jueves, 9 de agosto de 2007

ANTIGONA


PRÓLOGO


Antígona y el mar



Te he soñado desnuda,


virgen sobre arenales blancos,


en el sueño primero,


mucho antes del hombre,


antes aun de pensarte.



He visto el mar


batirse en tus caderas


con ímpetu salvaje


e intentar modelar


con vana espuma


la fértil curvatura de tu pubis


e incluso tu ancha frente


incorrupta y sagrada


como los propios dioses.



Y he visto el mar


una y otra vez


abandonar la playa


mientras tu efigie


-renovada en cada ciclo-


y tu pasión se desvanecían


arrastradas por las aguas


hasta la próxima marea.







Una playa solitaria, eso nos queda. Eso y unas cuantas ruinas - restos de lo que fueron reinventados símbolos y egregios edificios - esparcidas sobre una arena hoy gris. Pero, no importa. Conservaremos siempre, en tanto un sólo ser humano aguarde sin temor la pleamar, ese antiguo proyecto : recrear a Antígona. Recrear a Antígona es recrear la esperanza.



ANTÍGONA Y SÓFOCLES


La intención principal de Sófocles en su obra es ridiculizar el Poder por medio del absurdo. Para ello, enfrenta a dos personajes antagónicos, representativos de los dos polos más alejados en la escala del mismo.


Por un lado, Antígona. Pudo haber elegido a un hombre, pero prefirió que el poder se cebara, hasta las últimas consecuencias, en una mujer. Si consideramos el papel asumido por ésta en la sociedad griega de aquellos tiempos, concluiremos que la elección no pudo ser más acertada. La mujer era, como aún lo sigue siendo al margen de la civilización occidental, símbolo de fragilidad, vulnerabilidad y sumisión.


Por otro lado, Creonte. En una época en que el poder era usurpado mediante cruentas luchas, a veces fratricidas, surge en Tebas un tirano oportunista al que prácticamente le han regalado el trono, vacío tras la muerte de Etéocles y Polinices, asesinados entre sí en pugna por ocuparlo.



Antígona, además de no ser el prototipo de mujer de su época, es ácrata. No acepta las leyes establecidas y opina que solamente un loco es capaz de dictar e imponer sus propias leyes. Únicamente acepta las de los dioses. Reivindica la igualdad de los hombres alegando un destino común- Hades, la Muerte, une a los hombres y reclama leyes igualitarias para ellos.- Es absurdo decidir sobre el destino del prójimo. Sólo un loco es capaz de hacerlo.


Antígona morirá en defensa de sus convicciones porque no teme a la muerte. Es consciente de esto de la misma manera que lo es del miedo de los demás, de su resignado silencio para poder sobrevivir, a pesar de estar de acuerdo con ella y elogiar su acto de piedad. -El guardián, una vez amenazado de muerte por Creonte, decide desobedecer la ley para avenirse con los dioses.-


Pero Antígona sabe también por qué puede permitirse el lujo de cuestionar el poder y no temer a la muerte: ni es madre, ni alguien de su sangre la necesita. Es joven. Es virgen. Es inocente. Y no ha dado vida. Quien ha sido madre ha de valorar la vida por encima de todo, incluso de sus más profundos ideales. Esa es la única debilidad posible de su personaje, una posibilidad que elimina condenándola a la soledad, alejándola de la más mínima expresión de poder: la familia celular. Sófocles destruye primero a su familia y la condena después a ella al celibato como única vía de salvación para su alma libre, para su piedad.


De esa forma, denuncia el autor a la familia como baluarte de los valores más representativos del poder: jerarquía, autoridad, sumisión. Salva, no obstante, a la Madre. Justifica su actitud y sublima la vida. Y salva también a los ancestros, a la "llamada de la sangre", como principio básico muy por encima de las leyes y relaciones humanas extrafamiliares.


Llegados a este punto, Antígona no tiene nada que perder, excepto sus ideales. Y los defiende hasta morir como único medio de justificar su existencia, una existencia entregada a la sangre, a su estirpe, y que en esos momentos se encuentra vacía al haber perecido toda su familia- Ismene no cuenta. Tras decidir obedecer la ley y renunciar a honrar a su hermano, Antígona no la considera de la familia.




El Poder no se cuestiona a sí mismo. Y Creonte, símbolo de la Tiranía, tampoco lo hace. Ha decretado, y punto. Si el decreto vulnera a su propia familia, no es culpa suya. Su misión es ejercer el poder, hacer respetar las leyes, incluso contra sí mismo. ¿Que pensarían los súbditos de un rey incapaz de imponer sus decisiones, qué pensarían ellos, acostumbrados a gobernar su casa con valentía y firmeza? ¿Qué pensarían si además se dejara amilanar y convencer por una mujer? Porque Antígona, a pesar de su arrogancia varonil y su valor heroico, no deja de ser tan sólo eso: una mujer. "Que no puedan enrostrarnos ser más débiles que mujeres", dice Creonte.


Sófocles le ha jugado una mala pasada al enfrentarlo con una mujer. Una mujer que además es sobrina y futura nuera. Pero, no importa. Hay que sobreponerse a la fatalidad. Si los dioses le han regalado un trono, él no debe defraudar a los dioses obedeciendo a una mujer. Caiga quien caiga. No cederá a los consejos de los viejos -de la sabiduría - . Únicamente escuchará las palabras de Tiresias, su adivino particular. De mala gana, tras insultarlo en público, atenderá a sus razones. Y cambiará de postura en atención a esas razones que no son más, en realidad, que las de sus propios miedos y supersticiones. Mas será tarde. Todo se desmorona a su alrededor- su hijo Hemón y su esposa Eurídice se suicidan-. Su irreflexiva tiranía ha destruido a ambos, gobernante y gobernado.




Hemón muere por amor, a la manera de los poetas románticos. Como diría Camus más tarde, el único discurso filosófico que implica al hombre hasta las últimas consecuencias, el único verdaderamente relevante, es el suicidio. Hemón, ante el dilema de vivir o no sin amor, decide que sin éste la vida no vale la pena. Pero no olvidemos que el origen de su tragedia es la intransigencia de su padre. Ninguna generación salva a la siguiente. Los viejos se tornan conservadores. Añoran un pasado que no fue mejor ni peor, sino más intenso debido a su juventud y su inocencia. Temen un futuro que se les antoja extraño, hostil. Carecería de importancia si no ostentasen el poder, pero lo ostentan. Sus miedos y frustraciones atentan diariamente contra sus vástagos. Hasta matarlos, en ocasiones.




En definitiva, Sófocles cuestiona en esta obra, magistralmente disfrazado, en una época en que discutir el Poder era tan impensable como la liberación de la mujer, un principio básico para las relaciones humanas, para cualquier sociedad, atemporal y universalmente entendida: la igualdad de los hombres. Querámoslo o no, estamos abocados a un destino común tras un origen único. El camino, la trayectoria entre esos dos puntos, ha de ser justo- basado en esa igualdad primigenia- o no será: el hombre destruirá todo lo que ama, incluso a sí mismo.



ANTÍGONA, ¿MITO O PERSONAJE?



Cuando Sófocles piensa a Antígona y se vale del personaje para cuestionar el Poder y las Leyes que ese poder decreta, él mismo está asumiendo el papel de Antígona. Simplemente, utiliza al personaje para representar un mito.


Posteriormente, otros autores- María Zambrano con "La tumba de Antígona" , Jean Anouilt con "Antígona" - han hecho lo mismo, basándose en su obra. Su intención primordial fue la recreación del mito. Un mito que existe desde que los seres humanos convivimos condicionados por una sociedad jerarquizada, del tipo que ésta sea: familiar, tribal o metropolitana, es decir, desde que tenemos conciencia de ser .


Cada vez que los intereses de los gobernantes o de la propia comunidad se enfrentan con intereses particulares e intentan reprimir y encauzar las voluntades individuales mediante patrones de conducta y pensamiento establecidos, homologados, Antígona sale de su tumba- por supuesto, María Zambrano acierta al corregir el, como ella afirma, inevitable error de Sófocles, y salva a Antígona de suicidarse en la tumba: "¿ podía Antígona darse muerte, ella que no había dispuesto nunca de su vida ? "- , sale de su tumba y seduce a un puñado de seres dispuestos a defender sus sentimientos, sus propios ideales y sus derechos fundamentales como seres humanos amparados por un destino común.



ANTÍGONA HOY



Una legión de olvidos anidada en su larga cabellera de mujer. Es cierto que el rostro de Antígona ha adquirido, a lo largo de este siglo pasado, rasgos femeninos. También es cierto que en Occidente la mujer está desertando de sí misma, se está alejando velozmente de su condición natural, en una carrera desenfrenada para igualarse con el hombre. No resulta extraño ni criticable si consideramos su marginal e indignante pasado y el hecho de carecer de otro espejo donde mirarse que no sea, precisamente, el hombre; pero con tal afán de imitación corren el riesgo de adquirir el carácter del macho - tan aborrecido por ellas- y repetir sus mismos errores.


El varón, menos voluntarioso y pertinaz, cede parcelas de poder e incluso delega en ocasiones totalmente una responsabilidad familiar y económica histórica y culturalmente asumida, pero que cada vez le resulta más incómoda y le reporta menos satisfacciones - a medida que mengua su autoridad frente a la hembra.


Gran parte de las mujeres que han abrazado a Antígona, han renunciado, como ella, a la maternidad, y la mayoría a una vida familiar satisfactoria, con el consiguiente peligro para la supervivencia de la especie -Siempre que no nos afiliemos al sueño de Huxley en "Un mundo feliz", cada vez más probable si tenemos en cuenta los últimos avances en fecundación artificial.


Una sociedad que ha sustituido el pico y la pala por la excavadora y la espada por los misiles estratégicos, ha de resultar, por fuerza, más fácil de conquistar para ellas. Es justo que la Historia les brinde una oportunidad. El hombre tuvo la suya y no ha convertido esto precisamente en un paraíso. Por el contrario, el mundo continúa siendo tan inhóspito como siempre, incluso en Occidente, donde tan sólo hemos conseguido, no nos engañemos, hacerlo un poco más confortable.


Sin embargo, la Antígona de hoy no debería olvidar, confundido entre ese ramillete de apremiantes olvidos, un hecho indiscutible: la familia, a pesar de generar y acrisolar fórmulas primitivas de poder, no ejerce control alguno sobre la manifestación y transformación del poder político y económico. Muy contrariamente, son el Estado y las Corporaciones - esa abstracción monstruosa formada por cabezas "anónimas" - quienes dirigen y manipulan los grandes medios de comunicación de masas - léase televisión, prensa, cine, etc.- e insertan en el seno familiar patrones específicos de conducta y necesidades vendibles de consumo. Detentan, al hacerlo, la parcela de poder, discernimiento y voluntad de cada individuo.


Por ahí debería Antígona encauzar su lucha, hacia la creación de una nueva cultura y de una educación más libre y racional. No contra unos compañeros de viaje que unas veces ni siquiera comprenden su postura y otras, las más, ni siquiera han oído hablar de su mítica existencia.