lunes, 23 de mayo de 2011

CABALLO NEGRO

Llegaron con la noche, sobre corceles negros. Bajo la luz crepuscular atravesaron triunfantes las puertas de la ciudadela, cuyos goznes cedieron amables a su paso, e impregnaron el aire con el perfume de sus extraños cánticos.

La gente se refugió en sus casas, temerosa al principio; pero pronto corrió la voz de que no iban armados. ¿Quiénes eran? ¿qué buscaban allí? ¿qué querían de ellos?... La curiosidad los fue empujando lentamente hacia la plaza, donde se congregaron alrededor de la gran carpa que los guerreros habían instalado en su centro, resplandeciente como una luna llena. Antes de medianoche todos los habitantes de la ciudad se encontraban allí, esperando una señal, respirando una señal.

Los niños fueron los primeros. Comenzaron a cantar, en una lengua desconocida hasta entonces, bellas canciones que inexplicablemente a todos conmovían. Les siguieron los jóvenes y más tarde sus padres y sus madres y al final los ancianos entregaron también sus voces desgastadas al ritual de una música que parecía brotar de las entrañas de la tierra, de sus propias entrañas.

Entonces ocurrió: guerreros y guerreras salieron desnudos de la carpa y se mezclaron con la multitud invitándoles a cantar y a desnudarse. Esa noche vivieron como en su propio cuerpo los cuerpos de los otros. Y el alma, todas una, se sobrecogió gozosa al ritmo de las armoniosas melodías.

Al alba cesaron las canciones. Buscaron en la carpa y en todos los rincones de la ciudad amurallada. Ni rastro de extranjeros. Tan sólo aquel extraño, agradable perfume por el aire. Y los caballos, que les miraban atentos y arrogantes. Parecían decir “sube a mi grupa y conquistemos juntos una nueva ciudad”.

Y así lo hicieron. Llegaron con la noche, sobre corceles negros...

damego