miércoles, 22 de octubre de 2008

MEMORESCENCIAS 62

La mañana del once de septiembre el Sr. Busch junior se encontraba en una escuela de primaria, haciéndose el tonto, tarea para la cual no necesitaba esforzarse mucho. Seguramente se sentía muy protegido, escudado entre tantos niños.
Más tarde descubriríamos que la filtración provenía del mossad, a través de la empresa que nos alquiló el equipo informático para trabajar en el apartamento de El Cairo, simplemente porque uno de los empleados tenía un familiar en dicha unidad israelí y se lo comentó como de paso. Un golpe de suerte, pero lo cierto es que el presidente y su equipo conocían nuestras intenciones desde hacía más de dos meses. Y nos dejaron hacer. Pero no del todo.
La Casa Blanca no. Con joder a los militares y al pueblo era suficiente.
Un caza invisible de combate f-117 despegó de la base aérea de McChord a las nueve de la mañana y disparó un misil sobre el avión de pasajeros que se dirigía a estrellarse contra la Casa Blanca. Su misión era volarle el timón de cola y dejarlo sin capacidad de maniobra, así como destruir sus cajas negras, las cuales se encuentran en dicha posición, pues tras un accidente es la parte del avión que menos impacto recibe.
Ni maniobra ni ostias: la pérdida de presión lo precipitó sin control alguno y se estrelló al azar en un campo cualquiera de Pensilvania. Fue el único que no provocó víctimas externas.
Una vez cumplida su misión, el caza regresó a la base, cuando le hubiera sobrado tiempo para deshacerse de los otros tres, que sí cumplieron su objetivo.
Tras las primeras horas de supuesta indecisión por parte del gobierno, que dieron lugar a que los sospechosos islámicos, incluidos Bin Laden y toda su familia, se dieran a la fuga y abandonaran el país, los fundamentalistas cristianos declararon la guerra oficialmente a los fundamentalistas islámicos y dieron nombre al demonio contra el que habían de luchar, de repente cabeza visible de todos sus males, cuando unos años antes había sido su aliado e hijo adoptivo formado y armado por los propios militares estadounidenses.
Es el comienzo de la Guerra Santa. Estados Unidos invade Afganistán. Se abre la veda contra los talibanes y se registra el país hasta debajo de las piedras en busca del diablo Osama bin Laden. La desolación sembrada por sus bombas acabaría asesinando o expatriando a cientos de miles de civiles que ni siquiera comprendían lo que estaba sucediendo, porque los que ahora destruían sus ciudades y sus vidas eran los mismos que los habían armado para defenderse contra los rusos pocos años atrás.
Nosotros también habíamos logrado nuestros fines, y a pesar de los temores iniciales sobre una investigación profunda que revelara la identidad de los miembros de la conspiración, el tiempo nos convencería de que esa investigación nunca se llevaría a cabo, porque en realidad, por lamentable que pueda parecer, a nadie le interesaba la verdad.