viernes, 31 de agosto de 2007

EPITAFIO DE SILENCIOS



EPITAFIO DE SILENCIOS



La miré de soslayo, intentando descifrar sus pensamientos a través de sus gestos, de su mirada errante y de un ligero devaneo de sus manos, sin interferir en ellos, como mero espectador de un paisaje inquietante.


E1 viento mecía sus cabellos dejando al descubierto un cuello justo sobre un cuerpo aún hermoso, moldeado por el acrílico de su escueto bikini. Su piel brillaba tersa, salpicada de gotas y de sal arrastrándose impúdicas, sobrevolando curvas y pliegues definidos sin exceso. Sus pezones erectos señalaban una nube indecisa cruzando un azul limpio, inusitado en esta tierra de lluvias y grises celestiales. No pude resistir por más tiempo el deseo de abordarla.


-Hola; estoy aquí...


-Hola.


-Un euro por tus pensamientos. -Rodeé con el brazo su cintura y la atraje hacia mí. Mi mano resbaló por su cadera.


-No valen nada.


-Eso me gustaría decidirlo yo. -Acaricié su nalga y comencé a jugar con mis dedos bajo el bañador. Ella giró su cabeza para inspeccionar la retaguardia.


-¿Quieres dejar las manos quietas?.


-Si estamos solos. No hay un alma en toda la playa.


-Es igual...puede aparecer alguien en cualquier momento. Además, no tengo ganas de historias. -Apartó mi brazo con brusquedad.


-¡¿Se puede saber qué te pasa?!


-No me pasa nada...¡Y no me grites!


-Si no te ocurre nada, podrías dejar de comportarte como si yo no estuviese aquí.


-Simplemente, tengo un día tranquilo, ¿te parece mal?...


Se paró frente a mí y clavó su mirada en mis ojos, con una sonrisa desafiante en sus pupilas. Traté de descubrir en ellas algún indicio que explicara su actitud; pero era como asomarse a una sima de fondo inescrutable. Me tomó de la mano y me invitó a correr por la orilla. Salpicamos nuestros cuerpos con un agua fresca, confortable, que despertó mis sentidos al ritmo cada vez más rápido de nuestra alocada carrera. Exhaustos, sin respiración casi, nos dejamos caer sobre la arena entrelazados en un fuerte abrazo, tierno y desesperado a la vez, con la pretensión de cerrar una vez más las viejas heridas por donde supura nuestro amor, transformado en odio cuando discutimos. Dimos varias volteretas y finalmente permanecí sobre ella, inmóviles los dos, y acallamos nuestras risas con un beso jugoso, interrumpido tan sólo para permitir que el aire penetrase de nuevo en los pulmones.


Una ola vino a morir bajo nosotros. Desenredé su pelo, dejándolo flotar a ambos lados de su cara. Sus ojos me miraron levemente, para después cerrarse. Su boca se entreabrió y la rosada lengua diluyó la sal de unos labios carnosos, prominentes. Quise seguir a ésta a través de aquella cavidad y llegar a las sagradas profundidades de su ser, donde liberar los resortes que la hicieran volar.


Lamí sus labios, salados todavía, e introduje mi lengua con lentitud, paladeando, disfrutando cada milímetro que avanzaba en su interior. Jugó un poco con ella y la mordió después, con dulzura, pero a la vez animándome a sacarla. Besé sus ojos y deslicé seguidamente mis labios por su cuello, mordisqueándolo hasta alcanzar el lóbulo de su oreja.


-Estás para comerte -le susurré al oído. Mis manos acariciaron su nuca y sus caderas. Noté mi pene erecto, oprimido por el traje de baño. Lo liberé, dejándolo vagar entre sus muslos. Al intentar bajarle el tanga, me sujetó la mano.


-Aquí no, por favor...


-Pero Sonia; si estamos solos.


-Ya sabes que me corta hacerlo así...pueden vernos.


-¿Y qué hago con esto?- le pregunté señalando una verga a punto de estallar.


-Si quieres te hago una paja.


-Para eso no te necesito.


-Está bien, te la chupo; pero busquemos un sitio discreto.


Siempre me ha fastidiado su exagerado sentido del ridículo, sobre todo en ocasiones como ésta, en que la belleza del acto y la espontaneidad del momento deberían superar cualquier barrera, cualquier preocupación por algo ajeno a nuestro propio escenario, a nuestras sensaciones. Hemos discutido mucho por ello, demasiado. Le he recordado a veces que de solteros lo hacíamos en los lugares más inusuales; donde dictara el momento, donde acuciara el deseo. Quizás éste era entonces más poderoso que sus miedos. O tal vez ya no disfrute tanto...qué sé yo. El caso es que en diez años de matrimonio, sólo en una ocasión hemos hecho el amor de esa manera: con peligro de ser sorprendidos. Y fue precisamente en una playa, entre las dunas. A pesar de la emoción, resultó más bien decepcionante, pues ella se mantuvo tensa y distante durante todo el acto. Creo que incluso le hice daño. Con el tiempo me he acostumbrado -qué remedio- a estos reveses. De vez en cuando se compadece y soluciona el "problema" a su manera. Una buena manera, para salir del paso.


Cruzamos la playa en dirección a unas rocas suficientemente altas y estratégicamente ubicadas para que ella se sintiera segura.


Se arrodilló ante mí y me bajó el bañador hasta las rodillas. Mi pene apareció duro y altivo, deseoso de secarse bajo un sol que lo acarició con fuerza todavía, pero más deseoso aún de humedecerse con la tibia saliva de su boca. Lo sujetó con una mano e inició una serie de besos y leves mordisqueos en toda su longitud. Jugó con el glande entre los labios, mientras lo lamía con la punta de su lengua, dejó que penetrase de improviso en su boca y lo aprisionó por la corona succionándolo acompasadamente durante un rato. Lo sacó y lo hizo resbalar sobre su rostro de lado a lado, ensalivándolo a su paso.


Esperé con ansiedad el momento en que lo introdujera de nuevo en el cálido habitáculo, pero aquel no llegaba. Le sujeté la cabeza y la obligué prácticamente a devorarlo. Se lo metí hasta la garganta y comencé un ligero vaivén, cuya velocidad fui incrementando poco a poco. Pellizcó mis nalgas, en un intento de detener mi carrera. Paré de inmediato, mas no pude evitar que mi cintura continuara contorsionándose de placer. Lo mantuvo dentro unos instantes, a la vez que acariciaba mis testículos. Después lo sacó de nuevo y empezó a masturbarme con fuerza, deslizándolo a la vez sobre su cara. Nuestras miradas se cruzaron. Pude leer una expresión de cansancio en sus ojos. Sentí la proximidad del orgasmo. Quería eyacular dentro de su boca; pero ella cerraba el camino, al tiempo que aceleraba el recorrido de su mano y hacia llegar sus dedos hasta la misma base del glande. No pude contenerme más. El semen brotó a borbotones y se adhirió a su rostro y sus cabellos.


Se sentó sobre la arena. Yo apoyé mi espalda en la roca, jadeante, satisfecho y fastidiado a la vez por no haber conseguido mi propósito.


-Me has pringado enterita.


-Si me hubieras dejado terminar dentro, como otras veces...


-Hoy no me apetecía.


-Parece que no es mi día.


-¿De qué te quejas?¿no lo pasaste bien?


-Pudo haber estado mejor.


-¡Vaya por dios!...Además de egoísta, desagradecido.


-Bueno, vamos a dejarlo, ¿vale?...


-Ya. Primero tiras la piedra y luego escondes la mano, como siempre.


Levantó su trasero y se fue, en dirección al agua, dejando detrás una estela de resentimiento. A veces da la impresión de estar amargada. Cualquier tontería le parece suficientemente importante para enfadarse. Si no estuviera tan seguro de su amor...



Si supiera que mientras se la chupaba a él, estaba pensando en otro... Me duele engañarle, pero, ¿cómo decírselo? Cómo decirle que ya no siento nada cuando hacemos el amor; que sólo me unen a él los hijos, el miedo, la seguridad... y quizás una vieja amistad, cada vez más ajada. Cómo decirle que vuelvo a estar enamorada, pero no de él; que llevo meses esquivándolo y fingiendo en cada noche inevitable; que si Javier me lo pidiese, mañana mismo haría las maletas, sin importarme nada, ni mis hijos, ni mis miedos, ni mis cosas...todo para él: el piso, el coche, el vídeo...la tele no, esa nos la regaló mi madre. Además, Javier no la tiene en su piso. Ahora mismo no la necesitamos; pero después, con el tiempo, seguro que la echaríamos en falta... Ilusa, sabes muy bien que jamás te propondrá vivir con él. No se complicará la vida de ese modo. Lleva demasiado tiempo soltero. Valora demasiado su libertad...


Pobre Juan. En el fondo no tengo valor para dejarlo. Quizá sea mejor así, al menos para él. Lo peor es que a veces me siento tan culpable, tan cínica y prostituida...como ahora. Hasta hace poco prefería hacerle un "arreglito" para no tener necesidad de fingir; pero cada vez siento más asco, no sé si de él o de mí misma...


Voy a bañarme, a ver si consigo deshacerme de esta repulsiva sensación. Mierda, me ha pringado todo el pelo.



...Pero algo le pasa. Parece estar a la defensiva, a la ofensiva más bien, esperando el momento oportuno para echárseme encima y asestarme una dentellada. A veces pienso que tal vez sepa algo; aunque es casi imposible. Siempre he tenido cuidado con mis escapadas. No recuerdo haberme tropezado con ningún conocido. Claro que a esas horas, uno ya no ve muy bien. Será mejor que lo deje durante una temporada, por si acaso. A lo peor ha descubierto mi truco. La idea de simular un terrible enfado, es formidable; pero hace tiempo que no me pone traba alguna para impedir mi fuga. Casi me atrevería a decir que lo tiene totalmente asumido, como si conociera mis intenciones y no le importase en absoluto...No, si lo supiera no lo permitiría. A no ser...


Creo que estoy recalentando mi cabeza. Si no estuviese tan seguro de su amor...


Fui en su busca. En ese momento salía del agua, con el pelo chorreando y una mirada fría, sin color, como de sombra. De repente me pareció pequeña, vulnerable, y asaltó mi memoria un recuerdo velado por el tiempo.


La vi recuperar su adolescencia. Era de nuevo aquella niña que aprendió conmigo, parece que haga media vida, a vibrar en otros brazos. Y yo con ella. Despertamos juntos del sueño del deseo y atravesamos temerosos ese pasillo oscuro y sin retorno esculpido en nuestras mentes por los gendarmes del amor. Lo iluminamos juntos y juntos comprobamos que en él no había monstruos, ni fantasmas ni ciénagas viscosas, sino tan sólo claridad, gozo, ternura...


Me sentí culpable. Culpable por no haberla ayudado a conservar su inocencia, su naturaleza soñadora, poética... Culpable de su metamorfosis, de su actual materialismo, de su infelicidad, de sus miserias, fraguadas con las mías en un único yunque, a mi pesar. Y deseé con fuerza la reconciliación, el olvido, el contacto de su piel, el calor de su abrazo, la ternura en su mirada y el perdón. Un perdón extraño, sin demasiada convicción; pero que suponía necesario.


-Perdóname... Y gracias.


-Olvídalo. ¿Vamos a recoger a los niños? Mi madre debe estar hasta el moño de aguantarlos.


-¿No te apetece pasear un poco más? Podríamos charlar un rato. Está tan hermosa la tarde...


-Vaya cara que tienes. ¿No te conformas con salir de noche y dormir la mañana? ¿También le tienes que cargar los mochuelos a tu suegra por la tarde? Además, deberías pensar un poco más en ellos, encerrados en aquel piso.¿No crees que estarían mejor aquí, con nosotros, disfrutando del sol y de la playa?


-Supongo que sí; pero... Está bien, vamos.


De camino al coche conseguí que me diese la mano. Estaba fría. La froté con las mías y se la besé. Me miró de reojo y esbozó una sonrisa. En sus ojos huidizos, la duda y el misterio; en su boca un hálito de vida, una esperanza. Creo que la amo todavía. En cambio, ella...Si no estuviera tan seguro de su amor...