
Y cuando regresamos de la felicidad a la conciencia del yo y al conocimiento de la miseria de la vida la alegría se transforma en tristeza. El mundo, en lugar de mostrarnos su cielo azul, nos enseña su negro abismo. Y el arte se vuelve entristecedor, pero permanece bello.
Y si esa felicidad ajena al yo y al mundo tan sólo puede durar unos instantes, el encantamiento de la belleza puede durar horas, días, quizás toda una vida.