viernes, 23 de octubre de 2009

TRAS LA CAVERNA


Eran las últimas bocanadas del ocaso cuando llegó a aquel puente. Dudó, dudó incluso de sí mismo y de si permanecía despierto o si debía despertar de algún maldito sueño.
Pero algo indefinido lo llamaba y le impulsaba a continuar su viaje.
Algo que ni siquiera reconocía como la voz de su amada y mucho menos la de sus ancestros, la voz del chamán que reclamaba su atención en cada plenilunio, que sin creer en él lo enviaba hacia mundos ignotos donde sólo imperaba aquella voz y las viejas hierbas que en la noche tomaban.
Se sintió libre, ansió como nunca había sentido, la claridad de otros espacios donde llegar a ser.
Y así, medio dormido, medio renacido de un deseo vital, del deseo de reencontrarse con su amada y librarla de la oscuridad de la caverna, atravesó aquel puente.
Porque todo es verdad. Incluso el miedo que lo dejó paralizado en mitad del puente, también es verdadero.
Las últimas bocanadas del ocaso se cernían sobre él. Divisó la tormenta que se avecinaba tras las amenazantes nubes que nublaban su cielo, ante él, en la misma dirección que había tomado, y se preguntó si sería capaz de llegar al otro lado o si los dioses perseguían su sino y lo habían condenado para siempre por haber osado salir de la caverna.
Pero ya sabía, sabía demasiado como para no volver atrás, como para no creer en nada que no fuera un futuro para compartir con su amor, bajo esa luz certera de cada nuevo amanecer, y encontrar bajo ella su anhelada morada.
Lejos de su cordura, de lo que había heredado de la sabiduría de la tribu, se aventuró y cruzó ese puente tempestuoso que nada prometía.
Y así alcanzó la luz, pero todo es mentira.