lunes, 7 de julio de 2008

MEMORESCENCIAS 35

Por supuesto. También yo me preguntaba por qué. Pero es como preguntarle al huracán por qué ruge y destroza, a fin de qué, quién cojones ha convocado su fuerza y su afán de destrucción. Y preguntarle, además, por qué goza con ello.
En realidad nunca me lo había planteado seriamente. Yo era como era y se suponía, o al menos yo así lo entendía, que no era un hijoputa que se iba cargando a la gente para allanar el camino y echarse una buena corrida.
Llegué a interiorizar que ese era mi destino, el de una especie de héroe exterminador, y que si de alguna manera pudiera llegar a ser otro, ya no sería yo. Y eso me daba vértigo, una especie de pánico a caer, a permitir que el suelo se abriera bajo mis pies.
Mi vida, al margen, era una verdadera maravilla. Gozaba del amor de dos mujeres que para mí eran el agua y el cielo, un oasis en pleno desierto de mezquindad y desamor. Yo ponía la arena, inconsistente al fin, pero que lo hacía habitable y firme ante los vientos que intentaban barrerlo todo a nuestro alrededor.
Inesperada y gélida comenzó a brotar de mis abismos esa otra cara inconfesable que jamás me había provocado pesadilla alguna.
Una segunda vida, o mejor dicho episodios de mi vida que me pertenecían sólo a mí y que eran totalmente ajenos a mi moral, a mi política, a mi manera cotidiana de enfrentarme al mundo, porque jamás nadie la percibió en mí, ni yo di lugar a percepción alguna de violencia o ausencia de ternura y compasión por mis semejantes.
Pero como un apéndice que invisiblemente se va cargando de inmundicias hasta pudrirse e infectar tu cuerpo, habría de extirpar con el paso del tiempo esa parte de mí que ni siquiera sentía que me pertenecía, pero que en un momento no lejano reventaría hasta corromper mi interior y convertirlo en un maldito vertedero incapaz de sentir la vida y el amor y hasta la más mínima señal de pervivencia.
Ese día, el día que me vi necesitado de contarle a alguien esa segunda vida, lo hice con la persona a quien yo más quería. Y ese día, que sería en breve tiempo, a pesar de toda su elocuente comprensión, el inicio de mi exilio y mi mayor caída, fue a la vez el día de mi liberación, pues desde hacía tiempo, debido a mis miserias liberadas, el hermoso triángulo de amor, ya no existía.