domingo, 11 de mayo de 2008

MEMORESCENCIAS 2

Mi primer asesinato lo cometí a los quince años. Bueno, quizá fuera homicidio, porque la verdad es que no lo había planeado, se me ocurrió sobre la marcha. Yo no entiendo de leyes ni he estado nunca en la cárcel, de modo que no tengo muy claro eso de los términos que utilizan los abogados y los jueces para encerrarle a uno más o menos tiempo.
La chica sería de mi edad o un par de años menor como mucho. Entraba al instituto, en el horario de la tarde. Llovía a mares y me pidió que la protegiera con mi paraguas. Yo venía de recorrer tres o cuatro kilómetros, empapado a pesar del paraguas, cargando también con mi cartera llena de libros, pero los míos de formación profesional.
El caso es que ya estaba llegando a mi portal cuando ella me lo pidió y no tenía muchas ganas de prolongar mi viaje. No es que no me gustara, la chica, casi ni me fijé en ella, pero en lugar de insistir o pasar del tema, se molestó ante mi negativa y me llamó maricón.
Y todo se me ocurrió sobre la marcha, como dije antes. De repente acepté y seguimos juntos barrio arriba, hacia aquel instituto que yo había tenido que dejar un par de años antes debido a problemas financieros en mi familia.
En aquellos tiempos los portales no tenían porteros ni vídeos automáticos y estaban siempre abiertos. No me resultó difícil meterla dentro de uno y demostrarle que de maricón nada. Entonces ya era corpulento para mi edad y casi le sacaba la cabeza y unos veinte quilos, de modo que le metí el paraguas por la garganta y no dijo ni mú.
Se meneó un poco mientras le bajaba las bragas, cosa que no me costó mucho porque estábamos en plena moda de las minifaldas, y me corrí como un loco mientras daba sus últimos estertores.
No voy a decir que fue mi mejor polvo, pero no estuvo mal, un poco nerviosillo por si nos pillaban en plena faena, pero en conjunto bien.
Llegué a casa chorreando y le dije a mi madre que me habían robado el paraguas en la escuela. Ahí terminó la historia.
Mi padre compraba el periódico sólo los domingos, con el suplemento dominical, porque así no le salía tan caro y nos llegaba de sobra para limpiarnos el culo todos el resto de la semana. Le eché un vistazo, pero aquello había sido el miércoles y no encontré ni rastro de la noticia. Total, como si no hubiera pasado nada.
Me acuerdo sobre todo cuando le metí el paraguas y dejó de gritar, como si hubiera tocado un interruptor o desenchufado una radio, fue bonito verla tan callada y con los ojos abiertos como platos, como si quisiera verlo todo de una vez, la pobre, con lo poco que le quedaba por ver.