domingo, 28 de septiembre de 2008

MEMORESCENCIAS 52

No me fue difícil conseguir la información de la plataforma. Envíos a mi propio fax y maletines portando planos a horas intempestivas eran cosa frecuente en mi trabajo, una parte del cual realizaba en casa habitualmente. De manera que fue sencillo burlar la vigilancia estadounidense, que por otra parte no tenía razones para dudar de mi fidelidad. El general me proporcionó una fotocopiadora especial para los planos grandes, que instalaron dos hombres de su equipo en mi propia casa. En un par de semanas o poco más terminamos la operación. Teníamos la información necesaria para montar una plataforma entera y cuidar de ella durante muchos años. Protocolos de emergencia y direcciones de suministradores norteamericanos, más los europeos que añadí de mi propia cosecha, completaban el trabajo.
Los lazos con el general se fueron estrechando y cada cierto tiempo me llegaba una invitación para alguna fiesta, donde me iba presentando personas de su esfera política y militar.
Las condolencias por mi mulata fallecida fueron seguidas rápidamente por sugerencias y presentaciones de nuevas bellezas. No es bueno que el hombre esté solo, me decía, como un mensajero bíblico.
Tenía don de gentes. Extrovertido y audaz para las relaciones sociales, con un lenguaje llano y a la vez elocuente, muy pronto destacó en su órbita como el político populista que necesitaban para ganarse la confianza del pueblo y de los residuos de una izquierda abolida en los años sesenta mediante el asesinato sistemático de los miembros más radicales. La democracia venezolana lo tenía claro: no querían compartir el botín con guerrilleros y narcotraficantes, como ocurría en Colombia. Entraron a matar antes de que pudieran consolidarse.
El general, que no era tal, pero valgan los galones, había intentado el derrocamiento de la citada democracia, corrupta y poco respetuosa con los derechos humanos, unos años atrás, en el noventa y dos, junto con algunos correligionarios del ala bolivariana. Pero fracasaron y les costó un par de años de cárcel.
Allí había aprendido a tener paciencia y había leído más. Logró consolidar sus principios revolucionarios y además se convirtió en una víctima notoria de la corrupción vigente. De modo que al salir aprovechó el tirón y decidió actuar por la vía legal y formar un partido fuerte que se presentaría a las urnas en el noventa y ocho para ganar las elecciones.
Un año antes me había pedido que me uniera al equipo de la campaña electoral. Para entonces ya éramos buenos amigos y de alguna manera aquel hombre representaba todo un reto para mi escepticismo político y su propuesta una gran experiencia personal y sobre todo un cambio necesario en mi modo de vida, que me ayudaría a sobreponerme de la reciente pérdida de mi esposa, la cual aún no había logrado superar. Más tarde comprendería que nunca lograría olvidarla, y aprendería a vivir con ello.
De modo que ese año, a mis cuarenta y uno, abandoné las plataformas petrolíferas, sin saber que sería para siempre, y me transformé en su principal asesor político y en el redactor de todos sus discursos, no sin antes haberme leído un par de biografías de Simón Bolívar, por supuesto.