sábado, 14 de junio de 2008

MEMORESCENCIAS 21

No puedo tener hijos. Por eso siempre he salido con hombres más jóvenes, para no tener que llegar a este momento, o al menos retrasarlo lo más posible. Si te vas, lo comprenderé, no podría retenerte si a ti te importa demasiado, posiblemente yo haría lo mismo.
No, tampoco quiero adoptar uno y que me recuerde por qué está ahí, porque cuatro salvajes me violaron cuando apenas tenía diez años y tuvieron que vaciarme la matriz.
Es algo que tienes que pensar, que decidir tú solo, tómate tu tiempo, pero si quieres hijos tendrás que buscarlos en otra parte.
Eso fue lo que me respondió la anarquista cuando le dije que estábamos instalados, la consulta de psicoanálisis iba viento en popa y yo estaba integrado en el sistema de asistencia social, en esta ocasión trabajando con paralíticos cerebrales y chavales con síndrome de down, y con un salario fijo. Y claro, me parecía un buen momento para ampliar la familia.
Siempre pensé que los psicólogos estudiabais esa carrera para comprenderos a vosotros mismos, le contesté. Pensaba que tú eras la excepción, que en ti había encontrado un equilibrio prodigioso que incluso me sostenía a mí, pero ya veo que no, que todos encerramos secretos inconfesables, por qué no me lo dijiste primero, antes de que soñara una vida contigo.
Sí, no te esfuerces, ya sé que me enseñaste a ser fuerte y a pensar que nada es propiedad de nadie y que todo termina en este mundo. Pero, aún así, podías haber confiado en mí, yo no soy tu paciente, podías haberte abierto hacia mí y compartir conmigo algo tan esencial, pedazo de loca desquiciada, ya me dirás cómo vas a arreglarle la cabeza a la gente con esas referencias, por muy culta y eficiente profesional que seas.
Dame unos días para organizarme y ten por seguro que no vas a volver a verme en la puta vida.
Sí, no puedo ponerme de otra manera, es más, merecerías que te arrastrara del pelo por toda la ciudad y se lo contara a todo el mundo, a ver quién cojones iba a venir luego por tu consulta a confesarse contigo.
Y no me hagas hablar más, porque me estás calentando.
Di un portazo y salí del gran pisazo vivienda-consultorio que con tanto celo había buscado y ayudado a ordenar para ella, para mí, para ambos, en busca de algún bar y algún colega con quien tomarme unas cervezas y hablar de fútbol, no iba a hablar de mujeres, tardaría un buen tiempo en mirarles a la cara de nuevo, a las mujeres, tan distantes, tan irreconocibles al fin en cuanto se les pasa el achuchón de las putas hormonas, que algunas no se sabe ni para qué las tienen, más les valiera enclaustrarse por vida y dejar de joder al personal.
En fin, estaba muy cabreado y se me tardaría en pasar. Puede que cargándome a algún hijodeputa... ya veríamos.