martes, 4 de septiembre de 2007

LA SOMBRA DE CLARA


LA SOMBRA DE CLARA



...



Carlos, jadeante aún, giró sobre sí mismo, satisfecho y saciada su apremiante ansiedad.


Rosa, boca arriba, perpleja como siempre y como siempre a medias, herida en su letargo de deseos sin alcanzar el dulce descanso del orgasmo. Tan sólo malherida, con una brecha supurante de odio y esperanzas rotas: quizás la próxima...tal vez mañana...


Se levanta. El sonido del agua en el bidé la transporta a un rincón de su memoria. Se sumerge en un sueño presente de viejas realidades, cuando moría en cada acto para nacer de nuevo, cuando ni siquiera le importaba renacer o no porque todo su ser se dispersaba en miríadas de estrellas al hacer el amor. Recuerda las manos expertas y la ávida lengua de su amante recorriendo los secretos sagrados de su adolescencia.


La tía Clara...claras eran sus formas y clara su belleza, otoñal balada de suaves contraluces y sáficos deseos. Para Rosa fue un bálsamo que mitigó el dolor de su memoria al abrirle una sima insondable de olvidos. Para su tía la resurrección, un último remanso, antes del mar, tras la tumultuosa, a veces turbulenta corriente de sus días. Para las dos, la paz.



La muerte de su madre desató en su interior una fuerte tormenta. Como si algo de sí misma hubiese perecido bajo la tempestad, Rosa notó que había dejado de sentir. Comenzó a desear reunirse con ella; mas no debido al cariño que siempre las unió, sino para destruir la insoportable vaciedad de sus sentidos.


El hospital psiquiátrico, las drogas, la aplastante soledad de aquellos interminables meses, su indiferencia hacia la vida y una especie de monstruo royendo inexorable la boca de su estómago cada vez que olvidaba tomar las píldoras.


Por fin, Clara, la hermana de su madre, la hermosa, inexplicablemente célibe y solitaria tía. Cuántas murmuraciones, cuántas medias palabras alrededor de su conducta y su persona. Y cuánta dignidad en ella, sin embargo, siempre al margen de las pasiones y discordias familiares, con su elegancia, su belleza, su aire distinguido y suficiente...A pesar de ser poco frecuentes sus visitas, había una fecha en el calendario que les pertenecía. Año tras año esperaba su llegada con idéntica fe, con la misma ilusión, no por el bollo de Pascua y los regalos, sino por verla de nuevo: su vestido, su sonrisa, su melodiosa voz...Se sentía orgullosa y feliz de tener una madrina así.


Cuando la vio sentada frente al director del hospital, sí pensó en el bollo. Desfilaron ante ella los quince bollos de su historia; y recordó también el bambi de peluche, la muñeca parlante, aquel vestido blanco, tan blanco, de primera comunión... Estaba sintiendo. Por primera vez desde que la oscuridad se cerniera sobre su alma, estaba sintiendo. Era como un faro en medio de la noche, guiando sus pasos hacia una orilla iluminada, segura. Se arrojó a sus brazos y rompió a llorar desconsoladamente.


-Tía, tía, llévame contigo, por favor. Te necesito...


-Por supuesto, cielo. Para eso estoy aquí. No te preocupes.


-¡Gracias, tía!- La besó efusivamente en las mejillas.


-Anda, ve preparando tus cosas. Nos vamos en seguida.


Rosa miró al doctor e indagó en su rostro la confirmación de aquella orden. Al verle asentir con la cabeza, se levantó y salió corriendo del despacho con una sonrisa en los labios.


-¡Vaya, vaya! La verdad, no esperaba una reacción tan satisfactoria. Aunque el tiempo tiene la última palabra, creo sinceramente que con usted mejorará, si le presta la atención y el cariño necesarios . Aquí poco más podemos hacer por ella.


-Si no pudiera atenderla como es debido, no me la llevaría. La quiero mucho. ¿Verdad que es una muchachita encantadora? ... ¿Y dice usted que no recuerda nada de lo sucedido?


-Pues no. Pero no se preocupe, es un mecanismo de defensa perfectamente normal. Su mente se niega a hacerlo. Sólo ella sabe con exactitud lo que sucedió en aquella habitación. Su padre debió volverse loco para hacer una cosa así, a su mujer...


-Conozco esos detalles. Si no le importa, hablemos de la niña, por favor.


-No era mi intención...En fin, el trauma ha producido un bloqueo en su memoria. También dañó muy seriamente su capacidad emocional. De ahí mi sorpresa ante una respuesta tan afectuosa. Ha progresado en estos tres minutos más que en seis meses de internamiento siquiátrico....De todas formas no debe usted suprimir la medicación, por bien que la vea. Puede sufrir un retroceso debido a la dependencia producida por los fármacos. En esta nota he apuntado la dirección del doctor Gálvez. Es un buen colega. Le recomiendo que se pongan en contacto con él de inmediato. Si todo va bien, le irá reduciendo la dosis en el tiempo oportuno. Por lo demás, estamos a su entera disposición...


El agua tibia y jabonosa en su vulva, le produce una sensación placentera. La acaricia con suavidad, dejándose arrastrar por una creciente excitación que la sitúa de nuevo en su pasado. Pero esta vez abre una hermosa, inolvidable página de su vida; una página nocturna, repleta de nostalgia, de emociones desatadas bajo el estrépito de los truenos... Esa noche, el amor de su tía se tornó de improviso extraño e inquietante. Los besos que tantas veces habían consolado sus miedos, se deslizaron por su cuello hasta alcanzar los senos, primero levemente, sobrevolando su arrogante turgencia; después con frenesí, sorbiendo el resplandor de sus pezones erectos, fugazmente iluminados por los relámpagos. Sintió la lengua de su tía bajar y vibrar al mismo ritmo que su cuerpo entrelazaba misteriosos resortes y la proyectaba muy lejos de la oscuridad de aquella alcoba, a un paraje luminoso e ingrávido donde abrazó su alma. Luego, un escalofrío mortal la devolvió al lecho. Creyó morir, y en esa muerte recobró la plenitud de sus sentidos.



Seducida por el recuerdo, se masturba mientras piensa en ella, su primer amor, su único, verdadero amor. La imagina surcando nuevamente sus caminos, besando cada poro de su piel, cada curva, cada pliegue...


- ¡Rosa!... ¿Se puede saber qué coño haces?¿Te vas a quedar ahí toda la noche? No puedo dormir con ese chapoteo.


-Ya voy, Carlos, ya voy...


-Recuerda que he de madrugar. No puedo pasarme la mañana en la cama, como tú. Alguien debe trabajar en esta casa.

-Maldito egoísta... ni siquiera me permite disfrutar de mis sueños - murmura entre dientes.


Agarra la toalla y comienza a secarse. De repente, una sombra borra cualquier rastro de erotismo en su mirada.


-La pesadilla...hoy volverá de nuevo, como cada vez...Oh no, no quiero dormir...


-¡Rooosa...!


Entra en la habitación.


-Pero bueno, mujer, ¿te pasa algo?.


-Nada...nada.


Se mete en la cama y le da la espalda. Apaga la luz de la lámpara . La oscuridad se cierne sobre sus ojos abiertos y asustados. Permanecen así durante mucho tiempo, hasta que el cansancio deposita sobre sus párpados el peso suficiente para cerrarlos por completo.


Se hunde, lenta e irremisiblemente, en el horror de su memoria:


" Su madre duerme. Estar allí, a su lado, semidesnudas las dos bajo las sábanas, le produce una sensación contradictoria desde hace tiempo, mezcla de tibia protección y repulsivo sentimiento de culpa. A pesar de ello, continúa siendo incapaz de dormir sola. Piensa en ello, y en lo tranquila que se quedaría si se atreviera a contárselo.


Siente una cálida humedad entre sus muslos. Sus manos recorren temblorosas la aterciopelada piel hasta alcanzar el clítoris. Permanecen allí, acariciándolo, privándola de su voluntad a medida que el placer va en aumento, disipando su culpa, enmudeciendo la voz de la razón hasta escuchar tan sólo los gritos del instinto. Sus gemidos hacen arder la propia noche e iluminan el caos de sombras y pecados.


En el umbral de la puerta aparece la silueta de un hombre. Un brillo metálico rasga la penumbra de la habitación al prolongar su mano. Sus ojos despiden fulminantes destellos de odio y violencia.


-¡Zorra!¡Te voy a matar!Así que es ella la que no puede dormir sin ti, ¿eh? ¡Puta! ¡Corromper a tu propia hija...No tienes derecho a la vida, guarra...!


Rosa solloza, acurrucada contra la cabecera de la cama, presa de la vergüenza y el espanto. Su madre, adormilada aún, trata de comprender qué ocurre. El brazo del hombre se eleva y describe en la bajada un arco mortal sobre el pecho de su esposa. El arco se repite, se repite, se repite..."


- ¡No, no, no, no...!


- ¡Rosa, tranquilízate, por favor.. !Vas a despertar a todos los vecinos. ¿Qué te pasa?¿otra vez con pesadillas? Necesitas tratamiento psiquiátrico. Esto no puede seguir así. Al final acabaremos los dos para encerrar. Cada cuatro días la misma historia...¡Ya estoy harto y tan sólo llevamos un año casados...!


-¡También yo estoy harta! ...Harta de tu egoísmo, de tu indiferencia, de tus reproches. Tú eres mi pesadilla, tú quien desata mis demonios, cada vez que me dejas a medias. Me das asco, sí, ¡pero tú eres el único culpable! De aquella hoguera encendida por Clara, sólo quedan cenizas en mis entrañas. No soy frígida, no. Hubo un tiempo de goce, un tiempo en que vivía para amar, porque amando me sentía más viva...


-¡Estás loca! Clara, Clara, ¿¡qué Clara!? ...Anda, déjame dormir, no tengo ganas de pelea. Mañana mismo vamos a ver un psiquiatra. Me han hablado de uno muy bueno.


-De acuerdo, mañana iremos.( ¡Clara, Clara!...Debí morir contigo. Dime cómo olvidar tanta belleza, tantas horas felices compartiéndolo todo: nuestro cuerpo, nuestra alma, nuestro universo de gemidos y silencios, nuestro leve latir impulsando los sueños, elevándolos sobre esta alfombra sucia tejida por el miedo.¡Quiero volver a ti...!Quiero...quiero sentir de nuevo la muerte en mis entrañas. )


Espera que él se duerma nuevamente. Se levanta, va a la cocina y agarra el cuchillo más grande del cajón. Arrodillada en el suelo, apoya el mango en el mismo y proyecta la punta sobre su vientre desnudo. Se deja caer encima. La hoja penetra hasta la empuñadura.



Nadie oyó gritar. Cuando la mañana desplegó sus alas y la casa comenzó a llenarse de gentes y de voces, solamente su sangre humedecía el suelo...y solamente la palabra locura jugueteó brincando sobre el charco. Nadie leyó en su rostro un rictus morboso, una mueca lasciva, la inconfundible huella de su último orgasmo.