lunes, 9 de junio de 2008

MEMORESCENCIAS 17

Ella me lo dijo: con todo lo que has leído y cuatro apuntes que tomes o te busques por ahí de algún colega, lo tienes chupado, cariño, es supercompatible con tu trabajo. Y si al final esto no te gusta, siempre podrás dedicarte a la chispa, pero de momento nos viene muy bien para estar juntos y tener un proyecto en común. ¿No te parece?
La oferta me sonaba, pero luego me dio un par de besos y me ofreció su mejor sonrisa. Y claro, no pude decirle que no, a la anarquista.
Me lo explicó de otra manera. O a lo mejor yo había madurado un poco y me agobiaba menos volver a los textos oficiales y a los exámenes. El caso es que de repente me encontré haciendo un curso de asistencia social en la universidad. Pero no en la uned, sino en la de verdad. Me hice autónomo. Iba por libre y adaptaba mi trabajo a mis estudios. Total, las instalaciones eléctricas no necesitan horarios determinados, sino tiempos de ejecución y entrega. Y ella aportaba un buen sueldo a la casa, así que aunque yo no pudiera aceptar todos los trabajos que se me presentaban, igualmente vivíamos como reyes.
Tiré un par de años releyendo textos y conociendo algunos otros, pocos, y el último año comencé a trabajar las prácticas con presos e individuos en libertad condicional.
La psicóloga, que poco a poco se fue transformando en psiquiatra, se dedicaba más que nada a recetar pastillas. Las ilusiones primeras de ayudar a los enfermos mentales a integrarse plenamente en la sociedad, se fueron marchitando y ahora se conformaba con que pasaran por allí y se tomaran su medicación para sentirse bien. No tenían diván en el consultorio, sino citas previas con dos o tres meses de antelación. Y rapiditas.
Enseguida se hizo patente la incompatibilidad entre los psicofármacos y el desarrollo de un trabajo a pleno rendimiento, de modo que empezaron a buscar alternativas con talleres y actividades sociales que pudieran realizar sin peligro y sin dejar de medicarse.
A veces se la veía triste, y aunque yo sabía lo que le atormentaba, el hecho de estar convirtiendo a las personas en los mismos vegetales inadaptados que tenían antes, aunque ahora tuvieran más horas de sol y mejor compañía, a partir de un momento dejamos de hablar de ello, porque no se le veía solución y terminábamos discutiendo. Al fin y al cabo era una situación transitoria.
Yo acabé mi grado medio y decidí dar por concluidos definitivamente mis estudios académicos.
Me vino bien, conocí gente muy interesante, con ganas de recuperar su vida, de volver a empezar. Les ayudaba encontrándoles alquileres baratos, trabajos de un nivel adecuado, peleándome a veces con empresarios o propietarios reacios a la contratación de expresidiarios o a alquilar sus pisos a gente procedente del talego y con dudosos recursos a corto plazo.
Les llevaba libros a la cárcel, programas de integración educativa y laboral... Creo que era un trabajo tangible y positivo. Ayudaba a la gente y la gente me lo agradecía.
Fue en una de esas gestiones cuando me encontré con el canalla que le había comido la cabeza, y el coño, a mi filósofa, al primer amor de mi vida.
El muy cabrón la había dejado a los pocos meses para irse a Ibiza a follar guiris y ponerse ciego de marihuana y ni siquiera había terminado la carrera, así me lo soltó, como quien me dice si hubieras seguido por allí la hubieras recuperado enseguida.

Estaba solo en la oficina. No alcanzamos ningún acuerdo sobre los presos, pero me dejó su tarjeta a título personal, por si necesitaba algo. Se dedicaba a la gestión inmobiliaria, es decir, a seguir comiéndole la cabeza a la gente, pero ahora para quedarse con su dinero.
No sería por mucho tiempo.