miércoles, 14 de enero de 2015

EL ARBOL QUE NOS CIEGA

 
 
 
Ingenuos y mesiánicos nos llaman los calzonbajados currantes ideológicos del putreliberalismo rampante a quienes llevamos desde la prehistoria advirtiendo que salir de la cueva comunal era luchar por el árbol más alto y más fructífero; pero que aun así, si no perdíamos de vista la mirada del otro entre tanta espesura, podríamos compartir frutos y alturas sin luchas fratricidas.

Que nos expliquen por qué seguimos hoy pegándonos de ostias. Que nos expliquen por qué para unos pocos el bosque y para otros el desierto. Que nos expliquen por qué para que los bosquimanos podamos colgar nuestros televisores y nuestros sofás de la rama más alta, otros tienen que comer piedras y vivir al ras del suelo.

El conocimiento científico nos ha permitido aprender a leer para poder interpretar el manual de instrucciones de la máquina con que debíamos trabajar. Y a partir de ahí hemos aprendido otras cosas. Sabemos, gracias al conocimiento científico. Pero por mero accidente. No nos han enseñado a vivir. No nos han enseñado a pensar. No nos han enseñado a ser nosotros mismos. Sólo nos han enseñado a manejar la máquina. Lo demás lo hemos aprendido por nuestra cuenta, con mucho dolor y mucha sangre.

Algo que debieran tener en cuenta estos nuevos fascistas. Y también esos otros que cantan a coro el avance del progreso científico en todas sus versiones adaptadas para progresistas de izquierdas, para los irreconocibles, mimetizados, autoflagelados miembros de la nueva izquierda embaucadora y sin trayectoria posible, a no ser dentro de las gubernamentales organizaciones no gubernamentales.

Olvidan todos ellos que la ciencia no es más que una religión de recambio en las sociedades occidentales. Olvidan que la ciencia deriva miles de millones de dólares anuales a la investigación y desarrollo militar, léase espacial, médico, genético, robótico o cuchipandista, al final tan sólo excusas para seguir recabando presupuestos destinados a matar y reprimir a la gleba, destinados a manipular y dirigir los gustos y las conductas de esa gran masa de potenciales consumidores de los que se valen para generar sus aparentemente ilimitados recursos de creación de bienestar y riqueza, bajo la pretensión de que estar bien es estar cómodamente alineado.

Ya está bien de nadar y guardar la ropa. Ya está bien de mantenerse en el banquillo parlamentario cobrando buenas soldadas y corriéndose de gusto con el reconocimiento de una labor pública. Ya está bien de jugar, como niños en el recreo, a que todo puede ir mejor si sencillamente son ellos quienes se llevan los votos, en una sociedad en que el poder político se ha convertido en aliado y garante del poder económico, a quien rinde total pleitesía porque son los poderosos controladores del dólar quienes mantienen el caudal del río para que puedan seguir comulgando con ruedas de molino.

Un poco de ingenuidad, caballeros. Volvamos a jugar en el recreo, pero a las canicas y a la peonza, incluso a pelearnos pero sin hacernos daño.

Y a modo de lección mesiánica decir que la capacidad del ser humano para equivocarse es ilimitada e irremediable. Mas es de los errores que aprendemos a dar nuevos pasos. La experiencia vital es la única madre reconocida por la sabiduría y a ella únicamente le debe obediencia y respeto. Vivir y equivocaos, nos dice ésta a su vez, en plena interacción, pero también nos dice que esa experiencia, para generar hombres sabios, jamás puede ser manipulada o dirigida.

Sólo del pensamiento libre y del libre albedrío para decidir y actuar en nuestras vidas, se obtiene una experiencia válida y una sabiduría que abre nuestra mente hasta los límites de lo imaginado y el conocimiento real de la memoria histórica, de nuestro potencial para alcanzar otro futuro más digno y compartido.