lunes, 17 de septiembre de 2007

ACCESO A 7 CUENTOS

Selección de siete cuentos en la entrañable y memorable página "El gato de Hank".

http://gatodehank.fortunecity.es/damego.htm

NUEVO GRUPO INSUMISO

Acceso a esta entrada y al artículo publicado por el doctor en sociología David MG, relacionado con ella.

http://www.indymedia.org/en/2006/11/874313.shtml

viernes, 7 de septiembre de 2007

hermann hesse dixit


Entre las personas, por muy unidas que estén, siempre queda un abismo que sólo puede salvar el amor, y aun así sólo con un puente de emergencia.

jueves, 6 de septiembre de 2007

damego dixit


A esa edad... cuando la soledad innata se transforma en patética presencia cotidiana y la única esperanza es un nuevo crepúsculo inconcluso, aún puede amanecer una vez más...

A ESA EDAD










A ESA EDAD...







Le hubiera gustado editar un libro, sólo uno, el libro de su vida; pero jamás se atrevió a mostrar su obra, ni siquiera a José, su marido. Únicamente a Esteban.




Cogió la carpeta donde guardaba celosamente apuntes y poemas escritos durante más de medio siglo y completó con ella su equipaje. El cierre de la maleta resonó en la habitación como un portazo. Aurora apagó la luz, temerosa de que su hija hubiese despertado.




Permaneció a la escucha, en la oscuridad, agazapada como un ladrón tras la puerta de su habitación, meditando que si hubiera afrontado la soledad con valentía, si no les hubiera hecho caso, no se vería ahora en tan ridícula situación.




No le hizo ninguna gracia vender el piso donde había vivido con José y criado a su hija, aunque careciera de ascensor. Todavía se encontraba bien de salud. Subía hasta el cuarto de un tirón, sin pararse en los descansillos. Además, con el sacrificio que supuso pagarlo. Ella decía que a José se lo había llevado el piso a la tumba, aquel dichoso piso que tanto sudor y privaciones les había costado.




Apenas habían transcurrido tres meses desde la muerte de su marido, cuando una noche, después de una cena muy especial y durante una velada pródiga en sonrisas, en casa de su yerno, éste y Ana, su única hija, le propusieron irse a vivir con ellos. Para que no se sintiera sola y no tuviera que subir tantas escaleras. Porque ya se sabe, a esa edad, cualquier día se pondría enferma, o empezarían a flaquearle las piernas.




Al responder que casi no cabían ellos, con la niña, en aquel pequeño ático, le sugirieron vender el piso paterno y comprar uno nuevo en el centro, con dos o tres ascensores. Un piso grande, donde dispondría de una habitación propia. Con el dinero que ellos pagaban por el alquiler del ático y una mínima aportación de su pensión de viudedad, podrían afrontar perfectamente el pago de la hipoteca, una vez abonada la entrada mediante la venta del viejo inmueble. Estaría más cerca de su nieta y no se vería obligada a trabajar en la casa, aunque tampoco le impedirían cocinar si así lo deseaba. El hecho de que trabajasen los dos no suponía problema alguno. Mercedes, la chica del servicio doméstico, se encargaría de todas las tareas, incluso de cuidarla a ella en caso necesario. Su única ocupación consistiría en pasear y distraerse. Ana se comprometía a presentarle algunas señoras maduritas, entre otras a Puri, compañera de oficina, cercana a la jubilación y viuda también. Puri era miembro de la Asociación de Amas de Casa, y le había comentado en numerosas ocasiones lo mucho que se divertían en grupo y la extensa variedad de actividades disponibles en la misma. A esa edad, y en ese estado, no es bueno encerrarse en casa. Una empieza a pensar, se le agolpan los recuerdos y termina deprimida y enferma. Y claro, luego son los familiares quienes sufren y cargan con las consecuencias...




Todo iba sobre ruedas. Disponía de total libertad y de una habitación confortable. El ascensor la impresionó un poco, al principio, pero después de subir un par de veces andando hasta un octavo, terminó por acostumbrarse a él. Paseaba con su nieta por el parque cercano todos los días que el tiempo lo permitía, tras recogerla a la salida del colegio. Ese otoño disfrutó dos semanas de vacaciones en Salou, en compañía de algunas socias con quienes comenzaba a simpatizar, aprovechando las ofertas hoteleras fuera de temporada. Asistía regularmente a las reuniones, conferencias y exposiciones que se celebraban en la sede, e incluso comenzó a comprometerse con sencillos trabajos de redacción y mecanografía en la secretaría de la misma.




Además de las excursiones en autocar que ofertaban esporádicamente, de un día de duración, cada mes organizaban una especie de cena de hermandad en un restaurante de los alrededores. Gracias a una esas cenas, cuatro meses atrás había conocido a Esteban.




Ahora no recuerda quién propuso la idea, pero después de cenar se abrió un debate sobre las saludables propiedades del baile y finalizaron la velada en una sala de fiestas un tanto extraña, donde predominaba la gente de avanzada edad. Si bien le sorprendió en un principio la existencia de un lugar así, no tardó en recordar que su yerno había hablado en una ocasión, no supo entonces si en serio o en broma, sobre ciertos lugares llamados "desguaces", donde iban a ligar los viejos y divorciados de difícil reinserción. Y le había dicho a Ana que ahí acabaría su madre con tanto viaje y tanta fiesta.




Sentada con dos amigas a una de las mesas situadas alrededor de la pista de baile, dudaba todavía si aquellos viejecitos que se abrazaban bailando eran o no respetables matrimonios. Sus dudas se disiparon cuando tres caballeros muy corteses las invitaron a bailar. Aurora se negó y quedó sola en la mesa. Esteban había presenciado la escena y se le ofreció como acompañante. Es Navidad, dijo, en un tono tan desamparado como amable. Y no supo negarse. Fue el inicio de una hermosa y entrañable amistad.




Mientras tanto, en casa, el escaso y adusto mobiliario que antes decorara el ático, fue sustituido por lujosos muebles de diseño construidos en maderas nobles. Pedro compró un coche nuevo, de esos de inyección, con turbo. Su hija se adjudicó el viejo, que todavía estaba bastante presentable. A Marisina le regalaron una enciclopedia que ocupaba una pared entera; el equipo musical y la estantería eran de regalo. Cortinas y lámparas en todas las habitaciones; televisor más grande, de esos automáticos, con teletexto; vídeo superprogramable, con no-sé-cuántos cabezales...




Aurora no se explicaba de dónde podía salir tanto dinero, pero la última vez que insinuó irse de viaje, Ana le había llamado egoísta. Y no le había devuelto la libreta de ahorros, la que compartían por si le ocurría algo, a esa edad, desde que hacía ya dos meses se ofreciera a ponérsela al día. Le dolía lo que le estaban haciendo. No por el dinero, para qué lo quería ella, sino por su intolerable falta de consideración y de respeto. Si lo necesitaban, ¿por qué no se lo pedían?¿acaso la tomaban por tonta?...




A tientas, buscó en la estantería hasta encontrar su libro preferido. Se aseguró del título valiéndose de la luna llena que invadía la alcoba: "En las orillas del Sar". Con él en la misma mano que portaba la maleta, abandonó su casa como un adolescente huyendo del hogar, en silencio, ni siquiera una nota, con la certeza de que jamás volvería a posar sus pies allí. Toda su relación familiar desmoronada por una maldita cuenta bancaria, por una miserable pensión de viudedad que bien podía haberse llevado José a la tumba, aunque tuviera que vivir de la caridad. Una cuenta que dejaba allí, para siempre, en aquella casa que de repente se le antojaba extraña y fría. Una libreta de ahorros que le recordaría de por vida el día en que su hija la trató como a una puta, instantes después de exigirle que se la devolviera. Cómo no le daba vergüenza, a su edad, echarse un novio. Y además mantenerlo. No tenía ningún derecho a gastar su dinero con él, después de lo que habían hecho por ella, después de sacrificar su intimidad para que ella no se sintiera sola, después de soportar sus rarezas e incluso sus ronquidos nocturnos...




Se dirigió a la parada de taxis, introdujo en el maletero su exiguo equipaje y ya en el interior del vehículo sacó del bolso un pedazo de papel y lo desplegó con ternura, como si se tratara de una delicada flor y temiera desprender sus pétalos. Leyó en voz alta una dirección de los suburbios. Al tiempo que aceleraba el motor, sintió que lo hacía también su corazón, a la misma velocidad que en su primera cita, con José, hacía la friolera de cincuenta años. Qué pensaría, el pobre, si la viera dirigirse con la misma ilusión, a esa edad, en busca de otros brazos, los de Esteban. Ya casi amanecía. Aurora, sonrió.

martes, 4 de septiembre de 2007

damego dixit


Un sueño nos embarga: quisiéramos volar.

Una vez que has volado no renuncias jamás...

LA SOMBRA DE CLARA


LA SOMBRA DE CLARA



...



Carlos, jadeante aún, giró sobre sí mismo, satisfecho y saciada su apremiante ansiedad.


Rosa, boca arriba, perpleja como siempre y como siempre a medias, herida en su letargo de deseos sin alcanzar el dulce descanso del orgasmo. Tan sólo malherida, con una brecha supurante de odio y esperanzas rotas: quizás la próxima...tal vez mañana...


Se levanta. El sonido del agua en el bidé la transporta a un rincón de su memoria. Se sumerge en un sueño presente de viejas realidades, cuando moría en cada acto para nacer de nuevo, cuando ni siquiera le importaba renacer o no porque todo su ser se dispersaba en miríadas de estrellas al hacer el amor. Recuerda las manos expertas y la ávida lengua de su amante recorriendo los secretos sagrados de su adolescencia.


La tía Clara...claras eran sus formas y clara su belleza, otoñal balada de suaves contraluces y sáficos deseos. Para Rosa fue un bálsamo que mitigó el dolor de su memoria al abrirle una sima insondable de olvidos. Para su tía la resurrección, un último remanso, antes del mar, tras la tumultuosa, a veces turbulenta corriente de sus días. Para las dos, la paz.



La muerte de su madre desató en su interior una fuerte tormenta. Como si algo de sí misma hubiese perecido bajo la tempestad, Rosa notó que había dejado de sentir. Comenzó a desear reunirse con ella; mas no debido al cariño que siempre las unió, sino para destruir la insoportable vaciedad de sus sentidos.


El hospital psiquiátrico, las drogas, la aplastante soledad de aquellos interminables meses, su indiferencia hacia la vida y una especie de monstruo royendo inexorable la boca de su estómago cada vez que olvidaba tomar las píldoras.


Por fin, Clara, la hermana de su madre, la hermosa, inexplicablemente célibe y solitaria tía. Cuántas murmuraciones, cuántas medias palabras alrededor de su conducta y su persona. Y cuánta dignidad en ella, sin embargo, siempre al margen de las pasiones y discordias familiares, con su elegancia, su belleza, su aire distinguido y suficiente...A pesar de ser poco frecuentes sus visitas, había una fecha en el calendario que les pertenecía. Año tras año esperaba su llegada con idéntica fe, con la misma ilusión, no por el bollo de Pascua y los regalos, sino por verla de nuevo: su vestido, su sonrisa, su melodiosa voz...Se sentía orgullosa y feliz de tener una madrina así.


Cuando la vio sentada frente al director del hospital, sí pensó en el bollo. Desfilaron ante ella los quince bollos de su historia; y recordó también el bambi de peluche, la muñeca parlante, aquel vestido blanco, tan blanco, de primera comunión... Estaba sintiendo. Por primera vez desde que la oscuridad se cerniera sobre su alma, estaba sintiendo. Era como un faro en medio de la noche, guiando sus pasos hacia una orilla iluminada, segura. Se arrojó a sus brazos y rompió a llorar desconsoladamente.


-Tía, tía, llévame contigo, por favor. Te necesito...


-Por supuesto, cielo. Para eso estoy aquí. No te preocupes.


-¡Gracias, tía!- La besó efusivamente en las mejillas.


-Anda, ve preparando tus cosas. Nos vamos en seguida.


Rosa miró al doctor e indagó en su rostro la confirmación de aquella orden. Al verle asentir con la cabeza, se levantó y salió corriendo del despacho con una sonrisa en los labios.


-¡Vaya, vaya! La verdad, no esperaba una reacción tan satisfactoria. Aunque el tiempo tiene la última palabra, creo sinceramente que con usted mejorará, si le presta la atención y el cariño necesarios . Aquí poco más podemos hacer por ella.


-Si no pudiera atenderla como es debido, no me la llevaría. La quiero mucho. ¿Verdad que es una muchachita encantadora? ... ¿Y dice usted que no recuerda nada de lo sucedido?


-Pues no. Pero no se preocupe, es un mecanismo de defensa perfectamente normal. Su mente se niega a hacerlo. Sólo ella sabe con exactitud lo que sucedió en aquella habitación. Su padre debió volverse loco para hacer una cosa así, a su mujer...


-Conozco esos detalles. Si no le importa, hablemos de la niña, por favor.


-No era mi intención...En fin, el trauma ha producido un bloqueo en su memoria. También dañó muy seriamente su capacidad emocional. De ahí mi sorpresa ante una respuesta tan afectuosa. Ha progresado en estos tres minutos más que en seis meses de internamiento siquiátrico....De todas formas no debe usted suprimir la medicación, por bien que la vea. Puede sufrir un retroceso debido a la dependencia producida por los fármacos. En esta nota he apuntado la dirección del doctor Gálvez. Es un buen colega. Le recomiendo que se pongan en contacto con él de inmediato. Si todo va bien, le irá reduciendo la dosis en el tiempo oportuno. Por lo demás, estamos a su entera disposición...


El agua tibia y jabonosa en su vulva, le produce una sensación placentera. La acaricia con suavidad, dejándose arrastrar por una creciente excitación que la sitúa de nuevo en su pasado. Pero esta vez abre una hermosa, inolvidable página de su vida; una página nocturna, repleta de nostalgia, de emociones desatadas bajo el estrépito de los truenos... Esa noche, el amor de su tía se tornó de improviso extraño e inquietante. Los besos que tantas veces habían consolado sus miedos, se deslizaron por su cuello hasta alcanzar los senos, primero levemente, sobrevolando su arrogante turgencia; después con frenesí, sorbiendo el resplandor de sus pezones erectos, fugazmente iluminados por los relámpagos. Sintió la lengua de su tía bajar y vibrar al mismo ritmo que su cuerpo entrelazaba misteriosos resortes y la proyectaba muy lejos de la oscuridad de aquella alcoba, a un paraje luminoso e ingrávido donde abrazó su alma. Luego, un escalofrío mortal la devolvió al lecho. Creyó morir, y en esa muerte recobró la plenitud de sus sentidos.



Seducida por el recuerdo, se masturba mientras piensa en ella, su primer amor, su único, verdadero amor. La imagina surcando nuevamente sus caminos, besando cada poro de su piel, cada curva, cada pliegue...


- ¡Rosa!... ¿Se puede saber qué coño haces?¿Te vas a quedar ahí toda la noche? No puedo dormir con ese chapoteo.


-Ya voy, Carlos, ya voy...


-Recuerda que he de madrugar. No puedo pasarme la mañana en la cama, como tú. Alguien debe trabajar en esta casa.

-Maldito egoísta... ni siquiera me permite disfrutar de mis sueños - murmura entre dientes.


Agarra la toalla y comienza a secarse. De repente, una sombra borra cualquier rastro de erotismo en su mirada.


-La pesadilla...hoy volverá de nuevo, como cada vez...Oh no, no quiero dormir...


-¡Rooosa...!


Entra en la habitación.


-Pero bueno, mujer, ¿te pasa algo?.


-Nada...nada.


Se mete en la cama y le da la espalda. Apaga la luz de la lámpara . La oscuridad se cierne sobre sus ojos abiertos y asustados. Permanecen así durante mucho tiempo, hasta que el cansancio deposita sobre sus párpados el peso suficiente para cerrarlos por completo.


Se hunde, lenta e irremisiblemente, en el horror de su memoria:


" Su madre duerme. Estar allí, a su lado, semidesnudas las dos bajo las sábanas, le produce una sensación contradictoria desde hace tiempo, mezcla de tibia protección y repulsivo sentimiento de culpa. A pesar de ello, continúa siendo incapaz de dormir sola. Piensa en ello, y en lo tranquila que se quedaría si se atreviera a contárselo.


Siente una cálida humedad entre sus muslos. Sus manos recorren temblorosas la aterciopelada piel hasta alcanzar el clítoris. Permanecen allí, acariciándolo, privándola de su voluntad a medida que el placer va en aumento, disipando su culpa, enmudeciendo la voz de la razón hasta escuchar tan sólo los gritos del instinto. Sus gemidos hacen arder la propia noche e iluminan el caos de sombras y pecados.


En el umbral de la puerta aparece la silueta de un hombre. Un brillo metálico rasga la penumbra de la habitación al prolongar su mano. Sus ojos despiden fulminantes destellos de odio y violencia.


-¡Zorra!¡Te voy a matar!Así que es ella la que no puede dormir sin ti, ¿eh? ¡Puta! ¡Corromper a tu propia hija...No tienes derecho a la vida, guarra...!


Rosa solloza, acurrucada contra la cabecera de la cama, presa de la vergüenza y el espanto. Su madre, adormilada aún, trata de comprender qué ocurre. El brazo del hombre se eleva y describe en la bajada un arco mortal sobre el pecho de su esposa. El arco se repite, se repite, se repite..."


- ¡No, no, no, no...!


- ¡Rosa, tranquilízate, por favor.. !Vas a despertar a todos los vecinos. ¿Qué te pasa?¿otra vez con pesadillas? Necesitas tratamiento psiquiátrico. Esto no puede seguir así. Al final acabaremos los dos para encerrar. Cada cuatro días la misma historia...¡Ya estoy harto y tan sólo llevamos un año casados...!


-¡También yo estoy harta! ...Harta de tu egoísmo, de tu indiferencia, de tus reproches. Tú eres mi pesadilla, tú quien desata mis demonios, cada vez que me dejas a medias. Me das asco, sí, ¡pero tú eres el único culpable! De aquella hoguera encendida por Clara, sólo quedan cenizas en mis entrañas. No soy frígida, no. Hubo un tiempo de goce, un tiempo en que vivía para amar, porque amando me sentía más viva...


-¡Estás loca! Clara, Clara, ¿¡qué Clara!? ...Anda, déjame dormir, no tengo ganas de pelea. Mañana mismo vamos a ver un psiquiatra. Me han hablado de uno muy bueno.


-De acuerdo, mañana iremos.( ¡Clara, Clara!...Debí morir contigo. Dime cómo olvidar tanta belleza, tantas horas felices compartiéndolo todo: nuestro cuerpo, nuestra alma, nuestro universo de gemidos y silencios, nuestro leve latir impulsando los sueños, elevándolos sobre esta alfombra sucia tejida por el miedo.¡Quiero volver a ti...!Quiero...quiero sentir de nuevo la muerte en mis entrañas. )


Espera que él se duerma nuevamente. Se levanta, va a la cocina y agarra el cuchillo más grande del cajón. Arrodillada en el suelo, apoya el mango en el mismo y proyecta la punta sobre su vientre desnudo. Se deja caer encima. La hoja penetra hasta la empuñadura.



Nadie oyó gritar. Cuando la mañana desplegó sus alas y la casa comenzó a llenarse de gentes y de voces, solamente su sangre humedecía el suelo...y solamente la palabra locura jugueteó brincando sobre el charco. Nadie leyó en su rostro un rictus morboso, una mueca lasciva, la inconfundible huella de su último orgasmo.