miércoles, 29 de agosto de 2007

MI AMOR SOÑADO


MI AMOR SOÑADO





La luna llena se desparrama por los renegridos edificios, suavizando la encrucijada de sombras y silencios. Miles de mosquitos pululan al calor mortecino de los escasos faroles, depositando heces y alientos, pisadas y revuelos sobre el cristal. Aquí y allá se asoman al pavimento gris siniestras hendiduras de rectilíneas formas con una separación equidistante. Expelen hediondas bocanadas que invitan a la náusea, en una evocación de catres sudorosos y sartenes de costra centenaria humeando entre paredes sucias, erosionadas por el tiempo y los ladridos de perros hambrientos.


Una mujer recorre nerviosa la acera en un vaivén interminable. Su bolso modula, al girar, un silbido de espera lacerante. Se para bajo uno de los faroles. Sus piernas ascienden, desde los altos tacones hasta la breve falda que apenas oculta sus nalgas, aprisionadas en cárceles de nylon de traslúcido e inquietante carmesí. Su pecho rebosante parece tratar de liberarse reventando botones y corchetes. Pechos y piernas pretenden adornar, como atributos aislados, un cuerpo de medidas uniformes en el que caderas y cintura se adivinan un único sistema de carnes flácidas y achaques celulíticos. Una mugrienta cabellera rubia salpicada de vetas violáceas, cae lacia, sin vida sobre sus hombros.


El ruido de un motor acercándose llama su atención. Sus manos retocan pelo y vestimenta en un gesto mecánicamente repetido. Al llegar a su altura, las luces de freno se encienden, a la vez que un siseo escapa a través de la ventanilla. Ella recorre la pasarela imaginaria de su grotesco desfile cotidiano.


-¡Hola, cariño! ¿damos un paseíto?- propone la ramera.


Se oye un siseo procedente del interior del vehículo.


-¡Por ese dinero ni te lo enseño! ¡Sólo se lo doy gratis a mi chulo! ¡Anda, a ver si te enculan por ahí, mamón!


-¡Y qué quieres con esa pinta, tía guarra, si deberías pagar tú para que te echen un polvo!


-¡Hijoputa, maricón, vete a metérsela a tu madre...! -Los gritos se funden con el rugido del motor al acelerar...


-¿Has visto a ése? ¿ No lo quería gratis el muy...? Oye, no creas que soy así de arisca. En realidad soy muy cariñosa. Pero qué jovencito tan guapo. Mira, voy a hacerte un precio especial, y a gusto del cliente, ¿vale? ¿Qué es lo que más te gusta, mi amor...?


Lo sujeta del brazo con una de sus manos, casi con brutalidad, y comienza a hurgar en su bragueta con la otra. Una lengua violácea asoma entre sus labios, con un gesto tan provocador como grotesco, pretendiendo despertar en él un deseo imposible. Sus largas pestañas postizas aletean torpemente, mientras sus ojos lo miran esperando respuesta. Arrugas y cansancio surcan el empolvado rostro y revelan su trágica existencia.


-Vale tío, tranquilo. Menuda nochecita...


El joven continúa calle arriba, apresurando el paso. Acerca la muñeca y pulsa la luz del digital: las once quince. Temprano aún para la cita . Su corazón se acelera al recordarla...




El canto arrullador de las olas, lamiendo las arenas, pareció cesar cuando su llanto se esparció con la brisa. Me senté a su lado y permanecí en silencio durante largo rato. El tiempo se deslizaba a la par que la arena entre mis dedos. Dejó de llorar y me miró un instante, de reojo.


-¿Por qué llorabas?


-Era una noche tan hermosa...


Al oír su voz sentí un escalofrío. Era como si una melodía tierna y fantasmal a la vez, emergiera de una sima insondable. Sus notas arrastraban tras de sí ecos cavernosos; pero la canción susurraba luz y terciopelo.


-¿Acaso no continúa siéndolo?


-Ya no es la misma. Tú la has roto.


-Lo siento. Será mejor que me vaya...-hice ademán de levantarme.


-Quédate si lo deseas...Ya no importa.


Suspiré aliviado. Hubiera muerto en ese instante si no llega a pedírmelo.


-Es tan bella tu voz...si el Mar sonara igual, me pasaría la vida escuchándole.


-Si supiera hablar no podrías amarlo.


-Si nos contara cuanto sabe...


-¿Qué ha de saber? También él es prisionero de la Tierra. Y aunque supiera, seguramente no lo entenderíamos.


-Puede que sí. Debes tener en cuenta los avances técnicos. La ciencia ha hecho posible la comprensión de otros lenguajes. Hoy en día, mediante ordenadores, se puede descodificar la información y acceder al...


-¡No, por favor! -me interrumpió con brusquedad -Me aburre la Ciencia. Y más aún sus sacerdotes. Son tan sólo una secta de vanidosos pretendiendo explicar lo inexplicable. Te cantaré una canción.


La brisa jugaba con su pelo y acariciaba su piel, recorriendo voluptuosa sus caminos. Se dejó caer sobre la arena. Sus iris se inflamaron de luz al retener la Luna cautiva en su mirada.


-El amor es un leño


Que la mañana apaga,


Al despertar del sueño


Y abandonar la cama.


El amor es un fruto


Que el tiempo hace rodajas,


Al sentir nuestra ruta


Perdida entre mortajas.


El amor es un cuenco


Que termina hecho añicos,


Al llenarse de trampas


Y de Amor ir vacío.


El amor...


No pude resistir por más tiempo la atracción de su voz...de su boca. Posé mis labios en los suyos suavemente y sellé su boca con un beso. Nos abrazamos, con ternura primero; con vehemencia después, cuando nuestros sexos, humedecidos por el goce, se acoplaron entre sí y con las constelaciones, diminutas frente a la inmensidad de nuestra dicha. Hicimos el amor durante toda la noche. Cuando las primeras luces de la aurora turbaron la quietud solemne de las sombras, sumergimos nuestros cuerpos en las frías aguas.


Juntos, de la mano, salimos del Mar como si fuera por primera vez, como si acabáramos de evolucionar de ese medio e intentáramos adaptarnos a una Tierra hostil. Sentí su silencio acariciar el mío, confirmar mi ansiedad ante el espejo. Un beso frío, impersonal; una fecha, una hora...el nombre de una calle, su número, su piso, su letra...su mirada opaca, impenetrable...su esbelta figura alejándose en el alba, su caminar sinuoso, su...


-¡Eh, no me has dicho tu nombre...!


Prosiguió su camino sin mirar atrás...




Un gato salta repentinamente del interior de un cubo de basura. El susto lo deposita otra vez sobre el asfalto.


-¿Será posible que un barrio tan oscuro pueda albergar a un ser tan luminoso? -se pregunta mientras escruta con avidez los números de los portales.


-Trescientos cuarenta y tres, trescientos cuarenta y cuatro...Pronto volveré a estrecharla entre mis brazos.


Trescientos cuarenta y siete. Entra en el portal y busca el pulsador a tientas. Su mano rastrea la pared hasta tropezar con él. La tenue luz le permite observar una cavidad desoladora. Grietas y desconchones adornan las sucias paredes que una vez fueron blancas. El ascensor está averiado. Sube por la escalera, con el temor de que la luz se apague de nuevo.


-Sexto B, sexto B- se repite una y otra vez, tratando de bloquear sus pensamientos, de ahuyentar el miedo , el deseo de huir escaleras abajo y abandonar aquel barrio siniestro.


-Necesito llegar hasta su puerta. Seguro que a su lado cambia el escenario. Cada vez me parece más increíble que ella viva aquí.


Llega al fin, fatigado por la carrera. Pulsa el timbre . La puerta se abre poco después, con un leve chirrido.


-Perdón, me he equivocado.- Un extraño personaje aparece ante él, con su cuerpo embutido en un albornoz y la cabeza en una toalla, irreconocible bajo aquella penumbra propia de un velatorio.


-No, pasa; soy yo. ¿Has venido corriendo? Todavía es temprano. Acabo de salir de la ducha. En seguida termino de arreglarme.


Su voz le suena metálica y lejana, totalmente distinta. Lo introduce en una pequeña sala contigua a la cocina. Un repugnante olor a aceite quemado y tripas de pescado llega hasta allí.


-¿Has cenado ya? Estoy friendo sardinas; si te apetecen...


-No, gracias, ya he cenado -le contesta, hambriento y asqueado a la vez.


-¿Quieres tomar algo?


-Eso sí. ¿Qué tienes?


-No mucho, pero te voy a servir un licor preparado por mí. Espero que te guste; es afrodisiaco.


-Pon otro para ti - le sugiere con picardía.


-A mí no me hace falta. Espera un poco y verás...


Pincha un disco y se va a cenar. Ruidos de platos y cubiertos acompañan la triste melodía a ritmo de blues. De vez en cuando echa un trago de aquel licor azul, dulce y excesivamente espeso. Prende el tercer cigarrillo. El tiempo se le antoja anclado en alguna sima insondable ...Sin embargo, aún sigue llorando la voz de la cantante.


Aparece en el umbral, velada por el humo, con una mano apoyada en el marco y la otra sobre su cintura desnuda. Se aproxima con lentitud. Cuando su cuerpo comienza a dibujarse, se queda perplejo: Todo él es una masa absurda, sin formas ni ataduras. Su rostro, surcado por arrugas centenarias, da la impresión de haber sufrido horribles quemaduras. Lo mira con descaro, deslizando su lengua entre los labios en un gesto de lujuria delirante.


-Es una broma, ¿verdad?...Tú no eres ella.


-Soy la misma que amaste durante toda una noche en la playa desierta.


-¡No puede ser! La otra era hermosa, escultural. Tú, en cambio...¿Quién eres?¿Qué relación tienes con ella?


-Yo soy tu amante. Soy como tú me creas. Tú me das forma y plenitud. Soy tan sólo un espejo que refleja tu imagen, tu mundo y tus deseos.


-Me estás tomando el pelo. Yo sigo siendo el mismo y amando la belleza. Eres tú la deforme, no yo.


-El amor es un leño que la mañana apaga...Ja,ja,ja,ja,ja...


Se levanta, iracundo, y la zarandea como a un muñeco.


-¡¡Dime dónde está!! ¡Te juro que si le has hecho daño...!


Sus fuerzas lo abandonan de repente, invadido por una extraña sensación de ingravidez. Se siente flotar, transportado por la risa de aquella mujer.


-Amor mío, seré tuya de nuevo...- le hunde sus desdentadas y babeantes encías en la boca.


Al vomitar recobra la lucidez. Unas repugnantes flemas azuladas salpican el rostro de ella. Advierte que le ha drogado. Sale tambaleándose del cuarto . La risa brota nuevamente desde algún rincón extraño, lejos de la razón. Recorre un pasillo interminable hasta alcanzar el pequeño hall. Al pasar frente el espejo recuerda sus palabras y no puede dominar la tentación de mirarse. El reflejo lo deja petrificado.


-¡Es su cara, es mi cara...!


Por fortuna, su pánico es superior a su asombro. Con gran esfuerzo, desvía la mirada, abre la puerta y sobrevuela, sin saber cómo, los peldaños que le conducen a la calle.


-¿Cómo he podido transformarme en eso?...- se palpa el rostro con sus manos- ¡Pero qué tontería! Deben ser los efectos de la droga, de aquel licor nauseabundo...


Vuelve a notar una sensación rara. Se siente subir, subir, subir...




Debido a la huelga de azafatas, no se ofrecen bebidas a bordo del avión, a excepción de los whiskys que el propio comandante de la nave sirve a los pasajeros. Como éste es el único miembro de la tripulación, necesita conectar el piloto automático para desarrollar su caro servicio: quinientas el sencillo y novecientas el doble, hielo aparte. En una de sus pasadas le pido uno doble. Reclino el asiento y me dispongo a leer cómodamente un periódico. De improviso una cálida mirada se posa en mi bragueta. Le guiño un ojo. A mi lado hay un asiento vacío. Me hace una seña para comprobar que puede ocuparlo.


-¡Cómo no! Será un placer viajar con usted.


Abandona su asiento y se encamina hacia mí, con sus ciento ochenta centímetros de morenas y arrogantes curvas coronadas por un ensortijado cabello negro.Me gustaría ser tu churro, pienso. Parece un gran tazón de chocolate desbordándose a mi lado.


-¿Speak english?


-Yes -le contesto, mostrándole el "Times" en posición inversa. Sonríe, alardeando de una interminable fila de buen marfil africano. Sus labios permanecen entreabiertos, insinuantes, provocando en mí un deseo incontenible de introducirle "algo" en su interior.


Le meto la lengua hasta la tráquea y sin pensarlo dos veces comienzo a acariciar sus muslos, desnudos bajo la exigua minifalda. Los separo levemente, para permitir que mi mano alcance su entrepierna. Sus bragas están húmedas.


La llegada del comandante con el whisky paraliza la escena. Lo derrama torpemente sobre el pecho de mi acompañante. Se disculpa, nervioso, y se ofrece a secarla con su pañuelo. Se lo prohibo tajantemente, alegando que es mío y que estoy decidido a bebérmelo de todos modos. Le pido otro y me pongo a lamer los firmes senos tras liberarlos de su escotado habitáculo. Succiono con mi boca hasta la última gota, recalando por momentos en sus erectos pezones morenos.


Cuando regresa el piloto con un nuevo doble, me entrega un vaso sucio, pringoso. Por su mano se desliza aún el blanco semen como prueba irrefutable de haberse masturbado en la cabina.


-¡Es usted un cerdo!-le increpo, y estrello el vaso a sus pies.


Ni se inmuta. Contempla a la chica durante unos segundos y se arroja sobre ella. En ese momento el aparato inclina el morro y comienza a descender, mientras el muy cabrón grita enloquecido que ha olvidado ponerlo en automático. Se incorpora para intentar llegar a la cabina; pero la inclinación del avión y su propio impulso le hacen caer de bruces contra el suelo. Al caer se clava en la sien los cristales del vaso que porta aún las huellas de su ya último orgasmo.


Perdemos altura vertiginosamente. Los pasajeros gritan histéricos, insultándose unos a otros. Ella aferra mi mano y me mira con una mueca de desesperación retorciendo su rostro. Clavo mi mirada en sus ojos y, arrebatado por la pasión, le propongo morir follando.


-¡Please!¡Please!


Se coloca de espaldas, con la cara apoyada en el asiento delantero, ofreciéndome la inmensidad de sus nalgas. Deslizo apenas unos centímetros su falda y admiro en toda su plenitud un paraíso azabache, blanqueado levemente por unas trasparentes y diminutas bragas de seda. Se las bajo de un tirón y sin más preámbulos le introduzco mi verga hasta las bolas, ávido de lucha y de placer.


El avión baja y baja mientras yo subo y subo. Nuestros gemidos se pierden entre el griterío común de la desesperanza. Cada vez que arremeto contra su culo, me acerco un poco más a la explosión. Mi boca reseca contrasta con la humedad de su sexo, tentándome a bajar para libar sus jugos; pero el tiempo apremia, de modo que olvido mi sed y acelero el ritmo en la recta final, consciente de que es mi última carrera. Muy cerca del final, cuando ya puedo distinguir los árboles a través de la ventanilla, me disperso en un orgasmo cósmico.




Una sensación de vértigo cruza sus entrañas y lo devuelve a la calle, concretamente al interior de un portal. La misma puta que había repudiado antes, está a punto de terminar el trabajo, con su pene en la boca. Relame el esperma hasta la última gota y le exige que le entregue el dinero. Paga lo requerido y sale del portal, totalmente desconcertado.


-¡Vaya globo que llevas, tío. Mejor te vas a casa...!


Desanda su camino, calle abajo, vacío y desolado, intentando poner en orden sus ideas para encontrar alguna explicación racional a lo que le está sucediendo. Le resulta imposible concentrarse, pensar con claridad. Abandona la lógica y centra toda su atención y su esfuerzo en salir cuanto antes de aquel maldito lugar.


Camina durante mucho tiempo, hasta que al fin el horizonte de hormigón se abre ante él. Comienza a percibir el olor del mar y atisba sus latidos. Mas sólo al contemplarlo desde el muro que rodea la playa, se convence por completo de la realidad de sus vivencias.


Desea hundir sus pies en la arena y dejarse envolver por el arrullo del mar. Pasea por la orilla fundiéndose con él, con su paz. De pronto llega a sus oídos un murmullo conocido, y anhelado también. Se sienta a su lado, en silencio. Pronto cesa su llanto.


-El amor es un leño


Que la mañana apaga.


El amor es un sueño


Que navega tu almohada...


Al despertarse nota una humedad viscosa en la entrepierna, adherida al pijama. Se dice, recordando:


-Mañana recorreré de nuevo aquella playa...