sábado, 28 de junio de 2008

MEMORESCENCIAS 29

La ginecóloga inglesa no tuvo ningún inconveniente en realizar el parto en casa. Las últimas ecografías habían señalado que el bebé tenía una perfecta movilidad y que su posición uterina era inmejorable, sencillamente estaba preparado para salir. Lo haría en una bañera repleta de agua a su temperatura corporal, con lo que apenas notaría el cambio a este otro mundo más seco y agreste. Y de paso comprobaríamos, como de hecho ocurrió, que los niños, cuando nacen así, no lloran al hacerlo.
Las dejé trabajar a ellas y me dediqué a sacar todas las fotos que pude, algunas realmente hermosas.
Se sumergió en el agua, unido aún por el cordón umbilical, hasta que la madre se puso nerviosa y le sacó la cabeza para que empezara a dar sobre su pecho las primeras bocanadas de aire, como si lo hubiera hecho todos los días al salir de la piscina buceando.
Hubo un momento de emoción compartida cuando la ginecóloga cortó el cordón y le preparó el nudo del ombligo. De repente teníamos a un varón más en el mundo, totalmente independiente, aunque deberíamos ayudarle un poco durante los próximos años.
Realmente fue una experiencia maravillosa, algo que los servicios sanitarios deberían facilitar con mayor generosidad. Por el contrario, en la actualidad esas prácticas casi han desaparecido.
En fin, fueron pasando los días, la relación con mis mujeres se diversificó, me pasaba las noches follando con la anarquista y los días repartidos entre mis estudios y mis atenciones con nube blanca.
Había ahorrado en las plataformas petrolíferas el dinero suficiente para permitirme un año sabático o dos, pero mi intención no era hacer de emperador romano durante tanto tiempo.
Así que una noche que estábamos los tres con el niño en la misma cama y la mamá ya se encontraba mejor, les planteé el desarrollo final de mi estrategia.
Las academias de idiomas extranjeros, sobre todo de inglés, estaban floreciendo en España al compás de nuestra entrada en la comunidad europea y nuestra oferta turística cada vez más amplia, y existía la posibilidad de que nube blanca abriera su propia academia e incluso la de asociarnos con ella si deseaba algo un poco mayor. También podría dedicarse a la enseñanza pública, como ahora, pues con su experiencia no le iba a faltar trabajo en cualquier instituto o universidad. Podía elegir.
Viviríamos todos juntos en la estupenda vivienda-consulta de la psicóloga.
Yo terminaría mis dos años que me faltaban para concluir mis estudios de trabajo social, y entonces podría ponerme a la altura de aportar también un buen salario.
Vamos, una especie de comuna urbana, basada en el amor, el apoyo mutuo y la curiosidad por establecer nuevas formas de relación más abiertas y quizá más estimulantes y duraderas.
¿Qué me decís?, les pregunté...
Vaya, vaya, qué guardado lo tenías, ¿te parece normal que nos lo sueltes así, de sopetón?¿cuanto tiempo llevas preparando esto?, me espetó la anarquista.
Sí, dinos, ¿cuánto tiempo te lleva rondando esa idea la cabeza y tú sin decirnos nada?, me soltó nube blanca.
Yo me las quedé mirando, con cara de pregunta más que de respuesta, y al poco todos nos echamos a reír, hasta el bebé, probablemente al vernos a nosotros.
Nosotras también hemos hablado, a tus espaldas, cariño, y da la casualidad de que estábamos pensando lo mismo y no sabíamos bien como exponértelo a ti... ¡de modo que todo arreglado, vamos a celebrarlo, por fin puedo tomarme unos buenos güisquis después de tantos meses de abstinencia!
Y así fue como empezamos a preparar las maletas, tras la resaca del día siguiente, con la ilusión de tres niños que acaban de descubrir un juguete nuevo y maravilloso.