé muy bien que fue por él, el muy hijodeputa le comió la cabeza, sólo él tuvo la culpa, cuando lo pille le voy a cortar la lengua al cabronazo, menudo soy yo, lo tiene claro, ese ya no le come la bola a nadie más...


...


KAMORI


...







Cuando sientas levantarse


altos muros entre ti y tu horizonte


y bajo tus pies el gris asfalto


se abra mostrándote el vacío,


grita: ¡KAMORIII...!



Él te invitará a cabalgar su lomo


y posará tus pies sobre la blanda arena,


donde una Madre húmeda


lamerá tus heridas


al ritmo de la Primera Melodía.


...



(A una utopía radiofónica)

...


Nadie conoce en realidad su procedencia. Unos hablan de doradas dunas saharauis, nodrizas de algún sueño lunar de indescifrable esencia. Otros la sitúan en una isla del Índico, no registrada en las cartas oceánicas, ni siquiera en los mapas de los viejos piratas enterradores de tesoros. No faltan quienes le otorguen, al margen de "científicas" versiones, esotéricos orígenes de tibetana, satánica o extraterrestre cuna.


Sólo unos pocos, desprovistos de exhaustivos conocimientos zoológicos o enigmáticos poderes visionarios, fuimos capaces de sostener su mirada y comprender.



Cuando Leo, vigilante del Instituto de Investigaciones Biológicas, me llamó aquella noche para invitarme a conocer un fantástico camello alado, con mirada de ardilla asustadiza y jorobas como bafles de un estéreo mágico, capaz de reproducir la canción deseada, tan sólo con pensar en ella, no dudé en preguntarle dónde había conseguido la hierba.


-Te juro que no estoy colocao, Sindo. Ya sé que es increíble: no me lo creo ni yo. Pero te digo que han tocado para mí desde Serrat hasta Zeppelin, pasando por Deep Purple, Pink Floyd y El Último de la Fila. ¡Tienes que ver esto, colega...!


-No te quedes conmigo, Leo. Además no tengo ni idea de kamoris. Eso no se estudia en los libros de texto.


-Es igual. Tú eres biólogo, ¿no? ¿Pues a quién voy a llamar entonces? Es una pasada, tío. Le miras a los ojos y piensas en una canción. ¡Te juro que la oyes como si estuvieras en un concierto...!


-Todavía no terminé la carrera. Y hablando de conciertos, voy a llegar tarde por tu culpa. Hace un mes que compré la entrada para ver a Dire Strait. Sabes muy bien que actúan esta noche. Te cuelgo, Leo...


-¡No seas chungo, tío! ¿Vas a dejarme colgao?...Enróllate, ¿vale?. Después me lo agradecerás, estoy seguro. Además, el pobre animal la está palmando. Puede que no pase de esta noche. He visto su ficha. Lleva quince días sin comer, desde que lo cazaron. Le cambian el menú a diario, para probar suerte; pero lo mantienen vivo alimentándolo por la vena. Está hecho una pena, tío, tienes que verlo. Yo creo...¡que quiere suicidarse!


-Mira, no sé qué te pasa, pero ya empieza a ser preocupante. Pasaré por ahí un rato; casi me pilla de camino. ¿De acuerdo?


-Chachi, colega. Sabía que podía contar contigo. Nos vemos.


Realmente, me preocupó su voz. Sonaba eufórica y asustada a la vez. No sería la primera ocasión que me gastara una broma telefónica, el muy simpático. Al principio creí que se trataba de eso. Había intentado prorrogar un día más sus vacaciones o cambiar el turno de trabajo para asistir al concierto; pero no lo consiguió. No se resigna a perdérselo en solitario, pensé.


Sin embargo, no lo consideraba poseedor de una imaginación tan desbordante. Sin duda alguna, estaba alucinando. Diez minutos. Lo ingresaba en el hospital o lo mandaba a tomar...


Le pedí a mi madre las llaves de la vieja furgoneta y me dirigí al Instituto. Había estado allí en anteriores ocasiones, en visitas organizadas por la Universidad. Así conocí a Leo. Entablamos amistad y algún que otro sábado en que a uno le parece lo más razonable del mundo preferir alternar con los monos, lo hemos hecho juntos, durante el turno de noche.


Me abrió la verja. Aparqué frente a la entrada. Nunca lo había visto tan alterado, ni siquiera cuando se fugó Nanci, una simpática chimpancé con la que solíamos jugar. El director le concedió tres días de plazo para encontrarla, si quería conservar el empleo. Por suerte apareció a los dos, en un parque cercano.


-Pensé llamar al jefe, pero temí que me tomara por loco, o por drogata. Tú sabes que yo no... un canutín de vez en cuando y más nada, ¿eh? Y en el currelo nunca. Me da mal rollo.


-A mí me lo vas a contar... Anda, muéstrame tu bioequipo de alta fidelidad.


-Encima, con cachondeo... Qué bien estaba yo de vacaciones.


Tomamos el ascensor y nos dirigimos al sótano. Era la primera vez que visitaba esa planta. Leo me explicó que la utilizaban para "misiones" y estudios especiales. Desembocamos, a través de un largo pasillo, en un vestíbulo con media docena de grandes puertas, de esas de doble hoja, distribuidas alrededor, cada una de un color diferente.


Abrió la amarilla y encendió todas las luces. El kamori se hallaba en el centro de la habitación, dentro de una jaula de grandes dimensiones. En un lateral, equipos electrónicos de análisis, instrumental quirúrgico sobre mesas metálicas, probetas, jeringuillas, medicinas, productos químicos y todo lo referente a un laboratorio de investigación bien equipado.


-Controla esas jeringas, colega. Lo están puteando bien al pobre bicho...


-¡Música, maestro!


-No seas mamón, tío. Tómatelo en serio y mírale a los ojos fijamente. Serían poco más de las ocho cuando bajé a cambiarle la comida. Tenemos orden de hacerlo nosotros durante el fin de semana. Sentí pena y vergüenza, Sindo. Le miré a los ojos... ¡Y de repente me quedé flipao! ¡Casi una hora flipando, tío...! Y no sólo con la música...


El animal estaba echado, con la cabeza apoyada sobre sus patas delanteras. Parecía dormir. Me acerqué un poco más. Jamás había visto nada semejante. Era como un camello, pero ciertamente tenía alas, unas enormes alas de Pegaso adosadas. Sus jorobas, resplandecientes como el oro, apenas sobresalían del lomo. Toda su piel irradiaba una especie de brillo dorado.


-¡Hostias!...Qué rareza de ejemplar.


-¡Te lo dije, te lo dije!


Despertó mi curiosidad. Intenté llamar su atención, adivinar en sus ojos su estado de salud y -lo reconozco- leer en ellos algo más, si como Leo afirmaba, lo había.


-Kamoriii- le susurré repetidamente, sin demasiada convicción, pero a la vez temiendo que lo hiciera: abrió los ojos.


Creí morir. De mis cenizas, las suyas también pues fuimos uno sólo, surgieron tibias brasas que poco a poco fueron extendiéndose e incrementando su incandescente luminosidad al ritmo de aquellas melodías que en algún momento, en situaciones reales unas veces y oníricas en otras, habían hecho vibrar mi corazón, habían llegado hasta los más estériles y abismados rincones de mi alma como una lluvia fresca.


Al calor uterino de una luz ambarina que lo envolvía todo, me sentí renacer. Y renací riendo. Miré alrededor buscando a mi madre. Me encontré de nuevo con sus ojos; ojos enormes, luminosos, sonrientes de esperanza.


-¡Dame las llaves, Leo, lo estamos matando!


-¡Joder, tío, qué cuelgue! Ya me tenías preocupado. No estoy loco, ¡¿verdad?!


-Claro que no. A no ser que lo estemos los dos. De todas formas nuestro amigo necesita un par de locos como nosotros.


Casi no podía caminar. Lo sacamos trabajosamente del edificio y a duras penas conseguimos introducirlo en el vehículo.


-¿Adónde lo llevas?


-¿Todavía lo preguntas? Mira sus jorobas... ¡Ya no le quedan reservas! ¡Las consume al comunicarse, al transmitir la música!


-Ahora pienso que el pirao eres tú.


-Bueno, ya te contaré.


-¡Espera, tío, no puedes largarte así con él...! ¿Qué le digo yo al jefe? Después de la movida con Nanci, ese julay me trinca, colega. Ya me veo engordando la lista del paro.


-Tienes razón. Tranquilo, déjame pensar... Pues... la única solución que se me ocurre...


-¿Seguro que no hay más remedio...? ¡Vale, vale!... Pero no me pegues demasiado fuerte.


Forzamos el candado de la verja y le propiné un buen puñetazo en la nariz, para hacerle sangrar.


-Vaya hostiazo, tío... Está claro que hoy no es mi día.


-Lo siento, Leo. Dame quince minutos y avisa a tu jefe.


Me dirigí directamente a la plaza de toros, lugar donde se estaba desarrollando, desde hacía una hora, el concierto de Dire Strait. Ya no me importaba. Me lo hubiera perdido cien veces por una experiencia como la que estaba viviendo.


Amparados por las sombras, evitamos las hostiles miradas de quienes pudieran confundir como temible una apariencia tan extraña y escuchamos tras los muros el sonido rock de la mítica banda.


Al cabo de media hora, las gibas de mi amigo se encontraban considerablemente hinchadas. Su fuerza y regocijo aumentaron a gran velocidad. Mis sospechas eran fundadas: ¡el kamori se alimentaba de música!


Se puso en pie y comenzó a moverse dentro del pequeño habitáculo. Aquello parecía un tiovivo. No tuve más remedio que invitarle a bajar de la furgoneta.


Me miró a los ojos, feliz y agradecido. La música comenzó a cobrar en mi cabeza relieves y texturas inimaginables que me transportaron lejos de aquel escenario, hasta exóticos parajes naturales donde las notas de la banda se fundían con el sonido del viento, de las rápidas aguas de los ríos, del canto de los pájaros y de los latidos de mi propio corazón.


Vi al kamori introducirse en el paisaje, realizar unas fascinantes cabriolas en el aire y alejarse raudo después, provocando con su aleteo la melodía más maravillosa que un hombre pueda imaginar.


Dejó en el cielo una estela dorada al despedirse, una estela que paulatinamente describió este mensaje: "Adiós, Sindo, nos veremos pronto".



Siempre he amado la música; pero desde aquel día siento la imperiosa necesidad de escucharla a todas horas. En casa, en el coche, en los bares...procuro que el aire que respiro esté impregnado de notas musicales, de signos de ese lenguaje universal y abstracto.


Cuando duermo sueño melodías; he perdido el apetito y confieso sin pudor que a mi edad estoy creciendo de nuevo, uso anchas chaquetas para disimular un par de florecientes protuberancias en mi espalda y bajo mis axilas han brotado dos doradas membranas.


A Leo le sucede lo mismo. Espero que muy pronto se transformen en alas y puedan soportar nuestro peso para elevarnos hasta los más bellos e ingrávidos parajes, donde sólo el kamori es capaz de llegar...


...






ALIENÍGENAS


Es de un negro tibio, casi sombra. Vive al filo del abismo, en el acantilado, sobre los arrecifes que fueron de coral un día ya olvidado. Vigila tenazmente, con precisión saética la salida del Sol y arrodillado da gracias a un dios desconocido por el rojo incendiado de un cielo promisor: un nuevo día.


De la mañana a la noche alimenta su espera milenaria, a veces en compartida soledad, a veces defendiendo la soledad de un territorio como un lobo estepario.


Nadie sabe de él más de lo que él sabe de sí mismo: que ha nacido en un lugar extraño a los sueños que pueblan su memoria, como si ya antes de nacer hubiera sido desterrado, condenado a vivir en otro tiempo o en otro espacio diferente, inesperado.


Cansado de peregrinar infructuosamente en busca de su mundo, impotente en su lucha por adaptar el mundo que habita a su propio concepto de vivir, contempla con estoica resignación el espectáculo de su desolación, amparado tan sólo por los astros en los que se ve reflejado como en un espejo que confirma la realidad de su existencia: sus ojos le miran, fijos de estupor, a través de la inmensurable distancia.


Ve a los hombres tolerar la barbarie, la miseria y el hambre como males necesarios para un proyecto de futuro al que llaman civilización. Los ve saquear y corromper impunemente la tierra y los mares que no hace mucho tiempo nos han regalado la vida y justificarlo con algo que nombran desarrollo. Los ve enterrarse vivos en gigantescos mausoleos de hierro y hormigón, abandonar su destino en aras de un progreso cada vez más incierto y consolarse con obtener las cosas que éste deposita en los escaparates, en fratricida competencia por conseguir los más valiosos “tesoros”, tesoros que no les sirven para vivir su propia vida sino para matar el tiempo que les queda por vivir, entretenidos en ver desfilar ante sus ojos las vidas de los otros, como meros espectadores de una absurda opereta de ficción. Los ve sutilmente encadenados a oscuros planes que unos urden para otros desde lujosos despachos situados en la cima de la Torre de Babel, cumbre piramidal manjataniana. Los ve hacer del amor y la amistad un despreciable juego de intereses creados donde en vez de entregarse tan sólo se espera recibir el pago por favores prestados. Los ve adorar a falsos dioses que comercian con el cuerpo y con la sangre en nombre del amor...


Los ve y quisiera renegar de ser un hombre o renunciar al menos a morar entre ellos; pero sigue viviendo al filo del abismo, en el acantilado, con la esperanza, renovada cada amanecer, de que una estrella fugaz lo arrastre al caer la noche en su viaje.


...





ÍTACA


Aún flotaban en el aire las cenizas. El Sol era una mancha vertical y pardusca que trabajosamente irradiaba su luz a las paredes calcinadas. Caminé entre los escombros con la esperanza de hallar a alguien que me contara lo ocurrido, pero no veía ni una sola persona. Tampoco sus restos. El éxodo debía haber sido total, mas resultaba extraño que un incendio tan devastador no hubiera ocasionado víctimas, cuerpos estrellados sobre el pavimento tras saltar al vacío o aplastados durante la huida por la caída de las enormes piedras que se esparcían por doquier. Quizás habían abandonado la ciudad antes de la catástrofe, mucho antes que las primeras llamas escupieran al cielo el humo gris que todavía expelían algunas construcciones. Pero, ¿por qué? ¿qué salvadora profecía les habría alertado?


Recordé las palabras que me regaló el profeta antes de mi partida: “ No temas encontrar la ciudad destruida. Fluye hacia tu destino y alarga tu viaje todo cuanto puedas. El camino templará tu carácter y te armará de valor para afrontar el final, cualquiera que éste sea.”


Muchos años habían transcurrido desde entonces. El anciano había premonizado mi futuro. O tal vez me habló del suyo propio, del de todos aquellos que deciden un día abandonar la patria y exiliarse por vida. De cualquier modo, había acertado: apenas me afectaba el deprimente espectáculo que los dioses me habían deparado. Colmado de experiencias, forjado mi espíritu en la fragua de las pasiones más viles unas veces y más sublimes otras, ¿qué visión podría sorprenderme?. Harto de ver arder en la pira de la traición y del olvido los iconos más sagrados creados por los hombres, o condenados por ellos a vagar entre ruinas y parajes desolados, ¿qué cabía esperar más que desolación y ruina al término de mi viaje?


Me hubiera complacido, sin embargo, conocer la ciudad de mis sueños, apurar mis últimos años en ella, alcanzar en ella la paz, el descanso que ansiaba mi corazón... La curiosidad me animó a seguir caminando, a adentrarme más y más en aquel escenario inhóspito con la esperanza de localizar un confidente o al menos una pista que me proporcionara la clave de su fatal destino.


Fue ella quien me encontró. “Te esperaba, extranjero -exclamó-. Abandona tu búsqueda porque no hallarás nada ni a nadie que te permita descifrar tu tragedia. Sólo te diré que se han ido todos durante la noche y en su huida han quemado sus casas ante la noticia de tu inminente llegada.”


...





EL DISIDENTE


Pudiera parecer, a simple vista, un perdedor; pero él sabía desde hacía demasiado tiempo que no le quedaba nada que perder. Si acaso algunos sueños revueltos entre la hojarasca reseca de un otoño que negaba con terquedad la lógica rotación de las estaciones.


Su libro de familia le aseguraba mujer. Y también hijos. Era cierto. O mejor dicho, fue cierto en otra época. La mujer se tornó poco a poco esposa fiel bandera cartón piedra, ideal para paseos matutinos domingueros a brazo compartido por el parque central y cócteles nocturnos compromiso con presentación ancha sonrisa qué buena está la tía. Los hijos, ya se sabe, son quienes nos confirman definitivamente que el verbo ser nada tiene que ver con el estar.


Un trabajo cómodo, fijo y bien remunerado decidió desde temprana edad su condición burguesa. Precoz niño mimado del “Estado del Bienestar”, privilegiado obrero dentro de la colmena, había bebido, sin embargo, de las amargas fuentes del saber. Sabía. Conocía todas las trampas del Poder. Incluso aquéllas que habían atrapado su vida en la noria sin sentido de la monótona rotación estacional, preludio de una muerte anunciada antes de tiempo, antes de haber vivido su propio tiempo, a su manera y no a la manera que otros tejieron a escondidas para él, espesa telaraña, desde elevados despachos urbanícolas, configuración virtual de las celdas hexagonales para el desarrollo sostenido del Sistema.


El vasto y seductor escaparate se encargaba del resto, pero a él nunca le importó dormir sobre la hierba, quizás un poco más seca y mullida con los años por eso del endurecimiento óseo y no le vayan a joder con lo del reuma.


Tuvo algunos amigos que quizá perdió o tal vez se perdieron y otros que conservó porque jamás supieron que para él habían llegado a serlo. Amantes, sólo las necesarias: una pecho de luna playa desierta en el verano, corazón de chimenea para caldear las noches del invierno, y otra culo de sombra bajo la luz abrasadora del desierto, mira qué calor hace cómo rodamos juntos hasta el río por el cañaveral. Discreto. Muy discreto. Casi inexistente de tanta discreción.


Un día decidió dejarlo todo y lanzarse desde la confortable cima de la colina como un canto rodado por la ladera del sueño, batido por los rápidos del vivaz arroyuelo, para no dejar de rodar hasta alcanzar la mar, su más profundo sueño.


Los nombres de la mar son numerosos y casi siempre indescifrables. No sabemos si al fin nadó en sus aguas. La memoria colectiva es quebradiza, sobre todo para los finales felices. Esto nos da una pista, pero tras indagar afanosamente en las crónicas de la época y remover el desván encefálico de los mejores recordadores que con él compartieron el mismo espacio y tiempo, tan sólo podemos aseverar con objetividad y prudencia que a simple vista parecía un perdedor, a pesar de saber, desde mucho tiempo atrás, puede que desde siempre, que no tenía nada que perder.


...










EL VAGANAUTA



El vaganauta posó su cosmonave sobre el último de los mundos posibles y se dispuso a explorarlo. Una pesada electromochila a sus espaldas, de la que jamás se desprendía, le recordaba que a pesar de todo el equipamiento técnico disponible, era tan sólo un hombre, limitado, incapaz de gravitar en cualquier mundo medianamente apto para sobrevivir.


En su último viaje, otro vaganauta le había regalado, tras estrellarse su nave y poco antes de morir en sus brazos, el mapa de aquel planeta innominado, perdido en la galaxia Espérides, supuestamente cuna de los antepasados de ambos.


Ahora caminaba lenta y penosamente en busca de sus raíces, con la esperanza de hallar allí, en el último de los mundos posibles, un lugar donde reposar finalmente tras toda una vida de peregrinaje espacial.


Ya casi anochecía cuando llegó al borde de un precipicio inmenso y nebuloso. Ni siquiera en los días más diáfanos podría verse el fondo.


Desde allí contempló estupefacto a unos extraños seres alados, de fisonomía muy similar a la suya, que planeaban majestuosos sobre el siniestro abismo.


No podía tratarse de sus ancestros: él no tenía alas. Pensó que todo había terminado y sólo le quedaba rendirse al descanso de la muerte, allí mismo, en las fauces de aquella sima abierta en su último camino, bajo la luz crepuscular del último de los mundos posibles.


Dejó en el suelo su pesada carga, se desnudó y rezó una última plegaria al último dios desconocido. Fue entonces, arrodillado sobre el polvo, cuando notó que sus espaldas se abrían y daban paso a algo que brotaba de su interior...


Jamás había volado con unas alas propias. Sintió miedo, porque había recobrado un hilo de esperanza y ya la muerte no le parecía un recurso inevitable. De cualquier modo, aquél era el último de los mundos posibles y sabía por experiencia que el camino carece de retorno. Además, sus antepasados, ahora ya no dudaba que lo eran, le aguardaban solícitos y le animaban con sus cantos a saltar.


Y voló, torpemente al principio pero alegre y confiado después, al verse gravitar por sus propios medios, desnudo y despojado de cualquier equipaje.


Se sintió feliz entre los suyos a pesar del vacío, a pesar de aquel espacio desconocido y oscuro tal la propia nada que continuaba extendiéndose, como cuando era un vaganauta, bajo su vuelo alado.


...





EL HÉROE


Volaba alto. Sobre sus alas una carga de humanidad socavando sus fuerzas. Bajo su pecho un corazón profundo como el mar, salado y triste.


Bebía cada mañana de las Fuentes Sagradas del Olvido. Un caldo tibio y espeso protegía su alma, suavizaba asperezas y miserias cotidianas y le proporcionaba la energía necesaria para soportar su carga, una fuerza colosal que lo impulsaba hacia un espacio ingrávido, donde sólo el cóndor es capaz de llegar. Desde allí veía a sus semejantes tan vulnerables, tan insignificantes bajo la sombra halada de su cuerpo perfilada en las cumbres, ocultando al propio Sol, que una extraña mezcla de compasión, ternura y tolerancia brotaba en ocasiones de sus poros, para regar cual lluvia fresca los áridos rostros de los hombres.


Iba diciendo que hay playas de luz, más allá de las sombras, donde el vuelo es ligero como un soplo de brisa, donde arenales blancos incuban las semillas de hombres nuevos, carentes de equipaje.


Su mensaje era transparente como el sonido del arroyo en la roca, casi un canto, humano y divino al mismo tiempo, portador de silencios avísales convertibles en cauces de palabras no dichas, de verdades no escritas, insondables y etéreas como el Tiempo.


Al igual que los cóndores, también volaba solo. Y de su soledad nació el deseo de posarse en el suelo y caminar al lado de aquellos seres afines a su especie, de similar presencia. Viviría con y como ellos. Sería, simplemente, un hombre más.


Bajo un rojo crepúsculo de ocaso, posó sus pies sobre la hierba. Cuando plegó las alas, un sol premonitor se descolgó del cielo y dio pasa a una noche tan negra como si el día hubiera muerto en la caída.


Amaneció de nuevo, sin embargo. Al abrir sus ojos a los primeros rayos matinales acariciándole los párpados, lo primero que vio fue un cóndor planeando majestuosamente en las alturas. Se incorporó, ligero, seguro sobre la tierra firme, rebosante de ilusión y deseando pasar raudas las páginas de su nuevo destino, esta vez compartido.


Gozó con ellos y sufrió por su causa. Descubrió escenarios sublimes, de profusa emoción; pero conoció también el dolor y la desesperanza, la impotencia de la bestia enjaulada en su piel.


Las extensas y fértiles praderas, comenzaron a transformarse en cenagosos laberintos que apenas le permitían avanzar. Quiso gritar, contar lo que sentía a aquella gente, mas sólo logró articular un lamento inaudible. Cuando al fin consiguió hacerse oír, nadie le comprendió. Se quedaban perplejos, horrorizados casi, al verle arrastrarse y gritar en un lenguaje extraño.


Al cabo de un tiempo, la mayoría no se paraban ni a mirarle. Algunos, incluso aceleraban su paso, temerosos, al llegar a su altura. Otros se reían de él sin compasión, incitándole a maldecir aún más su desventura.


Se encontraba tan solo como antes, mucho más, inmensamente solo. Pretendió huir de allí, abandonar para siempre aquel paraje yermo, inhabitable, y remontar el vuelo hasta una altura tal que ni siquiera el cóndor pudiera seguirle en su viaje.


Intentó elevarse, pero el peso de su carga y de sus alas se lo impidió. Una sólida y mugrienta costra se había adherido a ellas. Un sentimiento extraño, desconocido para él, afloró en su pecho: estaba odiando, con un odio feroz, aquella carga humana que hasta entonces había sido la misma razón de su existencia. Ríos de lava brotaron de sus ojos y esculpieron en su rostro la edad de los siglos y la tristeza de la desolación.


Fraguó la masa incandescente. Una isla agreste y estéril albergaba a un ser tembloroso y burlado. No le quedaban fuerzas ni para soportar su propio peso. Posó entonces la carga e intentó alzar el vuelo. Tan sólo fue capaz de revolotear como un gorrión herido. Sintió el odio bullir nuevamente en su interior. Y tuvo miedo. Se preguntó si volvería a sentir algo diferente en el futuro. Era una sensación tan poderosa, que desplazaba o anulaba cualquier otra, una tragedia de la que ni siquiera conocía bien su origen. De verdad le habían hecho daño, pero, ¿tanto? ...


De repente se descubrió a sí mismo recordando. Era como una lluvia ácida salpicando sus entrañas, corroyendo lentamente el blindaje de su alma hasta penetrar en ella, gota a gota, y atravesarla como pequeñas dagas desgarrando a su paso. Entonces comprendió. Sus labios esbozaron una sonrisa amarga, dolorosa como una bofetada: había olvidado beber de las Fuentes Sagradas del Olvido, había olvidado... olvidar...


Jamás podría ya alcanzarlas. Estaba condenado para siempre al recuerdo. Y a llorar puentes de lava, sobre el lodo, en busca de otras islas y otros seres con quienes mitigar la hiriente mordedura de la soledad.


...





EL ANTIHÉROE



No es que Pepe Puebla desertara de la mar, sino que ésta lo escupió a tierra al ritmo de las desesperantes arcadas y mareos que le regalaba cada vez que salía a pescar en compañía de su padre y sus hermanos. No llegó a acostumbrarse. Buscó trabajo en tierra firme siendo un adolescente de familia pobre incapaz de proporcionarle más estudios que los primarios.


Y siendo poco más que un adolescente le tocó a Pepe Puebla conocer el odio fratricida que carga de puñales la mirada y mancha de sangre las manos de los hombres. Sus padres secuestrados, su hermano que se entrega para que los liberen, asesinato a manos de eternos salvapatrias, desolación, cansancio, miseria compartida...


Pepe Puebla se hartó de robar patatas en las huertas para llevar a casa algo que echarle a la boca y se alistó a la Legión para que la suya no le quitara el bocado al resto de su familia. No fue por patriotismo. Fue por hambre que se convirtió en novio de la muerte y fue por casualidad que no se casara con ella en tierras africanas. Allí aprendió dos cosas: que hay que echarle cojones a la vida cuando se nace perdiendo y que las fiebres tifoideas son peligrosas para la respiración. África le regaló una enfermedad pulmonar crónica.


Retornó a casa al cabo de diez años, se casó por la Iglesia y Dios le regaló cuatro hijos para quienes trabajó hasta la vejez dieciséis horas diarias. Bautizó a todos ellos en la fe nacional, les obligó a ir a misa hasta la pubertad y jamás les contó que una vez los vecinos de su pueblo llegaron a matarse unos a otros sin saber por qué.


No tuvo tiempo en vida de entregarse a causas elevadas, ni divinas ni terrenales. Nadie escribió sobre él más que los nombres de su familia en la esquela del periódico.


...





PABLITO FORTUNAS


Todo un tipo con suerte. Desde temprana edad comenzó a demostrarlo cuando la polio se cebó en una sola de sus piernas. Y además la derecha, lo cual fue mayor fortuna si cabe porque era zurdo de ambas extremidades, aunque en realidad nadie recordaba muy bien si ya lo era antes de sufrir la enfermedad.


Tras un largo periodo de rehabilitación, la pierna se fortaleció y todo quedó en que le faltaban tan sólo siete centímetros para llegar al suelo, nada que no pudiera solucionar un buen suplemento de madera en su zapato. Toda una suerte, pues si bien no pudo nunca jugar al fútbol con sus compañeros de colegio, tampoco necesitaría más adelante hacerse insumiso u objetor para librarse de la mili. “Tienes suerte, Pablito -le decía su papá- no tendrás que ir a la guerra si viene otra algún día; que según están las cosas...”


También tuvo suerte con los profesores. No estudiaba muy bien, pero todos sentían por él la suficiente lástima como para aprobarle a final de curso. Así fue como consiguió terminar sus estudios primarios a la edad de catorce años, como los demás chicos. Acto seguido, el cura de la parroquia, muy amigo de su madre, le consiguió trabajo en una zapatería, una zapatería que afortunadamente le quedaba a tiro de piedra de su casa.


Pasó el tiempo, y de mozo de almacén y recadero ascendió a dependiente. Y claro, con un trabajo fijo aunque mal pagado, que ya escaseaba en aquellos días, no le resultó difícil que la hija de una vecina de su tía, ya en vías de quedarse para vestir santos, lo aceptara como marido después de tres meses de noviazgo. Tampoco era cosa de alargarlo mucho, porque el mozo no conocía mujer y ya había cumplido treinta años.


Se hipotecaron en el piso que les vendió el vecino del primero, muy arreglado de precio. Toda una suerte porque el edificio carecía de ascensor. Coche no compraron, el sueldo no daba para tanto si querían tener familia. Al poco llegó el primer hijo, como consecuencia de las tediosas tardes de domingo frente al televisor, y después otro niño, éste como consecuencia de la rotura del condón, aunque al final ambos convinieron en que les vino que ni pintado porque así decidía Dios por ellos, después de llevar un año y pico pensando en tener la parejita sin llegar a decidirse debido al problema económico, como si donde comen tres no pudieran comer cuatro. En vez de la pareja se quedaron con dos varones, pero no tardarían en darse cuenta de que habían sido afortunados, pues de esa forma sólo tendrían que amueblar una habitación.


Todo hubiera seguido su curso normal si Pablito Fortunas no se hubiera cruzado en la ebria carrera de aquel “cabronazo bacaladero” que lo atropelló frente a su casa mientras cruzaba la calle para comprar el periódico como todos los sábados antes de ir a trabajar. Porque Pablito compraba el periódico únicamente los sábados, para hacerse con el suplemento de la programación televisiva semanal. Y porque Pablito, de apellido Fortunas, trabajaba los sábados a jornada completa, mientras que el “cabronazo bacaladero” que lo atropelló trabajaba también la ruta etílica de alterne los viernes noche. No obstante, tuvo la inmensa fortuna de que la pierna que hubieron de amputarle fuese la mala. Por fin se había librado del maldito calzo y además gastaría la mitad en calcetines, pensó en un momento de lucidez.


Con lo que no contaba Pablito Fortunas era con que durante su prolongada y penosa convalecencia le llegara un día la carta de despido de la zapatería, explicándole con otras palabras y muy amablemente que cojo sí, pero pirata pata palo no, que causaría mala impresión a los clientes.


En otro momento de lucidez, probablemente debido a la crisis de los cuarenta que estaba atravesando, se convenció de que en realidad era lo mejor que le podía pasar. No es que el trabajo le agobiara demasiado, pero por fin dejaría de madrugar, única cosa a la que no había logrado acostumbrarse. El piso terminarían de pagarlo con la indemnización del seguro por el accidente y la pensión de invalidez les llegaría para sobrevivir sin trabajar. Qué más se podía pedir...


Después de dormir hasta bien entrada la mañana, vería pasar los grises días del invierno desde la ventana, como si se tratara de tristes culebrones, mientras pintaba alguna tela vieja o algún recorte de madera de la carpintería de al lado. Desde muy pequeño había sentido una fuerte inclinación por la pintura, algo que nunca se atrevió ni siquiera a comentar. Y durante el verano pasearía con sus hijos por el parque cercano, apoyado en las muletas de aluminio ultraligero que por suerte le había regalado la familia del “bacaladero” con sus más sentidas condolencias.


Pero tampoco contaba Pablito Fortunas con que su mujer, una vez restablecido, le haría madrugar “para poder hacer las camas a la hora que dios manda” y “no seas vago, vete a buscarme el pan y la leche”. Los domingos, además, “mi revistita del corazón”.


Al principio le fastidiaba, pero después cayó en la cuenta de que ella tenía razón y era mejor adaptarse a su situación y colaborar en lo que pudiera en vez de ir de lisiado por la vida. Fue así, en ese intento de llevar una vida normal, como comenzó a liarse con los “parroquianos” en paro del bar de la esquina y a llegar a casa “entonadillo” que decía él o “como una cuba” que decía ella, aprovechando las escapadas para hacer los recados.


Cuando ella decidió después de un tiempo darle un domingo el dinero exacto para la compra, él ya le había tomado el gusto al tintorro con gaseosa y a la conversación con los “coleguillas”. De modo que ese día llegó a casa sin dinero, sin pan, sin leche y sin revistita del corazón; pero eso sí, con una “impresionante tajada”, que dijo él. Su mujer le amenazó con “me voy de casa” y él le espetó a ella “no, quien se va soy yo”.


Y desde entonces Pablito Fortunas vaga por esos mundos de dios, con la cuarta parte de su pensión de invalidez en el bolsillo, porque tuvo el orgullo de ceder el resto a los suyos. Y se siente más afortunado que nunca, porque a pesar de que muchos piensan que es un desgraciado mendigo, él sabe que las monedas que la gente deposita en su gorra, no sólo pagan la contemplación de sus bellas pinturas a dedo sobre el suelo, sino sirven también para lavar la conciencia de tanto y tanto hipócrita ignorante que se siente un triunfador por llevar una existencia parecida a la que él tuvo primero y que no volvería a vivir aunque al final le pusieran un lujoso estudio de pintor en el centro de la ciudad. Todo un tipo con suerte.


...




EL SEMENTAL



Amador Vergara es obrero de la construcción. Debido a que es un buen profesional y debido también, cómo no, a que “para eso siempre he tenido buena suerte”, nunca le ha faltado trabajo. Terminó los estudios primarios “a trancas y a barrancas” y se puso a trabajar “de paleta” en la primera obra que encontró.


A los veinte años se enamoró perdidamente de Rosa Martirio y como había un sueldo asegurado todos los meses, se casó con ella cuando ambos tenían veintidós. Pagaron con los ahorros de Amador la entrada de un piso, se endeudaron para quince años con el fin de liquidarlo en cómodos plazos y se dieron toda la prisa que pudieron para tener un hijo, pues ambos decidieron que cuanto primero mejor.


Amador Vergara sale de trabajar entre las siete y las ocho de la tarde, en parte porque si no está dispuesto a echar horas extra “me largan del curro, tío” y en parte porque le viene bien para pagar las letras de los muebles, la del coche y también para tomar unas copas y ahorrar un poco para las vacaciones.


Antes de nacer Paquito, regresaba a casa directamente al término de su jornada laboral, salía con Rosa a dar una vuelta hasta la hora de cenar e incluso a veces se liaban con algún amigo hasta bien entrada la noche. Pero ahora, con el bebé, Rosa no se anima a salir, porque “el humo de los bares” y “el relente de la noche”. De vacaciones tampoco irían ese año, y el siguiente “ya veremos” porque “el cambio de aires” y “piensa en mí, no seas egoísta, voy a estar todo el día esclava del niño” y además “menudo rollo, cargar con todo el equipo, no nos van a caber las maletas en el coche”. A sus padres tampoco le apetece dejárselo, primero porque era demasiado pequeño y después, cuando comenzó a caminar, porque “piensa en ellos, pobrecitos, el niño da demasiada guerra.”


Pasa el tiempo, y como no encuentra conversación con su esposa y carece, como ella, de inquietudes o entretenimientos domésticos, Amador Vergara comienza a frecuentar las sidrerías en compañía de algunos compañeros a la salida del tajo. A veces se lía un poco más de la cuenta y se le enfría la cena.


Mientras tanto, Rosa entabla amistad con Rebeca, una vecina recién separada que tiene un niño un poco mayor, de casi cuatro años. Entre partida de parchís y de brisca, ésta la pone al corriente de la mala vida que le dio su exmarido y de lo egoístas, desconsiderados y machistas que son todos los hombres, “porque es que son todos iguales, hija”.


A los pocos meses, Amador Vergara recibe de su mujer un acta de separación de mutuo acuerdo para que lo firme. La incredulidad cede poco a poco paso a la sorpresa, ésta a la ansiedad, al vacío, al dolor... y tras unas cuantas broncas descomunales, antes de volverse loco firma el papel y hace las maletas.


Rosa Martirio se ha quedado con el piso, todavía por pagar, la custodia del niño, una pensión para éste y otra compensatoria para ella pues carece de trabajo. Continúa jugando al parchís con su vecina, con la que va estrechando los lazos. No tardan en salir juntas, previamente empaquetados sus hijos con los respectivos abuelos, a probar la renovada fuerza de sus encantos algún sábado noche. Incluso hacen planes para acercarse ese verano hasta la Costa del Sol, aprovechando las escandalosas ofertas hoteleras. Por supuesto, con los niños, incluido todo el equipo.


Amador Vergara, enamorado aún de su exesposa y con la autoestima por los suelos, tardará casi un par de años en volver a mirar a otra mujer. Pero, como el tiempo todo lo cura menos la muerte y como tenía asegurados los dos tercios de su salario todos los meses, al cabo de diez años decide casarse de nuevo con una jovencita de la que está locamente enamorado.


De esta nueva unión nacen dos hijos, todo muy rápido porque ambos decidieron que cuanto primero mejor. Vuelve directo a casa al salir del trabajo, atiende a los niños “como si fuera su madre” y para entretenerse, en vez de liarse en las sidrerías, “no vaya a ser que la cague otra vez”, decide hacer realidad uno de sus grandes sueños: construir una enorme maqueta de trenes eléctricos. La instala “en la habitación que está libre de momento, hasta que crezcan los niños y podamos amueblarla, que para entonces ya habremos terminado de pagar el piso. Luego ya veremos”.


Felicia Diosdado, su nueva esposa, después de cuatro años de matrimonio, amarrada a los hijos, sin haber disfrutado la vida, comienza a despertar a sus veintisiete años y se pregunta “qué coño hago yo aquí, encerrada entre estas cuatro paredes, con un marido que pronto será un viejo y que toda su vida será un crío, más infantil que el regaliz en rollo, míralo con sus trenecitos, jugando con sus hijos como otro niño más y sin poder comentar con él más que los anuncios de la tele”.


Amador Vergara, a sus treinta y nueve años, con un nuevo acta de separación de mutuo acuerdo en la mano para que lo firme, no se pregunta si le merece la pena seguir viviendo. En lugar de eso, como ya viene de vuelta, se pregunta para quién trabajará en el futuro, si para él o para sus exmujeres y para los sucesivos compañeros de las mismas, padres circunstanciales de sus hijos. Se pregunta si su trabajo de albañil le permitirá comer todos los días del mes o deberá incrementar su sueldo partiéndose el lomo con las horas extra o mendigando por las calles. Se pregunta, al fin y al cabo, si no le hubiera venido mejor una suerte más perra con eso del trabajo. Habría engrosado desde joven la lista del paro, vivido del cuento o de la beneficencia y muerto felizmente complacido por la bondad de sus caritativos congéneres.


...




FLOR DE LOTO



“Cómo pudiste hacerme esto a mí, yo que te hubiera seguido hasta el fin”. Aprovechó la entrada de un vecino para colarse como un ladrón nocturno en el interior del portal y ahora la espera escondido en la oscuridad, en un recoveco del inmueble cercano al ascensor, con el puño izquierdo dentro del bolsillo de la cazadora y apretando en el derecho la ofrenda que ha de abrir su corazón.


El bar donde ella trabaja ya tenía bajadas las persianas metálicas cuando él pasó por la acera de enfrente y la imaginó a solas, dedicada a la limpieza del local, contoneando sus caderas, ajustadas al perfecto formato de los tejanos negros, al ritmo de la canción de Alaska que le había llegado tenue pero concisa mientras precisaba la manera de no ser visto al pasar: lo importante, por supuesto, era darle una sorpresa.


Se siente un animal herido, agazapado en la espesa oscuridad del edificio, en una situación que se le antoja cada minuto más desesperada, una situación extrema que racionalmente le animaría a salir corriendo, todavía puede hacerlo; pero tal es su determinación, lo ha meditado tanto que decide permanecer allí aguardando su próxima llegada, ha estudiado sus movimientos durante las últimas noches, desde que se enteró de su trabajo en el bar, y sabe que vendrá directamente a casa en cuanto termine de cerrar.


Rememora la noche que la conoció, en el discobar de moda esquina con Atocha, no recuerda el nombre, de espaldas, ceñidas sus caderas por aquellos vaqueros siempre negros, obsesivamente negros, moviéndolas sinuosas al ritmo que Marley dibujaba a través de los bafles. La invitó por detrás. Cuando se dio la vuelta y aceptó sonriente fundir sus cuerpos en cadencia de reggae, supo al verse en sus ojos, negros como pozos, que habría de caer hasta nadar o ahogarse en su mirada.


Cuatro años habían transcurrido desde entonces, compartiendo sus vidas en aquel ático de la calle Amadeus -“vaya nombre cabrón”, murmura ahora a la vez que aprieta con decisión su puño derecho, el puño de su ofrenda- en una armonía que se acercaba mucho al concepto que él tenía de la felicidad.


Pero hacía algún tiempo se había instalado en la casa sin invitación previa una especie de asfixiante vacío que poco a poco fue llenándolo todo hasta que casi no se podía respirar. Ya no quedaba aire para los dos. Fue ella quien había decidido marcharse unos tres meses atrás.


La recuerda haciendo las maletas “por favor no te vayas, ¿hay otro hombre en tu vida? no me hagas esto, no seas tan cruel, ¿es que ya no me amas?” y cerrando la puerta suavemente al marchar, lágrimas en sus ojos de rimel catarata “es la vida, cariño, se nos murió el amor”...


Alguien llega y enciende la luz de la escalera. “¿Será ella por fin?...”. asoma con cuidado la cabeza “...pero, ¡maldita sea, todo se ha ido a la mierda!” piensa tras advertir que viene acompañada.


Ella pulsa el botón del quinto piso. Él oye los chasquidos de lenguas vibratorias, el roce de las manos desenvainando pieles, risitas y susurros y aprieta más su puño, casi hasta hacerse sangre, mas llega el ascensor.


Sale de su escondite, ve el ascensor subir, se imagina a otro hombre sobando la turgencia de sus negros tejanos, negros como la noche, como pozos nocturnos donde se ahoga la luna, tira la flor de loto cuyo tallo apretaba férreamente en su puño sobre la jardinera de flor plastificada y se aleja tranquilo, triste como la nada, para no volver más.


...




NIEBLAS



Era sólo un muchacho, pero la vida parecía golpearle con saña y exigirle madurar a paso de gigante. Una novia perdida en algún punto geográfico de su cerebro, unos estudios imposibles de continuar, un empleo que no termina de aparecer, una familia que intenta comprenderle pero no es suficiente ofrecían todos juntos un paisaje desolador para su futuro, un futuro fantasmal que navegaba a la deriva por su mente, tan frío y denso como la niebla que lo envolvía aquella noche.


Apenas podía ver a medio metro de distancia, pero conocía bien las calles y se había lanzado a deambular por ellas con la intención de ahogar sus pensamientos en aquel fluido acuoso que ahora se le antojaba una especie de líquido amniótico contenido en un útero planetario inhóspito, casi inhabitable.


Caminaba abstraído, permitiendo a su mente vagar libremente, intentando recuperar aquellos viejos sueños e ilusiones con los que no hacía mucho había compuesto un bello mosaico para su porvenir, cuando de repente tropezó frente a frente con alguien.


Se miraron fijamente a la cara, sin hablarse, y pudo contemplar durante unos instantes el rostro de un anciano, un rostro que al separarse parecía recobrar la juventud a medida que la niebla velaba sus facciones. Daba la impresión de carecer de edad. Se asustó un poco, pero entonces resonó en la oscuridad la voz tranquila y cavernosa del hombre.


-Pareces perdido, muchacho.


-No se preocupe, conozco bien las calles.


-¿Estás seguro? -insistió el viejo.


El joven miró a su alrededor, pero tan sólo pudo distinguir las tenues manchas de luz de unas farolas que podían pertenecer a una calle cualquiera de cualquier lejana ciudad desconocida.


-Bueno, no creo haberme perdido -contestó al fin.


-No temas equivocarte, pero ten presente que existe un único camino de retorno: el de la Inocencia -sentenció el anciano-. Si lo encuentras, todo lo demás perderá importancia. Carecerás de edad. Nosotros, y no el tiempo, somos nuestros propios verdugos. Sin embargo, también podemos ser nuestros mejores aliados...


Dicho esto, el viejo continuó su camino y desapareció en la niebla.


-¡Oiga, ¿quién es usted...?! -gritó el muchacho sin obtener respuesta.


Tras unos momentos de turbación, quiso saber el lugar exacto donde se encontraba. Al dirigirse a uno de los laterales de la calle, reconoció el escaparate de una joyería próxima a su casa. Juraría haber recorrido kilómetros y sin embargo apenas había caminado unos cuantos metros.


Se miró en el cristal y creyó ver en él una cara diferente a la suya, aunque conocida. Se acercó más aún y reconoció al anciano. A medida que se alejaba volvía a recuperar su propio rostro. Sintió de nuevo la inquietud de que éste carecía de edad. Recordó las palabras del viejo y sonrió por primera vez en mucho tiempo. Jamás olvidaría aquella noche de fría y densa niebla.


...




CABALLO NEGRO



Llegaron con la noche, sobre corceles negros. Bajo la luz crepuscular atravesaron triunfantes las puertas de la ciudadela, cuyos goznes cedieron amables a su paso, e impregnaron el aire con el perfume de sus extraños cánticos.


La gente se refugió en sus casas, temerosa al principio; pero pronto corrió la voz de que no iban armados. ¿Quiénes eran? ¿qué buscaban allí? ¿qué querían de ellos?... La curiosidad los fue empujando lentamente hacia la plaza, donde se congregaron alrededor de la gran carpa que los guerreros habían instalado en su centro, resplandeciente como una luna llena. Antes de medianoche todos los habitantes de la ciudad se encontraban allí, esperando una señal, respirando una señal.


Los niños fueron los primeros. Comenzaron a cantar, en una lengua desconocida hasta entonces, bellas canciones que inexplicablemente a todos conmovían. Les siguieron los jóvenes y más tarde sus padres y sus madres y al final los ancianos entregaron también sus voces desgastadas al ritual de una música que parecía brotar de las entrañas de la tierra, de sus propias entrañas.


Entonces ocurrió: guerreros y guerreras salieron desnudos de la carpa y se mezclaron con la multitud invitándoles a cantar y a desnudarse. Esa noche vivieron como en su propio cuerpo los cuerpos de los otros. Y el alma, todas una, se sobrecogió gozosa al ritmo de las armoniosas melodías.


Al alba cesaron las canciones. Buscaron en la carpa y en todos los rincones de la ciudad amurallada. Ni rastro de extranjeros. Tan sólo aquel extraño, agradable perfume por el aire. Y los caballos, que les miraban atentos y arrogantes. Parecían decir “sube a mi grupa y conquistemos juntos una nueva ciudad”.


Y así lo hicieron. Llegaron con la noche, sobre corceles negros...


...





VIRUS


Llegaron como un virus: de invisible presencia disfrazados. Lucharon por una causa justa: un nuevo mundo, sobrevivir. Llegaron, colonizaron, se instalaron de manera eficaz sobre sus propias excrecencias. Todo lo que fueron capaces de corromper, devorar, aniquilar les sirvió de cimientos para formar su hogar.


Venían de un lugar donde la noche acampa sobre la necesaria labor de hacerse un hombre, a la luz del estío tras una primavera de fe y de piedad. No tuvieron color los juegos de su infancia. Su adolescencia un juego de aprender a matar.


Y como niños, ferozmente inocentes, corrompieron, devoraron, aniquilaron, copularon y se multiplicaron. Crearon un Gran País. Apuntalaron, sobre fronterizos cadáveres tras duelo fratricida, un ramillete de estrellas sobre un pedazo de trapo ensangrentado, sangre línea recta de abominable urgencia. Buscaron la eficacia, como un virus. Y se instalaron, rápidos y seguros, fortificados en el vértice de la pirámide y desde allí dejaron rodar sus excrecencias, reguero fácil, hasta los moradores de los Barrios Bajos.


Iluminados alquimistas, convirtieron en oro todo lo que cayó en sus manos: petróleo, silicio, uranio... Habitantes de un mundo que adoraba el dinero, su poder fue creciendo a la par que su avaricia fue un himno a propagar. Mutaciones alménicas, inexpugnables muros, sofisticadas armas... Se hicieron invencibles, como un virus mortal.


Como un virus mortal infectaron la tierra, el agua, el aire y se hicieron los dueños y señores del fuego, su único enemigo potencial. Infectaron la Vida. Contaminaron hígados, pulmones, corazones... Sobre todo cerebros, erigieron la idea del Pensamiento Único en la Aldea Global. El pensamiento, el suyo, más vale quien más tiene, depredador asfáltico, jugar para ganar. La aldea un territorio por ellos conquistado, vasallaje absoluto, sumisión planetaria, un único destino universal... Llegaron como un virus: de invisible presencia su disfraz...


...





COSMOGONÍA MICROMÁCRICA

...



Más allá de los límites de nuestra percepción


existen territorios que la razón reclama para sí,


universos que se ignoran mutuamente, donde también


se busca con desesperación esa Respuesta.


...




La radio anunciaba conversaciones de emergencia entre las dos superpotencias para tratar de alcanzar un acuerdo de neutralidad ante la desesperada decisión adoptada por las Autoridades Africanas: tras varias décadas aplicando infructuosas medidas para paliar la sed y el hambre de sus habitantes, África se ofrecía al Sistema que más garantías le diera de conseguirlo.


No se conocía en la historia de su vieja rivalidad una situación tan crítica como la actual. Consolidados definitivamente dos grandes bloques socioeconómicos, tan sólo el continente africano había quedado al margen mediante un acuerdo de no-intervención firmado cincuenta años atrás. Ninguno de los dos se encontraba en condiciones de asumir dicha anexión; debido a que ambos padecían también severos problemas económicos. No obstante, desconfiaban mutuamente a causa de los términos tan tentadores del ofrecimiento. Si uno aceptaba, dispondría de una despensa energética casi sin explotar y extendería sus fronteras hasta una delicada posición, estratégicamente peligrosa para la otra parte.


El profesor, absorto en su tarea, no escuchó una sola palabra. Dirigía un equipo de investigación encargado de construir un microscopio atómico. Un acelerador fotónico impulsado por un reactor nuclear, permitiría, a partir de los cálculos establecidos, observar la estructura del electrón y determinar su composición. El programa llevaba en marcha unos cuatro años. Durante ese tiempo habían construido varios prototipos, cada vez más potentes y de mayor precisión; pero no habían logrado traspasar la barrera del átomo. Bajo ésta el electrón se veía como un simple puntito girando alrededor de su núcleo.


Creía en Dios con fuerza cegadora; pero necesitaba demostrarle al Mundo su existencia, obtener pruebas concretas avaladas por la propia Ciencia. Para ello, había desarrollado una teoría que además de afirmar a Dios explicaba por qué el Hombre nunca pudo encontrarle, ni siquiera apoyándose en la técnica y en la posibilidad que ella le brindaba de explorar el Universo. Todo comenzó cuando una noche, tras una acalorada discusión con uno de sus colegas, sobre la existencia de Dios, soñó que Éste aparecía bajo la lente del microscopio, en el núcleo de un átomo de hemoglobina. Al despertar recordó el sueño y comenzó a darle forma en su cabeza. No tardó en convencerse de que se trataba de un mensaje divino, de una profética visión que Él le enviaba.


-Si Dios fue el Principio y en el Principio había Nada, Dios es la propia Nada. Por tanto hay que buscarlo en el Microcosmos, no en las inmensidades estelares.


En ese mismo instante decidió dedicar su vida a la construcción de un instrumento capaz de ampliar hasta el infinito lo que a su través fuera observado. No lo comentaría con nadie ni discutiría más sobre el tema hasta tener en su poder alguna prueba irrefutable.


Trabajaba con tal abnegación, que sus compañeros le tildaron de loco e incluso llegaron a poner en duda su capacidad para dirigir el programa. Una mañana, después de haberse marchado el resto del equipo, mientras ultimaba unas pruebas antes de irse a casa, sucedió algo sorprendente: el electrón de un átomo de hidrógeno dejó de ser un punto en el visor para convertirse en un elemento con identidad propia. Lo vio aumentar de tamaño y transformarse en una masa violácea, a medida que aceleraba el cañón fotónico, en la que aparecían diferentes tonalidades y texturas fácilmente definibles.


La alegría inicial pronto se tornó decepción ante el limitado alcance de su éxito. A pesar de que todos quedarían satisfechos con su labor y obtendría el reconocimiento de quienes se habían permitido dudar de su profesionalidad y su cordura, también era consciente de que aquello precipitaba el cierre del proyecto al cumplirse el objetivo del mismo. Su misión era infinitamente más importante. No podía abandonar ahora que se encontraba tan cerca del final, y menos aún defraudar la voluntad divina por saborear las mieles de un mundanal triunfo.


-No diré nada. Continuaré la investigación mientras me sea posible.- Lo primero era descubrir la causa de aquel súbito avance. Limpió la lente, como de costumbre antes de iniciar una exploración, y aceleró al máximo de nuevo el reactor.


Cuál seria su sorpresa al comprobar que se encontraba en el punto de partida. Se quedó perplejo, dudando de sí mismo. Lo había visto con tanta claridad... no podía ser una ilusión. Sin embargo, la mancha violácea ya no estaba allí.


-Quizá el exceso de trabajo -murmuró mientras se restregaba unos ojos irritados por el cansancio. Repitió varias veces la operación con una esperanza que se iba desvaneciendo en cada intento. De repente, una idea iluminó su mente ensombrecida.


-¡La lente! Lo único que hice fue limpiarla. Y si... Colocó el papel limpiador que había usado, bajo la mirada escrutadora de la máquina. La reguló para mínima potencia y apareció ante sus ojos un laberinto de entretejidos y rectilíneos muros blanquiazules. Comenzó a recorrerlo, perdiéndose una y otra vez entre las simétricas paredes. Le pareció notar una especie de luz fosforescente. Amplió más ese punto y entonces pudo verlo: una partícula de miridio irradiaba desde allí su microscópica energía. Le dio un vuelco el corazón. Con sumo cuidado la recogió con las pinzas y la depositó sobre la lente. Inició tembloroso la aceleración.


-¡Ahí está! ¡No era un espejismo!... Es la mano de Dios que la ha puesto en mi camino. Una prueba más de que desea el encuentro y me ha elegido a mí como mediador para aparecer ante los hombres y demostrarles su existencia, para aplacar su vanidad ante la presencia de su Señor, de su Creador Omnipotente. El miridio es la solución. Si una sola partícula es suficiente para dar este salto, dos lo darán doble, tres triple ¡y así hasta el infinito!


Invadido por una euforia dionisiaca, se imaginaba cómo seria el encuentro y preparaba supuestos discursos, los cuales iba desechando uno tras otro.


-Quizás no hable conmigo y se limite simplemente a entregarme esa prueba decisiva, tan esperada... ¿Por qué he de preocuparme si Él me guía?


Se percató de que estaba demasiado cansado y excitado para continuar su experimento con unas mínimas garantías de éxito. Limpió por tanto la lente, procurando eliminar cualquier rastro de miridio en la misma, y se fue a dormir. Sólo con la mente totalmente despejada estaría en condiciones de manejar el peligroso elemento y mantenerse alerta a los designios divinos.


El cansancio y la agitación le sumieron con rapidez en un profundo y delirante sueño:


"Estaba en el laboratorio, rodeado por cientos de microscopios que se movían a su alrededor pretendiendo observarle, estudiar cada milímetro cuadrado de su piel. Se acercaban lentamente hacia él incrementando su tamaño al hacerlo, cada vez más amenazantes, haciéndole sentirse un pequeño y vulnerable animalito despojado de su intimidad, desnudo bajo aquellos enormes ojos de vidrio helándole la sangre.


Al intentar huir la vio junto a la puerta: una muñeca de miridio sentada en el suelo, se encontraba allí. Se deslizó y la tomó en sus brazos. Los microscopios se desvanecieron en el aire instantáneamente, todos excepto el suyo, que parecía esperarle desafiante. Se acercó a él, situó la muñeca sobre el cañón fotónico y permaneció inmóvil, mirándola fijamente a los ojos. De improviso parpadeó y su rostro cobró vida iluminado por una amplia sonrisa. La sorpresa le hizo retroceder en un principio; pero ella le habló con voz de niña:


-No temas, soy tu amiga. Yo te conduciré a través de los insondables abismos de la Nada. Te mostraré ese universo diminuto que ansías conocer y comprenderás al fin el lugar que tú ocupas en él. Dame una aguja.


Hurgó en un cajón hasta encontrarla y la posó en su mano, sintiendo el gélido contacto de su piel. Ella se pinchó la punta de un dedo. Un líquido verde y viscoso brotó de él. Lo extendió sobre el cristal de pruebas y le dijo:


-Ya puedes mirar. Tu dios espera impaciente.


Puso en marcha el reactor y llevó el control de aceleración a la posición "mínimo". Con cautela, como si temiera asomarse a una ventana abierta a un nuevo mundo, se sentó frente al monitor y conectó el sistema de visualización.


Apareció una imagen que le era familiar. Su mirada se clavó en el mando de control, incrédulo, deseando asegurarse de que en verdad se encontraba en el inicio de su recorrido. Miró de nuevo a la pantalla. La masa violácea parcheada de texturas y tonalidades varias continuaba allí. Ahora disponía del cien por cien de la capacidad de la máquina para ampliarla. Comenzó a acelerar. Con pequeños incrementos obtenía grandes evoluciones de formas y colores, los cuales se alearon finalmente para mostrar una presencia monocroma que recorrió la gama de los grises hasta alcanzar el negro impenetrable. Unos puntitos luminosos, apenas perceptibles, surgieron después extendiéndose por toda la pantalla. A medida que se acercaban, parecían formar caprichosas figuras delimitadas por su luz. En ese momento las reconoció.


-¡Son constelaciones!


Se acercó más aún, hacia una estrella elegida al azar. Vio cometas, meteoritos y astros ignorados surcando la inmensidad de la distancia, de su no llegar, de su girar ingrávido a través de un espacio inalcanzable. Planetas, satélites y naves adornaban la soledad espacial maquillando el paisaje con sus brillos prestados, buscando un lugar más allá de su frío latir. Se acercó más y más, hasta la Vida y la Muerte, y contempló a otros hombres, distintos, pero iguales. Los vio amar y sufrir, nacer y morir, crear y destruir, luchar y derrumbarse. Siempre tras la Respuesta, persiguiendo la verdad y adorando la mentira, tratando de hallar a Dios y de serlo al mismo tiempo. Le buscaban en el Macrocosmos, en el Microcosmos, bajo las piedras y dentro de su cuerpo. No existía un lugar que no hubiera sido registrado minuciosamente ni una idea que alguien no hubiese analizado y desintegrado hasta vaciarla y transformarla en nada; pero la Nada seguía siendo eso: ¡nada!


Desesperado, aceleró rápidamente el aparato. Tan sólo consiguió repeticiones sucesivas de lo que había visto. Al llegar a la posición "máximo", el visor se oscureció y un rostro comenzó a perfilarse sobre el vidrio. Esperaba que sucediera algo; pero sólo escuchó, cavernosa e irónica, la carcajada de la niña de miridio riéndose de él de forma despiadada...


Le despertó el reloj de la sala contigua, con cuatro penetrantes golpes de "gong". Lo primero que afloró a su memoria fue la experiencia que esa tarde iba a vivir. Ahora sí se sentía con fuerzas suficientes para enfrentase a ella de una manera optimista. Comió frugalmente y se encaminó al laboratorio.


Nervioso y agitado, esperaba con ansiedad que llegara la hora de salida para quedarse solo. Simulaba revisar unos cálculos sobre la relación entre la distancia focal y la desviación del ángulo de proyección fotónica, problema en el que estaba trabajando antes del casual descubrimiento.


Por fin se fueron todos. Cogió la llave del almacén nuclear, se colocó el traje protector y salió de allí con una caja de miridio pulverizado. La introdujo en el cuarto blindado y sustrajo, mediante el autómata electrónico, un poco de polvillo. Adhirió el mineral a la lente y se quitó los guantes. Pinchó uno de sus dedos y depositó una gota de sangre sobre el cristal de pruebas. Conectó el reactor y situó el control en posición de mínima potencia. La pantalla le entregó la misma imagen de la noche anterior, con la diferencia de que en esta ocasión aplicaba para ello un mínimo de aceleración.


La radio interrumpió su emisión habitual para dar la siguiente noticia:


“Se tienen pruebas contundentes de que la superpotencia enemiga ha firmado con África un acuerdo de integración. Una vez rotas las conversaciones, es de suponer que ahora las armas tomen la palabra. Esperemos que prevalezca, por encima de todo, la dignidad y el orgullo de nuestro pueblo. Dios está con nosotros. Tengamos fe...”


Como siempre, el profesor no escuchó una sola palabra, abstraído totalmente en su suprema labor.


Empezó a acelerar muy despacio, percibiendo la proximidad de su anhelado encuentro; sintiendo cómo aquellas manchas de colores, al fundirse en cromáticas sucesiones, le proyectaban velozmente hacia un destino glorioso y singular, un destino que le permitiría asomarse a una ventana abierta al Hombre por primera vez. Una intensa sensación de poder dibujó una sonrisa en sus labios al pensar que muy pronto seria el único conocedor de la Respuesta. Continuó acelerando. Los colores se difuminaron progresivamente en una secuencia de grises hasta alcanzar el negro. Un escalofrió recorrió su médula al ver aparecer unos diminutos puntos luminosos. Recordó su sueño y comenzó a dudar si habría sido tal...


Miró sus manos, inexplicablemente rígidas, descubriendo con horror unas terribles ampollas en su piel. Pensó por un momento que el miridio le había afectado; pero la voz del radiofonista le hizo comprender:


“¡Misiles, misiles! ¡Dios mío, han lanzado los misiles...!




Al mismo tiempo, en un "extraño" hospital de un "lejano" lugar, un paciente ingresa por Urgencias.


-¡Dios mío, es increíble! Es como si una bomba microscópica hubiese estallado en su interior. Tiene esa zona del cerebro destruida por completo y existen en ella claros indicios de radiactividad. Si intervenimos con rapidez quizá podamos evitar su propagación y salvarle; pero su actividad motriz se verá afectada de forma irreversible...


...




LA BÚSQUEDA




Se incorporó, erguido sobre sus cuartos traseros, oteó un horizonte impreciso y lejano, alzó la vista y contempló, por vez primera, las estrellas. Miró a su alrededor: estaba solo. Blandió sus puños apretados en las mismas entrañas de la noche y gritó con fuerza, para que el Firmamento lo escuchara: -¡¡soy Dios!!


Doblegó a la bestia y controló las fuerzas de la Naturaleza. Se sintió grande, poderoso; se supo sabio y único, especial heredero de algún misterio cósmico, de procedencia extraña, de más allá del manto de la noche, de más allá del mar y de la tierra... ¿de dónde?... ¿de quién?..


Cuanto más aprendía, más preguntas surgían a su paso, acechantes, burlonas, retándole a encontrar una respuesta. Con cada solución nacían cien nuevas incógnitas y muy pronto comprendió que a cada una de éstas correspondían otras cien de las otras.


No tardó en convencerse de que era un ignorante. Bajó entonces su cabeza, la mirada en el suelo, y le susurró con humildad al corazón de la Tierra: soy Hombre. Y comenzó a buscar a Dios.


Viajero incansable, recorrió el Planeta y hurgó cada rincón buscando al Creador. Conoció muchos dioses, y también muchos hombres que creían, con poderosa fe, en cada uno de ellos. Todos afirmaban que el suyo era el Único, el Verdadero, y sólo quien siguiera su luz y su camino lograría salvarse: alcanzar la Inmortalidad y la Verdad. Pero ninguno fue capaz de saciar su sed de respuestas.


Regresó a su hogar decepcionado y decidido a buscarlo más allá de esta tierra, en las mismísimas estrellas. Consiguió distinguirlas, conocer sus movimientos, sus medidas, sus leyes. Llegó a verlas nacer... y morir también; pero jamás obtuvo de ellas una mínima señal que aliviara la dolorosa llaga abierta por sus dudas.


Una mañana, al observar sus manos resecas y arrugadas, se sintió estafado: se le estaba escapando la existencia mientras trataba en vano de explicarla, sin lograr hallar una Respuesta que de repente se le antojaba pueril e innecesaria.


Se enamoró de una hembra y la sembró. Y para ella sembró también todas sus tierras. Pasó los años más bellos de su vida viendo crecer sus propias obras, entregado al trabajo y al amor, sin preocuparse por algo que no estuviese aferrado a la tierra, en armonía con ella y con su propio cuerpo.


Su espalda se arqueó, sus fuerzas se extinguían y su alma, cansada de vivir, aleteaba alentada por la brisa del recuerdo. Y se dejó arrastrar a ese espacio maldito, repudiado, condenado por él a un abismo de olvido, a pesar de saber... o porque sabía demasiado:


-Las dudas me asaltan nuevamente, quizá de forma inevitable, al percibir la proximidad de las tinieblas, el retorno al origen, ese vacío inaceptable que es la muerte. Sin embargo, ya no sufro por ellas como entonces. He aprendido a convivir con mi ignorancia, con mis contradicciones, con la incertidumbre de mi identidad y mi destino, si es que aún me queda uno. Me parece imposible meditar así, serenamente, sobre un tema que he evitado durante tanto tiempo. Y resulta curioso, pero no necesito más respuestas. Tal vez porque ahora estoy seguro de que no existe una final que cierre el círculo; aunque también pueda ser porque no me quede tiempo para hacer más preguntas: mi cuerpo se pudre, la vida me abandona y el alma, pobre alma mía, ¿volará?... ¿o quedará apresada en un cadáver, a la espera de que la tierra reclame y absorba su sustancia?...


No importa ya: HE VIVID0.


...






EL VELATORIO


Me pareció una buena excusa para librarme de Pilar. Sin duda encontraría en el velatorio a Pepe y a Javier, y a algún compañero más de trabajo. Dar el “pésame”, acompañar a la familia un ratito y después... ¡de marcha toda la noche!


Luis había muerto en accidente de trabajo. En realidad no teníamos ninguna amistad, ni siquiera nos caíamos bien; pero eso era lo de menos. Me iba a proporcionar una noche de juerga.


Aparqué el coche en la plaza del barrio. Era la primera vez que estaba en ese lugar y no recordaba la dirección que me había dado Pepe por teléfono, pero no me costó trabajo hallar el portal.


Allí estaba la mesa con la vela y el libro de firmas. Subí las escaleras y en el tercer piso encontré la puerta abierta y varios familiares recibiendo a quienes iban llegando.


Entré en la casa y me dirigí, tras sucesivos apretones de manos, a la habitación del muerto.


No conocía a nadie, pero decidí esperar por mis compañeros. Me arrinconé en una silla que me prestaron y aguardé sentado durante un par de horas en riguroso silencio, escrutando con creciente inseguridad los rostros de quienes me rodeaban.


Me sentía observado. La gente llevaba tiempo cuchicheando y el ambiente se enrarecía por momentos en torno a mí.


Alguien se me acercó por fin y me preguntó si deseaba ver el muerto, ocasión que aproveché al instante con la idea de escabullirme y largarme de allí.


Una hermosa y desconocida mujer yacía en el ataúd. Salí de allí en silencio, esquivando la mirada de odio de quien por su edad pudiera ser su esposo y decidí irme directamente a casa.


...








LA HOGUERA DE SAN JUAN


La vio a través de las llamas. Había esperado por ella durante toda la tarde, bajo el centenario tejo de la colina, lugar habitual de sus citas, pero no había acudido.


Recordó su última conversación:


-No volveremos a vernos, resulta estúpido luchar por un amor que ya es sólo ceniza -le espetó María.


-Te repito que Julia no significa nada para mí. Es tan sólo un agradable pasatiempo para esos días en que el deseo revuelve mis entrañas invitándome al desenfreno y la locura.


-No puedo amar a alguien incapaz de controlar sus impulsos animales.


-Hablaré con ella, no volveré a verla...


-Te repito que ya no me importa. No me esperes más en la colina. Lo nuestro ha terminado.


Le hizo una seña con la mano, pero ella parecía no haberle visto. Decidió rodear la hoguera e ir a su encuentro.


Cuando al fin logró abrirse paso entre el gentío, María abandonaba el lugar de la mano de Julia. Las vio internarse en el bosque, sus miradas entrelazadas con dulzura, sus fértiles caderas iluminadas por el resplandor dorado de las llamas.


...






EL PARQUE


Un laberinto de caminos asfaltados se resuelve en tres pórticos que dan acceso al parque desde otras tantas calles diferentes. Entre ellos, extensas y mullidas praderas proporcionan un fondo verde al paisaje durante todo el año. Aquí y allá, pero sobre todo en los márgenes, ascienden hacia el añil celeste una mayoría de robles y castaños centenarios pero también gran variedad de coníferas y algún árbol exótico regalando todos ellos su sombra fresca a los bancos diseminados a lo largo de los paseos. En el centro un pequeño estanque ofrece morada a varias familias de patos y a un cisne blanco que navega majestuoso sus aguas con la única compañía de su silueta reflejada en las ondas bajo la cálida luz de atardecer tamizada por las hojas de los árboles. Una suave brisa mece sus copas y riza levemente el espejo acuoso. Mis sueños se agitan al compás y me invitan a abandonar este letargo que me condena a permanecer sentado, inanimado sobre uno de los bancos de este parque cualquiera, en uno cualquiera de los caminos que conforman su laberíntico asfaltado, tras intentar hallar una salida innumerables veces, incluso más allá de los pórticos y de las calles que configuran su acceso, incluso sobre el perenne alfombrado verde de sus prados, incluso dentro de los sueños que en mi interior mece la brisa y acompañan mi cisne navegar bajo la tenue luz de atardecer tamizada por la arboleda...


...





FIESTA LETAL


-Sí, sí, de acuerdo; ahora mismo voy para allá.


El doctor Hernández colgó el teléfono de un fuerte manotazo y se dirigió hacia una de las mesas diseminadas alrededor de la pista de baile. Al llegar a ella le asestó un sonoro puñetazo. La botella de champán se tambaleó y los restos de los postres saltaron en sus platos.


-¡¡Javier!! -gritó su esposa.


-¡Te advertí que no era buena idea acudir a una fiesta de disfraces estando yo de guardia...! Ni siquiera he terminado de cenar.


-Lo siento. Cómo íbamos a saber... ¿Es grave?


-¡¿Grave?!... No tengo tiempo ni de ir a casa a cambiarme. Un enfermo del corazón al que di de alta la semana pasada, acaba de ingresar vía Urgencias.


Todos los comensales que compartían mesa con él se miraron fugazmente a través de las máscaras y estallaron a la vez en una sonora carcajada.


-¿Piensas presentarte así en el Hospital, disfrazado de diablillo?- preguntó su mujer tras conseguir a duras penas contener la risa.


-¡Encima pitorreo...! Bueno, me largo, no tengo tiempo ni para mandaros a hacer puñetas.


-¡Cariño, no corras, que has bebido! -gritó su mujer para hacerse oír por encima de la orquesta. -¡Y no tardes, te esperamos...!


-No tardes, no tardes, la muy imbécil... A lo peor me paso toda la noche operando a ese cabronazo- murmuró entre dientes mientras abandonaba la sala en busca de su automóvil.


-¿Por qué seré tan calzonazos?... Todavía no se ha enterado de a quién tiene por marido... Un médico se debe a su profesión, a sus pacientes... Pero ella siempre con ganas de marcha... La verdad es que me lo estaba pasando estupendamente... Maldita gana tengo de destripar a ningún mamón un martes de Carnaval... Seguro que se pasó con las copas y ahora tengo que pagarlo yo...


Tras una acalorada discusión con el vigilante nocturno, logró identificarse y alcanzar la Sala de Urgencias del Hospital. Una enfermera le señaló la puerta de la habitación donde se encontraba el enfermo. Dejó atrás un rastro de risitas y miradas cómplices y se introdujo en la misma.


El cardíaco entreabrió los ojos levemente al oír su llegada. Seguidamente, abriéndolos de par en par y con una expresión de terror en su rostro, exclamó:


-¡¡Dios mío, perdona a este ateo impenitente...!! -y expiró.


...




PACHO Y LOS ESPEJOS



Pacho despierta. Está vestido, echado sobre el sofá de la salita. Se estira. Mira el reloj de pared. Son las doce de la mañana. Se alarma.


-Mierda. Estos mamones de la telefónica no me han despertado.


Se levanta y agarra el auricular. Pulsa repetidamente el pulsador de línea. No funciona. Lo cuelga con brusquedad.


-Bueno, se jodió la entrevista. De todas formas, para vender porquerías de puerta en puerta...


Conecta la radio. Recorre todo el dial, pero no encuentra emisora alguna. Se oye ruido de fondo de la radio.


-Joder, se ha dormido todo el mundo.


Mira el televisor, un poco "mosqueado". Lo conecta. Nieve y sonido de fondo. Agarra el mando a distancia e intenta localizar un canal en emisión. No lo consigue.


-Hostias, aquí pasa algo. Otro 23-F por lo menos. Han dado el golpe mientras yo hacía la ruta del "bacalao".


Se dirige a la calle. Al bajar por la escalera (no hay ascensor) se encuentra con dos vecinas del primero, puerta con puerta, dando la "parpayuela".


-No me digas nada. Tenías que ver al mi Pablito cómo se le puso la cara con la dichosa varicela. Y él rasca que rasca, en cuanto me descuidaba.


-¿Será posible que aún no hayan sacado la vacuna?¿en estos tiempos?


-Buenos días. ¿Les funciona a ustedes la televisión?...


-Ya, ya, en estos tiempos. Mucha ciencia y mucho cuento, pero todavía no saben ni curar una gripe; que ya es decir.


-Tienes razón, hija, tienes razón.


Llega al portal.


-Joder, ni puto caso. Qué les habré hecho yo...



Camina por una barriada. Llega a un quiosco de revistas, saluda y pide un periódico. El quiosquero no se da por enterado. Pacho agarra el periódico y deposita los veinte duros.


En grandes titulares: "Roldán ha sido visto en la Feria de Sevilla, disfrazado de lagarterana".


-Ya sabía yo que a éste le iba el flamenco.


Lo dobla y se lo mete bajo el brazo. Se dirige a una cafetería. Entra y se sienta a la barra.


Despliega el periódico y pasa la primera hoja. Las páginas están en blanco. Las siguientes también. Todas las páginas interiores están en blanco.


-¡Joder, pero qué es esto!


Medita regresar al quiosco, pero decide no hacerlo. Pide un café con leche. El camarero atiende a otros clientes, pero a él no le hace caso. La televisión del bar está encendida. Nieve y ruido de fondo, a pesar de que algunos clientes la están mirando e incluso hacen comentarios sobre la emisión.


-¡Vaya canasta, desde veinte metros por lo menos!


Pacho, cada vez más alarmado, posa su periódico sobre la barra y ojea los del bar. Todos tienen las páginas interiores en blanco.


Ahora está francamente asustado.


-¡Esto es alucinante!- grita, pero nadie parece oírle. Mira alrededor y se fija en un espejo que debería reflejar su imagen; pero no lo hace a pesar de sus nerviosos movimientos frente a él para lograrlo.


Sale corriendo de la cafetería, aterrorizado, y no para de correr hasta alcanzar la puerta de su casa.


Entra y se dirige directamente al baño. Se mira en el espejo.


Tampoco consigue que éste le devuelva su imagen. Lo toca. Curiosamente, su mano se introduce en el espejo y desaparece. La saca. Luego introduce un brazo completo. Lo retira rápidamente, temiendo haberlo perdido. Lo recupera, sin embargo. Repite la operación varias veces, hasta decidir traspasar el espejo por completo, de cuerpo entero.


Reconoce la salita de su casa. La radio está encendida. Música "bacalao". La tele también está conectada. Un concurso o cualquier otro programa basura en emisión. Un periódico abierto sobre la mesa baja de la salita. Un anuncio recortado con rotulador, solicitando vendedor a domicilio y proponiendo una entrevista. Al lado, sobre la mesa, un cenicero saturado de colillas y un vaso largo con restos de alcohol y una rodaja de limón.


Sobre el sofá, se ve a sí mismo durmiendo.


-¡Joder, esto es demasiado! Anoche debí pasarme un poco. Estoy alucinando en estéreo...


Se percata de que un olor extraño invade la habitación. Olfatea atentamente. Lo reconoce: es gas.


Acude corriendo a la cocina. Sobre el fogón, restos de una infusión (cazo con sobre y cuerdina colgando) que se ha consumido sin llegarse a tomar. El mando del gas está abierto, pero no hay llama. Sonido del gas saliendo.


-¡Hostias, me olvidé del poleo cuando lo dejé anoche en el fuego! Debí dormirme tirado en el sofá.


Intenta cerrar el gas, pero el mando parece agarrotado. Corre hacia la salita y zarandea a Pacho para despertarle.


-¡Despierta, gilipollas, que la vamos a espichar!


Pacho despierta, medio atontado. El reloj de pared señala las 7,30 de la mañana. Huele el gas. Mareado y tropezando, se levanta y consigue abrir una ventana. Respira profundamente, durante un rato, el aire del exterior. Luego corre a cerrar la llave del gas. Lo hace y abre la ventana de la cocina.


Entra en el water, abre también esta ventana y vomita en la taza. Se lava la cara en el lavabo. El agua fresca parece reanimarle. Recuerda algo e inmediatamente se mira en el espejo. Éste le devuelve su pálida imagen. Pacho sonríe, aliviado, pero el rostro del espejo permanece serio.


...




IMPUDICA ANA


Ana miró de soslayo a su marido. Parecía dormido. Entreabrió sus piernas y las dejó mecerse, laxas, al compás del traqueteo del tren. Aunque no les miró a los ojos, sabía sobradamente dónde tenían ellos clavada su mirada. Y le gustaba, le encantaba sentirse deseada. En realidad jamás le había sido infiel a Paco. Ni siquiera se le había pasado por la cabeza. Pero era incapaz de sustraerse a la tentación de enseñar sus encantos. Eso sí, siempre bajo la protectora compañía de su esposo.


Los dos muchachos se miraron con complicidad y sonrieron. Enrique la miró a la cara con descaro, tratando de cruzarse con la mirada de la mujer.


-La muy puta; mira cómo se hace la loca -le susurró a Miguel-. Si estuviera sola iba a saber ésta lo que es bueno...


Miguel no apartaba la vista de sus soberbios muslos. La falda era lo suficientemente corta como para permitir la visión de unas eróticas braguitas negras durante el balanceo.


-Tal vez no viajen juntos -comentó a su amigo.


-Tienes razón. Vale la pena averiguarlo.


Miguel miró hacia el hombre que viajaba frente a ellos y le pareció sorprenderle en un ligero parpadeo. Le dio un codazo a Enrique para impedir el abordaje.


-No seas loco, nos podemos meter en un buen lío -le advirtió-, creo que no está dormido.


-Pero tú mismo dijiste que quizá no se conozcan.


-¿Y si están casados?... Será mejor olvidarlo, Enrique.


-Si tú no te atreves, lo haré yo de todas formas...


De repente, entraron en un oscuro túnel y misteriosamente las luces del vagón no se encendieron. Ana sintió una mano ajena acariciar sus muslos e intentar alcanzar su sexo humedecido. Un escalofrío de placer, y de miedo a la vez, recorrió su espalda. Dio un respingo y retiró con brusquedad la mano, pero no se atrevió a decir nada.


Cuando el tren salió de nuevo a la luz, la mujer miró de reojo a su marido. Parecía dormido. Bajó su falda todo lo que pudo y cerró con firmeza sus piernas.


Los amigos se miraron, entre sorprendidos y fastidiados a la vez por el recorte en la belleza del paisaje.


Paco no dormía. Luchaba por contener una sonora carcajada. Conocía perfectamente el “problema” de su querida esposa, e incluso en alguna ocasión esa impúdica manía le había puesto cachondo.


...








REENCUENTRO


Pedro miró su reloj. Las dos de la madrugada. Meditó unos instantes si tomar algo más o irse a casa y finalmente pidió otro cubalibre. Se apoyó en la barra y prendió un cigarrillo. Sus pensamientos ascendieron con el humo, sobre las cabezas del gentío apilado en el reducido local.


“No sé qué hago aquí, un sábado más, apurando otra noche irrecuperable entre las sombras frías de una muchedumbre distante, escuchando una música con la que no logro sintonizar, compartiendo esta barra con niñatos que tan sólo se ocupan en conservar intactos sus peinados y ajustar el paquete de sus vaqueros de marca todo lo posible. Parecen maricas; ni siquiera saben beber: o una cañita o un chupitín...


Si al menos me tropezase con algún colega, pero cada vez resulta más difícil encontrarlos en los bares, y menos aún a estas horas. Casados y ahorcados... aunque quién sabe si no será mejor que soportar esto, como un simple antídoto contra la soledad. Estar aquí tan sólo para evitar sentarme ante mis cuadros y preguntarme una vez más si mereció la pena abandonarlo todo para dedicarme por completo a la pintura. Lucía... qué vueltas da el destino, tan sólo valoramos lo que no tenemos o ya hemos


perdido para siempre...”


Miguel entró en ese momento. En sus ojos la derrota, el desamor que su boca trataba de ocultar con un estúpido esbozo de sonrisa. Su mujer lo ha abandonado hace tres días. No se había sentido tan solo en toda su vida.


Se fijó en Pedro. Hacía tiempo que no lo veía. Siempre le había parecido un personaje extravagante, con ese toque de pedantería que suponía en todos lo artistas. “Se creen diferentes”. Como además no se le ocurría de qué coño hablar con él y en realidad no le apetecía hablar con nadie, decidió deslizarse por su espalda hasta el otro extremo del bar.


Pedro giró su taburete, por una de esas casualidades del destino, justo en el momento que se encontraba a su altura.


-Hombre, Miguel, cuánto tiempo...


-Sí, bastante...


-¿Cómo te va, colega? ... Anda, pide algo que te invito yo.


-Gracias, Pedro, pero estoy buscando a Carmen y a unos amigos. Quedé con ellos por aquí. Seguramente me están esperando en el Paradise.


-¿Qué tal está Carmen? ¿y los chavaletes? ¿cuántos años...?


-Bien, están todos bien. A ti no te pregunto. Basta con verte. Tú sí que te lo sabes montar. Eres el único que continúa soltero, ¿verdad? Bueno, me voy, no quiero hacerles esperar. Encantado de saludarte. A ver si nos vemos en otra ocasión, con más tiempo, ¿vale?...


-Vale, vale...


Miguel salió del bar y Pedro giró de nuevo su taburete y se apoyó en la barra. Echó un trago largo, como


si de verdad estuviera sediento, pero sabía que su sed no la saciarían todos los cubalibres de esa noche. Pagó distraídamente, mientras pensaba en la prisa de su viejo amigo, un poco pijo y demasiado cínico para su gusto. En realidad nunca hicieron muy buenas migas; siempre había sido uno más de la pandilla...


-Que lo jodan- se dijo al tiempo que abandonaba el local en dirección al coche.


-Quizás pinte algo ahora. Creo que estoy de vena. La nostalgia crea un cerco magnético que atrae a musas y fantasmas a la vez. Qué negra está la noche...


...




UN TÍMIDO PELIGROSO




Era el más tímido de los asesinos a sueldo. Nada le turbaba tanto como una mujer hermosa. Cuando aquella rubia explosiva trató de seducirle para salvar el pellejo, Morgan quedó desarmado.


Pensó en las numerosas veces que aquella preciosa muñeca se la habría pegado a su millonario marido para que éste decidiera acabar con ella. Pensó también que hacía semanas que no mojaba y que no le vendría nada mal un buen revolcón antes de terminar su trabajo. Tampoco había por qué darse tanta prisa...


De repente, se sobresaltó. Aquella golfa iba muy deprisa: le había abierto la bragueta y comenzaba a hurgar en su interior.


-¿Dónde está tu pajarito? -le preguntó al matón.


Morgan recobró su compostura y con un gesto profesional le metió la treinta y ocho en la boca y esparció los sesos de la rubia por toda la habitación.


-Están mejor calladas -masculló mientras se subía la cremallera y meditaba que por un momento se había sentido totalmente desarmado.


...





LA ENTREVISTA IMPOSIBLE


Señoras y señores, muy buenas noches. Aquí estamos, una semana más, compartiendo la velada con ustedes en "Directo, directo". Hoy está con nosotros, nada más y nada menos que el Presidente del Gobierno.


Señor Presidente, muchas gracias por aceptar nuestra invitación. Le voy a hacer una serie de preguntas, quizás un tanto comprometidas, pero le ruego que conteste, consecuentemente con la filosofía de nuestro programa, el de mayor audiencia de la televisión según recientes encuestas, de la manera más sincera y directa que le sea posible...


-Ya sé, ya sé, échele palante, no se corte.


-Muy bien, vamos allá. Señor Presidente, ¿qué opina usted de la corrupción?


-Hombre, verá, yo hago lo que puedo. En esto hay que hilar muy fino, y como no te des prisa en apañar, se te pasa la legislatura y no has salido de pobre. Ya me dirá el papel que hace uno ante colegas, amigos, familiares... mi mujer no me lo perdonaría nunca, es natural. De modo que estoy en ello, estoy en ello...


-¿Y qué me dice de la escalada de violencia racial?


-Pues mire, me alegra que me lo pregunte. Precisamente en la sesión parlamentaria de ayer hemos alcanzado un preacuerdo con los principales Grupos sobre el "Proyecto Sur". Como usted sabe, se trata de proteger toda la costa Mediterránea y el Estrecho con minas submarinas y alambrada flotante. Le aseguro que por ahí no se cuela ni un maldito mosquito africano. Por lo demás, entre el SIDA y la puta miseria que les pagamos a los pocos que quedan legalizados en nuestro país, no creo que la intervención ciudadana se haga necesaria ni que el problema persista durante mucho tiempo.


-¿Y de los parados? ¿qué me dice usted de los parados?


-Oiga, ¿qué quiere que le diga? Parado, parado, aquí el que está parado es porque quiere. Campo hay bastante para correr. Que se busquen la vida. ¿Acaso no me costó lo mío encontrar este chollo? ¿o cree usted que me llovió del cielo? Oiga, que yo tengo mi carrera. Y todavía sigo corriendo. Pararme yo... Además, ¿para qué cree usted que les abrimos las fronteras? Bueno, no seré tan cínico como para negar que los grandes beneficiarios somos los políticos. Compare los aguinaldos de las multinacionales con los que nos ofrecían las miserables empresas del país... Pero también lo hicimos por ellos, por los parados, para que tuviesen un campo aún más grande para correr, dentro de poco hasta los Urales.


-Me deja usted anonadado, señor Presidente. Vamos a cambiar de tercio. ¿Qué opinión le merece la Cultura? ¿cree usted que existe en este país un programa real de actuación para que accedan a ella los colectivos más desfavorecidos?


-Hombre, yo para eso soy muy tolerante. Al que le guste chuparse los dedos, pues que se los chupe. Yo también lo hago con el marisco y el pescaíto frito...


-Perdón, señor Presidente, creo que no me he explicado bien. Me refería a esa otra Cultura, la que se escribe con mayúsculas.


-¡Ah, bueno...! en realidad yo no entiendo mucho de eso, pero me parece muy bien que cada cual la escriba como le apetezca. Vivimos en una democracia, gracias a dios. No creo que los académicos tengan derecho a imponernos nada. Para eso está el Parlamento. Yo ya decía cojones y gilipollas mucho antes de que ellos lo aprobaran, de que lo metieran en ese librote tan aburrido... ¿cómo se llama?...


-Dic... dicci...


-Coño, no caigo...


-Déjelo, déjelo... Buenas noches, señor Presidente...


...





LA LOMBRIZ


Clavé la azada una vez más y levanté un frondoso "tapín" coronado de hierbas. Entre sus enmarañadas raíces apareció, deslizándose mediante nerviosas contracciones, una lombriz de considerable tamaño, sonrosada y apetitosa, un sabroso aperitivo para cualquier gallina que se precie de serlo.


Recordé al instante las tiernas horas de infancia ociosamente afanadas en proporcionar alimento, mediante sucesivos levantamientos de "tapines", a las gallinas de mi abuela, durante los fines de semana que pasaba con mis padres en la casa de aldea. Y recordé también mis infantiles carcajadas mientras ellas se disputaban alguna de las piezas que yo iba descubriendo, entre desgarros y cercenamientos varios de sus anillados cuerpos.


Por asociación de ideas, cruzaron después por mi memoria las placenteras y tranquilas tardes pasadas, unos años más tarde, cuando ya sabía nombrarlas anélidos invertebrados, en las riberas del Narcea, ensartando con pericia su escurridiza longitud en un anzuelo, mi esperanza depositada en el suculento cebo.


Debido a la susodicha asociación, recordé, además, un artículo descubierto en la actualidad, en una revista de información agraria, donde se hablaba de ella. Al parecer, recientes experimentos han demostrado que el tratamiento de tierras de cultivo con implantaciones de colonias numerosas de lombrices comunes, orea y fertiliza el terreno, doblando e incluso triplicando su capacidad productiva y la calidad de las cosechas.


Imaginé de pronto enormes extensiones perforadas por su incesante avance de taladro, saturadas de excrementos, triplicando la capacidad alimentaria mundial, desterrando para siempre el hambre de la faz de la Tierra, regenerando ecológicamente los tejidos de este planeta envenenado por fertilizantes, plaguicidas y demás agentes químicos utilizados supuestamente para el mismo fin: incrementar la productividad y calidad de sus frutos...


Por alguna extraña ruptura de mi lógica relacional, me sorprendí pensando en dicotomías tales como máquina-hombre, rey-vasallo... y en la necesidad urgente de armonizar presencias y revisar destinos.


La miré de nuevo, esta vez con respeto, y coloqué el "tapín" en su sitio, para protegerla de un posible depredador oportunista.


...











COMO UN RELOJ DE SOL


(Para María... ¿para quién si no?)


...



Hombre homologado,


hombre exacto,


no existe el Tiempo,


tú eres el verdugo.


...




Como un reloj de sol, jamás se detendrá. De la luz a la sombra y de la noche al día camina sin descanso, sin tiempo para hacerse más preguntas.


El eco de sus pasos le trae a veces jirones de pasado: algún sueño perdido en otros brazos, alguna despedida... Nunca es tarde, la vida no me apura, se decía; pero hace tiempo que teme recordar y huye de aquellas voces acelerando el paso.


Corre, triste saeta, huyendo de sí misma -¡Mío será el futuro, la salvación... la dicha!- sin saber que está presa de la torre más alta y en círculos concéntricos su futuro se escapa desprovisto de avance.


Siempre en el mismo punto le sorprende la tarde: hilvanando mentiras a solas con su piel. Ésta jamás perdona. Se la entregó a la muerte antes de marchitarse, sin apenas sentirla, sin apenas gozarla.


Una sola pregunta le impide sucumbir. Proferida hace siglos, de imposible respuesta, navega sus silencios, madero para náufrago, capaz de separar un mar en dos.


Como un reloj de sol, jamás se parará. Y mientras otras vidas arden en soledad anhelando sus aguas, ella sigue tejiendo la desierta trama de sus días, cilicio de sus noches, siempre sin detenerse por temor a dudar.


...







EL SECRETO DEL EXITO


Tras muchos años de estudiar su obra e incluso investigar su vida privada, tras haber logrado introducirse en su propia casa como secretario personal movido por la misma obsesión, al fin podría averiguar el secreto del éxito de su admirado escritor... ¿cómo que podría?... el secreto iba a ser suyo, por encima de cualquier consideración personal, por encima de esa ansiedad culpable que ahora se apoderaba de él ante la certeza de que su curiosidad iba a destruir para siempre un genio creador irrepetible y una confianza que jamás nadie había depositado en él con anterioridad.


El infiltrado secretario agarró el manojo de llaves, subió las escaleras que lo conducían hasta la segunda planta y se dirigió lentamente hacia la puerta del fondo del corredor, esa que el maestro le había prohibido traspasar para salvaguardar su codiciado secreto.


Giró la llave con mano temblorosa, sintiendo que su corazón desbocado iba a abandonar su pecho de un momento a otro y tras abrir la puerta pulsó el interruptor para iluminar la oscura y enrarecida estancia.


Miles de libros se apilaban ordenadamente en una habitación sin ventanas, sobre estanterías de madera que cubrían por completo tres de las paredes. La cuarta la tapaba en su totalidad un gigantesco archivador que guardaba celosamente dios sabía qué información, qué datos, qué secretos.


Comenzó a ojear libros al azar y al poco tiempo se percató de que todos ellos eran ensayos literarios, estudios realizados sobre infinidad de autores por otra tanta infinidad de críticos. Un universo metaliterario insospechado, increíble de ver reunido en un espacio único y diminuto, en aquella rancia habitación que comenzaba a asfixiarle. Y todas eran obras contemporáneas. Allí no había un libro que hubiera sido editado hacía más de treinta años.


Le llamó la atención una de las estanterías, por estar enmarcada con un listón especial que parecía de oro envejecido. Allí encontró una selección especial sobre la obra de su ídolo, miles de páginas escritas por un sin fin de especialistas que habían dedicado su tiempo y su saber a descifrar el enigma del maestro. También encontró sus propios libros, los que él había dedicado al estudio del famoso autor. Y después de abrir algunos pudo comprobar que infinidad de frases suyas habían sido subrayadas a lápiz en el transcurso de un arduo trabajo consultivo.


Sin saber bien por qué, un sentimiento de amarga decepción comenzó a cobrar vida en su interior. Dio media vuelta y se encontró de cara con el gigantesco archivador. Primero fue como un presentimiento, pero al acercarse a él y descifrar los índices de los cajones se convirtió en desesperante certeza.


Después de tropezarse con el de algunos colegas conocidos, buscó su nombre sin atinar casi a seguir el orden alfabético. Tras equivocarse varias veces y volver hacia atrás, lo encontró finalmente. Tiró de la manilla y aparecieron las carpetas clasificadas por temas: afectos, estudios, familia, lecturas, ocio, salud, trabajo... Una carpeta roja, sin título, destacaba del resto. La extrajo y comenzó a leer salteadamente el informe que contenía. “Sujeto de interés preferente... elevado grado de adicción a mi obra... necesario estudio a nivel personal... verificar fidelidad...”


Escuchó un chasquido metálico a sus espaldas. El maestro apareció en el umbral de la puerta con un revólver en la mano... Ni siquiera le importó demasiado. Al fin y al cabo, después de tantos esfuerzos, por fin había logrado su objetivo.


...





DEL QUIMICO


A principios del presente siglo, un mediocre y a la vez ambicioso profesor de química descubrió casualmente un compuesto que potenciaba las posibilidades de la mente, dotando a quien lo bebía de una memoria y una inteligencia prodigiosas.


Durante años hizo uso de él secretamente, hasta transformarse en un prestigioso científico que llegaría a cambiar el curso de la Historia y quizás el destino de la Humanidad.


Pero dejaron escrito quienes más íntimamente lo conocieron y permanecieron con él hasta el final, que al día siguiente de enterarse del daño que la aplicación de sus conocimientos a la industria militar había causado a los hombres y continuaría causando en el futuro, decidió olvidar todo lo que sabía, incluso su propia identidad.


Trabajó sin descanso hasta conseguir el anhelado antídoto y murió felizmente olvidado de sí mismo, diez años más tarde, mientras intentaba elaborar una pócima que mejorara su capacidad intelectual y cubriera las grandes lagunas de su memoria.


...






EL ETERNO ADOLESCENTE


Volaba de flor en flor, como mariposa insatisfecha a la busca de un néctar quizá soñado, quizá libado en brazos de una madre a la que amó en vida como a sí mismo.


Se enamoró apasionadamente docenas de veces, pero fue incapaz de hallar un espejo que lo reflejara con fidelidad.


Una noche decidió que si tan difícil resultaba encontrar una mujer merecedora de un amor verdadero, más allá de la efímera pasión, era porque esa mujer no existía, aún más, ni siquiera debería existir después de haber gozado con él.


Desde entonces comenzó a asesinar sistemáticamente a todas sus amantes.


...







LA BELLA Y EL MUY IMBECIL


Se amaron con locura durante mucho tiempo, bajo el más angustioso silencio, bajo el más cauteloso secreto.


Ella soñaba con poseerlo. Él soñaba con ella simplemente.


Cuando al fin el destino consiguió desnudarlos en la habitación de aquel hostal barato, se amaron apasionadamente hasta que de su vientre no logró obtener un gramo más de semen. Entonces mordió su yugular y bebió de su sangre hasta la última gota.


Ella había logrado su objetivo. Él, mientras agonizaba dulcemente, soñó que en su último sueño ella no estaba.


...





ESPEJOS


...




Tengo más almas que una.


Hay más yos que yo mismo.


No obstante, existo.


Indiferente a todos


Los hago callar: yo hablo.


(Fernando Pessoa)


...



No gustaba de mirarse en los espejos. Siempre le habían devuelto una imagen absurda y mentirosa. ¿Ésa era realmente ella?... Los odiaba, cualquier tipo de espejo, incluso aquellos que miraban a su vez desde otros ojos. Estos eran los peores. Perversamente inquisidores, parecían reclamar un reflejo imposible. Exigentes, impíos, con su silencio canalla gritando un nombre diferente o su sonrisa irónica presumiendo la contemplación de una geografía del cuerpo inesperada. Dalia, se llamaba desde los dieciocho. Hasta entonces había sido Jorge.


...






BABAS





El pulpo sorteó las rocas, dejó un rastro de veinte metros sobre la blanca arena, se enroscó en el pie izquierdo de la bañista, lo engulló, continuó con la pierna completa, luego con la derecha, el tronco y la cabeza, soltó un monumental eructo y seguidamente vomitó la cabeza, el tronco, las extremidades, volvió sobre su propio rastro atravesando arena y rocas y desapareció nuevamente en el mar ante la atónita mirada de la bañista cubierta de babas.


...





JUAN TORMENTAS


El extremo de la cuerda serpenteaba en el aire en dirección a la oscura y tormentosa nube.


Juan ascendió por ella metro a metro, apartó con su mano un grupo de palomas que encontró en su camino, alcanzó la nube, combatió sus grises con una canción ancestral aprendida de su madre para salvar la cosecha y descendió metro a metro entre el alboroto de las palomas hasta llegar al suelo bajo un sol abrasador.


...








CELOS


La miré fijamente a los ojos, la atraje hacia mí, bailamos abrazados durante unos instantes al compás de la melodía que escupía el gramófono para retener la forma de su cuerpo y su perfume en mi memoria, saqué la daga del bolsillo de mi gabardina y se la clavé en la espalda a la altura del corazón.


Segundos antes de que me clavara la daga percibí cómo deslizaba su mano al interior del bolsillo de la gabardina y me resigné a dejar en su memoria al menos un último recuerdo de cuando fui feliz entre sus brazos bailando esta misma canción y aún no había comprendido que aquel extraño y excitante brillo de sus ojos era provocado por sus injustificados y mortíferos celos.


...





EL MUNDO SUBMARINO


No pude elegir el momento de nacer, ni siquiera si deseaba o no hacerlo. He vivido sujeto a oscuros planes que otros para mí urdieron. Tan sólo durante un instante pude acariciar un sueño que la realidad me negó más tarde.


Hoy seré libre al fin. Decidiré la hora, el lugar y la forma en que deseo morir. Abandonaré esta tierra inhóspita y me adentraré en el mar, cálido mar uterino. Mi última sonrisa la donaré a los arrecifes de coral, antes de retornar a ese mundo submarino que un día me nació.


...




UNA CIUDAD DENTRO DE OTRA CIUDAD





Muy pocos afirman conocerla a pesar de encontrarse tan próxima al laberinto de avenidas, parques y edificios que configuran la gran ciudad. Únicamente el murmullo de una tenaz conspiración de silencioso olvido presagia la existencia de una segunda ciudad en el interior de la urbe, sin muro alguno que las separe.


Algunos viejos cuentan haber sorprendido hace mucho tiempo en el exterior a algunos de esos seres infrahumanos que moran en el interior de las cloacas y se alimentan de los deshechos que la ciudad, la hermosa ciudad de frondosos parques y luminosas avenidas genera y vierte en los sumideros. Pero todos sabemos que las historias de los viejos son mitad realidad y mitad sueño.


La inmensa mayoría niega su existencia y los demás no deseamos conocer la verdad.


...




ROJO




Soñaba en color rojo. Desde meses atrás, noche tras noche soñaba en mil matices de un único color: rojo. Tejados rojos, rojas paredes, rojas mujeres pieles rojas de rojo carmesí, rojo satén por donde se deslizaba hasta un alba rosada bañado en semen rojo.


Quiso acabar con aquella obsesión monstruosa. Probó a no dormir, pero el rojo sueño terminaba venciendo y asediándole durante el resto del día con sus sanguinolentas telarañas.


Lo último que vio tras tirarse por la ventana del octavo piso fue el rojo charco de su sangre sobre el asfalto rojo. El negro no llegó a percibirlo.


...




MÁS ROJO




Lo miró sin odio. En sus ojos nuevamente la extrañeza de sentirse dueño de otra vida. Sólo necesitaba apretar el gatillo del mosquetón para que su compadre dejara de respirar. Lo conocía bien. Habían compartido mesa jugando al mus durante muchas tardes y salido de cacería juntos docenas de veces. “Puta guerra, putas ideas que dividen a la gente, putos rojos, no se resignan a ser los perdedores, tenían que tirarse al monte como alimañas.” Una pequeña alimaña acorralada, eso era en este momento su compadre, mientras él se sentía una grande y libre, una patria que defender embutido en verde coronado de tricornio, “rojo, rojo, rojo de mierda, no te dejes engañar por esos rojos, no te metas en líos rojos, mira que se lo advertí a este rojo, rojo, rojo...” Y disparó.


...




LAS ENSEÑANZAS DE UN MONSTRUO




Lo educó en el estricto respeto y la obediencia ciega. Jamás una caricia ni una palabra de aliento. Lo preparó para ser el más fuerte y le hizo ver que su debilidad lo esclavizaba y que nada se puede esperar de quien posee el poder y la fuerza. El mundo es una selva.


Aguardó pacientemente el momento de liberarse de la autoridad paterna, mientras ésta era diezmada por el tiempo a medida que la decrepitud de su progenitor lo convertía en un ser más y más vulnerable.


Llegado el momento de enfrentarse, el padre intentó en vano apelar a la piedad del hijo. Éste devoró su corazón mientras él lo acariciaba.


...





EL AMANTE VIRGEN





Eran amigos desde la infancia. Crecieron confiándose sus inquietudes y vivencias más íntimas y consolándose uno al otro cuando el destino les asestaba una dentellada.


Pero él guardaba celosamente un secreto, un secreto que le quemaba por dentro y necesitaba confesarle aunque se muriese de vergüenza.


Una noche decidió revelárselo. “A pesar de mis numerosas conquistas continúo siendo virgen. No me excitan las mujeres.”


Ella lo miró con ternura y permitió que dos fugaces lágrimas rodaran por sus mejillas. Lo desnudó y se puso sus ropas de hombre. Él se vistió con las de su amiga. Desde aquella noche se amaron apasionadamente.


...




LA AMANTE DEL IDIOTA





No es tonto de baba pero su boca permanece abierta casi todo el tiempo en un rictus de asombro permanente y su mirada se pierde con facilidad en algún punto indefinido del universo. Yo soy su vecina, una vecina solitaria e insatisfecha cansada de buscar en muchos brazos la pasión que al fin me haga volar. Sus padres me contratan como canguro ocasional, pues no se atreven a dejarlo solo cuando salen de noche. Hace un año me dijo “quiero hacerlo”. Desde esa noche vigilo con ansiedad el timbre de mi puerta a la espera de que sus padres soliciten mis servicios y así poder perderme una vez más, junto con el idiota, en algún punto inconcreto del universo.


...





LA NEGRA DE OJOS AZÚLES





“Esta niña tiene el don. Habrá que cuidar de mantenerla muy pegadita al suelo”, había prevenido mi abuela cuando nació mi hermana, tras comprobar que sus ojos destacaban en su negra faz como dos azules pedacitos de cielo. A temprana edad comenzó a controlar las lluvias, prever las catástrofes y curar las enfermedades de los vecinos. Jamás salía de la cabaña. Pasaron los años, su fama se extendió y la gente venía a visitarla desde los más profundos rincones de la selva. Más de una vez hube de sujetarla por los pies para evitar que se encaramara en el techo de la cabaña. Levitaba, sí, pero cómo iba yo a suponer que al hacerle el amor saldría volando por la ventana hacia el cielo azul y jamás volvería a verla.


...







EL AMOR PARRICIDA





Sangre de mi sangre fluyendo de sus venas. Ensangrentada alcoba, mudo testigo de una loca pasión que sólo yo tenía derecho a destruir.


No podía permitir que me dejara, no por otra, ahora que más necesario me era, ahora que más vulnerable era yo en el ocaso de este un día esplendoroso cuerpo que lo sedujo, lo amó con pasión durante muchos años y muchos antes le había otorgado la vida.


...





EL UNICORNIO





Custodiaba la gruta de sus propios deseos. Los clasificaba durante el día y los velaba de noche, temeroso de que algún furtivo ladrón se los robara. Aprendió a darles forma, color e intensidad. Los mimaba en secreto. Jamás conoció a nadie digno de confiárselos.


Una noche deseó con todas sus fuerzas poseer un unicornio. A la mañana siguiente lo encontraron muerto a la boca del metro con un enorme cuerno dorado clavado en su pecho.


....










EL MARQUÉS INVISIBLE





Morir antes de tiempo, una pasión sangrante e inconclusa en las venas, estrecho ataúd terreno incapaz de albergar tantos anhelos rotos, incapaz de retener a un alma ardiente de deseo entrelazada al fuego de otra piel.


El marqués vaga por las habitaciones de la casa, invisible a los ojos de su amada, eternamente condenado a contemplarla, a sufrir el roce ahora insensible y vano de sus manos sobre la tersa piel melocotón, una piel de nuevo en manos de otro hombre, del marido que en fatal duelo lo mató.


...




¿USTED QUÉ CREE?


...



A esa masa amorfa, impersonal,


Que arrastra nuestras vidas


Y nuestras ilusiones


Mordiéndose la cola,


Devorándose a sí misma.


...




Señoras y señores, muy buenas noches. Les pido disculpas de antemano por mis errores y titubeos, mas como ya saben, al menos los seguidores de este concurso, no soy un profesional de la televisión sino una persona de la calle, completamente normal. Para ser más preciso, un modesto empleado de una agencia inmobiliaria.


Bueno, pues aquí estoy, totalmente decidido a llevarme el Gran Premio, claro está, con la ayuda de ustedes.


Supongo que notarán en mí cierto nerviosismo. Antes de salir al aire pedí ser atado de pies y manos a mi butaca. Les aseguré que sería el único modo de evitar la merienda de uñas y el baile de mis rodillas. No me hicieron caso, evidentemente. Les será fácil perdonarme si recuerdan mi condición de individuo corriente, idéntico a ustedes.


Como usted, por ejemplo; sí, como usted... Imagínese aquí, en este sillón, sin poder levantarse de él ni hacer una pausa en su monólogo superior a los cinco segundos; sin guión, improvisando durante un largo rato, posiblemente el más largo de su vida. A mí ya me empieza a parecer eterno y apenas ha iniciado. ¿Verdad que resulta curiosa la elasticidad del tiempo, cómo se encoge o estira según las situaciones?...


A lo que íbamos. Ya se ha puesto usted en mi lugar, frente a millones de espectadores, desnudándose ante ellos, hablando de sí mismo con franqueza; pero a la vez tratando de ocultar sus complejos, sus miedos, y de salvarse del ridículo, esa temible sensación capaz de aplastar su voz e ir transformándola en un susurro inaudible hasta hacerla desaparecer por completo, y a usted tras ella, cada vez más pequeño, embotados los sentidos, consciente solamente de un insoportable calor en las mejillas, un calor que le irá incinerando paulatinamente hasta quedar de usted sólo cenizas, cenizas que una ligera brisa convertiría en hollines dispersos por el Cosmos...


Qué no harían sus piernas, sus manos, su cabeza... incluso sus vísceras iniciarían una danza salvaje, atávica, pugnando por eludir esa marea humana devorando su imagen, analizando cada movimiento o sonido que usted emita...


Le aseguro que resulta muy duro; pero hay que resistir. El premio bien merece la pena: prejubilación y residencia en el lugar elegido, en cualquier parte del Mundo, y con una buena paga... Siempre he sido una persona bastante ambiciosa. Bueno, no tanto, o no siempre...De cualquier forma, con esta oportunidad que se me brinda, me siento por primera vez un hombre afortunado...


Y el caso es que tan mal no me va. Llevo una vida cómoda y no debo nada a nadie. Pero ahora podré dejar al fin ese maldito trabajo. Pensarán que no tengo derecho a quejarme de un empleo estable, bien remunerado. Mucho menos delante de ustedes, con la tasa de desempleo en su apogeo. No es el trabajo lo más fastidioso. Si he de serles sincero, les diré que es por la gente. Personas extrañas, a quienes debo estrechar la mano, acompañar, sonreír, resultar agradable, adular su mal gusto, manipular, venderles algo que no desean, robarles a veces...


Al principio resultaba muy gratificante. Manejaba mis herramientas con una gran destreza. Para mí era tan sólo la estrategia de una guerra abierta al cliente. Yo era el soldado. Cada batalla ganada suponía prestigio y una palmadita del capitán. Demasiado tiempo: se me han caído los hombros y las palmadas son ahora como martillazos de un dios odiado, más que por temible, por ser inevitable.


Me estás viendo, ¿verdad? Con tu cínica sonrisa de primate superior esgrimida en unos labios carnosos, sanguíneos a la fuerza...


¡Te puedes ir al cuerno, viejo chocho! Ya no tendré que verte babear los lunes, mientras narras tus bacanales de fin de semana, increíbles ante la simple vista de su protagonista; ni simular atención y sonreír a tus cambios de tono, cuando imagino requerida una sonrisa.


¡Y al cuerno lo demás!... Esta será mi última cruzada para convencer a alguien. Lo más curioso es que ha de ser a todos a la vez. Pero no importa. Un experto relaciones públicas, un conquistador de opiniones, un encantador mercantilista capaz de vender cualquier producto, un hombre como yo ha de poder convencerles de su propia existencia, ya lo creo que sí...


También Julia me estará viendo. Es mi mujer; o lo fue al menos. Ahora es sólo mi esposa. Hasta que la muerte nos separe, creíamos. Lo siento, Julia, pero en el giro que voy a dar a mi vida tú no tienes cabida. Aún soy joven, lo sabes. Aunque no compartimos la misma cama, me ves por la mañana: esa fuerza de la sangre antes de ir a orinar. En cambio, tú...Ni siquiera sé si alguna vez... Porque no creas que me tragué lo de la menopausia. Sé que otras continúan haciéndolo como si no pasara nada.


Bien pensado, puede que fuera lo mejor. Una retirada digna cuando todavía eras capaz de despertar en mí ese viejo fantasma del deseo, cada vez más velado. Hubiera sido muy triste para ti sentirte rechazada, en desuso, como un mueble viejo trasladado al desván. Y yo me habría sentido culpable, acosado por el recuerdo de tu belleza arrolladora. Ambos lo hubiéramos pasado peor.


Demasiado tiempo...Si al menos una vez te hubiera visto despegar del suelo, volar alto, alcanzar una estrella; pero tú siempre tan controlada, tan ridículamente terrenal. Creo que también a ti te mandaría al cuerno; pero algo me lo impide. Quizá sea esa vena de romántico que tanto dolor ha insuflado a mi vida, siempre abierta, sangrante, expuesta a la inmundicia y adicta a la belleza.


Brindaré, no obstante, por ella, porque me hace sentir. Y brindaré por ti, mi sirena marchita, que un día me embriagaste con tus cantos de gozo y me hiciste naufragar en un mar espérmico.


De ti no me despido; ya lo hiciste tú mismo hace algún tiempo. Pobre Julia, qué sola va a quedarse. Cuánto se lo advertí: no te aferres al amor de tu hijo como a un clavo ardiendo, te quemará las manos. Amor de madre...¡¿y dónde está el amor de hijo?!... Primero nos odian a trozos por despojarles de su ególatra universo de ficción. Después la realidad que han heredado les aplasta y terminan odiándonos del todo...


¡Voy a coger ese dinero y huir lejos!...Donde no haya jefes, ni esposas, ni madres, ni hijos... Tan sólo yo, de nuevo yo. Yo y mi pequeño mundo renacido; aquel mundo armónico y vital que cabía en mis manos, que podía modelar a voluntad, hacerlo diferente cada día, pero siempre asequible, aun con ese halo de misterio que me impedía llegar a conocerlo por completo y me exigía la búsqueda continua, el esplendor de los sentidos; aquel mundo que un día, engañado, abandoné para cargarme de cadenas doradas, de un oro falso, embaucador, que el tiempo devora capa a capa hasta mostrar su herrumbre, hasta desintegrarlo en nuestras manos. Entonces comprendes que no posees nada... tan sólo un vacío inasible con hedor a muerte...


Iré a esa Isla, muy al Sur, más allá del frío y de la niebla, donde los días pasan como soles cargados de promesas, de promesas sencillas: de amor, de amaneceres, de mujeres hermosas, desnudas, de sedosas y largas cabelleras que te enredan en noches plenilúnicas sobre arenas desiertas, lamidas por olas susurrantes, leves como los sueños. Quizá, quizá lo haya soñado; pero llegaré allí de cualquier modo, aunque sea dormido, cada noche, porque han de ser tan dulces esos sueños como lo eran de niño, ya que eso seré, no tendré edad... Sólo el tiempo engendra pesadillas...


"Se comunica al señor concursante la conclusión de la primera parte del programa. Como ya sabe, la única misión de esta pequeña pausa es informarle sobre la influencia de su discurso en la opinión de nuestro estimado público. Pasamos al monitor los resultados del último sondeo de la computadora.


Como puede observar, se han registrado hasta el momento un total de 648.253 llamadas. El índice de credibilidad se encuentra en el 17,24%. Le recordamos que para ganar el Gran Premio deberá usted situarlo en el 50,01% como mínimo. Tiene cinco segundos para continuar su monólogo. Mucha suerte. La va a necesitar."


Bueno, como les iba diciendo... creo que me he perdido... ¡Ah, sí! Pues eso... Mis ingresos me permiten vivir con cierta holgura; pero ya saben, pudiendo vivir bien y además sin trabajar... sé muy bien que es la máxima aspiración de cualquier trabajador. Porque al fin y al cabo eso soy yo también, eso somos todos. Eslabones de una misma cadena, partícipes de una tarea común. Comprar, vender, crear, destruir... todo forma parte de un mismo fin: el Sistema. He trabajado duro durante mucho tiempo, para Él, para ustedes. Es justo que ahora me ayuden a disfrutar de un buen descanso, incluso me atrevería a reclamárselo, como si de una deuda se tratara...


¡Maldita sea, ¿por qué no me creen?!... Jamás había sido tan sincero en toda mi vida. Me juego demasiado. Este es mi último tranvía y he de tomarlo a esa Isla. Para ello salí dispuesto a todo, a desnudarme entero si era preciso. A desnudarme el alma... ¿Qué más quieren de mí? ¿Quieren que desnude mi cuerpo también? ¿Es ese su deseo?... Pues voy a complacerles.


Primero la chaqueta...


Ahora los pantalones...


¡Tómenlos, son suyos! ¿Piensan aún que todo está preparado, que se trata de un estúpido guión prefabricado, de una burda farsa? ¿Continúo desnudándome? No, seguramente ese índice está subiendo como loco, ¿verdad?...


Se están riendo. Sé que se están riendo de mí. Puedo ver sus rostros enrojecidos, congestionados por la risa. Y tienen razón...Me he pasado...


¡Maldita sea, dejen ya de reírse!


Veo lo que traman. Pretenden confundirme; les gustaría ponerme nervioso... ¡Pues no lo van a conseguir! Perderé, tal vez, pero no lograrán hacerme callar ni intimidarme con sus risas y sus malditos votos. Me he pasado la vida vendiéndoles mentiras. Aunque no lo crean, por una sola vez voy a continuar regalándoles algo insólito: la Verdad.


Ustedes sí me creen. Son las diez y veintitrés minutos de la noche. Saben perfectamente que nadie es capaz de fingir de esta manera, no en directo. Conozco con certeza el origen de su animosidad: mi empeño en transformar las pantallas en espejos. Sí, están viendo sus rostros reflejados en ellas; y sus vidas pasar, al descubierto, sin ese sutil velo de apariencia que caldea y oculta sus miserias. Han notado un extraño frío penetrar a través de los poros y se han sentido como frágiles y vulnerables caracolillos despojados de caparazón. Como es lógico, a la mayoría no le ha gustado en absoluto. Y todavía les exaspera más, pensar que sea precisamente un tipo como yo el causante de su inquietud: un desaprensivo vendedor de mentiras ocultas, barnizadas con una fina película de verdad absoluta y raciocinio manipulador. Un ente camaleónico, devorador de debilidades, que se alimenta, medra y asegura su reproducción gracias a la inseguridad, la ignorancia y la vanidad de ustedes.


No puedo odiarles por ello. Tampoco por su cochina envidia: ustedes no disponen de esa Isla. Sólo yo tengo la llave, la oportunidad de huir, de abandonar la piel de un personaje común, lastimoso, indeseable, recreado por mí esta noche para intentar ganarme su apoyo...


En realidad, no resulta diferente de otros tantos que amenizan su tiempo de ocio frente el televisor. Vidas vacías, ideales frustrados y amores imposibles circulan cotidiana y libremente invadiendo nuestros hogares. Nos transportan a efímeros mundos donde todo es posible, incluso sentirse parte de ellos, huir del nuestro, tan monótono y aburrido, para ser protagonistas, víctimas o verdugos, qué más da, de cientos de historias tan cercanas a nosotros, a nuestras miserias, a nuestros sueños también...


Pero éste es real. Están plenamente convencidos de que pertenece a este mundo y no al del celuloide, tan fácil de evitar, de suprimir de su presencia: basta un simple botón. Han advertido demasiado tarde que mi endiablado personaje continuará acosándoles aunque desconecten su aparato. Como un fantasma impío y socarrón, se ha escondido en las sombras de su memoria aletargada, cansada de luchar con los recuerdos, saturada de trampas y justificaciones imprecisas y equívocas, pero a la vez necesarias para sobrevivir, para cargar con ese falso equipaje de maletas doradas. Esperará, acechante, a crecer con sus dudas; se nutrirá con ellas. Invadirá sus cerebros inexorablemente y se adueñará de sus pensamientos; de su voluntad. Suplantará a ésta finalmente y les obligará a rogar por esa Isla del Sur...


Lo siento. He pensado, sé demasiado. Y he hablado mucho esta noche, al menos lo suficiente para quemar mis naves...Quizá les haya condenado, condenado a pensar. Tal vez no puedan perdonármelo, o no quieran, o no sepan... Para mí no existe posibilidad de regresión... A su piedad encomiendo mi persona, mi destino...


"Señor concursante, su tiempo ha concluido. Sentimos comunicarle que el resultado ha sido francamente decepcionante. Hemos registrado los índices más bajos del concurso, tanto en audiencia como en credibilidad.


Como puede apreciar en el monitor, en esta segunda etapa tan sólo hemos recibido 172.346 llamadas. El porcentaje medio de credibilidad ha ido descendiendo, a partir de la pausa, hasta situarse en el 8,92%, como le decía, el más bajo obtenido hasta la fecha.


Gracias a usted por su participación y a ustedes por su atención. Les esperamos nuevamente el próximo domingo en "¿Usted qué cree?", su programa favorito, a la misma hora. Muy buenas noches. "


...mi Isla...


...





ISLAS




Atravesando el mar de la imaginación se pueden observar -no sin asombro- innumerables islas de carne y desconcierto que soportan heroicamente los embates del agua en sus vulnerables flancos y los pútridos vertidos que cada marea deposita sobre sus un día blancos arenales.


Tan sólo esperan -a pesar de que el tiempo jamás fue su aliado- la conjunción astrológica, el imposible istmo que las acerque y funda en única morada, escollera común, alianza continental de acantilado frente a la tempestuosa e imperante barbarie universal.


Dedican, mientras tanto, ilusionadas horas a sembrar nuevos sueños sobre el yermo paisaje de su rocosa estirpe -árida de asechanzas- y aguardan sus semillas que la lluvia anhelada germine las desiertas entrañas y florezcan cual viva realidad, flores del primer sueño, que la Vida reclama para sí, para cumplir con su propio destino de ignorada, maravillosa y funeral presencia.


...





NINA

...


Bienaventurados los soñadores,


porque ellos vivirán despiertos.


...




Se me ha perdido un sueño. Algunos pensaréis que esto es imposible. O que no tiene la menor importancia. Os equivocáis. Si conocierais el Secreto, no pensaríais así. ¿De qué secreto hablo?. No os lo voy a revelar, porque entonces dejaría de ser tal secreto; pero os voy a proporcionar algunas pistas que quizá os ayuden a descifrarlo. No está bien guardarse todo lo que uno sabe. Si todos lo hiciéramos no existirían libros ni tebeos ni películas...No iríamos a la escuela, eso sí, pero tampoco sabríamos jugar. Y lo peor de todo es que nos resultaría prácticamente imposible desvelar los secretos.



Hacía tiempo que deseaba tener un hermanito. La mayoría de mis compañeros de colegio ya lo tenían. En varias ocasiones les había hecho notar a mis padres la injusticia que suponía el que yo careciera de él. Ellos se reían y me preguntaban si prefería niño o niña. Por supuesto, yo les contestaba que quería un hermano, para jugar con él a cosas de niños. Las niñas practican otros juegos, casi siempre aburridos. Además estaba un poco harto de jugar a todas horas con Sara, mi vecina y compañera de colegio a la vez.


Como ellos continuaban riéndose, yo rompía a llorar para demostrarles que lo deseaba con fuerza y que sus burlas no me hacían ni pizca de gracia. Se reían más aún. Yo berreaba con todas mis fuerzas; sabía que era la única manera de evitar que me tomaran el pelo. Por fin, mi papá se enfadaba y dejaban de reír. Me advertían una vez más que tener un hermano supondría una verdadera molestia, sobre todo para mí, pues debería compartir con él la habitación y los juguetes, e incluso mi paga semanal sería dividida. "Los bebés tardan mucho en crecer, hijo; además, no te falta con quien jugar, Sara es como una hermana para ti..."


Pero Sara tiene una hermana mayor y yo sabía muy bien lo que eso significaba. Comían juntas, dormían juntas, se bañaban juntas, iban juntas de vacaciones con sus papás... Estaba claro que no era lo mismo, aunque pasara casi todo el día con ella. Y me tenía sin cuidado compartir con él mi cuarto y mis juguetes, o regalárselos si era necesario. De modo que a la menor oportunidad, volvía a sacarles el tema y montarles el berrinche.




Aunque no sea capaz de recordarlas, sé que en mi más tierna infancia, desde que era un bebé, he padecido horribles pesadillas. Siguen ahí, pero ahora sólo afloran cuando estoy enfermo, supongo que a causa de la fiebre. Una noche me desperté llorando, muerto de miedo y empapado en sudor. Le pregunté a mi madre por qué los sueños son tan espesos a veces. Ella se rió. No comprendía por qué los adultos se ríen de cosas tan serias, pero lo cierto es que aquel mismo día decidí no volver a contarles mis sueños. Y mantuve firme mi decisión, a pesar del empeño que ellos pusieron, unos años más tarde, en que lo hiciera.


Al día siguiente le comenté mi pesadilla a Sara, durante el recreo matinal. Me dijo que ella también las padecía cuando estaba enferma y que sentía como si se hundiera en el barro o se enredara en gigantescas y tupidas telarañas. Luego despertaba asustada, gritando y llorando a moco tendido. Cuando su madre acudía a consolarla, Sara intentaba explicarle el sueño, pero no le hacía ni caso; se limitaba a culpar a la televisión y le impedía verla durante unos días. Me confesó que le daban pánico y prefería no hablar de ellas. Era mejor jugar a los papás, porque ellos, al parecer, nunca sufren pesadillas.


De manera que con Sara tampoco he vuelto a hablar de mis sueños.




Casi había perdido toda esperanza, cuando un día supe que iba a tener un hermanito. Al principio no lo creía, pero después noté que ya estaba creciendo en el vientre de mamá. Esto me convenció. No se puede inventar algo que ya está hecho, que ya está vivo.


Imaginé cómo sería estar allí dentro, flotando, según me enseñaban por esos días en el colegio, dentro de una bolsa llena de líquido, como un pez en su pecera. Claro que el agua estaría calentita y, no sé por qué, la imaginé mucho más espesa que la del grifo.


No comprendía muy bien cómo podía vivir allí, a oscuras, sumergido en aquel líquido, sin respirar; pero lo más admirable era su valor, el hecho de permanecer solo, encerrado durante tanto tiempo en aquel espeso sueño, sin morirse de miedo.




Cierta noche, días antes del parto, soñé que me introducía en la barriga de mi madre. El agua estaba tibia, en efecto, pero no tan espesa como la había imaginado. Tampoco el sexo del bebé era el esperado.


Había luz. Una luz tenue, rosácea, abriéndose paso entre el azul. Mi hermana flotaba, ingrávida como los astronautas de la tele, sus enormes ojos abiertos de par en par y en su rostro la sonrisa más feliz que he visto en mi vida. No mediamos palabra. Estaba claro que ella no sabía hablar, pero de alguna forma me transmitió la primera clave de ese valioso Secreto que más tarde, mediante sucesivos mensajes suyos, lograría descifrar.


Comenzó a hacer piruetas y bellos movimientos que parecían representar una especie de danza, mientras su cuerpecito expulsaba una aureola tras otra, cuyos contornos, de un rojo cada vez más intenso, provocaban ligeras ondas en el agua que desplazaban el azul hasta arrojarlo fuera de la pecera. No sé cómo termina el sueño, porque en ese momento me despertó mi madre para ir a la escuela; pero sí recuerdo que durante un tiempo continué pensando en el rojo y en el azul, hasta llegar a sospechar que de haber soñado aquello unos meses antes, me habría visto navegando un frío y espeso mar azul.




Nina decidió abandonar su pecera el mismo día que yo cumplí los nueve años. Mi madre pasaba día y noche pendiente del bebé y mi padre dedicaba el escaso tiempo que compartía con su familia a ayudar a mamá y decirle tonterías a mi hermana.


En pocas semanas me harté de la situación y comencé a portarme mal. Era la única manera de que me hicieran caso, al menos durante un rato, aunque fuese para reñirme e incluso recibir a veces un par de nalgadas. Cuando esto ocurría, el resultado era fenomenal: al oírme llorar, Nina se asustaba y lloraba también; mi padre se enfadaba y me amenazaba con pegarme más fuerte si no me callaba; como no paraba de llorar; me propinaba otro par de nalgadas, mientras yo estremecía las paredes con mis gritos; Nina me seguía; mi padre se enfurecía y gritaba más fuerte que nadie; nosotros nos asustábamos, chillábamos y llorábamos más aún... Así hasta el infinito. Aquello parecía una casa de locos. Hasta que mi madre se echaba a llorar. Entonces papá se calmaba un poco e intentaba consolarla. O se marchaba de casa, incapaz de soportarlo. Era tremendo.


Aunque el odio a mis padres se acentuó en aquella época, nunca envidié a Nina ni ésta produjo en mí sentimiento negativo alguno. Ellos aseguraban que mi actitud se debía a los celos, se lo oí comentar una noche desde la cama, durante una de sus frecuentes discusiones. Mentira. Sólo sentía por mi hermana una inmensa ternura. Y también la convicción de que nos unía algo indefinible, muy especial, a pesar de haberme decepcionado en un principio su sexo y de haberme visto obligado más tarde a admitir que los bebés no saben jugar y tardan mucho tiempo en crecer.




Nina atravesó las nubecillas y se posó en la cima de la montaña más alta. Yo la seguí. No importaba que aún no supiera caminar: sabía volar. Esto no era difícil de creer, porque todos sabemos que cada niño es diferente, nace diferente, y por tanto no era de extrañar que Nina hubiera llegado a este mundo con un par de hermosas alas en sus costados. Lo que sí resultaba casi increíble es que de repente me hubiesen brotado a mí también. Creo que ella poseía poderes, como los magos. De otra manera no se explica, a no ser que se tratara de un sueño.


El caso es que estábamos los dos sobre la cima de la montaña más alta del mundo -ahora mismo no recuerdo su nombre- sentados sobre la roca, descansando después de haber volado de montaña en montaña y de nube en nube hasta llegar allí.


Le pregunté si estábamos soñando. Me aseguró que no, que todo aquello era real.


-Cuando te duermas perderás tus alas y tendrás que ir al "cole" de nuevo. Pasarás el día entero aprendiendo números, letras, reglas y cuentos tontos que los adultos consideran muy importantes. Te dirán cómo has de vestir, cuánto debes comer, cuándo es hora de despertar y te darán un montón de órdenes que deberás cumplir a rajatabla aunque no entiendas por qué están ahí, si no es para fastidiarte. Pero ese sueño es así. Nuestros padres no tienen la culpa. Eso sí, deberían luchar por cambiarlo, por hacerlo más parecido a la realidad...


-¿Y no podríamos estar siempre despiertos?


-No es posible. Hemos venido a la Tierra a soñar, a soñar un mundo real. Necesitamos acostumbrarnos, adaptarnos a él, sufrirlo y disfrutarlo en tanto permanezcamos aquí. La Tierra es una zona intermedia, un lugar de paso. Vamos del Agua hacia la Luz y de la Luz retornaremos nuevamente al Agua, tal vez en un planeta diferente.


-¿Cómo podemos...?


-En realidad es muy sencillo. Basta con dejarse flotar e ir poco a poco cambiando de color. Lo difícil es acostumbrarse a vivir encerrados en nuestra propia piel, a convivir con nuestro cuerpo. Intentamos que éste se encuentre lo más cómodo y saludable posible; pero a veces olvidamos quiénes somos y de qué estamos hechos...


"Déjame, mamá, no quiero dormir", le dije a mi madre cuando me despertó esa mañana. Le hizo gracia y se echó a reír. Yo la imité después, ya un poco despabilado, pero sin saber a ciencia cierta cuál era mi sueño.




Aunque todavía no sabía jugar, Nina me seguía por toda la casa. Tan sólo balbuceaba algunas palabras y sin embargo ya pronunciaba correctamente mi nombre. Eso me hacía feliz. Alguien me necesitaba y se interesaba por mí. Intenté convertirla en mi compañera de juegos, pero estos no parecían agradarle. Siempre terminaba desbaratándolo todo. Trataba de hacerle entender que eso no estaba bien y que así nunca seríamos amigos. Nina rompía a llorar. Entonces la cogía en brazos, me sentaba con ella en el borde de la cama y le contaba el sueño. Todavía con lágrimas en los ojos, sonreía y escuchaba con atención, como si comprendiera mi relato, un relato que nunca sabía cómo terminar. Al preguntarle a ella por el final, se ponía triste y le pedía a mamá que la acostara.


Mamá me reprendía. No quería que le contara cuentos a esas horas. Cada vez que lo hacía, a la niña le entraba sueño y acababan las dos de un humor insoportable, pues mi madre temía acostarla y que después no durmiera bien la noche.


Pero lo que más me dolía era que la forzara a comer. Nina escupía la comida y mamá se ponía hecha una furia. Le gritaba, e incluso le pegaba a veces, cuando terminaban las dos histéricas. Yo padecí el mismo problema y conozco muy bien lo que se siente. En esos instantes, uno odia a su madre con todas sus fuerzas.




Nuestras alas se habían reducido de tamaño hasta tal punto que nos resultaba imposible alzar el vuelo. Todavía podíamos planear durante un rato si nos tirábamos desde una altura considerable; pero de manera tan inestable que decidimos no volver a hacerlo. Estábamos sentados sobre la hierba, en un hermoso valle tapizado de flores por Primavera.


-Nina, ¿por qué desaparecen nuestras alas?


-Cada vez paso más tiempo dormida. Me obligan a adaptarme precipitadamente, con excesiva rapidez. El sueño real me ata cada vez más a la Tierra. Pero eso no es lo que más me preocupa. Sé que es mi destino, nuestro destino. Lo que me inquieta de verdad es el temor a olvidar, a olvidar esta realidad, la realidad original. Como les ocurrió a nuestros padres. Como te sucedió a ti. En poco tiempo, quizá no recuerde yo tampoco de dónde vengo ni a dónde me dirijo. Debe ser muy triste olvidar quién es uno. Algunos hombres dedican toda su vida a descubrir su propia identidad; en realidad, a conocer lo que ya sabían, lo que siempre hubieran sabido de no haberlo olvidado.


-¿Cómo puedes saber tú todo eso?


-Está escrito en la sangre. Todos soñamos el mismo sueño, un sueño que se amplía y se debate en la Luz para luego transmitirse con cada nuevo nacimiento, aquí, en el Agua.


-¿Cómo piensa la Luz?


-El Pensamiento es Luz, pero no me hagas mucho caso. Cada día recuerdo menos cosas. Creo que muy pronto nos dormiremos para siempre y olvidaremos despertar. No obstante, algunas personas conservan durante su estancia en la Tierra un pedazo de realidad original y despiertan de vez en cuando. Dicen que duele mucho, pero a mí me gustaría poder hacerlo.


-A mí también. ¿Podríamos despertar juntos de nuevo?


-No lo sé...


La estúpida melodía del despertador me durmió. Quiero decir, me despertó. Mis padres habían decidido que ya tenía edad para levantarme solo.




Nina fue matriculada en preescolar en cuanto cumplió los tres años. Lloraba cuando la despertaban y más aún cuando la dejaban sola en el "Jardín de Infancia", entre un montón de desconocidos. Los profesores aseguraron a mi madre que se acostumbraría enseguida, pero tardó más de dos semanas. Cuando estaban a punto de liberarla de aquel horror, después de tensas discusiones nocturnas entre mis padres, una mañana se levantó tan tranquila y ni siquiera se despidió de mamá al entrar en la guardería.


Mientras tanto, yo había hecho nuevas amistades. Ya no me veía obligado a jugar únicamente con Sara. A mi hermana, he de reconocerlo, le dedicaba menos tiempo cada día. Si en alguna ocasión jugaba con ella era porque me aburría, porque no tenía con quien jugar o no sabía qué hacer. Me había convencido definitivamente de que jamás conseguiría hacer de ella una auténtica compañera de juegos.


Volví a relatarle nuestro sueño un par de veces, pero apenas me prestaba atención. Llegué a la conclusión de que no comprendía una palabra de lo que le estaba diciendo. Además, hacía bastante tiempo que no soñábamos juntos. Perdí todo interés por comunicarme con ella.


La relación con mis padres mejoró mucho. Ya no necesitaba que me hicieran caso. Es más, prefería que no me prestaran ninguna atención. Caí en la cuenta de que si estudiaba lo suficiente para sacar buenas notas, comía lo que me ponían en el plato y me vestía según sus deseos, la convivencia se hacía soportable el resto del tiempo.


En cambio, Nina se comportaba con ellos como un demonio. Cada día peor.




Nuestras alas habían desaparecido por completo. A duras penas movíamos nuestros cansados cuerpos sobre un terreno embarrado, bajo la escasa luz que se colaba al interior de la cueva a través de las fisuras del techo rocoso. Un sucio hilo de agua, a modo de pretendido río subterráneo, hundía su cauce en el suelo y se perdía en las tinieblas de la caverna.


-¿Dónde estamos, Nina?


-Creo que estoy preparada: ya pertenezco por completo a la Tierra.


-Pero esto es muy feo. Yo prefería volar, volar libre bajo el Sol.


-No se puede volar eternamente. Ya te dije que aquí estamos de paso. Debemos aceptar nuestro destino. Además, retrasarlo sólo serviría para sufrir más tiempo. Nosotros y ellos. Es mejor ceder y adaptarse lo más rápido posible. No podemos transformar a los adultos. Es mucho más sencillo que cambiemos nosotros.


-¿Aunque perdamos nuestra realidad?


Ellos la perdieron primero. Los niños les recordamos esa pérdida. Por eso no les agrada nuestro modo de ser. Ven en sus hijos el primero y el mayor de sus fracasos: la identidad y la inocencia que no supieron o no pudieron conservar.


-Entonces... ¿No volveremos a despertar...?


-Es mejor dormir...




Mis padres me presentaron a un señor licenciado en sueños y realidades. Me dijeron que me ayudaría mucho hablar con él. Nunca pensé que necesitara ayuda, pero me hacía ilusión contarle a alguien el sueño o lo que fuera que Nina y yo compartíamos. Más aún tratándose de un experto, quizás supiera encontrarle un final. De modo que hablé con él, muchas veces, durante un largo tiempo.


Últimamente he llegado a pensar que no se entera de nada. El último día me soltó una sarta de tonterías: que soy hijo único; que Nina no existe, que nunca existió; que ya está bien de fantasear, un hombre hecho y derecho como yo, con casi trece años...


Es un capullo. Ya estoy harto de que me sermonee. No pienso verle de nuevo. Además, lo de Nina se terminó. Sé que no volveré a despertar... a soñar con ella. Creo que ahora sí hemos perdido el contacto, definitivamente. Como os dije al principio, se me ha perdido un sueño, un hermoso sueño.


Habré de conformarme con verla cuando estemos despiertos, o dormidos, como ella decía. La verdad, cada día estoy más ocupado con mis cosas y le presto menos atención. Quizá sea cierto que me esté haciendo mayor. Por eso escribo ahora esta historia, porque temo olvidarla por completo cuando sea adulto y olvidar así el Secreto que encierra. Y también porque está bien contarle a los demás lo que uno sabe, si lo considera importante. Y sobre todo porque se me ha perdido un sueño, y esto puede que sea lo peor que le puede suceder a alguien. Al contároslo, tal vez podáis ayudarme a encontrarlo...


...














RELATO MORTAL




Llegas a mí ávido de respuestas, como viento buscando en las copas de los árboles el sonido de su propia voz. Pretendes descifrar los signos que me habitan y construir con ellos un puente seguro entre tu soledad y tus más calladas dudas. Únicamente puedo darte aquello que no soy, el resto me pertenece, es sólo mío. Si aún deseas saber más de mí pasa de una en una las siguientes páginas en blanco hasta hallar mi final...


…¿Has lamido tu dedo para llegar aquí? Si no lo has hecho, olvídame, te odio. Si lo has hecho te revelo que mis páginas estaban impregnadas de un mortal veneno. Descansa en paz.