miércoles, 29 de octubre de 2008

MEMORESCENCIAS 64

Reinventaron el diabólico "eje del mal", aplicado anteriormente con los soviéticos y sus aliados europeos, y crearon la figura de los "estados canalla", término que no se hubieran atrevido a utilizar antes del 11-S.
Tras remover toda la arena de Afganistán sin atrapar al diablo, empezaron a crear una lista de estados-nación a los que podrían convertir, en defensa propia, en un infierno.
Primero serían Irak, Irán y Corea del Norte, pero no tardarían en añadir a Libia, con un Gadafi a la cabeza que más tarde sería rehabilitado para dar ejemplo de buena conducta, Siria y Cuba. La paranoia estaba servida durante un tiempo.
Enfriados los ánimos de venganza después de la paliza al pueblo afgano, lo que más les preocupaba a los pistoleros tejanos era que alguien llegara a Irak, país que papá Busch había desangrado y abandonado al finalizar la Guerra del Golfo, y se quedara con su inmenso caudal petrolífero.
Pero claro, no podían entrar a saco como en Afganistán, porque su política exterior, exportadora de democracia y libertad, se vería un poco resentida. De modo que necesitaban el visto bueno de Naciones Unidas, o por lo menos una alianza con algunos amigotes para enmascarar el saqueo imperialista. Y para ello debían proporcionar a unos o a otros una muy buena excusa. No bastaba con la anexión de Kuwait, porque de allí ya los habían echado.
Yo andaba en aquella época en una constante viajadera entre Caracas y Bagdad, por orden del general, ayudando oficialmente en la estrategia de recuperación del país mediante la formación de personal técnico para los pozos petrolíferos abandonados por los norteamericanos. Y extraoficialmente en contacto esporádico con los servicios de inteligencia iraquíes y de otros miembros de la opep.
Cuando Estados Unidos acusó a Irak de poseer armas químicas y biológicas de destrucción masiva, dudamos entre echarnos a reír o a llorar . Sabíamos que tras la guerra contra Irán, en la que los propios estadounidenses habían armado a Sadam Husein incluso con algunos productos experimentales, los americanos habían vaciado previsoriamente los arsenales bioquímicos del país. Y carecían de armamento nuclear. Es más, tras la Guerra del Golfo y el posterior bloqueo, lo único que poseían era chatarra rusa y británica que ni siquiera les serviría para defenderse.
Me sorprendió que España se uniera a los matones. Pero claro, había que echar un vistazo a los personajes que estaban en ese momento en el poder. La derechona que había permitido la instalación de las bases aéreas norteamericanas, los socios de toda la vida, especuladores y aristócratas agradecidos por la benevolencia del Imperio con su dictadura. Se asociaron de nuevo, contra la decisión de las Naciones Unidas, contra la del propio pueblo español, que clamó durante años el fin de una guerra que nunca debió comenzar y por la que acabaría pagando un poco más tarde. Los islamistas pasaron factura. Y el pueblo, activamente en contra de la guerra, la pagó. Siempre pagan los mismos.
Recibí instrucciones de abandonar el país inmediatamente, unos días antes del ataque, inevitable a pesar de las inspecciones, inevitable a pesar de la buena voluntad de Sadam al final, cuando le vio las orejas al lobo, inevitable contra toda lógica porque la rapiña y el vandalismo de los poderosos sólo obedece a intereses económicos.
No te aflijas, chamo. Para la revolución bolivariana la invasión de Irak supone la regeneración indefinida del enemigo en otro lado del mundo. Un buen golpe. Ahora comenzaremos a trabajar en casa, pana. Nosotros tenemos nuestro propio petróleo que vender. Nunca se nos ha perdido nada en el desierto, a no ser en la opep. Y ya hemos entregado primero nuestros muertos. Ahora que se maten un tiempo por allá, mientras tomamos aire y comenzamos a soñar que otro mundo es posible.
Así me habló el general a mi vuelta. Se acabó la viajadera para predicar en el desierto.