jueves, 26 de julio de 2007

DROGADICCIÓN



DROGADICCIÓN





En el discurso general sobre las drogas, deberemos diferenciar de manera precisa entre consumo y adicción. Deberemos considerar, además, que todas las drogas, absolutamente todas, llegan a producir algún tipo de adicción mediante el consumo habitual.


El hombre nunca ha inventado nada que no necesitara. El descubrimiento, investigación, desarrollo y consumo de las drogas le ha permitido aliviar el dolor y la tensión emocional y percibir otras realidades, diferentes formas de interpretar el mundo que le rodea, el orden natural de las cosas tamizado por nuevas interacciones entre el medio y su propia interioridad, con el consiguiente enriquecimiento de su experiencia vital.


El consumo racional de las drogas permite intervenir quirúrgicamente sin dolor, tratar con puntual eficacia diferentes patologías psicosomáticas, derribar barreras inhibitorias de las relaciones humanas, hallar puntos de fuga a la tensión emocional acumulada durante el tiempo destinado a la actividad laboral o estudiantil, etc. A estas funciones positivas se debe su popularidad, al margen del intervencionismo institucional que decide arbitrariamente, en función de intereses políticos o comerciales, cuales de ellas deben ser legales o no y bajo qué preceptos, hecho éste que decide por imposición coyuntural el grado de aceptación social de cada una.


El problema de las drogas no radica en su ingestión ocasional, sino en el consumo habitual de las mismas, que con el tiempo deviene en graduales tipos de adicción. La ausencia de una información adecuada desde temprana edad, debido a la hipocresía social que el tema suscita, y la posterior búsqueda de paraísos artificiales para escapar de una realidad monocroma y poco gratificante, conducen en numerosas ocasiones a la drogadicción, una de las más preocupantes manifestaciones de servilismo consumista que acosan al hombre civilizado, capaz de producir además una importante degeneración de las relaciones sociales en los círculos familiares y afectivos de quienes la padecen.


Las drogas distorsionan nuestra visión de la realidad. Si las consumimos de manera cotidiana, nos encontraremos con que nuestra personalidad y nuestra conducta se irán adaptando paulatinamente a esa distorsión, distorsión que se hará necesaria para encontrarnos bien, a gusto con nosotros mismos. La droga pasa en ese momento de ser un objeto, una sustancia utilizable, a convertirse en el principal sujeto afectivo de nuestras relaciones, por encima de familiares, amigos, situaciones o conceptos donde el vínculo con ella no sea posible. Esto conduce a distintos grados de inadaptación al medio, ya que nos desvinculamos de la realidad concreta. Evitamos la alineación sistemática, pero a cambio nos convertimos en seres dependientes y vulnerables, incapaces de afrontar objetivamente nuestros problemas relacionales y limitados para defendernos de la opresión que sobre nosotros ejercen las pulsiones sociopolíticas del entorno.


La drogodependencia es una forma de automarginación y su discurso presenta serios interrogantes. ¿Cómo podremos establecer las pautas que nos permitan evaluar nuestra relación con las drogas y diferenciar entre consumo y adicción, entre una utilización racional e incluso provechosa de las mismas y ese oscuro callejón tantas veces sin salida que supone la drogadicción a la heroína, la cocaína, el alcohol, el hachís, los psicofármacos oficiales o de diseño, etc.? ¿Somos realmente capaces de averiguar desde dentro, desde el autoanálisis de nuestras espectativas y carencias personales y de nuestras actitudes sociales y afectivas si estamos a uno u otro lado de la débil, casi invisible barrera que separa ambas opciones de consumo?


Ahí está el meollo de la cuestión, porque ahí radica la peligrosidad de las drogas: en la existencia de un punto del que no es posible retornar por propio pie. Una vez allí, ¿tendremos la honestidad y el coraje de reconocer que necesitamos e incluso deseamos liberarnos de nuestro servilismo, pero somos incapaces de hacerlo por nuestros propios medios? ¿conservaremos, llegados a ese punto, el valor suficiente y la fe necesaria para pedir ayuda o confiar en quienes desde afuera pretendan ayudarnos? ¿aceptaremos cualquier medio aplicado y seremos capaces de justificarlo para lograr el fin, la desintoxicación?...


Serias preguntas, de difícil respuesta. Puede que lo mejor sea afinar la vista y estar muy pendientes de no traspasar nunca esa barrera, lo cual requiere, en lo cotidiano, no convertirse en consumidor habitual. De esta manera sabremos, al margen de las connotaciones y estereotipos externos, siempre manipulados, que somos nosotros, y no las drogas, quienes llevamos el control.