jueves, 4 de septiembre de 2008

FILIOLVIDOS

Los hijos no pueden educar a los padres.
La secuencia biológica es un marcador social inseparable de la estabilidad de la tribu, y en ella es el hijo el que toma el relevo de la sabiduría de su padre y no al revés. Aprenderá lo que él sea capaz de transmitirle, poco o mucho, y con ese legado se lanzará al mundo a interpretarlo, y asumirá las contradicciones generadas entre lo que le han enseñado y la realidad de los nuevos tiempos, para ocupar su propio lugar en el mundo, afianzar su personalidad y liberarse al fin de la figura paterna.
Pero nunca al revés: los hijos no pueden modificar las conductas y los hábitos de sus padres, porque de ello resulta una aberración biológica y un desequilibrio social que sólo puede terminar en traumas y rupturas relacionales.
La policía psiquiátrica y los abanderados del fundamentalismo sanitario, en su lucha por sanear las arcas del ministerio de la salud pública, muy cuestionable ahorro, se pasan por el forro de los cojones los más elementales principios de socialización y generan todo tipo de caos en las relaciones personales entre los supuestos pacientes que caen en sus redes y sus amigos y familiares, incluidos sus propios hijos, que son integrados en la cadena protocolaria con el dudoso fin de garantizar la salud de sus progenitores o, como contrapartida, su aislamiento total.
No sólo los atemorizan con enfermedades crónicas o terminales, como la cirrosis, la apoplejía o el cáncer, y les presentan panoramas dramáticos donde lo más beneficioso para todos sería la propia muerte de su vicioso padre alcohólico o de su puta madre cocainómana, sino que los integran desde temprana edad, a los trece o catorce años, en la administración ilegal de los psicofármacos utilizados en el "tratamiento".
Esto les crea una seguridad ficticia dentro de la relación paternofilial, que les hace sentirse superiores y por tanto capaces de eliminar la figura del padre y tratarlo como a un desgraciado más, necesitado de ayuda y sin credibilidad alguna ante sus alegaciones o en la justificación de sus actos.
Los hijos se acercan admirados y complacientes al seno de esa entidad suprafamiliar que los abraza y les promete la inmortalidad y la reinserción de sus padres a través de una vida sana, y la propia realización personal a través de la ayuda que ofrecen a sus amados drogadictos, especialmente a ese padre tan fácil de eliminar de su conciencia con ayuda tan profesional.

Cómo afectará a su futuro esa descalificación prematura de la figura paterna y el alejamiento físico que en un principio genera sin aparentes complicaciones, es algo que no explican a las familias ni a los hijos. Pero no hace falta ser muy inteligente para adivinar que nada bueno traerá: tristes olvidos, sentimientos de culpabilidad, rechazo del sistema sanitario si no se cumplen los objetivos prometidos y dolorosos remordimientos cuando alcancen edades similares y se vean abocados a los mismos problemas, casi sin darse cuenta, y no tengan un padre que les eche una mano o una madre que sepa más que ellos y en quien puedan confiar.
No importa: ya estarán al acecho los mismos que los jodieron a ellos, a sus padres, para someter al hijo cada vez más eficazmente al "tratamiento" necesario.