miércoles, 14 de enero de 2015

CUESTIÓN DE CONCIENCIAS




La conciencia crítica, esa que a veces nos quita el sueño pero siempre nos impulsa a soñar otras realidades posibles, descansa sobre la ingenuidad del hombre para desarrollar utopías intelectuales y sobre la magia que le faculta para imaginar mundos desconocidos y buscar sensaciones puramente instintivas.

El reformismo político (ya no digamos el conservadurismo) excluye la contestación extraparlamentaria y disocia la integridad de la conciencia humana en aras de una practicidad supuestamente beneficiosa para la sociedad. La transforma en un elemento racionalizador de la existencia, destinado a unificar y dirigir los esfuerzos individuales hacia metas socializadas, de las que en realidad sólo se benefician unos pocos.

El hombre desaparece como unidad biológica y se transforma en consumidor uniformado, al igual que en los regímenes totalitarios se transformaba en engranaje proletario de la maquinaria del sistema o en paria esclavizado de la oligarquía de turno, según el color de la bandera.

Las democracias occidentales no generan utopías ni sensaciones, sino tan sólo comodidad y una falsa impresión de seguridad. Han adormecido, cuando no reprimido, la conciencia ingenua y la conciencia mágica de los ciudadanos.

"Solamente se puede destruir a una gran nación, cuando ella misma se ha destruido primero interiormente". Con esta frase termina la película "La caída del Imperio Romano", rodada en pleno apogeo del Imperio USA. Con esta frase termina la realidad de todo imperio.

Antes que yo equivoque mi rumbo será otoño en New York, en Londres, en Madrid, en París... y ya no sonarán los clarinetes de la angustia rogando un mundo sin psiquiatras. Antes, mucho antes que la aurora dicte su sentencia de muerte sobre los adoquines que algunos soñaron de sempiterna arena y ya sólo serán ausencia calcinada en el futuro de quienes lo escribieron con signos de esperanza, habrán sonado los acordes del miedo y la venganza.

No quiero muertos. Quiero sueños de espuma navegando las crestas de poderosas olas. Quiero que sepan lo que es perderlo todo cuando todo tuvieron. Quiero que no se sientan protegidos por su propia ceguera. Quiero sentirme yo, también, rompiendo los últimos adoquines de la urgencia. En sus cuerpos socavados de escombros. En sus almas, derramadas por su propia locura. Nunca existirá justificación para el deshaucio de la vida, para dejar de vivir por un decreto.

Pero antes que yo equivoque mi camino ya no habrá primavera. Porque sin saber somos la única urgencia de todos los hospitales. Somos esa pregunta que flota aún en el aire turbio de la mañana triste y sinsentido: ¿Pudimos evitarlo? ¿Podremos evitarlo diariamente sobre las cotidianas y anónimas vidas de quienes festejan hoy la comunión de la desesperanza?...

Antes que yo equivoque mi camino ya no habrá más que uno. No quiero guerras. No deseo medrar con guerra alguna. Sobre las ruinas del mundo se erigen premios arquitectónicos, a la mejor postura fotográfica, cinematográfica, interiorista. Al mejor guión pillado en cuclillas, sobre las excrecencias de la humillación y la sordera. No deseo extenderme. Sabemos demasiado como para explicarlo en unas pocas palabras. Los salones están abiertos. Allá cada cual con su espectáculo.

Yo sólo digo que llegará el otoño a New York y ya no será el mismo. Sobre la ingenuidad, sobre la cuestionable inocencia, sobre los sueños más o menos certeros de los supervivientes, ya no florecerá la primavera.

Y no seáis tan ingenuos, y no seáis tan inocentes, y no seáis tan soñadores. No sobre el hambre, la miseria y la desesperanza de vuestros olvidados y siempre anónimos albaceas de vuestro bienestar. Nadie merece el olvido, la vejación, el odio de quienes ayudas a vivir mejor cada mañana. A unas horas de avión, a milisegundos de teléfono móvil u ordenador autárquico.

No volverá la primavera sobre el paisaje pintado con el odio. Un eterno otoño prenderá en los corazones veraniegos de quienes sembraron un implacable invierno sin fecha de caducidad en las mentes de todos los habitantes pensantes del planeta. Y no se os ocurra hablar de guerrasanta, porque tan sólo podemos hablar, críticamente, de ciclos estacionales, temperatura global, poder, miedo y presagios. Sólo podemos hablar de que jamás volveréis a ser los mismos ni puta falta que os hace…