domingo, 5 de julio de 2009

LUCES

Pues bien, todo es mentira. Porque si un poder a veces y un consuelo en otras ocasiones poseemos sobre y para nuestros lectores, es el de cambiar el discurso y las acciones de nuestros protagonistas, sobre todo de los principales, de los que llevan el hilo de la historia.
Aunque también acertaríamos al decir que nuestros protagonistas se rebelan en ocasiones y nos inducen a modificar los desenlaces o retrotraernos de su propia muerte -como si matarlos estuviera realmente en nuestras manos.
Y entonces tendríamos que pensar quién de los dos o ambos o en qué porcentanje actuaron en el desarrollo de la historia para modificarla de una manera tan abrumadora.
Pues bien, como les decía, Rumbo, que así se llama nuestro protagonista ahora que lo es de verdad y tiene derecho a un nombre propio y que me ha dejado hecho unos zorros y como un mentiroso, no llegó nunca a tirarse por el acantilado.
Como él mismo me explicaría más tarde, no era él quien debería tirarse y planear en medio de la oscuridad hasta pudrirse entre las rocas como una cagada de murciélago, no era él, sino yo, quien deseaba acabar con su vida de una manera tan inhumana y desproporcionada.
Me explicó que era cierto que no sabía demasiado y que su vida en la caverna nunca había arrojado demasiadas luces a su razón, a pesar de saber por los gorriones que otro mundo existía.
Pero que a la vez, la sola contemplación de que existían otros seres capaces de sobrevivir al margen de la putrefacción y la oscuridad, había instaurado en su mente una nueva conciencia, un brote de conocimiento de donde manó, como de una fuente, ese impulso primigenio para abandonar la cueva y a sus seres queridos e intentar alcanzar para todos ellos un mar imaginado.
Y me contó también que su prolongada marcha por el desierto no le había proporcionado mucho más de lo que llevaba en sus alforjas, pero sólo el hecho de comer la correosa carne ahumada bajo la luz del sol y olvidar durante aquellos días el nauseabundo olor de la caverna había hecho renacer en él tanta vida como nunca fue capaz de imaginar. Que se sentía de una manera que yo la comparé como un río.
Y por todo ello, y porque en el borde del abismo no pensó tanto en la oscuridad sino en cómo se vería bajo esa nueva luz el rostro de su amada, de su querida Liria, tan sólo pensó que había errado su camino. De modo que cubrió con vendajes las heridas de sus pies y buscó un puente más seguro para cruzar el abismo -para entonces tenía la certeza de que no sería el único que le impediría avanzar- y proseguir su viaje hacia esa tierra prometida, ajena a la oscuridad y a la mierda.
Una tierra que él consideraba prometida, prometida para él, para su amada y para los hijos de sus hijos.

sábado, 4 de julio de 2009

CUEVAS

Y en el borde del precipicio se abrazó a sí mismo y a su propia ignorancia, tan inmensa e inescrutable como le era ese cúmulo de inofensivas nubes. Nada veía más abajo, pero tampoco había visto nada más en la agreste superficie, bajo sus pies cansados, magullados, doloridos y sin ganas algunas de dar un paso atrás.
Me gustaría decir que en ese paso aprendió todos los demás.

Me gustaría decir que incluso aprendió a volar ante ese puente que se le extendía tan incognoscible e inhóspito como lo había sido su vida en la cueva en un pasado tan cercano.

Pero no fue así.

Para ser fiel a esta historia y a la memoria de su protagonista, no me queda más remedio que asegurarles que su cuerpo vagó entre nubes vaporosas durante unos segundos inexplicables y que luego sólo vio el fondo rocoso aproximarse hasta que sus huesos y su piel se fundieron en él.
Ni un pensamiento para su madre o para Liria. Es más, para ser totalmente exactos y adentrarnos en su caída como si fuera una excursión de nuestro propio ser, para ser fieles a su sentir y su pensar durante ese vuelo de cuarenta segundos tras las nubes, habremos de decir que vivió en ese escaso tiempo la historia completa de su joven vida: la puta oscuridad.