domingo, 22 de abril de 2007

Ausencias 1


LA BUHARDILLA


...




Libre de ataduras, al fin libre, pensé el día que traspasé el umbral de esta húmeda buhardilla, entonces recién alquilada. Cerré la puerta, posé las dos maletas y medí bailando, lleno de júbilo, la distancia entre las paredes de sus dos únicas y reducidas estancias. No podía permitirme nada mejor pero era más que suficiente: un recibidor-cocina-salón-comedor y una habitación con baño incorporado. Sería suficiente para los dos. Con la puerta cerraba también una etapa de dudas, de ansiedad culpable, de deriva sin puerto a que arribar.


“La búsqueda de la felicidad es un deber irrenunciable”, me sorprendí sentenciándole a mi esposa la noche anterior, la última que pasé con ella, después de haber estado preparando esa despedida durante más de dos años. A la mañana siguiente emprendería una nueva andadura, en supuesta soledad, tras veinte años de matrimonio que nos habían vaciado de vida sin apenas darnos cuenta, enredados entre las letras del Banco y los cuidados de dos hijos que en su día y sin saber muy bien por qué habíamos decidido procrear.


Ni siquiera me habría percatado de lo muerto que estábamos si no hubiera conocido a Teresa. Una estudiante con ojos de gaviota embarrancada, adicta a la soledad y a la tristeza, aficionada al cine y mentirosa como un personaje de sí misma en una obra de ficción.


Sí, la cosa fue de cine. Nos conocimos en un cursillo de videocreación para aficionados, de esos que se hacen para escapar del tedio. Primero fue su voz y después su mirada... o al revés, no recuerdo muy bien. De repente sentí un deseo irresistible de sumergirme en sus pupilas acuosas y beber su tristeza, su soledad y a ella misma, sorbo a sorbo, para sentirla dentro de mí, de mi vida, de mi cuerpo, de mi alma... Supongo que me había enamorado.


Las paredes se estrechan día a día y van adquiriendo medidas de ataúd. Apenas cabe ya esta cama en la que estoy tirado, lecho que un día soñé compartido testigo de una pasión cercana a la locura. El water ha desaparecido por completo, junto con el armario empotrado. Lo sustituí hace tres días por esta bacinilla. Heces y orines rebosan ya para deleite de las moscas azules y las crujientes cucarachas que alegremente me acompañan en esta hora siniestra.


El recibidor-cocina-salón-comedor desapareció hace una semana y desde entonces no he probado bocado. Desfallezco. Tan sólo la bombilla quemando una luz sucia y la puerta de la calle que se desdibuja por momentos rompen el agobiante rosa de paredes y techo que un día no lejano pinté con la ilusión de un niño. El rosa es su color.


Mientras de la puerta comienzan a borrarse la cerradura y la manilla, aún imagino a Teresa entrando por ella, en el último instante, diciendo con su voz angelical “hola, mi amor, ya estoy contigo”. Y yo en este estado. Patético. Menos mal que por fin desaparecen los herrajes y las guarniciones de la puerta comienzan a fundirse con el rosa de la habitación.


Me queda el bloc de notas y el bolígrafo. Tal vez alguien me encuentre metido en una especie de sarcófago en medio del desierto. Sería en la pirámide del amor. ¿Existe una pirámide del amor? De no existir habría que levantarla. Tan sólo homenajean a los muertos. Creo que estoy desvariando... Bueno, si alguien me encuentra puede que le ayuden estas notas. Aunque, la verdad, a mí no me han servido de mucho.