miércoles, 27 de mayo de 2009

MEMORRESISTENCIA

Dicen que son las "gigantestas" memorresistencias magnéticas bipolares las que nos van a condecer una capacidad de memoria prácticamente infinita, una vez empleados los minerales adecuados y mezclados con biosustancias con base de carbono a niveles nanotecnológicos. Ya hablan de terabytes: miles de gigabytes a precio de risa, destinados a los discos duros de nuestros juguetes electrónicos.

Dicen que el coltrán es sólo el principio de esa minería interminable y que es cuestión de años que la existencia de naves extraplanetarias a la búsqueda de nuevos minerales sea una provechosa realidad mercantil.


Y todo eso para almacenar memoria, memoria colectiva: música, fotos, películas que quedarán fijadas por un tiempo indefinido en las moléculas biomagnéticas de un soporte informático.


¿Alguien sabe cuántos terabytes se necesitarían para almacenar la vida de un sólo individuo con un promedio vital actualizado y que muera de manera natural, sin accidentes ni enfermedades precoces?


Es más, sabiendo que en realidad somos unidades de carbono y que en nuestro cerebro coexisten junto a él todos los minerales del universo, pues formamos un ente que ha tenido que aprovecharlo todo para llegar a comprender al mismo, para llegar a comprender que forma parte de él y que además es su máxima expresión, ¿podríamos averiguar cuántos terabytes de memoria disponible habitan nuestro ser?


Y una vez averiguado, ¿nos serviría para algo? Una vez conscientes de toda nuestra capacidad de memoria, ¿nos serviría por ejemplo para no tropezar dos veces en la misma piedra?


¿Qué provecho sacamos con que se maten un montón de gente -ya llegan al millón- en el Congo para conseguir el memorable coltrán que proporciona a nuestros teléfonos móviles un tamaño cada vez más diminuto y una capacidad de comunicación planetaria si al final no tenemos nada que contar al otro lado de la línea?


¿Cuántos muertos más para poner en órbita esas naves a la búsqueda de nuevos materiales que soporten nuestra necesidad de memoria, cuántas inversiones de dimensiones vergonzosas para alcanzar niveles de comunicación que llevamos implícitos en nuestra propia naturaleza, que de utilizarlos de verdad nos impedirían repetir nuestros errores ancestrales y utilizar la historia, la personal y la colectiva, para avanzar en el sentido correcto, en el logro de una sociedad planetaria respetuosa con las ideas de los demás y equitativa en el reparto de los beneficios conseguidos a través de esa memoria histórica, de ese caudal de sabiduría acumulado desde nuestro despertar al mundo y de nuestra consciencia de meros aprendices para llegar a ser, gracias a los maestros, gracias a los que primero fueron?


Todo ese vasallaje que rendimos a los dioses de la ciencia, una religión más, ¿tiene conciencia alguna?


La conciencia del ser, del ser contemporáneo, es un ser sin conciencia.