
¿Quién no recuerda aquel amigo que jamás se corrió despierto hasta que llegó una hembra a sobarle los cojones? ¿Quién no recuerda aquella estúpida que sólo imaginaba correrse cuando alguien se le corría encima y en su puta vida alcanzó un orgasmo? ¿Quién puede olvidar y no avergonzarse de ser creyente cuando te cuentan que un alto porcentaje de curas y monjas de este y otro cercano país (porque nunca hemos sido de menos para nada) ultrajaban y daban por el culo a niños y niñas en edad de hacer la primera comunión?
¿Cuantos mamoncetes y mamononas de aquellos años circulan por las noches de este país, desamarrados de un catre maloliente donde el sexo es algo prohibido y el deseo una aberración que superar? ¿Cuántos de esos castrados educan unos hijos que llegaron en una etapa de paroxismo creativo, ajenos al amor y al goce de dos pieles unidas en una misma sinfonía?
¿Cuánta hipocresía más hace falta para agrietar la presa que nos contiene y clamar por una sociedad mejor, donde la pareja y el chantaje de tu pareja no sean el vía crucis de nuestro diario caminar?
¿Cuánta basura más, cuántos contenedores de muertos y cuántas vidas arruinadas en la soledad de las alcobas o en en los patios de luces o en la puta calle para que dejemos de reciclar lo irreciclable a no ser que nos auguren un destino más limpio y sin pagar ni un puto euro?
¿Cuándo? Y sobre todo, ¿hasta cuando?...