martes, 23 de septiembre de 2008

MEMORESCENCIAS 50

Tomamos el primer avión de la mañana del sábado en dirección a Caracas y aprovechamos para ir de compras. Unos regalitos para la familia, como acostumbrábamos en cada uno de nuestros viajes, y algún modelito de moda para mi mulata, sobre todo ropa interior caliente, muy caliente, pues sabía que me ponía loco con sus coloristas exhibiciones eróticas en la intimidad de nuestra habitación, o de cualquier otra.
Habíamos alquilado para dos noches la suite nupcial del Caracas Hilton, a pesar de la invitación del general a dormir en su casa, de modo que pasaríamos en ella lo que restara de ésta y el domingo entero, follando y comiendo lo que nos pidiera el cuerpo hasta la hora de regresar al aeropuerto para tomar el último vuelo.
De modo que mientras se probaba los modelitos de lencería fina, recién llegados de París, y me obligaba a mirar dentro del probador para darle mi aprobación, se me puso tan dura, sólo de pensar lo que me esperaba esa noche, que tuve serios problemas para ocultar la evidencia ante las miradas de las jóvenes dependientas que me observaban con una sonrisa maliciosa.
Cuando finalmente dejamos todas las compras en el hotel, se compadeció de mí ante la insistente erección de mi polla, me bajó los pantalones y me la mamó con todas sus ansias. Antes que pudiera tocarla y cooperar un poco ya había explotado en su boca y se había bebido todo mi semen, hasta la última gota.
No tenemos tiempo para más, mi amor, reserva tus energías y me recompensas esta noche. Ahora tomemos un taxi y vayamos a ver qué nos cuenta ese prohombre con la cabeza llena de antiguos sueños. Creo que deberías escucharle, me llegan muy buenas vibraciones cuando estáis juntos.
Vivía en una zona residencial, vallada con tela metálica de tres metros de altura, coronada por alambre de espino y con la entrada custodiada por dos guardias de seguridad en tres turnos de ocho horas.
Caracas se había convertido en los últimos años, tras la última crisis petrolífera del ochenta y tres y la definitiva caída del bolívar tras permanecer más de veinte años inamovible frente al dólar, en un lugar muy peligroso. Nadie se atrevía a pasear por sus calles en la noche. Todo el mundo que llevaba unos billetes encima se movía en taxi y la mayoría con pistola. Algunas zonas no se podían transitar ni de día.
Los Caldera, los Lusinchi y sobre todo los Carlos Andrés Pérez, habían marcado la ciudad a sangre y fuego.
Adecos y copeianos se habían dedicado a saquear el país en cada legislatura durante todo ese tiempo de supuesta democracia, alternándose descaradamente en el poder: ahora me toca a mí, ahora te toca a ti, y habían llevado a la nación más rica de latinoamérica a la bancarrota, pues ni siquiera invertían lo robado dentro de esa patria que pregonaban con el himno nacional cada seis horas en todos los medios de comunicación, sino que el dinero iba a engrosar cuentas en bancos de Miami y Suiza, o a invertirse en inmobiliarias de la costa mediterránea, sobre todo en la española.
Unos ciudadanos acostumbrados a viajar a Miami para ir de compras o de vacaciones porque les salía más barato que en su propio país, un país con un enorme potencial que ofrecer a los turistas, sobre todo en la costa caribeña, pero sin apenas infraestructuras. Unos ciudadanos que habían estudiado gratuitamente una carrera, un doctorado o algún master que otro en instituciones estadounidenses o europeas, porque había dinero y el Estado se lo podía permitir, se veían ahora en la ruina económica, con unos niveles de marginación y delincuencia en crecimiento geométrico, no podía ser de otra manera con los niveles de analfabetismo y planificación demográfica que poseían sus estratos sociales inferiores.
Bueno, de todo eso me habló el general. Desde luego, para mí nada nuevo.
¿Que qué podía hacer yo por ellos? Mucho más de lo que pensaba, pero para empezar bastaría con proporcionarles planos de diseño, protocolos de actuación, listas de suministradores, programas de mantenimiento preventivo y todo lo necesario, quién mejor que yo lo sabía, para una independencia total de las plataformas, que muy pronto serían, todas ellas, nacionales.
¿Que eso me convertía en un espía? ¿Que había firmado con los yanquis un contrato de confidencialidad? Y qué, todos somos espías. Ellos mismos, el propio general. Me había investigado. Sabía que mi titulación era falsa, sabía que tenía dos hijos y que sus madres no me permitían verlos, sabía que había tenido que dejar un hermoso nido deprisa y corriendo. ¿Acaso quería que investigara más?
Mira, chamo, esto no es para presionarte, todos guardamos algún secreto, pero has venido, y si has venido es que de alguna manera ya estás de nuestro lado. No te va a pasar nada. Si te pillan y te despiden, si te demandan, nosotros te recolocamos, te protegemos legal y personalmente, a ti y a tu familia, la de aquí y la de allá. No somos cuatro locos nostálgicos, pana, somos una revolución pendiente, una revolución en marcha, a nuestro estilo, una revolución bolivariana.
Si cumples con tu parte estarás dentro y el país te lo agradecerá. Y además te daremos más trabajo, no te vas a aburrir, pendejo, ya lo verás, menudo gallego de los cojones, anda, brindemos por ti y por la mulata esa que no te mereces, venir acá a robarnos las mujeres, y además las mejores, menudo coñomadre, ja, ja, ja, venga ese ron... ¡¡señoras, por ustedes, el más bello animal de la creación, ja, ja, ja... !!