miércoles, 28 de septiembre de 2011

UN PROYECTO LITERARIO DE MECÁNICA CUÁNTICA

UNA TEORÍA LITERARIA SOBRE LA MECÁNICA CUÁNTICA


El gran genio de la relatividad se movió por la intuición y le sacó la lengua a Galileo y a Newton. Pero no tuvo en su tiempo la información necesaria ni la sobriedad vital para cabalgar sobre una nueva ciencia que lo habría de superar y dejar en el lugar adecuado: la mecánica cuántica.
Nada está probado en cuanto a las potencialidades del ser y menos aún en cuanto a los designios del saber: al final de la página de cualquier libro no sabemos nada, luego volvemos al principio y se acercan de nuevo las páginas finales a las del principio como en un pliegue de sabiduría universal, curvaturas.
Cuando pretendemos determinar qué o quién o cualquier otra cosa nos dio la vida tras crear un espacio y un tiempo posibles, no sólo las religiones sino también la ciencia se ven derivados hacia la sinrazón, lo inexplicable...
No es que vaya a irse al carajo la teoría de la relatividad, como se fueron otras primero. No es que hayamos encontrado partículas viajando a otras velocidades superiores a la luz, el pensamiento es luz y puede que algo más, no es sólo eso.
La cuestión es que, precisamente por eso, debemos cuestionar cualquier propuesta que nos sea entregada de aquí en adelante y para siempre como un puro tesoro de sabiduría incuestionable.
Por ejemplo, las inexpugnables democracias occidentales, donde se siguen derribando propuestas culturales bien consolidadas a cambio de devolver a su supuesto propietario unos terrenos para la más pura especulación en tiempo de crisis, no se nos olvide que las grandes fortunas de este infortunado planeta se han gestado siempre en tiempos de guerras, explotaciones de ultramar y miserias varias de sus conciudadanos.
Okupa que algo queda...

En realidad, la búsqueda de una ley unificada, una especie de grial de la ciencia que pudiera conjugar en una sola formulación las energías gravitacionales, electromagnéticas y atómicas, fuerte y débil, que no son más que centrífugas y centrípetas nucleares, ya fue cuestionada en los años 30, cuando la teoría de la relatividad lo llevó a la cima de los plantemientos científicos macrosistémicos.
Un gran avance: la bomba atómica y la fusión nuclear para la obtención de energía incontrolable, léase accidente o maremoto...
Quedaban por probar las hiopotéticas y recien nacidas teorías cuánticas, que se vieron condenadas a la sombra ante las consabidas y fructíferas teorías del gran apostol de la inmensidad, pero los grandes avances tecnológicos de nuestra época, los cada vez más inconmensurables aceleradores de partículas, habrán de poner a esa ciencia apartada, en su lugar: algunos habrán de buscar a dios en su interior, un dios a su medida.

Le debemos al gran matemático la bomba atómica que acabó con el nazismo y la proliferación de mortíferas bombas de tiempo prefiguradas como centrales de energía limpia, barata y elitista, bien controlada por la configuración de los poderes fácticos.
No está de más añadir que nunca fue su intención, el aprovechamiento armamentístico de su sabiduría, pero tampoco sobra decir que fue un hijodeputa vendido a la potencia soberana para salvar su cuerpo, perseguido por un nacismo que tampoco hubiera aceptado la fisión fría, barata y universal, cada día más cercana tras los últimos varapalos sociopolíticos y economicoestructurales.
Y también decir que todas sus bombas no hubieran sido nada sin la investigación aeroespacial proveniente de los alemanes nazis. Los norteamericanos tan atentos, conjugando sinergias.
Las vueltas que da la vida.
Era un tipo simpático.
Y sólo para los que todavía buscáis respuesta a preguntas sin configuración previa ni asomo de documentación bien asignada, deciros que los sentimientos del ser humano son equiparables a las constelaciones de cada noche en nuestro pedazo de cielo pero también a las tercas y asombrosas maniobras de nuestra interioridad, átomos y sensaciones estancas de difícil empatía y compartibilidad.
Somos indefinibles, somos incatalogables... Somos…
Esto es sólo el principio


damego