jueves, 31 de mayo de 2007

LAS CULOTETAS


LAS CULOTETAS


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Grupos de culotetas formando circulitos de aliñada sonrisa a la espera paciente y laboriosa del macho seductor. El carrusel de la conquista gira a su alrededor, desfile engalanado, apariciones sucesivas de aspirantes al baile, al cerco y al asedio de sus turgentes curvas. ¿Bailas? No. ¿Bailas? No. ¿Bailas? No. Joder, cagoenlaputa, soy un tarado, no doy la talla. Mejor otro cubata. Y compartes la barra con los tímidos, los feos, los borrachos… Ya perteneces a una tribu, sin darte cuenta aprendes a amar a los que pierden. Te sientes inspirado, fortalecido por la comunidad de perdedores. Haces un nuevo intento, otro pase furtivo sobre la pasarela. ¿Bailas? No. ¿Bailas? No. ¿Bailas? Sí. Sí, sí, ¡siiiiiiiiiiiiií!! Casi no te lo crees. Le mides la cintura, aspiras su perfume, te abrazas a su ritmo. Ella se pega a ti, se ciñe a tu deseo. Coño, creo que esta vez me tocó la lotería. Tu miembro se despierta. Duro, arrimado a su vientre, sientes fluir los ríos que la desbordan dentro. Comienzas a buscarle la oreja, la boca, la mirada. Mas la música cesa. Terminada la pieza ella da media vuelta y se aleja sin más. Miras cómo se va y no sabes qué hacer ni qué pensar. ¿Se habrá ofendido debido a mi entusiasmo? ¿se le hace tarde para llegar a casa? ¿me está esperando afuera? ¿va a cambiarse las bragas?... Elevado misterio, mejor otro cubata.


Cuántas veces, ya de regreso a casa, la frustración, la rabia enmudecida, el abrazo partido del deseo, los brazos abiertos a la nada. No era el sitio adecuado para encontrar a nadie. Quizá no había otro, o no nos lo mostraron. Sólo veo girar, en el espacio ingrávido de los pacientes y laboriosos corros de chicas a la caza, fosilizadas hoy por la inmensa distancia, aquellas culotetas de la caja de música. Cuántas veces anhelé hallar en ellas, en una sola al menos, el primer beso ardiente, la boca abriéndose hacia dentro, la vertiginosa conjunción de la saliva, el éxtasis, la culminación del hombre que sentía crecer en mi interior.


De lo que al fin hallé por vez primera, recuerdo el sabor a tabaco y a sarro del primer beso con lengua en un tiempo de precampaña higiénicodental, el tortuoso camino para llegar a la culminación de mis naturales deseos en un tiempo de penuria sexual y avanzada campaña inquisitorial, y la recuerdo a ella, sobre todo a ella, la hermosa culoteta que habría de ser más tarde madre de mis dos vástagos, mujer de media vida.