lunes, 30 de junio de 2008

MEMORESCENCIAS 31

La inglesa decidió abrir una pequeña academia, con capacidad para unas veinte personas en tres turnos durante la tarde, 16, 18 y 20 horas, para dar así margen a los alumnos trabajadores con diferentes horarios de salida. Prefirió hacerlo de manera autónoma, aunque le ayudamos un poco con el mobiliario y los avales crediticios, en especial la psicoanalista, pero ya nos lo devolvería en cómodos plazos.
La academia estaba situada en la misma calle, una ubicación privilegiada, y muy pronto comenzaría a rentar buenos beneficios.
La idea de mantener las mañanas libres surgió de la necesidad de cuidar el bebé, algo que nos repartiríamos entre los tres, así como las faenas de la casa. No queríamos contratar a nadie en el sector familiar, si bien en el profesional enseguida se verían necesitadas de ayuda para mantener el nivel de clientes que subía como la espuma.
Yo, por mi parte, no tuve ningún problema en retornar con mis paralíticos cerebrales y mis chicos down, porque había realizado un buen trabajo con ellos y el sueldo era casi simbólico, sólo quería mantenerme ocupado, no demasiado, para poder terminar mis estudios y cumplir como padre y como amo de casa.
Fue una época de experimentación en todos los terrenos, sobre todo en el sexual, y de asentamiento de una relación y una política económica que jamás habíamos desarrollado. Aunque en la práctica éramos capitalistas autónomos y teníamos bien diferenciadas nuestras posesiones, todos aportábamos un porcentaje de nuestros ingresos, más ganas, más pagas, hacia un fondo común, que iba creciendo y que podía servir de resistencia si alguno de los tres caía en desgracia.
Ese fondo debía incrementarse en dos puntos sobre el ipc todos los meses, ese era nuestro índice de crecimiento comunal, y si había excedente preparábamos un viaje de fin de semana o unas vacaciones, algo que resultaba muy estimulante, tanto para esforzarnos con nuestro trabajo como para anudar y reforzar nuestros lazos con buen tiempo de ocio y descanso compartido.
Yo aportaba una parte con mis ahorros y otra en créditos por resultados con las notas de la universidad. Si mis notas eran buenas, apenas debía aportar dinero.
Toda esta especie de normativa corporativa, fue el resultado de muchas discusiones y enmiendas, hasta que conseguimos ponernos de acuerdo y zanjar un asunto que al principio se planteaba bastante escabroso.
Hubo algunos cabreos, sobre todo de la rubia, que era quien se encontraba en mejor posición, pero al final prevaleció la cordura sobre la codicia y el amor sobre las ganas de echar a correr.
En fin, así fue como comenzamos esa nueva etapa de nuestra vida, un tanto delirante y desenfocada vista desde afuera, pero revolucionaria, funcional y solidaria una vez bien enfocada o vista desde dentro.