sábado, 4 de octubre de 2008

MEMORESCENCIAS 54

En agosto del dos mil , una vez aprobada la nueva constitución a su medida, el general me pidió que le acompañara en una gira por los países de la opep, una coartada que nos permitiría entrevistarnos con la mayoría de los líderes de oriente medio, incluido Saddam Hussein.
La guerra del golfo había despertado el odio de los países islámicos sin relaciones con Washington y suscitado serias dudas en los aliados de la zona sobre la lealtad del Imperio: Irak había sido su socio durante muchos años. Un país occidentalizado a marchas forzadas por un dictador sin escrúpulos, armado y entrenado por el ejército norteamericano, aliado en la guerra contra Irán por el control de los pozos, se veía de repente en desgracia, aniquilado hasta la destrucción total y enviado de nuevo a la edad media. Y eso le podía pasar a cualquiera. Sólo por el control del petróleo.
Si en algo estaban todos de acuerdo era en la excesiva presión ejercida por Estados Unidos para controlar su mundo, no sólo su petróleo, sino sus costumbres milenarias y hasta su propia religión, y en que no resultaría difícil darle una vuelta de tuerca a sus relaciones para hacer esa presión insoportable y enfrentar a los sectores islámicos integristas de todo el área contra un potencial enemigo de dios, empeñado en masacrar a sus hermanos.
Es decir, que al igual que en américa latina se habían pasado con el control político y económico tras la segunda guerra mundial y colocado en el poder a marionetas manejables para que sus empresas medraran y saquearan las materias primas de medio continente sin pagar impuestos, ahora se estaban pasando en oriente medio y era necesario darles una buena lección con el inicio del nuevo milenio, necesitaban que el pueblo norteamericano abriera los ojos, conociera las consecuencias de los manejos de sus políticos y comprobara en carne propia el odio que sus dirigentes habían generado en esa parte del mundo.
Se creó un fondo común. Los islamistas pondrían los mártires y los bolivarianos la estrategia. Sólo faltaba designar los objetivos, unos objetivos simbólicos que demostraran hasta qué punto eran vulnerables a pesar de poseer la mayor y más destructora maquinaria bélica que cualquier imperio haya soñado en el curso de la Historia.