viernes, 25 de julio de 2008

MEMORESCENCIAS 38

Mi padre murió la misma noche que nació mi segundo hijo, reconocido. Esta vez no queríamos riesgos. Apostamos por el parto oficial, en el hospital, aunque llorara al nacer, ya se le pasaría. Estaba con la pelirroja inglesa, acompañando sus dolores diafrágmicos, la anarquista pegada a su cabecera, cuando me avisaron que mi padre estaba muy mal y solicitaba mi presencia. Todos en el mismo hospital, sólo tenía que bajar a la primera planta, la de los terminales.
Cuando llegué se iba por momentos. Soltaba sus flemas y sus esputos entre estertores de perro rabioso y se desvanecía del esfuerzo. Pero me reconoció al entrar y me pidió que me sentara en la cama a su lado, pues su voz era casi un susurro y quería contarme algo.
En África se había portado mal, había matado moros y violado niñas, y a veces había matado moros sólo para violar a sus hijas.
Había fumado hachís y kify y todo lo que pillaba, y así, entre risas y colocones con los camaradas, habían cometido atrocidades.
Dios le había castigado por eso, con su enfermedad, pero sobre todo por lo de su hija, porque no se puede tratar a una hija como si fuera una puta, aunque ella se notaba que gozaba también, la muy zorra, y cada vez que se la follaba sentía que se ponía peor, que su enfisema se agrandaba y no dejaba de toser en tres días.
No me extraña que no venga a verme, la muy puta, me comentó, pero al menos espero que venga a mi entierro y me perdone para poder liberar mi alma. Si me perdona ella, me perdonarán todas las demás. Díselo, hijo, tú que siempre te has llevado bien con ella.
Y ahora ve con el nieto que está a punto de nacer y déjame morir en paz. Mira cómo son las cosas, una vida por otra. Espero que le vaya mejor. Hala, lárgate, lárgate de una puta vez y déjame morir solo, como me merezco, porque he sido un hijoputa follador toda mi vida, siempre en pecado, déjame rezar y reconciliarme con dios.
Pero, papá, también trabajaste como un cabrón y sacaste adelante una familia. Tu hija está bien ahora, ya te perdonará, y los demás nos vamos arreglando...
Qué sabrás tú, a la hora de morir sólo te vienen los remordimientos, ojalá nunca tengas que pasar por ellos, sabes que eres mi hijo preferido, a pesar de esas... de esas mujeres con las que follas, todos juntos, a mi no me parece mal, pero no sé si dios... bueno, hala, hala, a tomar por culo, déjame sólo de una puta vez, sólo quería confesarme y ya sabes que odio a los malditos curas, me viene de familia. Adiós, hijo, cuídate mucho, sobre todo de la gente, que es muy mala...
Salí de la habitación mientras sufría otro ataque de toses y estertores. Me acerqué para ayudarle, pero me señaló la puerta con la mano.
Cuando regresé al quinto piso la pelirroja ya tenía cinco centímetros de dilatación. Pronto la llevarían al quirófano. La rubia la acariciaba y le ayudaba con el ritmo respiratorio. Se miraban y yo veía en sus ojos el mismo sufrimiento.
Es muy posible, por las notas de enfermería, que uno naciera mientras el otro moría, o con apenas un intervalo de segundos.
La muerte se renueva siempre, o eso esperé en ese momento, mientras pensaba en la renovación de todos mis muertos, de todos los que me había quitado de en medio entre horrendos estertores y orgasmos maravillosos.
Y pensé en matar de nuevo, en matar algo bello y seductor esta vez, en matar por sentir, en matar por matar, en matar por vivir.