jueves, 12 de junio de 2008

MEMORESCENCIAS 20

Me encontraba con mi hermana a escondidas, a solas. Sólo para hablar de la familia, yo la veía poco. El niño bien, en la guardería, ella haciendo cursillos de encuadernación, de aerobit, pasando el tiempo, se había convertido en un ama de casa tradicional, pero remataba su tiempo con pequeños paréntesis que le daban la dosis de autoestima y felicidad necesarias. El marido terminó la carrera de económicas y trabajaba en una consultoría de prestigio, donde su padre había invertido dinero con algunos socios y gestionaban el trabajo de un montón de profesionales autónomos e incluso se atrevían con pequeñas inversiones, casi todas inmobiliarias, para sacar adelante la empresa.
Los papás iban tirando, al viejo se le complicó la bronquitis crónica con un enfisema mortal a medio plazo y a la mamá se le acabó transfigurado el asma en una trombosis cerebral a fuerza de no llegarle el oxígeno necesario para alimentar a todas sus neuronas. La última vez que la vi, viva, parecía una niña de cinco años, apenas me reconoció, se meaba encima, pero mi padre cuidaba de ella como si le hubiera nacido una nueva hija, a su edad. Dudábamos sobre quién nos dejaría primero.
Mi hermano pequeño se alistó en el ejército, no para que no lo mataran, como mi padre, sino porque un hijoputa le comió la cabeza y se fue a casa dios a trabajar con el mantenimiento de los aviones militares, sin derecho a nada, porque cuando se cansó de saludar a sus superiores y volvió al trabajo civil no tenía ni títulos ni avales que le permitieran seguir trabajando en el mantenimiento mecánico, ni siquiera de una carretilla.
Y por fin apareció una carta en casa de mi hermano mayor, que al menos daba constancia de que estaba vivo y de que en breve tiempo iba a entrar en escena, al parecer con un mercedes de importación y un par de churumbeles que había tenido con la belga, la muy puta, que al parecer lo había reformado y convertido en un pintor de automóviles de alto standing.
Nunca hablamos de su hijo, del de mi hermana, del mío, los dos lo sabíamos. Estaba a punto de tener el segundo cuando la vi la última vez, y así es como tenían que ser las cosas, por los siglos de los siglos.