sábado, 6 de septiembre de 2008

MEMORESCENCIAS 47

Acá no tenemos golondrinas. El futuro de los seres queridos que vuelven al nido en cada primavera lo adivinamos por el movimiento de los buitres en el cielo: si no se acercan al jardín de los deseos es que nuestro amor sobrevivió al invierno.
Así hablaba mi mulata de ojos azules en un país sin estaciones, donde la única señal de cambio era la época de lluvias torrenciales. Yo la escuchaba en silencio, con el asombro del amor desparramado sobre mi pobre vida de superviviente exiliado de su tierra y del amor.
Me dijo: No importa qué haya sido tu vida en el pasado, tan sólo mira hacia adelante y dime si yo estoy en ella y si es así entonces ámame, desbrózame la piel en fértiles surcos de pasión y yo te seré hembra, esposa, compañera hasta la misma muerte. Y así fue, porque la vi ante mí, nos casamos según los cánones de su iglesia y jamás miré a otra mujer en vida con la misma mirada.
No podía creer tanta felicidad reunida en un momento, azaroso homenaje que me rendía el mundo, este nuevo mundo, a mí, a un energúmeno que había desafiado todas las posibilidades de amar y ser amado.
Todo lo demás es tan sólo una sombra impensable de suceder si no es bajo su luz, pero así como la vida te concede unas cosas, también te priva de otras y por más que la surqué no fue capaz de concebir un hijo.
Rememoro su ausencia, tan temprana, miro hacia atrás, me asaltan los viejos fantasmas y no dejo de pensar que su salud se vino a la deriva con el paso del tiempo que se le iba de las manos, lo leía en sus ojos, deseando regalarme uno, regalarme así su eternidad.
Yo fui su primer hombre, su único hombre, y puedo decir que restañó todas mis heridas y que jamás me he sentido amado de tal manera, con tanta intensidad. Si merecidamente o no, no soy quién para juzgarme, pero sí es cierto que jamás me entregué tanto a una mujer.
Su muerte abrió un paréntesis de soledad en mi vida que en el día de hoy , a pesar de algunas aventuras más o menos certeras, no he conseguido cerrar.
Quizás idealizada, quizás inenarrable, no logro superar su recuerdo, busco y no encuentro su piel, su voz ni su ternura.
Cinco años de paz.
Durante ese tiempo aprendí a esperar de los demás lo que pudieran darme, y sobre todo aprendí a ofrecer todo lo que yo era capaz de dar.
Se corrió la voz de que era un tipo interesante para hacer funcionar a pleno rendimiento cualquier plataforma con problemas y en seguida me llovieron las ofertas de empleo, tanto en las dirigidas por los yanquis como en las de dirección pública, que en aquella época competían unas con otras con el consiguiente perjuicio del gobierno venezolano, siempre expuesto a las maniobras y caprichos del imperio.
Fue en una de sus fiestas familiares, con la presencia de la alta sociedad, cuando conocí a Hugo, al que ya le habían hablado de mí. No sé qué le sedujo más, si mi eficiencia técnica o mi total desinterés por la política, pero aquella tarde se escribiría una página de la historia de ese país que muy posiblemente tan sólo conozcamos los dos.