miércoles, 28 de mayo de 2008

MEMORESCENCIAS 12

¿Acaso crees que te tengo miedo?, me preguntó el viejo extraperlista de Toulouse en pleno debate sobre la proyección del anarcosindicalismo en una sociedad que lo ha legalizado y espera de él que funcione dentro de unos parámetros de autocontención viables para su participación en el nuevo escenario democrático.
El planteamiento fue tan claro como la escisión que se produjo después: ¿debíamos comportarnos como un sindicato más y crecer en número de afiliados para fortalecer su estructura y su capacidad de acción o por el contrario debía de importarnos un huevo el desarrollo afiliatorio del mismo y ofrecer una alternativa diferente al neosindicalismo reformista y dependiente de los dos grandes bloques partidistas donde se estaba aglutinando la izquierda?
De este planteamiento surgió una inesperada paradoja: los viejos militantes que nos habían mostrado el camino tan sólo deseaban una cnt grande, capaz de competir en el mismo terreno que los demás sindicatos, mientras que los jóvenes deseábamos ofrecer una alternativa ácrata en el panorama laboral, un verdadero sindicato independiente de los partidos, de la patronal y del Estado. Los anarcosindicalistas históricos, los supervivientes se habían vuelto viejos, descreídos y reaccionarios.
Y ahora me preguntaba si yo creía que me tenía miedo. Miedo de un discípulo que siempre lo había respetado, miedo de alguien que lo quería como a un segundo padre.
Me pregunté si estaba chocheando, pero su cara de mala ostia me hizo tomar la decisión: le tiré el carnet a la cara y no lo volví a ver en la puta vida. Ni siquiera estuve en su entierro.
Ahí terminó mi relación con el sindicalismo, con la política democrática y con cualquier grupo de acción social.
No me vino mal en ese momento porque estaba a punto de irme a la mili y una filiación anarquista no me convenía demasiado para la vida cuartelaria. Esos vínculos, una vez legalizados y con cuotas mensuales, listados y archivos siempre llegan a la policía y de ahí a los militares. En todas las organizaciones existen topos que trabajan para el gobierno y sacan fotocopias.
Se produjo la desbandada general y la escisión costó muchas bajas en las filas cenetistas. Los que lucharon por un sindicato más grande a cualquier precio, perdieron la batalla, porque todavía la sociedad no estaba preparada para militar en un sindicato que había sido masacrado por el fascismo unas décadas atrás. Y además, las corrientes ideológicas mayoritarias, socialistas y comunistas, tenían sus propios sindicatos, la ugt y ccoo, como se decía entonces, correas de transmisión de sus respectivos partidos.
Así fue que me quedé, como tantos otros, en solitario, eso sí, tirándome a la hermosa rubia, el más precioso botín de aquella corta guerra, y a la espera de enfrentarme con el enemigo, pues en aquella época no existía ni una ley de objeción de conciencia ni un movimiento de insumisión que pudieran librarme de él.