miércoles, 15 de agosto de 2007

LITERATURA Y COMPROMISO



LITERATURA Y COMPROMISO




Alguien habrá dicho hace tiempo, que sólo escribe la vida quien no la está viviendo. También es cierto que para crear una obra literaria medianamente interesante, es preciso haber vivido mucho, o al menos con gran intensidad.


Pero quizá escribir no sea simplemente una manera de vivir o no vivir la vida, de aceptar la realidad o preferir recrearla en un papel. Quizá sea además una forma de soñar en voz alta. O un "fármaco precioso" que exorciza los demonios de la angustia. O artesanía o un acto de asalariado fin...


Quizá escribir sea una opción tan personal e intransferible que existan tantos modos de hacerlo, como seres humanos dispuestos a asumirla.


No obstante...



La vida de los hombres


está delimitada por alturas


y a cada cual le corresponde


una peculiar que lo caracteriza.



De tal manera hay hombres


de adoquinado rastro


que dejan tras de sí babosas huellas


de efímera belleza maquilladas


mientras otros ascienden libremente


hasta anudarse con las constelaciones


y prestarnos su luz


durante noches siglos de esperanza.




Si alguien fuera capaz de leer todas las obras literarias que se han escrito en los últimos cien años, no aprendería mucho más, sobre la vida, el amor y la muerte, de lo que ya sabía su bisabuelo. Si acaso, escogería entre ellas media docena de libros reveladores, realmente importantes para él.


Esos seis libros, los seis de cada lector, son suficientes para justificar la Literatura. Y ese lector en busca de un espejo, en busca de otros sueños, de otros seres, de otros mundos reveladores, tiene derecho a exigir del autor un compromiso serio, honesto, con la creación literaria.



María Zambrano, en su obra "Los intelectuales en el drama de España", nos dice lo siguiente:


>La adolescencia es el choque del idealismo infantil con la riqueza dispar de la realidad; se sale de ella por sucesivas experiencias que nos van haciendo tomar posesión del mundo y de los propios tesoros de nuestra individualidad.<


Y yo pregunto: ¿Continúa representando la burguesía -cuando hablo de burguesía hablo de conceptos, no de rancios abolengos- la burguesía ilustrada, nuestra única esperanza para alcanzar esa madurez explicada por Zambrano o bien ha demostrado a lo largo de dos siglos que debido a carecer de una experiencia vital comprometida con la realidad social y la ética personal, debido a su perenne adolescencia, está incapacitada para crear o asumir proyectos arriesgados, proyectos revolucionarios que acrisolen y aceleren la formación de ese hombre nuevo que todos esperamos?


No existe compromiso sin riesgo. En el seno de una sociedad reblandecida, confortable, egoísta, es casi imposible que sobresalgan personajes de talla, capaces de aportar un poco de luz a discurso alguno. Tampoco al literario. Es necesaria una situación embrionaria, unas circunstancias especiales que estimulen el deseo de romper el hilo de la Historia, incluso el de la vida cotidiana, para que tal discurso adquiera peso y relevancia.


Todo es cuestión de aguardar que aparezcan esas circunstancias. La Literatura no puede darlas, pero sí crear un caldo de cultivo donde prosperen: precipitarlas. Ahí es donde el compromiso literario, el autor comprometido, juega su papel vanguardista.


Es preciso denunciar el presente, clamar por un futuro mejor, por ese "Sur" liberador propuesto por Montalván y que Stuart Pedrell busca desesperadamente en "Los mares del Sur", ese "Sur" que su condición burguesa le impide alcanzar porque allí está obligado a llegar desnudo y se siente incapaz de abandonar su equipaje. Demasiado equipaje.


El "Sur". Un proyecto intuitivo, más allá de la razón y del sueño de la razón, más allá de una inteligencia aséptica, inmutable, que nos ha colocado en la actual encrucijada, donde la palabra progreso es, cada vez más, sinónimo de autodestrucción.


Un proyecto que nos salve de la decadente banalidad burguesa denunciada por Blanca Alvarez en "El verdugo en el espejo" , reflejo de una aristocracia provinciana hastiada de vivir, sin horizontes, refugiada en la perversión de sus juegos, juegos de eternos adolescentes.


Un proyecto que, impulsado por nuestra intuición más atávica y sin renunciar a la Historia para no condenarnos a repetirla, nos ayude a madurar, a ser hombres.