martes, 13 de mayo de 2008

MEMORESCENCIAS 3

A partir de ese día, por alguna razón indescifrable, fue como si se abriera la bóveda del cielo y me empezaran a llover todas las historias.
El pequeño, que al parecer no era tan sonámbulo como parecía, sino que simplemente estaba medio dormido y no encontraba la puerta camino de sus urgentes micciones, me contó que había visto a padre salir de la habitación de mi hermana en un par de ocasiones. Se cruzaron en el pasillo y cuando mi padre le habló se hizo el tonto y siguió camino del water.
Al parecer mi hermana no dormía tan sola, o no siempre, o no todo el tiempo.
Yo escuchaba algunas noches discutir a mis padres, aunque a través de las paredes no me llegaban claras las voces de la habitación contigua.
Pero entonces se me mostró con nitidez: cuando mi madre entraba en crisis con su asma y se pasaba semanas enteras casi en duermevela aplicándose con la pera el oxígeno que no era capaz de aspirar y sufriendo desesperadamente como una ahogada, supongo que no estaría para aguantar la quemazón del marido en sus cojones.
Así que el viejo, como después me confirmó mi hermana, se desahogaba con ésta algunas noches en dichas ocasiones.
El hombre trabajaba como un hijoputa, dieciséis horas diarias en dos curros, para poder mantenernos a todos, y no le fue difícil convencerla de que muy bien podía sustituir a su madre en sus obligaciones conyugales.
Todos queríamos al viejo, se portaba bien, y a mí, la verdad, me dio más risa que otra cosa cuando me enteré.
Claro que no iba a dejar pasar la oportunidad de apuntarme yo también aprovechando la coyuntura, porque mi hermana era un par de años mayor y estaba buenísima. Así que una noche que todo estaba en calma y la rendija de luz de la habitación de mis padres se había apagado tras los típicos meneíllos del colchón y los suaves estertores de mi madre, me levanté y me colé a oscuras en la habitación de mi hermana, ese lugar que ya nunca imaginé tan solitario. Ella pensó al principio que era padre, pero cuando me agarró la polla, tan tiesa como iba de sólo pensarlo, se dio cuenta de que algo raro estaba ocurriendo. Quiso protestar, pero la amenacé con chivarme a la madre y la convencí poco a poco de que era parecido y que todo quedaba en familia. En realidad no me costó mucho convencerla, pues se veía que la niña le había cogido el gusto a la compañía y en seguida se metió a fondo en la faena.
Al mayor nunca le dijimos nada. El cabrón ya tenía bastante con sus putas. Él mismo me contó, por esos días, que follaba gratis en la mitad de los puticlubs de la villa, por su cara bonita y por la navaja automática que cargaba encima. La noche era su reina. Nunca le conocí trabajo alguno. Un día se largó a Bélgica con una de las putas, de la que estaba enamorado, en aquellos tiempos de la emigración a Europa. No sabía si ella había conseguido hacerle trabajar, que trabajo allá había, pero suponía que seguiría explotándola, a la puta y a todas sus amigas y parientes con las que pudiera ganarse unos billetes y echar unos polvazos. Si seguía en ello o si se le había cruzado otra navaja más rápida por medio, de eso nada sabíamos.
Y al pequeño lo mantuve a raya, que la cola ya era bastante larga, considerando que la niña llevaba más de un año saliendo con un novio.
Lo amenacé con cortársela si se pasaba por allí. Por aquel tiempo empezó a tardar un poco más en volver de sus excursiones mingitorias. Iba a cumplir los doce y con todo aquel desbarajuste hormonal, más lo que olía a su alrededor, seguro que se la meneaba a dos manos.