sábado, 13 de septiembre de 2008

MEMORESCENCIAS 48

Me dijeron, mira chamo, puede que este sea el próximo presidente de la República y quiere conocerte.
Estábamos los dos bien metidos en la noche, colocados de ron y buena marcha, ya sin presentarnos nos habíamos pasado las mujeres bailando, en un gesto que a mí me pareció de buena onda, movidos por el impulso de compartir lo mejor de cada cual. Es decir, que ya me cayó bien antes de que me lo presentaran formalmente.
Oye, gallego, no sé cómo has conseguido meterte a toda esta gente en el bolsillo, y mucho menos cómo has logrado que la mulata se meta en tu cama, pero necesito hombres como tú para dejarme de pendejadas y comprender cómo funciona vuestro cerebro y qué es lo que se puede esperar de vosotros. Tengo en mente un pedazo de revolución que no se lo van a creer en ningún lado, y me gustaría conocer tu opinión sobre algunos aspectos de las relaciones internacionales que mis asesores políticos no son capaces de aclararme, mira, te estaría muy agradecido si me prestaras un poco de tu tiempo, podemos quedar para almorzar en mi casa el próximo fin de semana, dime tú el día y la hora que yo haré lo demás para que te sientas como en casa, eso sí, con un poco menos de ron en el cuerpo.
Qué vaina es esa, mi general, le respondí con una amplia sonrisa, yo sólo soy un técnico que trabaja para levantar el país, y a veces no sé ni en qué país estoy.
Ves, esa es una de las cosas que tienen que cambiar, quiero que los trabajadores de este país tengan muy claro para quién trabajan, y tú desde ahora mismo tienes doblado el sueldo si dejas de pringar para la industria yanqui, y por supuesto con el salario blindado en dólares, acá lo que nos sobran son dólares que los putos yanquis, y algunos gallegos como tú, nos pagan por el petróleo.
Mi general, brindemos por esta noche perfecta, pero no te equivoques conmigo, no pienses que todos los de allá somos gallegos. Algunos nos venimos sin patria y sin cartera, pero lo damos todo por encontrar otras sin que nos recuerden que no somos nadie o que todos somos lo mismo. En estos tiempos nadie se viene a este lado a hacerse las américas, sino más bien a trabajar y dejarse el pellejo para levantar lo que ustedes no son capaces de mantener por sí mismos.
Vale, chamo, no esperaba menos de ti, sé muy bien lo que estás haciendo, pero sólo eres un eslabón sin amarrar a ninguna cadena, puede que a la mulata esa que has conquistado, y por todo ello, y por lo que he leído hoy en tu mirada, sé que eres un elemento necesario para una cadena más grande, una que estoy elaborando paso a paso y que conseguirá enlazar a toda la américa latina. Si piensas, como yo creo, que puedes formar parte de algo grande para la humanidad, para la historia moderna de esta constelación capaz de alumbrar incluso una Europa mejor, sin la presión del imperialismo yanqui por medio, entonces acude a esa cita y hablaremos con más claridad. Y si no vienes tomaré esta conversación como una desorbitada broma de borrachos y nos olvidaremos los dos de de lo que hablamos.
Pero, mi general, qué esperas de mí, sólo soy un currante, puedo dejar de trabajar para los yanquis, puedo cortar mis relaciones con ellos sin trauma alguno, ni siquiera es preciso que me doblen el sueldo, pero qué ganaríamos si siguen estando ahí y congelando los pedidos de repuestos y manejando los cambios del personal directivo...
No te preocupes por eso. Muy pronto van a dejar de estar ahí y de manejar las cosas. Lo que espero de ti no es que cambies de plataforma, sino que los vigiles y nos cuentes todo lo necesario para que jamás volvamos a necesitarlos. Y puede que espere alguna cosa más, pero eso ya lo hablaremos en su momento. En realidad no vas a ganar mucho más de lo que ya tienes, que es mucho más de lo que nunca imaginaste, ¿o no?. Tan sólo una nueva patria y una causa por la que luchar. ¿Te parece poco?¿Has oído hablar de Simón Bolívar, gallego de los cojones?
Y por alguna razón nos partimos el culo de risa mientras chocábamos nuestros vasos y brindábamos por el próximo encuentro.
Nuestras mujeres bailaban salsa juntas y nos miraban sonrientes. Todavía los ojos de mi mulata brillaban de esperanza con la fuerza del lucero del alba que se avecinaba, meses antes de contraer un cáncer de páncreas que la fulminaría en tres semanas.