jueves, 10 de mayo de 2007

hermann hesse dixit


Todo hombre es algo personal y único, y querer colocar en el lugar de la conciencia personal una colectiva, es lo que se llama un abuso y el primer paso hacia todo totalitarismo.
Muchas veces he visto cómo una sala llena de hombres, una ciudad llena de hombres, un país lleno de hombres caían en ese vértigo que convierten a una multitud de individuos en una sola unidad, una masa homogénea; he visto cómo todo lo individual se apaga y cómo el entusiasmo que provoca la conformidad de pareceres, la confluencia de todos los instintos en un instinto de masas, llena a cien, mil o millones de un sentimiento de superioridad, de un deseo de entrega, de un desprendimiento de la propia personalidad y de un heroísmo que en un principio se manifiesta en llamadas, gritos, escenas de confraternidad con emoción y lágrimas y finalmente acaba en guerra, locura y ríos de sangre.
Mi instinto de individualista y de artista me ha prevenido continuamente contra esta capacidad del hombre de embriagarse con el sufrimiento común, el orgullo común, el odio común, el honor común.
Cuando en una sala, un pueblo, una ciudad o un país se hace patente este sofocante sentimiento de entusiasmo, me vuelvo frío y desconfiado; entonces me recorre un temblor y veo ya la sangre fluir, las ciudades en llamas, mientras la mayoría de mis conciudadanos, con lágrimas de entusiasmo y profunda emoción en los ojos, están aún ocupados en aclamar y confraternizar.