jueves, 18 de septiembre de 2008

MEMORESCENCIAS 49

Le hablé de las clínicas de Miami, a mi morena, le dije que podíamos intentarlo con alguna de esas técnicas modernas de fertilidad, que incluso estaban empezando a implantar óvulos previa inseminación, óvulos que podían ser suyos con un poco de suerte, y si no servían podían ser donados por otra mujer, pero probablemente podría tener un hijo mío de cualquier manera.
No vamos a cambiar el curso de la vida, el designio de los dioses, contestó. Si está escrito que no he de darte un hijo, así será. Y además no quiero que me toquen más manos que las tuyas, nadie más que tú va a penetrar en mi interior. De modo que olvídalo. Tú ya tienes tus hijos, aunque no los veas, y si deseas tener otros tienes mi permiso para mantener a una concubina, aquí eso es más corriente de lo que piensas. Sabré aceptarlo con dignidad, pero no te alejes de mí, quiero tenerte cerca hasta el final, un final que presiento cercano.
Estás loca, no pienses ni por un momento que te voy a hacer algo así, yo ya he vivido mi vida y esto que vivo ahora es un regalo tuyo, te juro que te seré fiel hasta la muerte y que viviremos cien años.
Hacía dos que nos habíamos casado. No llegaba ese hijo anhelado por ambos, no estaba de acuerdo con sus dioses, pero lo dejé estar, porque ella se había convertido en mi único dios y se trataba además de su propio cuerpo y de su final decisión.
Nos dedicamos a viajar por el país a la mínima oportunidad que teníamos, cuando nos lo permitía mi trabajo, y así conocimos desde la inmensa sabana regada por ríos caudalosos que forman arenales en la orilla con su oleaje marino, hasta la costa caribeña de playas blancas y majestuosas palmeras somnolientas y las nieves de Mérida, de increíble blancura tropical, a veces en avión y otras en todoterreno por caminos que ni venían en los mapas.
No tuve en cuenta esa especie de premonición sobre su muerte, tan terrible y temprana, o más bien hice como que no la oía, porque sabía en el fondo que esa mujer, con toda su ignorancia sobre las cosas nuevas que invadían su mundo, estaba unida a los astros, constelada, y conocía todos sus designios.
Tampoco me extrañó que levitara cuando le hacía el amor, tres años más tarde, en los últimos días de su vida, casi despojada de su cuerpo debido a la morfina y al placer que aún sentía entre mis brazos.