lunes, 18 de mayo de 2009

A BENEDETTI

Ha muerto Mario Benedetti, poeta universal. Ha muerto preguntándose por qué fue encasillado en ese género, por qué el resto de su obra literaria carece de importancia para la humanidad.
Su capacidad de síntesis, su simbología social lo elevó a las cumbres de una sencillez interpretativa que empataba con la izquierda pensadora y la sensibilidad de las masas en lucha.

Ha muerto un poeta del pueblo que en su delirio creativo intentó alcanzar cotas inexpugnables para él.

La búsqueda del artista total, renacentista, lleva a veces a recorrer caminos de frustración para uno mismo y de ridiculez para un observador objetivo. La prosa enriquecida que buscaba en sus narraciones y ensayos se encontraba latente y sumergida en todos sus poemas: una poesía prosaica que superó con creces la subjetiva, compleja e incomprensible a veces poesía de muchos de sus contemporáneos.

Muera feliz, por tanto, aunque no haya llegado a alcanzar las metas que en vida se propuso y en cambio haya alcanzado otras, casi sin darse cuenta, que han de salvarlo del olvido.

No existe mayor mérito que expresar una idea o contar una historia con el mínimo de herramientas posibles.

La novela contemporánea, con todo su despliegue arquitectónico y sus horas o años de investigación a cuestas, no cuenta más que un poema bien hecho y se olvida primero.

Tan sólo lo supera en el divertimento. Seguir la trama de una historia a través de quinientas o seiscientas páginas resulta gratificante porque nos entretiene durante algunos días o semanas.

Y además se puede vivir de ello, lo cual confiere al novelista la imagen del triunfador que ha logrado vivir de hacer lo que desea, que ha conseguido alcanzar esa meta tan ardua y singular que consiste en trabajar amando tu trabajo.

Por eso no es tan poco frecuente intentar las dos cosas. Algunos novelistas consiguen que su prosa, que su libro, sea un extenso poema narrativo. Y entonces también se salvan del olvido.

Mario, gracias por estar ahí. Buen trabajo y descansa en paz.