lunes, 20 de octubre de 2008

MEMORESCENCIAS 61

A finales de agosto nos enteramos de que existía una filtración, más bien una vía de agua. Los americanos desconocían la identidad real de los miembros de la conspiración, pero sabían todo lo demás en cuanto a la reunión en El Cairo. De alguna manera que deberíamos averiguar, habían interceptado y descifrado nuestros mensajes. Sabían cuales eran los objetivos e incluso la fecha y la hora del ataque.
No obstante, esto significaba que no existía un traidor entre nosotros, entre los socios directos, y que el escape provenía del exterior. Probablemente del mossad o de sus propios servicios de inteligencia, tan eficaces, y de algún golpe de suerte.
El general me lo comunicó por teléfono, disponíamos de una línea celular segura, con frecuencias gemelas aleatorias, para alertarme y que asumiera de una vez por todas la necesidad de protección armada, porque no se sabía hasta dónde podían llegar con sus pesquisas.
Puede que tuviera razón, pero siempre me había negado a trasladar a Maracaibo esa otra identidad oculta. Tenía bien separadas mis ocupaciones privadas de las de interés nacional y así deseaba que siguieran, sobre todo para evitarles preocupaciones a mis suegros. En realidad fue una de las condiciones que le había impuesto al general cuando me enrolé en sus filas, todavía con mi esposa viva, y no le quedaba más remedio que respetármela. No quería un ejército de guardaespaldas merodeando por el jardín y allanando la intimidad de nuestro hogar.
Por otra parte, en esa casa siempre hubo armas, debido a la profesión del viejo, y yo me había encargado de renovar e incrementar el arsenal, así como el sistema de alarmas, que incluía el perímetro completo de la finca. Una pareja de doberman bien entrenados, que el jardinero atendía y soltaba por las noches, completaban la seguridad. No estábamos tan indefensos.
Primero consideramos abortar la operación. Después nos pareció excesivo y pensamos establecer una reunión de emergencia, pero el tiempo se nos echaba encima y además temíamos que la cia estuviera al acecho y nos mordiera la yugular.
Finalmente decidimos dejar las cosas como estaban. No había tiempo para ejecutar cambios sin un peligro excesivo. Además, según nuestras primeras previsiones, a los americanos, algunos americanos, precisamente aquellos americanos que ostentaban el poder político y económico, les interesaba tanto como a nosotros un buen golpe de efecto que fijara las prioridades presupuestarias del Congreso tras el final de la guerra fría, para seguir enriqueciéndose a la misma velocidad. Si eran capaces de hacerlo a costa de sus propios compatriotas, era algo que nos iban a demostrar.
De manera que lo dejamos correr. A medida que se acercaba el día, en vez de temor lo que sentíamos era una mayor curiosidad por saber hasta dónde eran capaces de llegar.