domingo, 13 de enero de 2008

DOBLE FILO


DOBLE FILO


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Nuestras canciones no pueden


ser sin pecado un adorno.


(G. Celaya)


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Existen muchas razones, más o menos plausibles, para que una persona decida utilizar el lenguaje escrito como medio de expresión. Quizás la escritura haya sido, desde sus orígenes, una forma de permanencia del autor más allá del olvido, más allá de la muerte; pero sobre todo ha sido y será un legado de conocimientos proyectado en el tiempo, dirigido a las generaciones futuras. Es aquí donde la obra impresa (literaria, didáctica, filosófica, etc.) cobra su razón de ser y adquiere su valor más elevado: como fuente de conocimiento o de experiencia vital donada a sus semejantes.


Sin embargo, la escritura, como tantos otros grandes inventos de la Humanidad, no siempre ha sido utilizada para fines tan nobles. También ha servido durante mucho tiempo, desde la invención de la imprenta hasta nuestros días, para manipular a la opinión pública y vaciar las libres conciencias de los hombres, labores ambas que están siendo transferidas gradualmente a la televisión, como primero lo fueron a la radio e incluso al cine.


Existen cientos de razones para sentarse a escribir, pero si de verdad tratamos de legar una obra importante o comprometida a nuestros sucesores, no estaría de más considerar que un instrumento tan venerable puede ser transformado en peligroso armamento cuando cae en manos infames. Y también pensar, si se trata de una obra literaria, que un sincero testimonio de la manera de vivir y de los problemas sociales de nuestro tiempo, puede ser el más precioso testamento y la mejor ayuda para facilitar la comprensión entre los hombres y evitar errores similares a las generaciones venideras.