viernes, 9 de mayo de 2008

MEMORESCENCIAS 1 -parte I-

MEMORESCENCIAS -I-

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Mi madre plantaba geranios en las macetas del balcón. Aunque olvidara regarlos, crecían igualmente como invadidos de una necesidad de ser.
Atrapaban el rocío del amanecer en sus hojas y respiraban como si fuera por nosotros, cuando ya no podíamos más, hartos de pelear por un espacio inexistente, imposible para seis personas en sesenta metros cuadrados.
Nunca tuve una habitación propia hasta que me fui de casa.
Cómo no querer irme si sólo respiraban los geranios en el balcón.
El sonido de los estertores de mi madre asmática, seguramente cuando se la follaba mi padre, resonaba en la habitación de al lado, donde tres varones compartíamos una cama fija y otra plegable.
Nuestra hermana, que alguien puede pensar privilegiada por disponer de la otra habitación para ella sola, a mí me parecía solitaria y aislada, víctima de algún complot contra las hembras, durmiendo en soledad como un ser disparejo, siempre a la espera de un principito azul que la salvara.
Nosotros, los hombres, apelmazados en un cubículo inútil para compartir pero acompañados, y ella aparte, como una diosa tan perdida como inaccesible.
Las mujeres se convirtieron muy pronto para mí en un misterio, en otro mundo, antes de conocerlas.
Y aprendí, por alguna razón indefinible, a buscar en su misterio el misterio de la propia vida, de ese prodigio que se desparramaba ante mí todos los días.
Todo lo que aprendía y aprehendía era bajo la mirada fugaz de mi madre y mi hermana, de una mujer asmática y una mujer aislada.
Todo lo que provenía de ellas, de aquellas otras dos habitaciones, eran emanaciones de olores extraños, desconocidos, distanciados, tan diferentes al olor de la nuestra, que penetrar en ellas era como cambiar de mundo.
Recuerdo las llegadas tardías de mi hermano mayor y los súbitos desvaríos insomnes del pequeño, como queriendo atravesar las paredes sin puertas, siempre con el apremio de una meada necesaria.
Y yo en medio, como exento de edad, fijado en una nada, como si la vida estuviera con todos ellos pero no conmigo.
Ninguno me contaba sus historias, intentaba imaginarlas pero no me esforzaba demasiado porque yo carecía de ella, apenas si empezaba a entreverla, y ahora que la miro desde lejos no soy capaz de verla con nitidez, puta mentira, pero sí de sentirla.
En la distancia, como si se abriera ante mí una ventana y todo se iluminara con una claridad imposible de percibir entonces, a través de la memoria y de la sustancia que esa memoria ha dejado en mi ser, veo con tanta transparencia ese pasado que me parece un hoy, y me veo comenzando mi vida, la historia de mi vida, rodeado de aquellos olores y aquellos estertores, como un presagio de lo que soy y de lo que con el tiempo puedo llegar a ser.
Y la mujer enferma, y la mujer solitaria, tan solitaria durmiente en otro mundo, me invaden como fantasmas de otras habitaciones donde hoy se me presentan como imágenes fijas con una solidez ordinaria y vulgar, pero que entonces fueron para mi ser misterios que mutilaron mi existencia.