sábado, 8 de noviembre de 2008

MEMORESCENCIAS 67

Mi querido Germán, me alegra mucho que hayas dedicado tu tiempo a inmortalizar una época de cambios tan importante para la humanidad, ni más ni menos que la revolución bolivariana, pero después de haberte salvado la vida un par de veces cuando la cia te pisaba los talones, creo estar en mi derecho a recriminarte esa supuesta conducta relajada e inmoral de la que vienes alardeando al final de tu vida, como si ya nada te importara, como si no te importara ni yo.
Mi amor, ¿aún no has follado lo suficiente? Si no has parado, cariño, desde que te iniciaste con tu hermana a los quince. Bueno, dejemos a un lado lo de la estudiante emparaguada.
No tienes necesidad de convencer al mundo de que sigues siendo el mejor donjuan asesino y follador de todos los tiempos, y menos tras tu operación de próstata, que aunque al final resultó ser afortunadamente un tumor benigno, desde entonces no puedes olvidarte la viagra, y casi siempre terminas con los cojones más doloridos que un toro bravo en una vaquería, y medio asfixiado por el enfisema que te paraliza la mitad de uno de tus pulmones, mi amor, que son cien años, no hace falta mentir, todo el mundo sabe que la edad no perdona y el tabaco menos.
Bueno, no te lo tomes como una regañina de tu mulata, que siempre te consintió en vida lo que te apeteció, sino como un consejo del más allá para que des a tu obra el sentido y la veracidad que mantenías hasta ahora, sin perder el rumbo.
Va siendo hora que olvides tanto mujerío fantástico y tanta fiesta, tú y yo sabíamos que después de mí no encontrarías nunca más el amor, porque tu amor lo enterraste conmigo.
Dedica el tiempo que te queda a ponerte en paz con dios, o si todavía no crees en él, pues contigo mismo y con tus semejantes. Tú, que sabes cómo hacerlo, cuéntales lo que es llegar a viejo y mirarle a la cara a la muerte sin miedo, eso que me cuentas a mí cuando estamos a solas.
Háblales del mundo, de la soledad de las estrellas, de la necesidad de creer que no todo se acaba en la tumba o el incinerador. Deja de pavonearte y háblales de mí, de mis visitas cada vez más frecuentes, háblales de los agujeros negros, de mis recorridos por el tiempo, de mis batallas para hacerte creer en mí y de las tuyas para poder librarte de esta mulata tuya que durante tantos años y con tanta paciencia te sigue esperando.
Así me pilló, medio desprevenido al levantar el alba, en ese duermevela de los sueños aún pegados a uno como telarañas.
Sé que tiene razón, como siempre, pero unos adornos por aquí y por allá no van a molestar a nadie. Todos sabemos que la memoria es moldeable como plastilina y si le pegas unos apretujones por un lado y la estiras por el otro resulta que cambias algunas cosas de sitio o de época, pero la sustancia y el volumen siguen siendo los mismos.
En fin, procuraré ceñirme un poco más a la verdad, por ella sobre todo, porque no sé negarle nada, pero también para que no pongan ustedes, por algunas memeces de la edad, batallitas de abuelote, en tela de juicio la veracidad de mis recuerdos.
Lo cierto es que casi todos estamos a dieta. No podemos comer lo que nos apetece, cagamos cuando podemos, a veces con la ayuda de un laxante si pasamos algunos días sin aflojar y lo de follar casi siempre acaba en desbandada, con una buena excusa para evitarlo antes de meterse uno en berenjenales.
Pero sí es cierto que las costumbres son ahora muy relajadas. Yo antes de operarme todavía le daba con ganas, un par de polvos por semana a mis noventa. Y ellas, ya se sabe, como aquí las tienen bien hormonadas, pues no se les acaba nunca, a no ser que decidan abandonar la medicación y quedarse tranquilas. Una elección personal.
Lo intenté varias veces después del implante de próstata, la mitad es bioplástica, pero no resultaba satisfactorio, el acto, y al final me olvidé prácticamente del tema. Sólo utilizo el sexo en contadas ocasiones, si la chica me interesa demasiado y la situación se me hace ineludible. Pero no tardo en explicarme. Como no me apetece, tampoco sufro.
Y además siempre he tenido la fortuna de su compañía, la de la mulata, hace tiempo que la reconocí a pesar de luchar contra ella cuando aún era joven y deseaba volver a enamorarme. No sé si hubiera llegado hasta aquí con la misma ilusión, no sé si me hubiera metido en una obra de esta envergadura si no la sintiera a mi lado, si no recibiera esas visitas suyas tan especiales que me llenan de paz. Y como dijo ella, cada vez más frecuentes. Algunas veces me sirven para retomar mi camino.