martes, 24 de junio de 2008

MEMORESCENCIAS 27

Cuando le conté a nube blanca lo que le había sucedido a mi novia anterior, la psicóloga, sintió por ella una infinita tristeza. Me culpó, por haberla abandonado de esa manera, pero le expliqué que fue su falta de sinceridad y no su incapacidad para ser madre lo que me llevó a dejarla.
Todas las mujeres tenemos derecho a un poco de misterio... y a unos cuantos secretos inconfesables. Sois unos burros, los hombres. Invítala, por supuesto, aún está a tiempo de compartir con nosotros la experiencia, no creo que tarde menos de una semana en dar a luz. Y que se quede aquí el tiempo que quiera, el que necesite. Puede que además nos ayude a los dos su compañía en este nuevo cambio.
Esas fueron sus palabras. La verdad es que no esperaba menos de una mujer como ella. La besé con ternura, primero en la boca y luego en el vientre, le dije que era maravillosa y que tenía toda la razón. Me disculpé alegando mi juventud e inexperiencia, unido todo ello, para ser sincero, a mi deseo ya lejano de ser padre.
La cuestión quedó zanjada y esa misma noche llamé a la rubia y le propuse la idea, aunque en realidad ya la había bosquejado en mis últimas cartas desde el mar del norte. Le rogué que viniera, que nube blanca estaba de acuerdo y que pillara todas sus vacaciones posibles para estar con nosotros y compartir aquellos momentos como una familia, como si el niño fuera de los tres.
Se echó a llorar, sentí por teléfono como se derrumbaba, y cuando se calmó un poco apenas le quedaban más palabras que agradecérnoslo y decir que en dos días estaría con nosotros, sólo tenía que derivar por el tiempo necesario a unos cuantos pacientes hacia otros colegas y cambiarle la fecha a otras consultas menos acuciantes.
Ya más calmada me preguntó qué tiempo hacía en Londres y le recomendé que, aunque comenzaba el verano, trajera algo de entretiempo y ropa interior interesante pero no demasiado complicada de quitar.
Ahora reía y me llamaba de todo, pero sobre todo me decía que me amaba cada tres palabras y al final que esperaba que nadie resultara dañado en aquella experiencia que íbamos a vivir.
Mi querida ácrata, ya somos mayorcitos y va siendo hora de que desarrollemos algunas teorías que se nos han quedado a los tres esperando en la puerta trasera, tristemente olvidadas. Déjame hacer a mí, sé cómo tratar esto, te aseguro que todo depende de la empatía y el cariño que seáis capaces de desarrollar entre vosotras dos.
Nos despedimos con un pásame la hora y el número de vuelo en cuanto tengas el billete y un sonoro beso en el auricular. El tiempo haría el resto, junto con mi estrategia.
Luego continué estudiando los libros que la uned, la universidad a distancia, me había enviado para sacar mi licenciatura española en trabajo social. Había suspendido un par de asignaturas y debía recuperarlas en septiembre. El trabajo en la plataforma no me había dejado demasiado tiempo, con el añadido de la preparación práctica del ingeniero que venía a sustituirme.
Pero ahora estaba en casa, en mi hogar, y tenía tiempo suficiente para estudiar sociología y para estudiar la forma de ampliar mi familia y mi felicidad.
Se habían acabado las plataformas, había cancelado en mi interior la necesidad de la soledad.