sábado, 18 de octubre de 2008

MEMORESCENCIAS 60

El gee, gabinete económico exterior, dependiente del ministerio del petróleo, que unos años más tarde, con la revolución bolivariana en marcha ascendente pasaría a denominarse ministerio del poder popular para la energía y el petróleo, era una tapadera excelente para nuestras actividades en el exterior, porque a pesar de depender de éste, teníamos reservada oficina y cama en cualquier embajada venezolana y disponíamos de inmunidad diplomática.
La catira se adelantó una semana, se instaló en las dependencias de la embajada y alquiló en secreto y con identidad falsa un apartamento amplio en el centro financiero de El Cairo, lugar que sería fijado para la reunión definitiva mediante el envío de fax cifrados a los servicios de seguridad de las embajadas correspondientes.
Era un edificio moderno, de construcción reciente, al que ya habíamos echado el ojo en nuestra visita anterior a la ciudad. Tenía veinticuatro plantas, de las cuales las diez primeras estaban destinadas a oficinas, clínicas, bufetes y toda variedad de servicios, lo cual nos proporcionaría el movimiento de gente necesario para que nuestra llegada, la de todos los miembros de la conspiración, pasara desapercibida. El nuestro era el piso dieciséis.
De dicha reunión deberían salir las identidades definitivas de los pilotos y los secuestradores, en base a su origen, a la formación recibida y a su capacidad de acción, así como la fecha y hora del ataque, un ataque sorpresa que debería estar sincronizado para evitar una posible reacción de las fuerzas imperiales.
La operación debía realizarse a espaldas de la embajada y necesitábamos un lugar ajeno y sin vigilancia de ningún tipo. Si todo salía bien, en una mañana habríamos terminado y por la tarde estaríamos en algún avión de regreso a casa.
Había hecho escala en París y cuando llegué al aeropuerto, después de un día entero viajando, era casi medianoche.
La catira me recogió a la salida, cansado y sudoroso, nunca he logrado acostumbrarme al traje de faena, sobre todo a la maldita corbata, pero cuando aquella rubia me metió la lengua en la tráquea como sólo ella sabía hacer, después de casi seis meses sin verla, me brotaron energías por todo el cuerpo.
Ya había cenado en el avión, una cena de altura en primera clase, de modo que nos fuimos directos al apartamento.
Voy a darme una ducha rápida, cariño, enseguida estoy contigo. Sí, mi amor, aquí te espero con las bragas en la mano, me contestó.
Pero no me dio tiempo. Se coló desnuda dentro de la bañera y empezó a jabonarme. Cuando llegó a mi polla con la esponja ya parecía el mástil de un velero.
No puede ser, mi amor, así no me duras ni el primer asalto. ¿Qué pasa, no tienes ninguna amiguita en Maracaibo que te relaje un poco? ¿o acaso me estabas esperando?
No hables tant, le dije, pero antes de terminar la frase ya me la estaba tragando. Ciertamente, no le duré ni medio asalto. Después terminó de enjabonarme, me lavó el pelo, me secó y nos fuimos a la cama.
Esa noche perdí la cuenta: fueron dos, tres... estaba medio dormido, pero hicimos el amor hasta el amanecer, dulcemente, sin prisas pero convencidos, como si nos fuera en ello la vida, como si estuviéramos en medio de una guerra y no supiéramos el tiempo que nos quedaba para desaparecer.